¿Función relevante o “premio consuelo”?
Por Miguel
Carrillo Bascary
En el ceremonial de banderas es obvio que la mayor distinción es la de ser portador. Si nos remontamos en el tiempo esto nos lleva a un pasado donde la comisión implicaba un serio riesgo de vida ya que durante una acción bélica los enemigos buscaban conquistar el vexilo a toda costa, por lo que el abanderado era blanco propicio para tales esfuerzos. El portador debía procurar sostener su bandera bien visible, tanto para animar el avance de sus compañeros de armas como para que fuera vista por su comandante, lo que permitía ordenar los movimientos tácticos de las unidades en medio del combate. Esto es lo que explica que cada regumiento, cada batería, cada escuadron, cada compañía y hasta cada sección tuviera un vexilo que los identificaba. Capítulo aparte eran los ejércitos donde la "bandera generala" acompañaba el mando conductor, del que tomaba su nombre, esta se mantenía junto a él en todo momento, salvo cuando se empeñara la reserva, como ocurrió durante la batalla de Maipú (5 de abril, 1818), en que el Libertador San Martín se lanzó al combate llevando la enseña de su ejército.
En consecuencia, el abanderado estaba casi inerme ante
los embates adversarios y en ocasiones extremas debía servirse
de la lanza que remataba el asta. Esta es la razón de que siempre fuera acompañado por camaradas cercanos, prestos a la defensa del vexilo y de su persona, quienes eventualmente lo reemplazaban en caso de su baja. Una muy cruda realidad.
La portación de banderas en la forma clásica quedó en el pasado, pero persiste en el Ceremonial, tanto en el castrense como en el civil. En general suelen ser tres quienes forman la escuadra a cargo de los vexilos, el abanderado y dos escoltas, aunque hay países que comprometen un mayor número de protagonistas. Un buen ejemplo es México, donde la escuadra de honor está compuesta por seis elementos.
Quienes acompañan al
abanderado no son escoltas de su persona, sino
de la bandera. Parece elemental pero no debe olvidarse.
Es fundamental trasmitir que, ser miembros de la
escuadra constituye un acto
de servicio que presupone la decisión personal de asumir el rol. En los últimos años, al menos en Argentina, se ha superado el concepto de que se trataba de una obligación
irrenunciable, tal como privó en algún momento. Una negativa no implica un desprecio a la función, menos aún al
símbolo. Puede haber circunstancias donde la persona enfrente un dilema de
importancia como una enorme timidez, un complejo en particular o alguna circuntancia en particular. Tanto la institución como la comunidad y aún el estado deben respetar esa voluntad. Según cuál sea la causa, particuilarmente en el sistema escolar, corresponde trabajar desde lo emocional
para asistir al alumno implicado y ayudarlo a definir con toda responsabilidad la postura
que adoptará.
Ser abanderado o escolta también
implica un puesto de honor lo que
demanda acreditar méritos muy especiales, hasta el punto de ser reconocidos por
sus camaradas y por la superioridad. La normativa que rige estas designaciones suele
ser muy precisa, sobre pautas objetivas, su aplicación puede parecer muy dura,
pero de esta manera se evitarán enojosas subjetividades cuando deban asignarse estas comisiones. Los implicados deben ser un ejemplo
de virtudes humanas y profesionales (o acreditar méritos en el estudio, si
tratamos de escolares).
Ser escolta es un enorme reconocimiento pues implica destacar de entre sus compañeros, no se trata de un “premio consuelo”. Si hay uno con mayores merecimientos será en base a su esfuerzo, no hay mengua en quien se vea postergado. Además, bien puede convenirse que el abanderado ceda circunstancialmente su rol en beneficio de los escoltas, como un gesto de camaradería que también es parte de la vida.
Es preciso señalar que,
objetivamente, es mayor mérito ser
escolta de la bandera nacional que llevar la que representa a la provincia.
Obvio que las pautas del Ceremonial consagran este precepto. Sin embargo, en el
conocimiento general no se llega a advertir lo expresado, lo que suele generar algunas incomodidades en las relaciones implicadas.
En cuanto a jerarquías, la
usanza determina que haya un primer y un
segundo escolta que, en caso necesario, reemplazarán por su orden al
abanderado.
En sí mismos, abanderado y escoltas forman un equipo. Si bien sus funciones están diferenciadas estos últimos deben ser capaces de reemplazar al primero en cualquier circunstancia, por ejemplo, en caso de ausencia o cuando lo afecte un malestar circunstancial durante una ceremonia. Por esta razón los escoltas deben contar con las habilidades y actitudes necesarias para operar con el asta/bandera, lo que solo se alcanza ensayando previamente, hasta que se alcance el nivel satisfactorio. La preparación también comprenderá el desenvolverse con solvencia en las operaciones de enfundado y desenfundado del símbolo una faceta poco frecuente, según lo que se observa cotidianamente.
Si el abanderado experimentara una discapacidad[1] los escoltas cooperarán con eficacia para asistirlo de la manera menos evidente, se trata de una actitud de empatía elemental. Lo mismo vale para los escoltas.
Ítems de interés para los escoltas:
- En el ámbito militar y de las fuerzas de seguridad el desempeño debe ser marcial, característica que será sobreactuada si se trada de una ceremonial civil, esto último no debe implicar displicencia alguna.
- Mantendrán una posición atenta, erguida, próxima al abanderado, en una línea por detrás de su posición (para que se destaque bien la bandera), nunca se colocarán en su mismo plano y, mucho menos, irán por delante. Jamás deben sentarse.
- No deben cruzarse de brazos ni colocar sus manos en los bolsillos.
- Los desplazamientos de abanderados y escoltas serán seguros, bien definidos y al unísono, con la espalda recta.
- Ante una emergencia que afecte a un escolta, el interesado lo hará saber discretamente al docente acompañante, para que provea su reemplazo transitorio por otro compañero y lo asista, de ser necesario.
- Si deben hidratarse
no lo harán ostensiblemente, corresponderá que el docente que los acompañe les
provea de un vaso con agua o, in extremis,
de una botella dotada de un sorbete, resulta inadecuado empinar el envase y
beber del pico estando en formación.
- Durante los actos es común que la corbata del asta se
desajuste y se corra para atrás. Una tarea del primer escolta será acomodarla en su debido sitio, cuando
resulte necesario.
- Cuando la enseña deba ir en la cuja o al salir de esta
posición, los escoltas dejarán que el abanderado lo concrete por sí mismo, sin
ayuda. Esto supone su capacitación para dominar el
procedimiento. El primer escolta debe estar listo para prestar una ayuda de
emergencia, únicamente cuando sea extremadamente necesario y, en especial, para evitar
que el paño toque el piso.
- Si se da la ocasión, los escoltas civiles y escolares pueden aplaudir, no así el abanderado, su
función es la de atender la bandera que porta, exclusivamente.
- No es responsabilidad de los escoltas sino de la institución,
pero es oportuno recordarlo: el
abanderado no puede resignar su función para adelantarse a recibir premios o
diplomas, tampoco se lo seleccionará para que haga uso de la palabra. Su
misión como portador es absolutamente prioritaria. Lo misma procederá
para los escoltas.
- En algunas provincias se estila que los abanderado y escoltas se desempeñen con guantes
blancos, esto evita que la grasitud de las manos ensucie el paño.
- Los escoltas no deben portar mochilas, bolsos, portafolios ni otra cosas en sus manos; estas deben estar libres por si tuvieran que tomar la bandera.
- Durante la marcha los escoltas mantendrán una posición en triángulo equilátero con respecto al abanderado, jamás ponerse a su par.
- Si la escuadra debe atravesar un pasillo o un espacio estrecho se adoptará con toda naturalidad la posición en columna, el abanderado al frente, seguido por el primer escolta y luego irá el segundo.
- El paso acompasará con el que lleve el abanderado.
- No resulta esencial que los escoltas lleven las clásicas bandas que caracterizan la función, pero siempre será lo adecuado en mérito a las tradiciones. Se apunta que en lo militar los escoltas no llevan banda, pero sí armamento y correajes.
- Es lo usual, pero nada obliga a lucir escarapela.
- A tenor de la experiencia cotidiana, quienes acompañen a una bandera de ceremonia harán bien de cuidar lo siguiente: llevar la camisa abrochada y el nudo de la corbata debidamente anudado, la camisa o chomba dentro del pantalón y con los botones abrochados (excepto el primero). Habrá que extremar la higiene en el vestido, con el cabello largo recogido y, de usarse pollera o pantalones cortos, las medias estarán subidas. En cuanto a las camisas, se acordará que abanderado y escoltas las muestren en la misma forma, ya sea las tres arremangadas o con los puños cerrados, es nada elegante usarlas a mitad de antebrazo. También se observarán otras actitudes que demanden las pautas propias de la situación.
- Obviamente, ni el abanderado ni los escoltas deberán atender sus celulares, los que se colocarán en silencio antes de comenzar los actos.
[1] Discapacidad y servicio de abanderados; https://banderasargentinas.blogspot.com/2017/05/abanderados-con-impedimenta.html y también, Abanderado con una discapacidad específica. Problemas para mantenerse de pie https://banderasargentinas.blogspot.com/2020/10/abanderado-con-una-discapacidad.html