Cuando la puja impide
Por Miguel Carrillo Bascary
Es sabido que el Escudo
nacional de Argentina se originó en el sello que empleó la Asamblea General
Constituyente reunida en 1813. Con los años su diseño fue variando al arbitrio
de quienes lo reprodujeron en frontis, sellos, estampillas e innumerables otros
objetos.
Fue en el año
1900 que se intentó uniformar sus características. Así, el multifacético
ministro del Interior, Estanislao Zeballos[1],
publicó un libro que analizó la temática bajo el título “El escudo y los
colores nacionales[2]”,
que es todo un clásico.
Allí propuso el diseño
“A” que se muestra en primer lugar. Desde su cartera intentó imponerlo en
los usos oficiales, pero encontró como impensado obstáculo el criterio que se
instaló desde el Consejo General de Educación presidido por José María Gutiérrez,
modelo “B”. Así en el órgano oficial de esta entidad, el “Monitor de la
Educación Común”, Nº328 de junio de 1900[3],
mostró en su portada y a todo color (lo cual no era habitual) la imagen del
blasón que promovía.
Como vemos las
diferencias son notables. Dejo para algún investigador curioso verificar si
existía alguna animadversión entre los funcionarios, ya que llama la atención
que ambos modelos hayan surgido en forma concomitante.
Respecto del modelo “B” no he podido determinar su
origen, pero vale señalar que “El Monitor” establecía las pautas de gestión del
potente sistema educativo de aquel
momento, por lo que la propuesta tuvo gran difusión.
Esta puja
de estilos nunca se definió. La
oposición planteada desaconsejó imponer un modelo sobre el otro, cada uno se
difundió en el área de influencia de quienes los propugnaban. Con el tiempo
estos funcionarios dieron lugar a otros y la cuestión continuó sin resolución,
dando cabida a nuevas versiones.
Debió esperarse hasta 1944 en que el Decreto Nº10.302 fijó el modelo patrón que
rige hasta la fecha, muy a despecho de que en los últimos veinte años se
empleen otros diseños que se apartan del consagrado en aquella norma.
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