Un tema abierto
Por Miguel
Carrillo Bascary
Advertencias: Esta nota toma en cuenta la realidad argentina, por lo que su desarrollo puede no coincidir con lo que ocurre en otros países. El tema se ampliará en futuras entregas, no te las pierdas.
¿Emblemas o símbolos?
Es un error considerar que ambos términos son sinónimos. Los primeros
caracterizan una faceta determinada de la argentinidad y no cuentan con ninguna
tutela normativa, aquellos que son manufacturados pueden adoptar diversas
formas, los que son expresiones culturales, admiten de por sí amplias
variables.
Por su parte, los símbolos tienen una entidad superior,
ya que representan formalmente a la Nación y al Estado, caen en la esfera del
Derecho Internacional Público, sus estructuras están definidas por leyes y/o
decretos, de manera que están protegidos por las leyes, en virtud del carácter
que invisten.
Intentaré clarificarlo con
un ejemplo, pero primero recordemos que los
símbolos argentinos son: la Bandera Oficial de la Nación, su Escudo
Nacional, el Himno Nacional y la Bandera Nacional de la Libertad Civil. Para no
remontarnos en el tiempo bastará referenciar que los tres primeros están
definidos como tales por el Decreto 10.302/ 1944[1]
y la última por la Ley 27.134[2].
Sus respectivas estructuras están detalladamente dispuestas por la normativa;
por ende, no válido alterarlas y, además, su uso está regulado por normas de
Ceremonial y Protocolo. En cambio, la escarapela nacional, no está contenida en
el decreto citado, por lo que tácitamente queda excluida del listado de
símbolos, razón que admite que pueda adoptar numerosísimas formas.
Los emblemas o distintivos nacionales, según la normativa argentina y
las prácticas consuetudinarias, son elementos que nos caracterizan como pueblos.
Sin dudas que expresan el “ser
argentino”, pero no representan a la Nación en su conjunto, ni tampoco al Estado
que universalmente se conoce como República Argentina[3].
Ampliando algo de lo ya
adelantado, los emblemas no requieren
honores intrínsecos, aunque corresponde su respetuoso tratamiento por ser
alegorías de las tradiciones, costumbres, características culturales de la
argentinidad. Por el contrario, la naturaleza de los símbolos demanda honras
particulares, en mérito a su alta representatividad.
A lo largo de los años, leyes
y decretos han conformado una nómina canónica.
Este reconocimiento cuenta con un tácito aval de la sociedad que los identifica
espontáneamente con este carácter.
Los emblemas en particular
El más antiguo es la escarapela nacional, definida en 1812 por decreto del llamado Primer Triunvirato, como un distintivo de carácter militar, destinado a identificar a las tropas patriotas en caso de un enfrentamiento. Bajo estos términos la requirió el entonces coronel Manuel Belgrano al gobierno y este dispuso en consecuencia.
Le sigue en antigüedad la
“flor nacional argentina”, la del
ceibo[4]
(erythrina crista-galli), según lo
dispuso el Decreto Nº138.974/ 1942[5].
Su elección implicó un largo proceso que se inició en 1920 y que atravesó
varias instancias siendo la final una amplia compulsa popular que impulsó el
diario “La Razón” de Bs. Aires En 1941 el gobierno nombró una comisión
académica de notables para que dictaminara. La mayoría optó por la flor del
ceibo (5 votos), seguida de la pasionaria o mburucuyá (passiflora caerulea), con dos. Corresponde aclarar que la
caracterización se limita a la flor, no se extiende a la especie arbórea, algo
que a veces no se distingue suficientemente.
Como “deporte nacional” se singularizó al pato, mediante el Decreto
Nº17.468/ 1953[6],
del Poder Ejecutivo. Una práctica ecuestre practicada en el país, al menos
desde mediados del siglo XVII bien que, con características inorgánicas,
lejanamente inspirado en juegos caballares del Asia central. Hacia 1938 se
sistematizó conformando una práctica cuantitativamente escasa y prácticamente
limitada a la provincia de Buenos Aires, con algunas manifestaciones en Salta,
Tucumán, Santiago, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes. Desde la perspectiva
actual sorprende esta declaración ya que, si nos atenemos a los precedentes, hubiera
sido mucho más lógico que la elección recayera en el polo, ya que si bien su
práctica date de fines del siglo XIX rápidamente Argentina se constituyó en la potencia
dominante de la especialidad, particularmente si se recuerdan las medallas
olímpicas que obtuvo en los Juegos de 1924 y 1936; así como el proverbial y sobresaliente
desempeño de sus jugadores y caballos a nivel internacional. La explicación
debe buscarse en la política, ya que en 1953 era presidente de la Nación, Juan
D. Perón, cuyo populismo lo habría llevado a fundamentar la preferencia por el
pato, como rechazo al carácter elitista del polo. Con los años, cuando en el
Congreso avanzó con la idea de consagrar como disciplina nacional al futbol, la
habilidad parlamentaria de un diputado, identificado con una región donde el
pato tenía gran importancia, le permitió hacer aprobar la Ley Nº27.368 del año
2017 que confirmó al pato como “deporte nacional”. Así se dieron las cosas.
Poco se conoce que el
quebracho colorado (schinopsis balansae
engl), es el “árbol forestal
argentino”, tal como lo estableció el Decreto Nº15.190/ 1956[7].
El calificativo lo señala como producto fundamental para la industria del
tanino, que por entonces se hallaba en apogeo, lo concreto es que no puede
considerarse como el “árbol nacional argentino”, un punto sobre el que hasta el
momento no hubo acuerdo, bien que se han postulado varios, como por ejemplo: el
ombú[8]
(phytolacca dioica), el algarrobo (ceratonia) y el laurel (laurus nobilis).
Fue recién en 1996 se
definió por medio de la Ley Nº24.684[9]
que la música típica denominada
"tango", debe considerarse como “patrimonio cultural de la
Nación”. Esto comprende a todas sus manifestaciones artísticas y culturales, por
lo que excede a la danza en sí misma.
Por su parte, por Ley
Nº26.297[10]
(2007) se consagró al pericón, como “danza
nacional argentina”, a cuyo efecto se estipuló incluir su enseñanza en las escuelas primarias. Cabe señalar su carácter
folklórico, originado en la región pampeana, como lo revela la historia de la
cultura nacional. Requiere un mínimo de dos parejas que a ritmo de vals lento
siguen las indicaciones de un bastonero y que incluye la formación de figuras
acompañadas con pañuelos celestes y blancos.
El desarrollo de la
industria vitivinícola y el lobby respectivo, muy fuerte en las provincias
donde la producción es parte de la tradición, determinó que el vino argentino,
sin especificar variedad, mereciera ser declarado como “bebida nacional”. Así lo estableció la Ley Nº26.870[11]
de 2013. En los últimos años se configura la preferencia por la
representatividad que posee el malbec, pero parece poco probable que surja
alguna reivindicación en su favor.
A consecuencia de un
fenómeno similar y a la popularidad de la yerba (ilex paraguariensis), la Ley Nº26.871[12]
del año 2013 consagró al mate como “infusión
nacional”, sin especificar alguna de sus numerosas preparaciones. Obvio que
cuenta con una tradición secular.
Siendo Argentina un país
con raíces entrañablemente relacionadas con lo que podríamos llamar una cultura
ecuestre, llama la atención que hubo de esperarse hasta el año 2017 para que la
Ley Nº27.414[13]
reconociera a la raza Criolla, como “caballo
nacional y patrimonio cultural de Argentina”, con todo lo que esto implica,
desde lo histórico y lo emotivo. Pese a la identificación que implica no puede
sindicarse que el cabello criollo sea propiamente el “animal nacional
argentino”, simplemente porque la ley no lo consagró con este carácter.
Hasta aquí llega la nómina de los emblemas nacionales argentinos, en la continuación de esta nota se explorarán otros elementos que también podrían incluirse en esta relación: https://banderasargentinas.blogspot.com/2025/03/emblemas-que-no-son-simbolos-nota-2.html
[3] Bien que el artículo 35 de la Constitución Nacional admite otras
designaciones de connotaciones históricas: Provincias Unidas del Río de la
Plata y Confederación Argentina.
[4] Recibe también otras denominaciones regionales: gallito, becaré, árbol
del coral y pico de gallo.
[8] En 1927 se realizó una encuesta escolar, en donde el ombú emergió
como preferido de los niños. participaron unos 30.000.
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