lunes, 10 de marzo de 2025

1821 - San Martín prohíbe la escarapela

Una decisión con implicancias

Por Miguel Carrillo Bascary

1821 – 24 de julio. En la concepción de un noble limeño, descendiente de florido linaje, blasonado por gracia del Rey, conocer el bando que emitió el entonces Capitán General y Jefe del Ejército Libertador del Perú, Don José de San Martín, repercutió como una blasfemia contra uno de los principios básicos de los hombres de armas juramentados en los reales ejércitos acantonados en el Perú. Ese hombre llegado de lejos, prohibía lucir con orgullo la roja escarapela real.

El 12 de julio del año 1821 San Martín ingresó a la Ciudad de los Reyes. Tres días más tarde, la parte más principal de sus vecinos, trescientos de ellos, se reunieron en cabildo y firmaron el “Acta de Independencia del Perú”. Eran horas decisivas. Todo movimiento podía deparar consecuencias desastrosas, para ambos lados.

En el ajedrez del poder San Martín jugaba con las blancas, La Serna esperaba su tiempo. Conocedor del valor de los símbolos en la psicología de un pueblo, el 17 de julio San Martín mandó quitar los escudos realistas habidos en los frontis de los edificios públicos. Como demostración de que hacía la guerra a la Corona y no a los hispanos, permitió que las residencias mantuvieran los blasones de sus propietarios.

A los ojos del siglo XXI esta decisión de San Martín, emprendida contra inertes símbolos reales, parece sin mayor causa ni efecto. Sin embargo, las implicancias eran claras para aquellas gentes habituadas a la gestualidad manifestada en este tipo de elementos.

San Martín actuó con prudencia, sustentó su accionar en actos previos, cuidadosamente calculados y dispuestos en forma oportuna. Entre ellos destaca el decreto del 8 de septiembre de 1820, emitido en Pisco. Consta en su primer artículo “En todos los puntos que ocupe el ejército libertador del Perú o estén bajo su inmediata protección, han fenecido de hecho las autoridades puestas por el gobierno español”.

Símbolos de esas potestades eran los blasones, queda plasmado así que el bando del día 17 planteaba una natural continuidad con el decreto de Pisco. De esta manera San Martín demostraba a propios y extraños que la evolución de los hechos era prudente, pero firme, a manera de una hilada de piedras sobre otra, formando una sólida muralla. Esto se manifestó también en otras muchas dimensiones.

Aun despojados los dinteles y arcadas, todavía subsistían otros emblemas realistas que proclamaban a viva voz la lealtad al Rey y la decisión de sostenerla con las armas. Eran las escarapelas o cucardas, como habitualmente se las llamaba, que los ejércitos de entonces usaban como vínculo entre el portador y su monarca[1]. Los vistosos y variables uniformes de los siglos XVIII y XIX demandaba signos para el reconocimiento de propios y extraños, estos eran las escarapelas.

El Imperio Español se identificaba con las rojas, como, así lo evidenciaron las que portó la “Legión Patricia” de Bs. Aires durante las Invasiones Inglesas. Una imagen patente en la memoria colectiva de los niños argentinos.

Cada una de esas pequeñas escarapelas, puestas en los sombreros[2], implicaba un desafío a quienes sostenía los ideales americanos. De hecho, eran un anticipo de conflicto en un medio social decidido a todo, por ambas partes, como se dijo. En la visión de San Martín resultaba patente que un hispano munido de su escarapela podía generar el insulto de algún patriota y la previsible respuesta del portador, de lo que podía derivarse una pelea callejera con geométrica expansión que complicara la causa independentista.

Fue así que San Martín resolvió agregar una tercera decisión jurídica, a la secuencia de las citadas previamente. Esto se tradujo en el bando del 24 de julio de 1821 que fechó en Lima:

“Por cuanto en el estado de guerra en que desgraciadamente se halla todavía el país con la nación española, no es conciliable con el orden el que se presenten en las calles publicas oficiales del ejército real con sus escarapelas a e insignias españolas, por tanto prohíbo a dichos oficiales [que] usen las referidas distinciones[3]; y todo aquel a quien desde la fecha en tres días se le probare haber contravenido a la presente orden, será conducido inmediatamente a un depósito de prisioneros, a excepción de los señores diputados, del presidente de la Junta de Pacificación, y los adictos y dependientes a la Comisión pacificadora, los cuales pueden libremente llevar sus uniformes, escarapelas e insignias españolas ínterin dure la negociación de la paz. El segundo comandante general de armas dará las ordenes convenientes a la plaza para que sus ayudantes y demás oficiales de la misma cuiden y vigilen del cumplimiento de lo mandado, a cuyo fin se publica y circula.”

Interesa remarcar la prudencia que emanan de quien sería el protector del Perú. Respetuoso de la libertad con que los negociadores debían contar, los excluía de la prohibición comunicada, hasta que los acontecimientos se precipitaran en el marco de las conversaciones en curso.

Desde lo simbólico, los nuevos vientos que traían a la Libertad comenzaban a soplar en Lima, aquellos que ya habían hecho flamear la enseña de la nueva nación, en el balcón de Huaura, el 27 de noviembre de 1820. Poco antes, por decreto del 21 de octubre de 1820, las manos del Libertador habían sostenido esa primera bandera, afirmando que:

“Por cuanto es incompatible con la independencia del Perú la conservación de los símbolos que recuerdan el dilatado tiempo de su opresión. Por tanto, he venido en decretar y decreto lo siguiente:

1. Se adoptará por bandera nacional del país[4] una seda o lienzo de ocho pies de largo y seis de ancho, dividida por líneas diagonales en cuatro campos, blancos los dos de los extremos superior e inferior, y encarnados los laterales, con una corona de laurel ovalada y dentro de ella un sol, saliendo por detrás de las sierras escarpadas que se elevan sobre un mar tranquilo.

2. El escudo puede ser pintado, o bordado, pero conservando cada objeto sus colores: a saber, las coronas de laurel ha de ser verde y atada en su parte inferior con una cinta de color de oro, azul la parte superior que representa el firmamento, amarillo el sol y sus rayos, las montañas de un color pardo oscuro, y el mar entre azul y verde.

3. Todos los habitantes de las Provincias del Perú que están bajo la protección del Ejército Libertador usarán como escarapela nacional[5], una bicolor de blanco y encarnado: el primero en la parte inferior y el segundo en la superior.

4. Lo dispuesto en los dos artículos anteriores sólo tendrá fuerza y vigor, hasta que se establezca en el Perú un Gobierno General por la voluntad libre de sus habitantes”.

En pocos días más, el 28 de julio de 1821, San Martín sostendría otro vexilo, un pendón rojo y blanco, con el Sol en su centro y en la plaza Mayor de Lima colmada, proclamaría la libertad del Perú, anticipando la definitiva desaparición de los pendones reales y las rojas escarapelas en las tierras de América.


[1] Eventualmente, con el pueblo de la República en el caso de la Francia.

[2] Algunos civiles las usaban también sobre su pecho.

[3] Destacado por el autor.

[4] Ídem.

[v] Ibidem.

No hay comentarios:

Publicar un comentario