Noticia sobre la bandera de la colmena
Por Miguel
Carrillo Bascary
Introducción
En el año 1970, el embajador Carlos Ferro (argentino) dio a conocer sus investigaciones vexilológicas en el libro que tituló “La Bandera Argentina inspiradora de los pabellones centroamericanos”. De esta manera plasmó la influencia de la divisa nacional en la definición de las banderas de la región, con referencia a la que portaban los corsarios del Río de la Plata en la segunda década del siglo XIX. Así expone la verdadera "familia de banderas" que se generó con la enseña que hoy identifica a la República Argentina.
No me adentraré en los hechos que refleja tan interesante obra ya que el objetivo de esta nota se limita a dar noticia
de otra bandera que en forma
indirecta captó la composición celeste
blanca y celeste.
La primera referencia sobre el lábaro me la proporcionó
la contribución del colega Kibou
Alexander, de Montería (Colombia), quien participa activamente del grupo de
Facebook Vexilología-Vexillology, al que desde ya recomiendo.
Una posterior recopilación
de antecedentes me permitió allegar mayor información que sintetizo en brevísimas
líneas
Referencias históricas
En 1823 se constituyó el estado de las Provincias Unidas del Centro
de América formado por las antiguas colonias españolas en la región que
adoptó como bandera la franjada celeste, blanca y celeste con su escudo
triangular en el pleno. Dos años más tarde el estado de Guatemala definió su
propia insignia, reemplazando el celeste por el azul, al que sumó un escudo
particular a fines de 1842.
Fue en 1844 que comenzó a actuar en la costa Oriental de Guatemala la “Compañia Belga de Colonización” (conformada cuatro años antes), al amparo de un contrato de concesión perpetua firmado con el gobierno guatemalteco, que le daba amplia autonomía a su gestión. Uno de los capitalistas de la empresa fue quien con el tiempo será conocido como Leopoldo de Bélgica, un típico colonialista decimonónico. Allí la presencia del estado local era muy débil y resultaba necesario captar capitales para el desarrollo con vistas a conformar un eventual paso comercial Atlántico/Pacífico.
No hay consenso sobre el punto, pero puede hablarse de
que el proyecto implicó unas 400.000 hectáreas de territorio, muchas de ellas
inundables por estar formada por manglares. La colonia tuvo por límites, al Este y al Sur el río
Motagua, al Norte, el mar de las Antillas, los golfos de Honduras y Dolec, al Oeste,
la demarcación era poco precisa. El territorio abarcaba el distrito
(ayuntamiento) de Santo Tomás de Castilla.
Fueron escasos 76 los primeros colonos belgas, entre
los que se halló un grupo de sacerdotes católicos, jesuitas. Estos comenzaron a
misionar entre los indígenas y llegaron a organizarlos bajo un régimen comunitario de
alguna manera similar al que habían desarrollado en las Misiones del Río de la
Plata en los siglos XVII y XVIII.
Las perspectivas iniciales no fueron buenas, dado el mínimo caudal inmigratorio y las paupérrimas condiciones que encontraron. Una de las fuentes consultadas indica que hacia 1845 habían llegado unos 880 colonos, muchos de los cuales fallecieron, principalmente por la malaria. El proyecto nunca pudo afianzarse, todo lo contrario. En 1855 Guatemala canceló la concesión y los pocos colonos europeos que subsistían fueron repatriados. Hoy, solo un abandonado cementerio recuerda la fallida empresa.
Su bandera
Como era habitual en el marco de los siglos XVII a
XIX, las compañías de colonización contaban con banderas identificatorias, recordemos que si bien no eran sujetos de Derecho Público actuaban activamente con relación a los estados, contaban con flotas y ejércitos propios, además de ejercer funciones propias de gobiernos en el área que les correspondía, hasta el punto que hoy nos parece desmesurado. Fue
el caso de la “Compañía Belga de Colonización” que empleó un vexilo de tres
franjas, celestes la superior e inferior, encerrando una blanca, en la que
campeó la imagen de una colmena sobrevolada por varias abejas, en amarillo (ver la imagen que preside esta nota).
La asociación de esta enseña con los lábaros centroamericanos
es absolutamente evidente, pero lo realmente curioso es que la colmena en amarillo
impacta visualmente como si fuera el Sol que caracteriza a la bandera nacional
de Argentina.
¿Una casualidad? ¿Quizás otra lejana influencia vexilológica de aquel pabellón emblema de la libertad que izaban los corsarios rioplatenses pocas décadas antes?
Fuente principal: Willy Soto Acosta y Carlos Humberto
Cascante Segura. “La colonia de Santo Tomás: las visiones de un intento de colonización
belga en Centroamérica”, en Anuario de
Estudios Centroamericanos, Universidad de Costa Rica, 41: 121-145, 2015 /
ISSN: 0377-7316
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