viernes, 8 de diciembre de 2023

La Inmaculada Concepción y el juramento que prestó Belgrano

Un cumplimiento cabal

Por Miguel Carrillo Bascary

Cuando el joven Manuel Belgrano ingresó a la Universidad de Salamanca, según era usual prestó juramento de venerar a María Santísima en su inmaculada concepción. Lo hizo en latín, como así correspondía en la época. El texto[1] que pronunciaron sus labios puede traducirse como seguidamente se reconstruye:

Yo, Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano y Pérez, prometo y juro solemnemente a Ti, al excelentísimo Dios y a Ti, santísima y gloriosísima Virgen María, su madre, que te confesamos bendita, siempre bendita, inmaculada de corazón y de boca, santa desde el primer momento de tu concepción, por Jesucristo, tu unigénito Hijo de Dios, habiendo sido preservado pública y privadamente del pecado original. Afirmaré que nunca predicará falsedad, y que nunca se apartará de esa opinión en ningún momento. Así que ayúdame Dios y el Santo Evangelio de Dios. Amén”. 

La inmaculada concepción de María hoy es un dogma de fe, es decir una verdad absoluta y definitiva, (Canon 88 y 89 del Catecismo Católico[2]) que definió la Iglesia a través del papa Pío IX, con la asistencia del Espíritu Santo, lo que ocurrió el 8 de diciembre de 1854. No siempre fue así y tampoco lo era en 1786 cuando Belgrano ingresó a los claustros con 16 años de edad. Venía de la muy lejana Buenos Aires, humilde capital del remoto Virreinato del Río de la Plata[3]. La expresión implica que la Virgen María, como madre del Salvador fue concebida sin llevar el pecado original que afecta a todo el género humano a consecuencia de la caída de Adán y Eva.

A esta definición se llegó a través de un proceso que llevó siglos, donde el debate teológico definió dos tesis, la maculista y la inmaculista. Ambas se debatieron intensamente, concitando brillantes exponentes en cada una de las posturas. También hubo personas a las que la Iglesia luego reconoció como santos que se enrolaron en una y otra posición. La trascendente cuestión llevó a tomar partido a la gran mayoría de los estamentos de la Cristiandad que se expresaba a través del juramento solemne de sostener estas posturas. España, muchos de sus teólogos, personalidades, y, principalmente, los sentimientos del pueblo llano se inclinaron por la inmaculada concepción.

En realidad, la reflexión sobre esta cualidad de la Virgen María la enunció formalmente en Occidente San Ildefonso de Toledo en el siglo VII. El principal argumentador en favor de la tesis inmaculista fue el teólogo, hoy Beato Juan Duns Escoto[4] (1265-1308), franciscano, quien en 1305 la sostuvo en la Universidad de París y que cumplidamente refutó una por una las 200 objeciones que se le plantearon, es lo que la historia recoge como la “disputa de la Sorbona”. A la postre, su razonamiento resultó la base de la formulación del dogma.

Desde el siglo XIV en España se venía abogado oficialmente en igual sentido. Es así que 200 años antes de la proclamación del dogma la Universidad de Salamanca se pronunció al respecto, fue el propio rey Felipe III quien en 1617 pidió al claustro que estudiara la cuestión y le aportara una conclusión al respecto. Así ocurrió y desde entonces, quienes ingresaban a la misma prestaban juramento de promover el concepto de la inmaculada concepción de María en todas sus acciones.

En el ínterin las Bellas Artes fue definiendo una iconografía particular, en la que a la Madre del Salvador se la representaba vestida de blanco y con un manto azul o celeste, enmarcándola.

A lo largo de los años tanto el pueblo como la Corona de España incorporaron la devoción a la Inmaculada Concepción de muchas formas. Sin embargo, no todo fue sencillo, la prudencia guiaba al Papado que procuraba no definir la cuestión hasta que no resultara suficientemente estudiada.

Inspirado en el sentir hispano Carlos III, muy devoto de la Inmaculada Concepción, creó en 1771 la orden de su nombre que puso bajo su patronazgo. Los emblemas de honor incorporaban su imagen en sus placas y medallas, mientras que el celeste y el blanco se impusieron como su característica más evidente. Entre ellos sobresale la banda que él mismo rey y los demás miembros lucían sobre su pecho, en un todo similar a la que hoy distingue al presidente argentino. Tal decisión era todo un desafío a la neutralidad transitoria que postulaba el Papa, pero el rey de España estaba firmemente decidido y llevó adelante su decisión pese al disgusto de Roma.

Debió esperarse hasta el 8 de diciembre de 1854 cuando el Papa Pío IX proclamó solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción mediante la Constitución Apostólica Ineffabilis Deus que en lo medular dice así:

"[...] Declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser, por tanto, firme y constantemente creída por todos los fieles".

La novedad fue un acontecimiento de júbilo para la Iglesia universal que estableció la fecha como fiesta de primera magnitud. Tres años después, el 11 de febrero de 1858, Nuestra Señora se le apareció a la niña Bernardette Soubirous por primera vez. Preguntada por su identidad la aparición respondió “Yo soy la Inmaculada Concepción”, vestía un largo traje blanca con una faja celeste y llevaba dos rosas amarillas en sus pies desnudos. Luego de iniciales dudas, esto se interpretó como una ratificación providencial del dogma recién enunciado.

Con el tiempo, más precisamente en 1864, el Papa Pío IX otorgó a las iglesias de España, de América, Filipinas y otras contadas excepciones, el llamado “privilegio español” en reconocimiento del firme sostenimiento que estas aportaron al núcleo del dogma a lo largo de los siglos. Esto permite que los sacerdotes oficiantes revistan casulla celeste cuando se celebra la Eucaristía en las conmemoraciones marianas. Ya en 1760 el papa Clemente XIII había proclamado a la advocación como “Patrona Universal de los Reinos de España e Indias” por medio de su bula Quantum Ornamenti.

Es factible que los interesados en el tema puedan recurrir a un reciente documento papal que actualiza lo relativo a las circunstancias del dogma. Se trata de la explicación que brindó el Santo Papa Juan Pablo II en la audiencia del 16 de junio de 1996, bajo el título “La definición dogmática del privilegio de la Inmaculada Concepción”. Ver en https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/audiences/1996/documents/hf_jp-ii_aud_19960612.html

Volvamos a Belgrano

Cuando fue secretario del Consulado lo dotó de un escudo con los colores marianos, más tarde dispuso que se reflejaran en la bandera que usó la corporación y, ya lo sabemos, cuando dispuso crear la hoy bandera nacional argentina la mandó hacer “blanca y celeste”, tal como dejó constancia de su puño y letra en el célebre oficio fechado en Rosario, el 27 de febrero de 1812. También usó de estos colores para la bandera del “Reino Unido del Río de la Plata, Perú y Chile incluido en el proyecto de constitución que redactó en 1815 por si eventualmente se resolvía instituir una dinastía borbónica en el Cono Sur.

Son muchos los que proclaman y difunden que los colores de la bandera argentina corresponden a los de la “casa de Borbón”. Pese a tan difundida expresión se trata de un gravísimo error. Efectivamente la dinastía tenía un solo color como emblema, el blanco, exclusivamente. Para explicarlo recordemos que los borbones también ocupaban los tronos de Francia, Nápoles, Toscana, Parma y Sicilia y, que por lo tanto sus navíos usaban pabellones de fondo blanco, que cargaban diversos emblemas distintivos[5]. Fue así que en el curso de una de las tantas guerras que enfrentaron a España con Francia un barco hispano bombardeó impiadosamente a otro de igual origen, confundiendo su bandera con la que portaban los franceses. Esto determinó que en 1785 el mismo Carlos III dispusiera adoptar una nueva bandera de uso naval que es la roji-gualda, la que más tarde se transformó en la que identifica al Reino de España.

Sabido es que la religiosidad de Belgrano era plenamente auténtica, así lo demostró en multitud de circunstancias que han quedado plasmadas en cientos de documentos y en las memorias de sus contemporáneos. Todo certifica la valía de aquel juramento que prestó en los inicios de su paso por Salamanca, plenamente concorde a la integridad de su pensamiento con las opciones que ejerció durante su vida pública y privada.



[1] En latín: “Deo optimo máximo tibique sanctissime gloriossimae Virginis Marie Madre eius votum Facio sancte promitto ac iuro te, quan beatam Semper benedictam inmaculatam corde et ore profitemur, sanctam a primo tuae conceptionis instante ac per Jesuchristi tui deique filii unigenit merita ab originali peccato preseservatam fuisse publice et privatim asserturim feensurum praedicaturum nec ullo unquam tempore ab ea sententia recessurum. Sic me Deus adiuvet et sancta Dei evangelia. Amen”

[2] Catecismo católico: “88 El Magisterio de la Iglesia ejerce plenamente la autoridad que tiene de Cristo cuando define dogmas, es decir, cuando propone, de una forma que obliga al pueblo cristiano a una adhesión irrevocable de fe, verdades contenidas en la Revelación divina o también cuando propone de manera definitiva verdades que tienen con ellas un vínculo necesario. 89 Existe un vínculo orgánico entre nuestra vida espiritual y los dogmas. Los dogmas son luces que iluminan el camino de nuestra fe y lo hacen seguro. De modo inverso, si nuestra vida es recta, nuestra inteligencia y nuestro corazón estarán abiertos para acoger la luz de los dogmas de la fe: https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p1s1c2a2_sp.html

[3] Los interesados en conocer sobre los estudios de Belgrano harán bien en leer el documentado estudio del Dr. Claudio Morales Gorleri, La formación académica de Manuel Belgrano, https://issuu.com/tomasballicora/docs/_belgrano-tomo4/s/13479143

[4] Juan Pablo II aprobó su culto como beato el 20 de marzo de 1993.

[5] El blasón real los de España y flores de lis en los de Francia.

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