Formalismo y praxis
Por Miguel
Carrillo Bascary
Es una pauta del
Ceremonial universal que las banderas se
izan al comenzar la jornada. Obviamente que en el punto impera la lógica,
aunque en la práctica las distintas actividades de una comunidad pueden
comenzar en horarios diversos. Esto configura variantes impuestas por las
tradiciones y culturas. Algunas veces será al rayar el Sol sobre el horizonte,
otras recién cuando su disco se recorte en plenitud, en ambas circunstancias la
hora variará según sea la estación del año.
También podemos apuntar otras circunstancias, por ejemplo,
cuando se encuentren formados los escolares a poco de su ingreso a clase (minutos
más o minutos menos), pero lo usual es que la normativa estipule un horario
fijo que dé estabilidad a la ceremonia, lo que podrá adecuarse a la temporada,
ya sea estival como invernal. Ciertas sociedades son muy puntillosas en esto
(particularmente cuando existan connotaciones de tipo religioso), en otras la
pauta puede ser elástica.
En una nota anterior me referí a “La Bandera y el reloj”, en donde analicé
varias pautas tendientes a responder el interrogante “¿a qué hora se iza / arría la Bandera?”. En consecuencia cabe traer a colación
lo expuesto en aquella oportunidad[1].
Sin embargo, no siempre es posible izar una bandera en
el momento definido, son múltiples las circunstancias que pueden
determinarlo.
Así, el primer izamiento de la Bandera nacional argentina se concretó a
las 18,30 hs. de una calurosa tarde estival, por la sencilla razón que la
autoridad competente dispuso hacerlo como parte de la ceremonia en que se inauguró
una fortificación, tal como lo recordé en la nota aludida.
Este precedente que jamás fue cuestionado con posterioridad, habilita
izar la enseña nacional cuando comienza un acto oficial de particular relieve,
aunque no coincida con el horario estipulado por la normativa o la costumbre.
Por ejemplo: si la ceremonia se pauta a las 11 horas de la mañana (o a
cualquier otro), es muy plausible comenzar con el izamiento, para dar mayor
realce a la efeméride.
Recordemos que el izamiento no es gesto de mecánica rutinaria,
sino que la bandera en lo alto del mástil implica subrayar la presencia del pueblo de la Nación y del
Estado, a través de sus funcionarios. Por ende, si el evento comienza ya
avanzada la mañana o aún en horario vespertino, se justifica postergar la elevación hasta el momento preciso, como
lo hizo el general Belgrano el 27 de febrero de 1812.
Otro caso práctico sobre
el que se me consultó giraba en torno a qué hacer si la bandera no pudo izarse
en la temprana hora dispuesta por la normativa por cuanto en esos precisos
momentos azotaba la localidad un meteoro
con fuertes ráfagas de viento y abundante precipitación atmosférica.
Veamos más ejemplos: al prepararse el izamiento los encargados verifican
que la driza se ha cortado o se encuentra trabada, que un problema afecta la
provisión eléctrica para el dispositivo, se desarrolla al pie del mástil una
manifestación que obstaculiza la ceremonia, y así podríamos seguir enumerando
causales imprevistas de todo tipo.
Empero, avanzada la ya
jornada estas afectaciones desaparecen
o son superadas. Al respecto se pueden avizorar dos criterios:
a) Un concepto
rígido, netamente formal, impondría mantener el mástil vacío hasta el día
siguiente, lo que no parece muy atinado por cuanto quedará vedada la
representación que implica la presencia del vexilo ondeando en la ocasión.
b) Más prudente y lógico es que, constatada la
desaparición de la causa que impidió o complicó el izamiento, este se lleva adelante en cuanto sea posible.
De esta forma se evidenciará la función del vexilo. Aunque no existe una
regulación precisa, ésta es la praxis indica que es la conducta imperante. Lo he dicho reiteradamente en mis
escritos: “el Ceremonial no es un
conjunto de reglas rígidas ancladas en tiempos pasados, sino que se trata de
una disciplina pragmática, dúctil, inspirada por la lógica, la prudencia y la
previsibilidad”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario