domingo, 19 de enero de 2025

1824-1825: ¡América libre!

El relato de un testigo

Batalla de Ayacucho (Teófila Aguirre, Museo Nacional de Historia, Perú)

Por Miguel Carrillo Bascary

Para la mayoría de los argentinos y de los americanos también, quizás algo, menos para peruanos, colombianos y bolivianos, Ayacucho evoca una calle, una plaza o, a lo sumo, una ciudad. Esto es una enorme injusticia y una manifestación de suponía ignorancia, que realmente duele. Este desconocimiento generalizado nos revela una importante deuda con los que combatieron ahí.

Sin Ayacucho no existiría la libertad del continente. Sin Ayacucho, el sacrificio de toda una generación de americanos hubiera sido estéril. Sin Ayacucho, las campañas libertadoras de San Martín y de Bolívar carecerían de sentido y con ellas todas las acciones de guerra que hubo a lo largo de la costa occidental de América, tanto en tierra como en los mares.

Y, si nos limitamos a la extensión del antiguo Virreinato del Río de la Plata, es válido afirmar que, sin Ayacucho las batallas de Tucumán, Salta, Suipacha, Las Piedras, La Florida, El Pari, Vilcapugio, Ayohuma, Sipe-Sipe, Huaqui, del Valle de Lerma, Yavi, La Laguna, Humahuaca, León, Yala, el mismo San Lorenzo, la toma de Montevideo, el Éxodo Jujeño, el accionar heroico de las Republiquetas, las muerte de las heroínas de La Coronilla, el periplo corsario de Bouchard alrededor del mundo, los combates navales de Quilmes, El Buceo, Martín García y San Nicolás, los más de 800 otros encuentros bélicos que hubo en la región y los indecibles esfuerzos de guerra que empeñaron los civiles comprendidos en este ámbito geográfico hubieran sido inútiles y sangrientas pesadillas.

El 9 de diciembre de 1824 es una fecha bisagra en la historia del continente. Mucho dio España y mucho ofrendó América en un proceso de varios siglos, con claros, oscuros y muchos grados de grises, que se evidenciaron con encuentros y desencuentros, pero que en Ayacucho encontraron el cierre de un ciclo.

La batalla de Ayacucho implicó la extinción del poder hispano en la mayor parte de América y la definitiva consolidación de la libertad política de las regiones que alguna vez fueron reinos de la Corona de Castilla.

La noticia de la victoria del Ejército Unido al mando de un general de veinticinco años, Antonio José de Sucre[1], demoró casi dos meses en llegar al Río de la Plata. Fue precisamente el 21 de enero de 1825, de manera que en estos días se cumplen dos siglos de la histórica jornada. La tardanza se debió a las difíciles comunicaciones de entonces.

Muchos de quienes fueron protagonistas en los años previos, a quienes se engloba con el término de “próceres” y de “guerreros de la Independencia”, no llegaron a ver la puesta del Sol el 9 de noviembre de 1825 sobre una América libre. Entre ellos menciono a: Manuel Belgrano, Mariano Moreno, Juan J. Castelli, Felipe Pereyra y Lucena, Manuel Artigas, Ildefonso de las Muñecas, Francisco del Rivero, Manuel Padilla, Francisco Arze, Martín de Güemes, Bernabé Aráoz, Ignacio Warnes, Jaime de Murillo, Juan J. Fernández Campero, Manuel Díaz Vélez, Vicente Camargo, Manuel Arias, las heroínas de La Coronilla, Ángel Monasterio, Benito Álvarez, Juan B. Cabral, el niño Pedro Ríos y cientos más. Muchos otros cuyos nombres no guardó la historia también deberían mencionarse.

En la pampa de Ayacucho[2], en cercanía de la ciudad de igual nombre, hasta 1825 conocida como Huamanga, una planicie elevada con cierta pendiente, ubicada a unos 3.400 msnm, al pie del cerro Condorcunca[3], ahí se libró la decisiva batalla. La bibliografía al respecto es amplísima y nos aporta múltiples referencias. Vale citar que las fuerzas realistas tenían amplia superioridad en hombres y en artillería. El Ejército Unido reunía algo más de 9.500 hombres, unos 4.500 colombianos (incluyendo venezolanos y ecuatorianos), 3.000 peruanos, 1.200 chilenos y unos 80 rioplatenses, a lo que corresponde sumar muchos jefes argentinos que comandaban unidades peruanas. La acción se desarrolló a partir de las 9 y finalizó unas tres otras más tarde, 14 generales españoles rindieron sus espadas, entre ellos el virrey. El momento cúlmine fue la carga de los “Húsares de Junín”, al mando del coronel argentino Isidoro Suárez (1799-1846) y de los “Granaderos a Caballo”, conducidos por el coronel graduado José Félix Bogado (1777-1829) que arrollaron a la última resistencia de los virreinales. El parte de la victoria indicó 310 muertos y 609 heridos del Ejército Unido, lo que contrastó con los 1.800 y 300, de las tropas virreinales. Quienes triunfaron tomaron más de 2.500 prisioneros.

Los coroneles Suarez y Bogado

Por entonces en Bs. Aires se comerciaba y se vivía lejos de los cruciales momentos que se desarrollaban en el Alto Perú, el pueblo llano prescindía de todo aquello que estuviera más allá de un día de viaje allende su ejido.

Conocemos lo acontecido cuando llegó la noticia a partir del relato de un calificado testigo, un vecino porteño que e3scribió sus impresiones, sin que su objetivo fuera trascender. Se trata de Juan Manuel Beruti (1777-1856), hermano de Antonio Luis Beruti, aquél a quien se mal-vincula con la adopción del celeste y blanco como divisa del movimiento de Mayo de 1810[4]. De hecho, había sido tesorero del Real Cuerpo de Artillería y más tarde alcalde de barrio.

Desde sus trece años el autor llevó una suerte de diario personal donde anotaba y describía con vivos detalles los sucesos cotidianos. Esto nos aporta un relato de notable frescura que resulta muy agradable de leer. Los interesados en Beruti podrán recabar mayores referencias consultando la popular Wikipedia[5], ahí también se verán detalles sobre su obra, pero si se busca mayor solidez historiográfica será factible encontrar otras fuentes[6].

Las “Memorias Curiosas[7]”, tal el nombre con que se conocen, fueron parcialmente publicadas en 1945 por la “Revista de la Biblioteca Nacional[8]” pero su totalidad consta en la monumental “Biblioteca de Mayo, Colección de Obras y Documentos para la Historia Argentina” (tomo IV-“Diarios y Crónicas”) que se editó en 1960 como parte de las conmemoraciones por el sesquicentenario de la Revolución de Mayo. De allí se transcriben de las repercusiones que tuvo en Bs. Aires el triunfo en Ayacucho. Gloso las palabras de Beruti para una mejor apreciación del lector, preservo la puntuación de origen y el uso de mayúsculas.

El 21 de enero de 1825

“Como a las 10 de la noche se oyó el repique de campanas[9] y como a las 11 de ella una salva de artillería[10] que hizo el Fuerte[11], y fue la causa la muy plausible noticia que acababa de recibir el gobierno de que el día 9 de diciembre de 1824 el ejército del general Bolívar en los campos de Ayacucho, en el Perú, al mando de su mayor general [Antonio José de] Sucre, fue derrotado el ejército español, venciendo las armas de la patria, a los tiranos completamente en los términos que quedaron prisioneros, el virrey de [José de] La Serna[12] y sus generales [José de] Canterac[13], [Gerónimo] Valdés[14] y [José] Carratalá[15], con todo el ejercito que, el que no murió, quedó prisionero, con toda su oficialidad e igualmente sus bagajes, armas, municiones y artillería y herido el virrey La Serna, quién habiéndose retirado por esto, su mayor general Canterac tomó el mando, siguió la acción y por no perecer capituló con nuestro general [Sucre], quedando prisionero y ofreciendo hacer entregar el castillo del Callao[16] a nuestras armas.

Con esta acción tan brillante que inmortalizará el nombre de Bolívar y todo su ejército, el Perú y toda la América del Sur quedará libre para siempre de sus enemigos y disfrutará del sosiego y paz que tanto deseamos, pues es factible que los pocos restos que quedan de enemigos capitularán entregándose o perecerán.

En esta acción quedo abatido el orgullo español, que nos quería volver a esclavizar y al [la] América triunfante; así castiga Dios la soberbia y premia la virtud […]”

Comentario. Tras leer la crónica se hace evidente la escasa información sustantiva que poseía Beruti. Obsérvese que no hizo ninguna referencia a los rioplatenses que participaron de la acción[17]. Tampoco a otros jefes americanos que estuvieron presentes (solo destaca al mariscal Sucre), ni a las unidades que intervinieron, ni al número de bajas o de prisioneros que hubo. Sí pudo desahogarse incluyendo una monición moralista en el último párrafo que dedicó al suceso.

El 13 de febrero de 1825

“Con motivo de haber llegado de oficio[18] la noticia de la derrota del ejército español en el Perú por las tropas del general Bolívar, se cantó un solemne Tedeum[19] en la iglesia catedral, al que asistieron el señor gobernador [Juan Gregorio de Las Heras[20]] y demás autoridades [así] como los cónsules y ministros extranjeros que se hallaban en esta.

Esta misma noche hubo iluminación general[21], y en las dos siguientes músicas[22], bailes públicos, castillos de fuego[23] y comedias.

El buque comandante de marina[24] estuvo de día empavesado[25], y de noche iluminado hasta el tope de los palos, quien cada noche hacía dos saludos[26] de 25 cañonazos cada uno, principiando el primero a las 9 de la noche.

En el parque de artillería[27] hubo un gran refresco[28]y baile que duró hasta las tres de la mañana[29] y se tiraron una salva que se hizo a eso de las 11 de la noche de cien cañonazos[30].

Parque de Artillería, años más adelante

Últimamente algunos del comercio[31] dieron un baile con ramillete[32] en el patio del Tribunal del Consulado[33], que duró hasta las cinco de la mañana; otros se juntaron y dieron un convite o comida que duró hasta la misma hora en la fonda de los franceses[34], habiéndose principiado a las 10 de la noche del día anterior.

Los señores secretarios de estado, de gobierno y guerra[35], en el mismo Consulado dieron una comida de más de 100 cubiertos[36], que duró las mismas horas.

Sede del Consulado de Buenos Aires

Los americanos ingleses[37], su cónsul de aquella república dieron un baile y ramillete, en el patio del Consulado, el día 23 de febrero de 18925, que duró lo mismo que el anterior, habiendo sido todos con la mayor magnificencia, costo y lucimiento”.

El 24 de febrero de 1825

“Los patriotas, cabezas que el 25 de mayo de 1810 quitaron al virrey Cisneros, e instalaron la Junta gubernativa en ese día, sacaron en triunfo por las calles y plazas de esta ciudad el retrato del general Simón Bolívar en un magnifico y rico carro, que fue tirado por 20 hombres[38], soldados cívicos de la legión patria[39], que lo conducían a pie de igual número de cordeles de seda, que salían de ambos lados.

El carro salió del parque de artillería a las 6 de la tarde al que, a su salida, se le saludó con 20 tiros de cañón que estaban asestados al frente de su puerta principal.

Por delante de dicho carro iba tocando la música del mismo cuerpo Legión Patria[40], en seguida iba el carro, escoltado de 4 soldados coraceros[41] que iban a pie a sus costados; en seguido de este iba un carro tirado de 4 mulas[42] en donde estaban colocados fusiles, tambores, sables, gorras, morriones y banderas arrolladas españolas[43], que manifestaban su abatimiento y después de este un cañón volante[44] tirado por una mula, despojo de los españoles.

Cañón volante

Llevaba el carro, para su mayor adorno 7 banderas al respaldo de igual números de naciones amigas, a saber 3 al costado derecho, de las repúblicas argentina, chilena y peruana[45], y tres al izquierdo de las naciones que tienen sus cónsules en esta, a saber: la norteamericana inglesa, cuya república fue de la primera que lo mandó, y nos reconoció, la del reino de la Gran Bretaña, y la del Imperio del Brasil, yendo en el centro de estas la de la república de Colombia[46].

Del parque se dirigió a casa del ministro plenipotenciario de Colombia el doctor don Gregorio Funes[47], quien recibió el acompañamiento de un gran refresco general: aquí tomaron los convidados más de cien hachas de cera y después de una canción patriótica[48] cantada en el plano por dos hombres y una señorita, como de una renga [arenga] que hizo Funes, se dirigió el carro hasta llegar a la plaza[49] en donde al frente de la pirámide[50], que estaba iluminada, como la casa de policía y la plaza con masas de luz, se cantó una magnifica canción patriótica, la que concluida se pegó fuego a un castillo, que se colocó en la misma plaza, con lo que el inmenso pueblo que lo acompañaba quedó con gran gusto y contento.

Después de esto con motivo de haberse levantado una tormenta y amenazar de llover por la oscuridad en que se puso la noche, se mandó recoger en una casa particular el carro; pero el acompañamiento con la música, después de guardado el carro, se dirigió a casa de un comisionado para esta función, en donde se recibió el acompañamiento de un lucido refresco cena y baile, que duró hasta las tres de la mañana[51]”.

Comentario. Es notable el detalle con que Beruti comenta los acontecimientos festivos a que dio lugar la noticia, en lo que cuidó incluir los diversos sectores sociales que lo celebraron. Sin duda que la vivencia social debió ser impresionante, imagínese el enorme gentío congregado y esa marcha de antorchas en la noche que concluyó nada menos que en la histórica Plaza, junto a la “Pirámide de la Libertad”. Sin contar con lo que implicó el desarrollo de los otros núcleos festivos que se mencionan. Pareciera que Beruti no dejó aspecto por consignar, esto se desprende de su mención del gobierno, la Iglesia, el ejército, también del comercio y a los agentes exteriores. Destaco que su referencia a “Los patriotas, cabezas que el 25 de mayo de 1810 quitaron al virrey Cisneros, e instalaron la Junta gubernativa en ese día”, permite advertir que los protagonistas de los Sucesos de Mayo de 1810, merecieron reconocimiento por su decisión que fue uno de los gérmenes de la libertad americana que se concretó en Ayacucho.

Como corolario. Tras lo reproducido Beruti continuó escribiendo sus memorias sin volver sobre el tema, como si tamaña realidad pasó a la historia, mientras la vida cotidiana de los porteños continuó con toda normaldiad. Su siguiente asiento data del 25 de febrero de 1825 cuando informa que se ahorcó a una negra, como de 23 años que asesinó a su ama con unas tijeras. ¡Ni la alegría del triunfo obtenido en Ayacucho alcanzó para que las autoridades indultaran a la rea, como era tradicional en casos de una gran celebración popular!

Ayacucho hoy

Vista del casco antiguo

La ciudad es capital del departamento de su nombre. Cuenta con unos 230.000 hab. con una densidad de 60 hab./km². Ha conservado su arquitectura indiana en gran parte, al punto que se la conoce como la “ciudad de las 33 iglesias”. Es un importante centro de artesanías. El turismo se incrementa en Carnaval y Semana Santa, valorados como de patrimonio cultural nacional.

   
Bandera y blasón de Ayacucho

Su enseña es celeste “símbolo de la fidelidad e inteligencia de los pobladores”. Carga el blasón local, concedido por Felipe II. Su principal atributo es el pucará incaico que se encuentra en sus cercanías, sobre él flota una nube, en la que se divisa un Agnus Dei [Cordero de Dios[52]] echado sobre el libro de los siete sellos, el Apocalipsis escrito por el apóstol San Juan, lo que se justifica ya que la ciudad fue fundada en 1540 por Francisco Pizarro con el nombre de San Juan de la Frontera de Huamanga. Cuenta con Universidad, dos mercados populares y su aeropuerto. Es también centro de servicios para una extensa región agro ganadera.

Obelisco evocativo

En sus cercanías se encuentra el “Santuario Histórico Pampas de Ayacucho”, donde se libró la histórica batalla, establecido en 1980. Está dominado por un obelisco, obra del español Aurelio Bernandino Arias, que cuenta con un mirador de 44 metros de altura. Se inauguró en 1974.



Notas y referencias

[1] Nació en 1795 y falleció en 1830, a sus 35 años de edad. Había llegado al generalato en 1819. Se le debe el “Tratado de Regularización de la Guerra” (1820) uno de los primeros hitos del Derecho Humanitario. Mayores datos sobre su biografía pueden verse en https://enciclopedia.banrepcultural.org/index.php?title=Antonio_Jos%C3%A9_de_Sucre

[2] También se la conoce como “Pampa de Quinua”, por hallarse próxima a la localidad de este nombre; hoy con unos 1.300 habitantes.

[3] En quechua, Kunturkunka (Cuello de cóndor). Su cumbre alcanza los 4.231 msnm.

[4] Ref.; Nuestra Escarapela y un relato inaceptable, de Miguel Carrillo Bascary; https://banderasargentinas.blogspot.com/2015/06/nuestra-escarapela-y-un-relato.html

[6] Véase, por ejemplo: Cruces discursivos de la memoria pública y la privada: Memorias curiosas de Juan Manuel Beruti y la Gaceta de Buenos Aires, de Virginia Forace. Universidad Nacional de Mar del Plata – CONICET; en https://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.3853/ev.3853.pdf

[8] Editada en Bs. Aires, 1945. Las “Memorias” obran en el tomo XII, Nº33.

[9] En aquellos tiempos las campanas eran recursos fundamentales para la comunicación general. En su caso repicaban para despertar la atención del pueblo sobre acontecimientos de interés común; desde un inminente peligro hasta alguna noticia significativa, como fue el conocerse la victoria patriota en Ayacucho. El “repique” era un toque, desprovisto de la solemnidad, todo lo contrario, al solemne que se usaba para las ocasiones de luto, llamado a misa y otros fines religiosos. Usualmente la autoridad requería el repique al templo principal de la ciudad, siempre situado en las inmediaciones de su sede, los otros templos recogían el estímulo y se replicaba hasta los más lejanos puntos del poblado. Apercibido, el pueblo se concentraba en la plaza principal para imponerse de la novedad.

[10] Las “salvas” consisten en disparos de piezas de artillería, cuya función principal era y aún es, la de tributar honores. El número de disparos indicaba la importancia del beneficiario que trasuntaba al Ceremonial; https://es.wikipedia.org/wiki/Salva_(militar)

[11] Su nombre era “Real Fortaleza de Don Juan Baltasar de Austria”, más tarde conocida como “Fortaleza de San Miguel”. Se ubicaba aproximadamente donde hoy se levanta la “Casa Rosada”, sede del Poder Ejecutivo Nacional. Tenía el carácter de “presidio”, calificativo que indicaba ser elemento para la defensa de la navegación, por esta razón izaba en sus murallas la bandera de la Real Armada, la roja y gualda. Además de la fortificación en sí era la sede del gobierno en la época. Comenzó a construirse en 1580 y se lo demolió entre 1853 y 1873.

[16] Su nombre formal era el de “Real Fortaleza del Real Felipe”, principal bastión realista ubicado en el puerto de El Callao (Perú), símbolo del poder militar español en Sudamérica, hoy está reconocido como patrimonio de la humanidad. Tenía connotaciones siniestras ya que en sus mazmorras se destinaron a prisión y muchos patriotas perecieron ahí.

[17] La Historia informa que participaron de esta batalla los oficiales rioplatenses: José de Olavarría, Juan Pascual Pringles, Manuel Soler, Isidoro Suarez; José María de la Plaza, José Félix Bogado, Eustaquio Frías, Román Deheza, Pedro P. Estrada, Francisco Aldao, Juan E. Pedernera, Francisco Olmos y otra decena más.

[18] Como “oficio” se denomina a las comunicaciones “oficiales”, en lo que vale la redundancia para aclarar su concepto. La mención indica que la comunicación emanó de una autoridad gubernamental y que en este carácter fue recibida por el gobierno de Bs. Aires, que por entonces estaba cargo de las relaciones internacionales de la Argentina.

[19] Liturgia de acción de gracias de la Iglesia católica, muy solemne y popular.

[20] Nació en Bs. Aires, en 1780, y falleció en Santiago de Chile, en 1866. Gran colaborador del Gral. San Martín, hizo las campañas de Chile y del Perú. Luego fue gobernador de Buenos Aires (1824-1826). Más referencias en https://sanmartiniano.cultura.gob.ar/noticia/general-juan-gregorio-de-las-heras-destacado-por-sus-acciones-en-cancha-rayada/

[21] Las “iluminaciones” eran una manifestación de júbilo y de alegría ya que contrastaban con la casi total oscuridad que reinaba en la ciudad durante el resto del año. Se dispensaba mediante hachas de fuego y farolas alimentadas con grasa vacuna o de potro. Las “hachas” eran manojos de cuerdas recubiertas con cera o grasa, que se instalaban en elementos de hierro afirmados a los muros exteriores de las casas. Un método de iluminación muy barato empleado promiscuamente en el siglo XIX y también en los anteriores.

[22] Se llamaban “músicas” a las bandas militares que por entonces solían ejecutar piezas militares y populares para regocijo de la población en general.

[23] Estructuras de cañas destinadas a sostener fuegos artificiales, una diversión muy popular en aquellos tiempos.

[24] Siendo Bs. Aires una plaza fuerte naval disponía de una nave de guerra asignada al control del puerto, a esta se refiere Beruti; presumiblemente se trataría del bergantín “Aranzazu”.

[25] El “empavesado” consiste en una ornamentación mediante una línea con diversas banderas, que se extiende desde el botalón del bauprés hasta la popa de las embarcaciones, hilvanando los topes de sus diversos mástiles. En el ceremonial naval es una tradicional muestra de celebración y también un forma de rendir honores.

[26] Estos “saludos” consistían en disparos de piezas de artillería ubicadas en los barcos, también denominadas “salvas”, por realizarse sin cargar proyectiles.

[27] Solar que oficiaba de arsenal militar. Se encontraba en lo que hoy aproximadamente es la Plaza Lavalle y el edificio de los Tribunales, en Bs. Aires. Incluía una extensa zona pantanosa de unas 10 manzanas de superficie. Ahí se instaló la primera fábrica de armas y municiones en 1815, que estuvo a cargo de Domingo Matheu. Más info en: http://www.arcondebuenosaires.com.ar/parque-artilleria.htm

[28] Por “refresco” se entendía el escanciado de vino de baja calidad, generalmente el llamado carlón, que se aguaba para disminuirle su contenido alcohólico. También se mezclaba con zumos de fruta conformando una especie de clericó. Se le adicionaba hielo, como mayor novedad.

[29] Una hora inusual para la vida de la población de entonces, lo que evidencia el gran jolgorio que conllevó la noticia del triunfo.

[30] La inusitada cantidad de disparos tuvo correlato en la magnitud de la noticia. No era usual para menos. Téngase presente que la costumbre consagraba usualmente 21 cañonazos.

[31] Se estima que eran comerciantes patriotas, sabedores de que un gesto de generosidad les granjearía un conocimiento proporcional entre sus clientes y relaciones. Una suerte de esponsoreo, diríamos hoy.

[32] Esta costumbre social se caracterizaba por el presente constituido por un ramillete (bouquet) de flores que recibía la dama de manos de su caballero. Nos indica una variedad refinada de ocasión bailable, contrapuesta a la promiscuidad que caracterizaba a los encuentros danzantes de carácter popular.

[33] Su gran edificio se prestaba magníficamente para este tipo de encuentros multitudinarios. Desde 1805 la institución funcionó en la casona comprada a Benito Olazábal, cercana a la Catedral, sobre la hoy calle San Martín al 100, sitio donde se levanta la Casa Central del Banco de la Provincia de Buenos.

[34] Afamado establecimiento que existía en la ciudad, también contaba con hospedaje.

[35] Como “secretarios” se denominaba a los funcionarios que hoy llamamos “ministros”.

[36] Esta referencia indica una conjunción de esfuerzos entre el gobierno y los principales referentes de la sociedad civil. Sin duda que implicó un desembolso económico de importancia. Sus asistentes serían el alto funcionariado y los vecinos más caracterizados, no solo desde la perspectiva de su alcurnia social, también pertenecían al quehacer económico, naviero y comercial.

[37] La expresión “ingleses americanos” alude a los ciudadanos de los Estados Unidos.

[38] Este tipo de manifestaciones “espontáneas” eran muestra de la gran popularidad del homenajeado. La costumbre se remonta a la Antigüedad clásica, también tuvo expresiones similares en las culturas de Asia y entre los germanos.

[39] Designación que recibía la “Legión Patricia”, primer cuerpo armado constituido por americanos, este era el nombre tradicional, aunque formalmente le correspondía el de Regimiento de Infantería 1. Se formó para combatir a los británicos en la gesta que se conoce como las “Invasiones Inglesas” al Río de la Plata (1806-1807).

[40] Referencia a la banda de música y guerra del cuerpo “Patricios de Buenos Aires”.

[41] La coraza, es un arma defensiva que solo se usó en el Río de la Plata en torno al año de 1820, no fue parte del equipamiento regular de las fuerzas patriotas en las luchas por la independencia. Eran populares en Europa. Su alto costo implicó que se reservaran para las unidades de elite, particularmente la caballería, aunque no con exclusividad.

[42] Desde los tiempos de la Antigua Roma y aún antes, los desfiles de victoria se complementaban con vehículos que mostraban al pueblo los trofeos conquistados. En el caso que relata el autor los que iban sobre el carro de referencia eran meramente simbólicos, una suerte de representación de las armas y emblemas que podían haber capturado las tropas que combatieron en Ayacucho. Simbolizaban la imagen los triunfos americanos en los diferentes teatros de operaciones donde combatieron tropas argentinas.

[43] Hoy resulta imposible conocer si las banderas españolas mencionadas eran aquellas obtenidas por las tropas argentinas en triunfos pretéritos o bien, si serían de algunas que se encontraban en Bs. Aires pero que no consistían en trofeos de guerra. El hecho de presentarse arrolladas es manifestación de derrota, conforme al axioma que indica que todo vexilo que no flamea libremente es por haber sido rendido o por manifestar el pesar de un duelo.

[44] Las piezas de artillería de este tipo eran de pequeño calibre, así lo indica la mención de que la arrastraba una sola mula. En consecuencia, su presencia en el desfile es toda una alegoría y no una manifestación del poder de fuego del ejército involucrado.

[45] Corresponde destacar el respeto de la tradicional pauta de protocolo que asigna a la derecha como posición de privilegio. En la oportunidad se destinó a las naciones citadas, mientras que se colocaron a la izquierda los vexilos de los estados extranjeros que habían reconocido la independencia de las naciones de América.

[46] La ubicación en el centro que se asignó a Colombia singularizada por su protagonismo en Ayacucho, en correspondencia con los cánones protocolares. Con esta disposición se rendía homenaje a la nación que en mayor número de hombres y jefes había contribuido a la victoria. Cabe señalar que “Colombia” comprendía tanto a la nación de su nombre como a Venezuela y Ecuador.

[47] Se trataba nada más ni nada menos que del famoso “Deán Funes” (1749-1829), clérigo patriota de intensa acción en la época, a quien se consideraba uno de los principales actores de la política rioplatense. Doctorado en la Universidad de Alcalá de Henares, integró la Junta Grande, escribió una historia de los primeros gobiernos patrios y también fue congresista. Hacia 1825 actuaba como encargado diplomático de la Gran Colombia, pese a ser nacido en Córdoba.

[48] Directa alusión a la composición hoy conocida como “Himno Nacional argentino”. En contraposición a su uso formal en los actos oficiales, al tiempo de escribir Beruti sus “Memorias” la cantaban a voz en cuello todas las clases sociales, como parte de las celebraciones populares.

[49] El autor alude a la “Plaza de la Victoria” o “Mayor”, hoy “de Mayo”, centro neurálgico de la vida en el período comentado.

[50] Obviamente la referencia alude a la “Pirámide de Mayo”, obelisco que mandó levantar la Junta Grande, segundo gobierno patrio, para celebrar el primer aniversario de la deposición del virrey Cisneros. Se inauguró el 25 de mayo de 1811.

[51] El relato indica que la amenaza de tormenta fue alarmante, pero también que se disipó hasta el punto que la celebración se prolongó hasta la madrugada.

[52] Puede ampliarse sobre este emblema en El Agnus Dei en la Emblemática. La figura del Agnus Dei, de Miguel Carrillo Bascary; https://banderasargentinas.blogspot.com/2020/04/el-agnus-dei-en-la-emblematica.html

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