El relato de un testigo
Por Miguel
Carrillo Bascary
Para la mayoría de los argentinos y de los
americanos también, quizás algo, menos para peruanos, colombianos y
bolivianos, Ayacucho evoca una calle,
una plaza o, a lo sumo, una ciudad. Esto es una enorme injusticia y una
manifestación de suponía ignorancia, que realmente duele. Este desconocimiento
generalizado nos revela una importante deuda con los que combatieron ahí.
Sin Ayacucho no existiría
la libertad del continente. Sin Ayacucho, el sacrificio de toda una generación
de americanos hubiera sido estéril. Sin Ayacucho, las campañas libertadoras de San Martín y de Bolívar carecerían de
sentido y con ellas todas las acciones de guerra que hubo a lo largo de la
costa occidental de América, tanto en tierra como en los mares.
Y, si nos limitamos a la
extensión del antiguo Virreinato del Río de la Plata, es válido afirmar que, sin Ayacucho las batallas de Tucumán,
Salta, Suipacha, Las Piedras, La Florida, El Pari, Vilcapugio, Ayohuma, Sipe-Sipe,
Huaqui, del Valle de Lerma, Yavi, La Laguna, Humahuaca, León, Yala, el mismo
San Lorenzo, la toma de Montevideo, el Éxodo Jujeño, el accionar heroico de las
Republiquetas, las muerte de las heroínas de La Coronilla, el periplo corsario
de Bouchard alrededor del mundo, los combates navales de Quilmes, El Buceo, Martín
García y San Nicolás, los más de 800 otros encuentros bélicos que hubo en la
región y los indecibles esfuerzos de guerra que empeñaron los civiles
comprendidos en este ámbito geográfico hubieran sido inútiles y sangrientas pesadillas.
El 9 de diciembre de 1824 es una fecha bisagra en la
historia del continente. Mucho
dio España y mucho ofrendó América en un proceso de varios siglos, con claros,
oscuros y muchos grados de grises, que se evidenciaron con encuentros y
desencuentros, pero que en Ayacucho encontraron el cierre de un ciclo.
La batalla de Ayacucho implicó la extinción del poder
hispano en la mayor parte de América y la definitiva consolidación de la
libertad política de las regiones que alguna vez fueron reinos de la Corona de
Castilla.
La noticia de la victoria del Ejército Unido al mando de un general de veinticinco años, Antonio José
de Sucre[1],
demoró casi dos meses en llegar al Río de la Plata. Fue precisamente el 21 de enero de 1825, de manera que en estos días se cumplen dos siglos de la histórica jornada. La tardanza se
debió a las difíciles comunicaciones de entonces.
Muchos de quienes fueron
protagonistas en los años previos, a quienes se engloba con el término de
“próceres” y de “guerreros de la Independencia”, no llegaron a ver la puesta del Sol el 9 de noviembre de 1825 sobre
una América libre. Entre ellos menciono a: Manuel Belgrano, Mariano Moreno,
Juan J. Castelli, Felipe Pereyra y Lucena, Manuel Artigas, Ildefonso de las
Muñecas, Francisco del Rivero, Manuel Padilla, Francisco Arze, Martín de
Güemes, Bernabé Aráoz, Ignacio Warnes, Jaime de Murillo, Juan J. Fernández
Campero, Manuel Díaz Vélez, Vicente Camargo, Manuel Arias, las heroínas de La
Coronilla, Ángel Monasterio, Benito Álvarez, Juan B. Cabral, el niño Pedro Ríos
y cientos más. Muchos otros cuyos nombres no guardó la historia también
deberían mencionarse.
En la pampa de Ayacucho[2],
en cercanía de la ciudad de igual nombre, hasta 1825 conocida como Huamanga, una planicie elevada con cierta pendiente, ubicada a
unos 3.400 msnm, al pie del cerro Condorcunca[3],
ahí se libró la decisiva batalla. La
bibliografía al respecto es amplísima
y nos aporta múltiples referencias. Vale citar que las fuerzas realistas tenían
amplia superioridad en hombres y en artillería. El Ejército Unido reunía algo
más de 9.500 hombres, unos 4.500 colombianos (incluyendo venezolanos y
ecuatorianos), 3.000 peruanos, 1.200 chilenos y unos 80 rioplatenses, a lo que
corresponde sumar muchos jefes argentinos que comandaban unidades peruanas. La
acción se desarrolló a partir de las 9 y finalizó unas tres otras más tarde, 14
generales españoles rindieron sus espadas, entre ellos el virrey. El momento cúlmine fue la carga de los “Húsares
de Junín”, al mando del coronel argentino Isidoro Suárez (1799-1846) y de los “Granaderos
a Caballo”, conducidos por el coronel graduado José Félix Bogado (1777-1829) que
arrollaron a la última resistencia de los virreinales. El parte de la victoria indicó 310 muertos y 609 heridos del Ejército
Unido, lo que contrastó con los 1.800 y 300, de las tropas virreinales. Quienes
triunfaron tomaron más de 2.500 prisioneros.
Por entonces en Bs. Aires
se comerciaba y se vivía lejos de los
cruciales momentos que se desarrollaban en el Alto Perú, el pueblo llano
prescindía de todo aquello que estuviera más allá de un día de viaje allende su
ejido.
Conocemos lo acontecido cuando
llegó la noticia a partir del relato de
un calificado testigo, un vecino porteño que e3scribió sus impresiones, sin
que su objetivo fuera trascender. Se trata de Juan Manuel Beruti (1777-1856), hermano de Antonio Luis Beruti, aquél
a quien se mal-vincula con la adopción del celeste y blanco como divisa del
movimiento de Mayo de 1810[4]. De hecho, había
sido tesorero del Real Cuerpo
de Artillería y más tarde alcalde de barrio.
Desde sus trece años el
autor llevó una suerte de diario
personal donde anotaba y describía con vivos detalles los sucesos cotidianos.
Esto nos aporta un relato de notable frescura que resulta muy agradable de
leer. Los interesados en Beruti podrán recabar mayores referencias consultando
la popular Wikipedia[5],
ahí también se verán detalles sobre su obra, pero si se busca mayor solidez
historiográfica será factible encontrar otras
fuentes[6].
Las “Memorias Curiosas[7]”,
tal el nombre con que se conocen, fueron parcialmente publicadas en 1945 por la
“Revista de la Biblioteca Nacional[8]”
pero su totalidad consta en la monumental “Biblioteca de Mayo, Colección de
Obras y Documentos para la Historia Argentina” (tomo IV-“Diarios y Crónicas”)
que se editó en 1960 como parte de las conmemoraciones por el sesquicentenario
de la Revolución de Mayo. De allí se transcriben
de las repercusiones que tuvo en Bs. Aires el triunfo en Ayacucho. Gloso las
palabras de Beruti para una mejor apreciación del lector, preservo la puntuación
de origen y el uso de mayúsculas.
El 21 de enero de 1825
“Como a las 10 de la noche se oyó el
repique de campanas[9] y como a
las 11 de ella una salva de artillería[10] que hizo
el Fuerte[11], y fue
la causa la muy plausible noticia que acababa de recibir el gobierno de que el
día 9 de diciembre de 1824 el ejército del general Bolívar en los campos de
Ayacucho, en el Perú, al mando de su mayor
general [Antonio José de] Sucre, fue derrotado el ejército español, venciendo
las armas de la patria, a los tiranos completamente en los términos que
quedaron prisioneros, el virrey de [José de] La Serna[12] y sus generales [José de] Canterac[13], [Gerónimo] Valdés[14] y [José] Carratalá[15], con todo el ejercito que, el que no murió,
quedó prisionero, con toda su oficialidad e igualmente sus bagajes, armas, municiones
y artillería y herido el virrey La Serna, quién habiéndose retirado por esto,
su mayor general Canterac tomó el mando, siguió la acción y por no perecer capituló
con nuestro general [Sucre], quedando
prisionero y ofreciendo hacer entregar el castillo del Callao[16] a nuestras armas.
Con esta acción tan brillante que inmortalizará el
nombre de Bolívar y todo su ejército, el Perú y toda la América del Sur quedará
libre para siempre de sus enemigos y disfrutará del sosiego y paz que tanto
deseamos, pues es factible que los pocos restos que quedan de enemigos
capitularán entregándose o perecerán.
En esta acción quedo abatido el orgullo español, que
nos quería volver a esclavizar y al [la] América
triunfante; así castiga Dios la soberbia y premia la virtud […]”
Comentario. Tras leer la crónica se hace evidente la escasa
información sustantiva que poseía Beruti. Obsérvese que no hizo ninguna
referencia a los rioplatenses que participaron de la acción[17].
Tampoco a otros jefes americanos que estuvieron presentes (solo destaca al mariscal Sucre), ni a las unidades que
intervinieron, ni al número de bajas o de prisioneros que hubo. Sí pudo
desahogarse incluyendo una monición moralista en el último párrafo que dedicó
al suceso.
El 13 de febrero de 1825
“Con motivo de haber llegado de oficio[18] la
noticia de la derrota del ejército español en el Perú por las tropas del
general Bolívar, se cantó un solemne Tedeum[19] en la
iglesia catedral, al que asistieron el señor gobernador [Juan Gregorio de Las Heras[20]] y demás autoridades [así] como los cónsules y ministros extranjeros
que se hallaban en esta.
Esta misma noche hubo iluminación general[21], y en
las dos siguientes músicas[22], bailes
públicos, castillos de fuego[23] y
comedias.
El buque comandante de marina[24] estuvo
de día empavesado[25], y de
noche iluminado hasta el tope de los palos, quien cada noche hacía dos saludos[26] de 25
cañonazos cada uno, principiando el primero a las 9 de la noche.
En el parque de artillería[27] hubo un
gran refresco[28]y baile
que duró hasta las tres de la mañana[29] y se tiraron
una salva que se hizo a eso de las 11 de la noche de cien cañonazos[30].
Últimamente algunos del comercio[31] dieron un baile
con ramillete[32] en el patio del Tribunal del Consulado[33], que duró hasta las cinco de la mañana;
otros se juntaron y dieron un convite o comida que duró hasta la misma hora en la
fonda de los franceses[34], habiéndose principiado a las 10 de la
noche del día anterior.
Los señores secretarios de estado, de gobierno y
guerra[35], en el mismo
Consulado dieron una comida de más de 100 cubiertos[36], que
duró las mismas horas.
Los americanos ingleses[37], su
cónsul de aquella república dieron un baile y ramillete, en el patio del Consulado,
el día 23 de febrero de 18925, que duró lo mismo que el anterior, habiendo sido
todos con la mayor magnificencia, costo y lucimiento”.
El 24 de febrero de 1825
“Los patriotas, cabezas que el 25 de mayo
de 1810 quitaron al virrey Cisneros, e instalaron la Junta gubernativa en ese día,
sacaron en triunfo por las calles y plazas de esta ciudad el retrato del
general Simón Bolívar en un magnifico y rico carro, que fue tirado por 20 hombres[38],
soldados cívicos de la legión patria[39], que lo
conducían a pie de igual número de cordeles de seda, que salían de ambos lados.
El carro salió del parque de artillería a las 6 de la
tarde al que, a su salida, se le saludó con 20 tiros de cañón que estaban
asestados al frente de su puerta principal.
Por delante de dicho carro iba tocando la música del
mismo cuerpo Legión Patria[40], en seguida
iba el carro, escoltado de 4 soldados coraceros[41] que iban
a pie a sus costados; en seguido de este iba un carro tirado de 4 mulas[42] en donde
estaban colocados fusiles, tambores, sables, gorras, morriones y banderas
arrolladas españolas[43], que
manifestaban su abatimiento y después de este un cañón volante[44] tirado
por una mula, despojo de los españoles.
Llevaba el carro, para su mayor adorno 7 banderas al
respaldo de igual números de naciones amigas, a saber 3 al costado derecho, de
las repúblicas argentina, chilena y peruana[45], y tres
al izquierdo de las naciones que tienen sus cónsules en esta, a saber: la
norteamericana inglesa, cuya república fue de la primera que lo mandó, y nos reconoció,
la del reino de la Gran Bretaña, y la del Imperio del Brasil, yendo en el
centro de estas la de la república de Colombia[46].
Del parque se dirigió a casa del ministro
plenipotenciario de Colombia el doctor don Gregorio Funes[47], quien
recibió el acompañamiento de un gran refresco general: aquí tomaron los convidados
más de cien hachas de cera y después de una canción patriótica[48]
cantada en el plano por dos hombres y una
señorita, como de una renga [arenga] que
hizo Funes, se dirigió el carro hasta llegar a la plaza[49] en donde al frente de la pirámide[50], que estaba iluminada, como la casa de policía
y la plaza con masas de luz, se cantó una magnifica canción patriótica, la que
concluida se pegó fuego a un castillo, que se colocó en la misma plaza, con lo
que el inmenso pueblo que lo acompañaba quedó con gran gusto y contento.
Después de esto con motivo de haberse levantado una tormenta
y amenazar de llover por la oscuridad en que se puso la noche, se mandó recoger
en una casa particular el carro; pero el acompañamiento con la música, después
de guardado el carro, se dirigió a casa de un comisionado para esta función, en
donde se recibió el acompañamiento de un lucido refresco cena y baile, que duró
hasta las tres de la mañana[51]”.
Comentario. Es notable el detalle con que Beruti comenta los
acontecimientos festivos a que dio lugar la noticia, en lo que cuidó incluir
los diversos sectores sociales que lo celebraron. Sin duda que la vivencia
social debió ser impresionante, imagínese el enorme gentío congregado y esa
marcha de antorchas en la noche que concluyó nada menos que en la histórica
Plaza, junto a la “Pirámide de la Libertad”. Sin contar con lo que implicó el
desarrollo de los otros núcleos festivos que se mencionan. Pareciera que Beruti
no dejó aspecto por consignar, esto se desprende de su mención del gobierno, la
Iglesia, el ejército, también del comercio y a los agentes exteriores. Destaco que
su referencia a “Los patriotas, cabezas
que el 25 de mayo de 1810 quitaron al virrey Cisneros, e instalaron la Junta
gubernativa en ese día”, permite advertir que los protagonistas de los
Sucesos de Mayo de 1810, merecieron reconocimiento por su decisión que fue uno
de los gérmenes de la libertad americana que se concretó en Ayacucho.
Como corolario. Tras lo reproducido Beruti continuó escribiendo sus
memorias sin volver sobre el tema, como si tamaña realidad pasó a la historia,
mientras la vida cotidiana de los porteños continuó con toda normaldiad. Su
siguiente asiento data del 25 de febrero de 1825 cuando informa que se ahorcó a una negra, como de 23 años
que asesinó a su ama con unas tijeras. ¡Ni la alegría del triunfo obtenido en
Ayacucho alcanzó para que las autoridades indultaran a la rea, como era
tradicional en casos de una gran celebración popular!
Ayacucho hoy
La ciudad es capital del
departamento de su nombre. Cuenta con unos 230.000
hab. con una densidad de 60 hab./km². Ha conservado su arquitectura indiana
en gran parte, al punto que se la conoce como la “ciudad de las 33 iglesias”. Es un importante centro de artesanías.
El turismo se incrementa en Carnaval
y Semana Santa, valorados como de patrimonio cultural nacional.
Su enseña
es celeste “símbolo de la fidelidad e inteligencia de los pobladores”. Carga el
blasón local, concedido por Felipe II. Su principal atributo es el pucará
incaico que se encuentra en sus cercanías, sobre él flota una nube, en la que
se divisa un Agnus Dei [Cordero de
Dios[52]]
echado sobre el libro de los siete sellos, el Apocalipsis escrito por el
apóstol San Juan, lo que se justifica ya que la ciudad fue fundada en 1540 por
Francisco Pizarro con el nombre de San
Juan de la Frontera de Huamanga. Cuenta con Universidad, dos mercados
populares y su aeropuerto. Es también centro de servicios para una extensa
región agro ganadera.
En sus cercanías se
encuentra el “Santuario Histórico Pampas
de Ayacucho”, donde se libró la histórica batalla, establecido en 1980.
Está dominado por un obelisco, obra
del español Aurelio Bernandino Arias, que cuenta con un mirador de 44 metros de
altura. Se inauguró en 1974.
[1] Nació en 1795 y falleció en 1830, a sus 35 años de edad. Había llegado
al generalato en 1819. Se le debe el “Tratado de Regularización de la Guerra” (1820)
uno de los primeros hitos del Derecho Humanitario. Mayores datos sobre su
biografía pueden verse en https://enciclopedia.banrepcultural.org/index.php?title=Antonio_Jos%C3%A9_de_Sucre
[2] También
se la conoce como “Pampa de Quinua”, por hallarse próxima a la localidad de
este nombre; hoy con unos 1.300 habitantes.
[3] En
quechua, Kunturkunka (Cuello de
cóndor). Su cumbre alcanza los 4.231 msnm.
[4] Ref.; Nuestra Escarapela y un
relato inaceptable, de Miguel Carrillo Bascary; https://banderasargentinas.blogspot.com/2015/06/nuestra-escarapela-y-un-relato.html
[6] Véase,
por ejemplo: Cruces discursivos de la
memoria pública y la privada: Memorias curiosas de Juan Manuel Beruti y la
Gaceta de Buenos Aires, de Virginia Forace. Universidad Nacional de Mar del
Plata – CONICET; en https://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.3853/ev.3853.pdf
[7] Su texto completo en: https://digitales.bcn.gob.ar/files/textos/Biblioteca-de-mayo---Tomo-4.pdf
[8] Editada en Bs. Aires, 1945. Las “Memorias” obran en el tomo XII, Nº33.
[9] En aquellos tiempos las campanas eran recursos fundamentales para la
comunicación general. En su caso repicaban para despertar la atención del
pueblo sobre acontecimientos de interés común; desde un inminente peligro hasta
alguna noticia significativa, como fue el conocerse la victoria patriota en
Ayacucho. El “repique” era un toque, desprovisto de la solemnidad, todo lo
contrario, al solemne que se usaba para las ocasiones de luto, llamado a misa y
otros fines religiosos. Usualmente la autoridad requería el repique al templo
principal de la ciudad, siempre situado en las inmediaciones de su sede, los
otros templos recogían el estímulo y se replicaba hasta los más lejanos puntos
del poblado. Apercibido, el pueblo se concentraba en la plaza principal para
imponerse de la novedad.
[10] Las “salvas” consisten en disparos de piezas de artillería, cuya
función principal era y aún es, la de tributar honores. El número de disparos
indicaba la importancia del beneficiario que trasuntaba al Ceremonial; https://es.wikipedia.org/wiki/Salva_(militar)
[11] Su nombre era “Real Fortaleza de Don Juan Baltasar de Austria”, más
tarde conocida como “Fortaleza de San Miguel”. Se ubicaba aproximadamente donde
hoy se levanta la “Casa Rosada”, sede del Poder Ejecutivo Nacional. Tenía el
carácter de “presidio”, calificativo que indicaba ser elemento para la defensa
de la navegación, por esta razón izaba en sus murallas la bandera de la Real
Armada, la roja y gualda. Además de la fortificación en sí era la sede del
gobierno en la época. Comenzó a construirse en 1580 y se lo demolió entre 1853
y 1873.
[16] Su
nombre formal era el de “Real Fortaleza
del Real Felipe”, principal bastión realista ubicado en el puerto de El Callao
(Perú), símbolo del poder militar español en Sudamérica, hoy está reconocido
como patrimonio de la humanidad. Tenía connotaciones siniestras ya que en sus
mazmorras se destinaron a prisión y muchos patriotas perecieron ahí.
[17] La
Historia informa que participaron de esta batalla los oficiales rioplatenses: José
de Olavarría, Juan Pascual Pringles, Manuel Soler, Isidoro Suarez; José María
de la Plaza, José Félix Bogado, Eustaquio Frías, Román Deheza, Pedro P.
Estrada, Francisco Aldao, Juan E. Pedernera, Francisco Olmos y otra decena más.
[18] Como “oficio” se denomina a las comunicaciones “oficiales”, en lo que
vale la redundancia para aclarar su concepto. La mención indica que la
comunicación emanó de una autoridad gubernamental y que en este carácter fue
recibida por el gobierno de Bs. Aires, que por entonces estaba cargo de las
relaciones internacionales de la Argentina.
[19] Liturgia
de acción de gracias de la Iglesia católica, muy solemne y popular.
[20] Nació en Bs. Aires, en 1780, y falleció en Santiago de Chile, en 1866.
Gran colaborador del Gral. San Martín, hizo las campañas de Chile y del Perú. Luego
fue gobernador de Buenos Aires (1824-1826). Más referencias en https://sanmartiniano.cultura.gob.ar/noticia/general-juan-gregorio-de-las-heras-destacado-por-sus-acciones-en-cancha-rayada/
[21] Las
“iluminaciones” eran una manifestación de júbilo y de alegría ya que
contrastaban con la casi total oscuridad que reinaba en la ciudad durante el
resto del año. Se dispensaba mediante hachas de fuego y farolas alimentadas con
grasa vacuna o de potro. Las “hachas” eran manojos de cuerdas recubiertas con
cera o grasa, que se instalaban en elementos de hierro afirmados a los muros
exteriores de las casas. Un método de iluminación muy barato empleado
promiscuamente en el siglo XIX y también en los anteriores.
[22] Se llamaban “músicas” a las bandas militares que por entonces solían
ejecutar piezas militares y populares para regocijo de la población en general.
[23] Estructuras
de cañas destinadas a sostener fuegos artificiales, una diversión muy popular
en aquellos tiempos.
[24] Siendo Bs. Aires una plaza fuerte naval disponía de una nave de guerra
asignada al control del puerto, a esta se refiere Beruti; presumiblemente se
trataría del bergantín “Aranzazu”.
[25] El “empavesado” consiste en una ornamentación mediante una línea con
diversas banderas, que se extiende desde el botalón del bauprés hasta la popa
de las embarcaciones, hilvanando los topes de sus diversos mástiles. En el
ceremonial naval es una tradicional muestra de celebración y también un forma
de rendir honores.
[26] Estos
“saludos” consistían en disparos de piezas de artillería ubicadas en los
barcos, también denominadas “salvas”, por realizarse sin cargar proyectiles.
[27] Solar que oficiaba de arsenal militar. Se encontraba en lo que hoy aproximadamente
es la Plaza Lavalle y el edificio de los Tribunales, en Bs. Aires. Incluía una
extensa zona pantanosa de unas 10 manzanas de superficie. Ahí se instaló la
primera fábrica de armas y municiones en 1815, que estuvo a cargo de Domingo
Matheu. Más info en: http://www.arcondebuenosaires.com.ar/parque-artilleria.htm
[28] Por
“refresco” se entendía el escanciado de vino de baja calidad, generalmente el
llamado carlón, que se aguaba para disminuirle su contenido alcohólico. También
se mezclaba con zumos de fruta conformando una especie de clericó. Se le
adicionaba hielo, como mayor novedad.
[29] Una
hora inusual para la vida de la población de entonces, lo que evidencia el gran
jolgorio que conllevó la noticia del triunfo.
[30] La inusitada cantidad de disparos tuvo correlato en la magnitud de la
noticia. No era usual para menos. Téngase presente que la costumbre consagraba
usualmente 21 cañonazos.
[31] Se estima que eran comerciantes patriotas, sabedores de que un gesto de
generosidad les granjearía un conocimiento proporcional entre sus clientes y
relaciones. Una suerte de esponsoreo, diríamos hoy.
[32] Esta
costumbre social se caracterizaba por el presente constituido por un ramillete
(bouquet) de flores que recibía la
dama de manos de su caballero. Nos indica una variedad refinada de ocasión
bailable, contrapuesta a la promiscuidad que caracterizaba a los encuentros
danzantes de carácter popular.
[33] Su
gran edificio se prestaba magníficamente para este tipo de encuentros
multitudinarios. Desde 1805 la institución funcionó en la casona comprada a Benito Olazábal, cercana a la Catedral, sobre la hoy
calle San Martín al 100, sitio donde se levanta la Casa Central del Banco de la
Provincia de Buenos.
[34] Afamado establecimiento que existía en la ciudad, también contaba con
hospedaje.
[35] Como
“secretarios” se denominaba a los
funcionarios que hoy llamamos “ministros”.
[36] Esta
referencia indica una conjunción de esfuerzos entre el gobierno y los
principales referentes de la sociedad civil. Sin duda que implicó un desembolso
económico de importancia. Sus asistentes serían el alto funcionariado y los
vecinos más caracterizados, no solo desde la perspectiva de su alcurnia social,
también pertenecían al quehacer económico, naviero y comercial.
[37] La expresión “ingleses americanos” alude a los ciudadanos de los
Estados Unidos.
[38] Este tipo de manifestaciones “espontáneas” eran muestra de la gran
popularidad del homenajeado. La costumbre se remonta a la Antigüedad clásica,
también tuvo expresiones similares en las culturas de Asia y entre los
germanos.
[39] Designación que recibía la “Legión Patricia”, primer cuerpo armado
constituido por americanos, este era el nombre tradicional, aunque formalmente
le correspondía el de Regimiento de Infantería 1. Se formó para combatir a los
británicos en la gesta que se conoce como las “Invasiones Inglesas” al Río de
la Plata (1806-1807).
[40] Referencia a la banda de música y guerra del cuerpo “Patricios de
Buenos Aires”.
[41] La coraza, es un arma defensiva que solo se usó en el Río de la
Plata en torno al año de 1820, no fue parte del equipamiento regular de las
fuerzas patriotas en las luchas por la independencia. Eran populares en Europa.
Su alto costo implicó que se reservaran para las unidades de elite,
particularmente la caballería, aunque no con exclusividad.
[42] Desde los tiempos de la Antigua Roma y aún antes, los desfiles de
victoria se complementaban con vehículos que mostraban al pueblo los trofeos
conquistados. En el caso que relata el autor los que iban sobre el carro de
referencia eran meramente simbólicos, una suerte de representación de las armas
y emblemas que podían haber capturado las tropas que combatieron en Ayacucho.
Simbolizaban la imagen los triunfos americanos en los diferentes teatros de
operaciones donde combatieron tropas argentinas.
[43] Hoy
resulta imposible conocer si las banderas españolas mencionadas eran aquellas
obtenidas por las tropas argentinas en triunfos pretéritos o bien, si serían de
algunas que se encontraban en Bs. Aires pero que no consistían en trofeos de
guerra. El hecho de presentarse arrolladas es manifestación de derrota,
conforme al axioma que indica que todo vexilo que no flamea libremente es por
haber sido rendido o por manifestar el pesar de un duelo.
[44] Las
piezas de artillería de este tipo eran de pequeño calibre, así lo indica la
mención de que la arrastraba una sola mula. En consecuencia, su presencia en el
desfile es toda una alegoría y no una manifestación del poder de fuego del
ejército involucrado.
[45] Corresponde
destacar el respeto de la tradicional pauta de protocolo que asigna a la
derecha como posición de privilegio. En la oportunidad se destinó a las
naciones citadas, mientras que se colocaron a la izquierda los vexilos de los
estados extranjeros que habían reconocido la independencia de las naciones de
América.
[46] La ubicación en el centro que se asignó a Colombia singularizada por su
protagonismo en Ayacucho, en correspondencia con los cánones protocolares. Con
esta disposición se rendía homenaje a la nación que en mayor número de hombres
y jefes había contribuido a la victoria. Cabe señalar que “Colombia” comprendía
tanto a la nación de su nombre como a Venezuela y Ecuador.
[47] Se
trataba nada más ni nada menos que del famoso “Deán Funes” (1749-1829), clérigo
patriota de intensa acción en la época, a quien se consideraba uno de los
principales actores de la política rioplatense. Doctorado en la Universidad de
Alcalá de Henares, integró la Junta Grande, escribió una historia de los
primeros gobiernos patrios y también fue congresista. Hacia 1825 actuaba como
encargado diplomático de la Gran Colombia, pese a ser nacido en Córdoba.
[48] Directa
alusión a la composición hoy conocida como “Himno Nacional argentino”. En
contraposición a su uso formal en los actos oficiales, al tiempo de escribir
Beruti sus “Memorias” la cantaban a voz en cuello todas las clases sociales,
como parte de las celebraciones populares.
[49] El
autor alude a la “Plaza de la Victoria” o “Mayor”, hoy “de Mayo”, centro
neurálgico de la vida en el período comentado.
[50] Obviamente
la referencia alude a la “Pirámide de Mayo”, obelisco que mandó levantar la
Junta Grande, segundo gobierno patrio, para celebrar el primer aniversario de
la deposición del virrey Cisneros. Se inauguró el 25 de mayo de 1811.
[51] El relato indica que la amenaza de tormenta fue alarmante, pero también
que se disipó hasta el punto que la celebración se prolongó hasta la madrugada.
[52] Puede ampliarse sobre este emblema en El Agnus Dei en la Emblemática. La figura del Agnus Dei, de Miguel
Carrillo Bascary; https://banderasargentinas.blogspot.com/2020/04/el-agnus-dei-en-la-emblematica.html
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