Donde las formas desaparecen
Por Miguel Carrillo Bascary
Esta breve
nota intenta responder a una consulta sobre las diferentes variantes de la
vestimenta femenina cuyo objeto es sustraer
la vista de los cuerpos fuera del
espacio familiar.
La práctica se
remonta en el tiempo, aunque en la actualidad se manifiesta particularmente en
el área de influencia de la cultura semítica, en sus vertientes judaica y musulmana, con importantes afloramientos en los países de Europa
que en las últimas décadas han recibido importantes flujos de tales orígenes. En
la Antigüedad Clásica las mujeres romanas
de alta clase también cubrían sus cabezas. La occidentalización universal de
las últimas décadas ha limitado fuertemente esta costumbre que se expresa tanto
como un mandato impuesto por la ley islámica como a través de pautas consuetudinarias o de preferencias personales.
Durante la Edad Media en Europa también fue usual
que la mujer cubriera su cabeza, no así su cara. En la Iglesia Católica la práctica persistió en los hábitos de las
monjas, complementando los velos con accesorios almidonados que enmarcaban la
cara y el cuello, con estructuras lisas o distintas formas de pliegues. Por su
parte, las mujeres laicas utilizaron rebozos
y mantones hasta el siglo XIX, y, las mantillas,
mayormente elaboradas con blonda (encaje) o tules, las solteras las usaban de
menores dimensiones. Las mantillas se mantuvieron hasta las reformas surgidas
del Concilio Vaticano II a mediados de los años '60. También en el subcontinente indostaní existe la costumbre femenina de emplear ligeros velos que cubre la
cabeza y caen hasta los hombros o la cintura, tanto entre los hindúes como en los sijs y musulmanes.
Las razones de estos ocultamientos pueden explicarse en una pauta de identidad cultural, razón principal
que se esgrime como justificativo para su uso, particularmente en Occidente. También
como expresión de piedad religiosa, de recato y modestia femenina, de una
dedicación total hacia el esposo y hasta como medio de defensa personal, atento
a de esta forma no se daría lugar a la lascivia masculina.
La Psicología
social sindica a estos usos como una expresión del machismo, una
afectación de la dignidad de la mujer
y una despersonalización evidente,
entre otros calificativos similares.
Tras estas referencias históricas corresponde detenerse en las prendas referenciadas con la cultura musulmana. Al respecto es necesario explicar que éstas no son uniformes, existen variantes de diversos tipos. Se identifican con nombres que varían según las regiones y lenguas; la adaptación de estos vocablos al español implica numerosas grafías. En general son amplios mantos que recubren los cuerpos o bien las cabezas en forma total o parcial. Los materiales pueden ser muy variados, de diferentes calidades, densidad de la trama, colores y espesores.
La burka, paranji o haik,
según las regiones, cubre cabeza y todo el cuerpo, hasta los pies, también las
manos; habitualmente es de color negro o azul. La variante afgana posee una
suerte de rejilla sobre los ojos. En otras regiones se complementa con el chachvan que tapa la cara desde la
frente y que se ata con cintas por detrás de la cabeza u otra pieza a la que se
apela para tapar la boca ante la presencia de un hombre. Bushiya es de forma cónica y oculta totalmente la cabeza, de manera
que la usuaria solo puede mirar a través de las fibras del textil. El chador persa, permite que se vea la
cara y también oculta las manos.
Cabe señalar que la gran extensión de textil que demandan estas prendas irroga un importante peso que debe sobrellevar la mujer, dificultándole sus movimientos. La sustracción de la piel a los rayos solares determina un importante estorbo para fijar la vitamina D, generando avitaminosis, lo que implica consecuencias muy negativas para la salud ya que favorece a la osteoporosis.
El nicab, cubre toda la cabeza hasta los
hombros, dejando una estrecha franja para permitir ver. Una variante es la shayla, que tiene un mayor tamaño y que
por ende cae hacia adelante ocultando parcialmente los pechos. El llamado “medio nicab” consiste en un velo atado
tras la cabeza que cae hacia adelante cubriendo la nariz, la boca y el mentón.
El hijab, muy difundido, hasta el punto de
ser caracterizado como “velo musulmán”, tiene forma cuadrada, y la mujer se lo coloca de manera que oculta totalmente
su cabello y cuello, dejando descubierto el rostro. La batula es una suerte de capucha que complementa el hijab, pero tapa
la frente y los pómulos, con lo que el rostro pierde mucho de su natural
expresividad. Veamos dos ejemplos:
El al-amira consta de dos segmentos, una
especie de gorro y un velo que recubre el cuello en forma de un amplio tubo.
El khimar deja libre la cara, pero cubre
la cabeza, el cuello y los hombros que se confunden totalmente con el
tronco, obviamente que disimula los pechos.
El tudong, es la modalidad
indonesia-malaya del hijab. Una variante es el kerudung, que sobresale sobre la frente, hacia adelante, formando una especie de
visera que deja en sombras la zona ocular.
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