Grandes pequeños detalles en materia de etiqueta
Por Miguel
Carrillo Bascary
La experiencia
acumulada en muchos años de concurrir a diversos tipos de actos institucionales
me motiva a compartir estos apuntes que abordan algunos aspectos que conviene tener en cuenta y
evitar, a lo que sumo algunos tips que podrán ayudar ocasionalmente.
He visto numerosísimas actitudes que afectan la imagen de instituciones, de conspicuos funcionarios
y de diversos tipos de protagonistas. Por ende, también deprecian la consideración que merecen las investiduras o de la
calificación que debería expresar la corporación a la que representan. Algunas
de estas conductas u omisiones rayan con el ridículo, en otras puede motivar la
sorna, las hay también que irrogan molestias a otros participantes y hasta en ciertos
casos provocan incontenible e inoportuna hilaridad. Tengamos en cuenta que bien
lo afirma el dicho popular: de los errores se puede volver, pero del ridículo
nunca.
Con poco esfuerzo de memoria resolví preparar estos “Apuntes” con la idea de sistematizar estas
vivencias, esperando que puedan servir de oportuno ejemplo y previsible guía.
Sin duda mucho “quedará en el tintero”, como se decía otrora. Me encantaría que
los colegas pudieran aportar sus propias experiencias, en cuyo caso tendré
mucho gusto de reflejar sus anécdotas en futuras entregas de esta sección.
Los celulares, las cámaras fotográficas
y los videos (aún los de
seguridad) son implacables en registrar
los más mínimos detalles hasta el punto en que parecen encaminados a
despojar de dignidad a quienes enfoca la cámara. Lo peor es que una vez que se
concreta el registro se diseminará en el
universo virtual al que se incorporan definitivamente. A veces sin conciencia
del protagonista, hasta que entra en pánico cuando constata que se divulgó.
En ocasiones el efecto no es inmediato, pero bien se dice que “nadie puede resistir al
archivo”, de manera que los efectos perniciosos pueden tallar años más tarde,
con imprevisibles consecuencias.
Sin embargo, hay personajes
incombustibles y que, para peor, recaen en sus actitudes equívocas una y
otra vez. En la reciente antigüedad analógica los poco numerosos observadores se
limitaban a desplegar su crueldad a través de caricaturas, pero hoy, los memes afloran, con efectos mucho menos
piadosos.
Los imprevistos
pueden disculparse y muchas veces cabrá disimularlos, pero no la desprolijidad,
la falta de soltura, lo chabacano, lo inadecuado de actitudes, gestos y
vestimentas.
Quienes se desempeñan en Ceremonial, saben,
muy bien de lo que escribo. A ellos
les cabe que, por responsabilidad profesional, deban “educar” a los
funcionarios y directivos a los que acompañan, muchas veces a riesgo de un malestar que puede no ser favorable a
su estabilidad laboral. No debería ser así, todo lo contrario, sus superiores son
deudores de las oportunas advertencias que los alejen del riesgo de aparecer
como figurones.
Lamentablemente muchos protagonistas suelen menospreciar las consignas que les
acercan sus asesores en un despliegue de soberbia pocas veces disimulado.
En esta primera
entrega de la serie me dedicaré a comentar sobre la vestimenta.
Es lógico que cada
persona expresa su personalidad en el vestir, no pretendo ni me corresponde,
sentar doctrina en esta materia que no es la mía.
La moda
depende de innúmeras variables que me son ajenas, pero hay aspectos que
inexorablemente deberán tenerse en cuenta para que las personas VIP o
cualquiera que asista a un acto más o menos formal no incurra en circunstancias
deplorables. Nadie puede considerarse a
salvo, en una actividad pública social u oficial, todos quedan
comprendidos.
Así, es absolutamente elemental revisar con tiempo la vestimenta que se utilizará para asegurarse
que no exista alguna mancha, rasgadura o quizás falte un botón.
Los sacos siempre se usarán abrochados lo que es absolutamente imprescindible. Si son
cruzados. No es prolijo lucirlos en contrario. En cuanto a las abotonaduras,
nunca deben faltar en los chalecos.
Más allá de la
anécdota muchos recordarán a un longíneo ex presidente argentino que parecía
hacer gala de jamás abrochar el saco cruzado que vestía.
Los zapatos
deben estar bien lustrados, un “detalle” que muchas veces se pasa por alto y
que destaca negativamente en el contraste de los que calce el resto de los
presentes en una ceremonia. Este aspecto resulta fundamental, ni qué decir si
el desprolijo es una de las principales asistentes al evento.
¿Algo más al respecto? Sí, de usar calzado con cordones, no olvidar ajustar
el nudo debidamente. Agacharse para atarlos durante un acto o una recepción puede
ser muy natural, pero horada la necesaria prestancia de todo funcionario.
Recuerdo el embarazo
de un mandatario cuando verificó que el nudo se le había desecho cuando subía
al estrado para tomarse una “foto de familia” con sus pares.
Las corbatas
merecen un capítulo especial, aunque la tendencia actual en Argentina, lleve a
prescindir de ellas, salvo circunstancias formales.
Su ancho y
motivos demandan coherencia con el estilo que impera en el momento. Toda
exageración en más o en menos resulta muy evidente. Obvio que las fantasías
quedan descartas ab initio, aunque es
lógico se admitan discretos detalles
de rayas y aplicaciones minúsculas, según lo aconseje del buen gusto general.
Su textura será acorde a la tela del
traje que se viste. Descartemos usarlas tejidas si se porta un casimir, tampoco
una “de noche” con un saco sport.
Así como en la antigüedad las damas acudían a
expresarse con sus abanicos a los que convertían en un verdadero lenguaje social, las corbatas también
tienen el suyo. Por esto, de concurrirse a un evento relacionado con una institución
que se identifica con algún color en particular, será de buen gusto que la prenda tenga algún/os color/es
coincidente/s. Eventualmente, si el evento corresponde a la fecha patria o efeméride
de otro estado, la afinidad puede referenciarse con los colores de su bandera,
aunque sea un pequeño detalle.
Cuidado con los colores, hay ideologías y conductas institucionales que los identifican con expresiones muy negativas, lo que incluso puede incomodar al anfitrión o a otro partícipe del acto.
Tengo presente a un
notorio político argentino, que se presentó ante un círculo “pro vida” para pedir el apoyo
a un proyecto que le interesaba sin advertir que lucía una poco discreta corbata
verde. Son numeroos los casos en que algún funcionario se hizo presente en un sepelio luciendo corbata de colores vivos.
Uno de los problemas más frecuentes en materia de
corbatas es llevar el nudo flojo o
desviado. Esto resalta negativamente, en particular durante las entrevistas
televisivas y fotos formales. Expresa
una desprolijidad por demás notable.
Cuando las damas decidan presentarse en una ceremonia oficial vistiendo alguna prenda con cierto grado de transparencia es obvio que se deberá chequear con las costumbres del país anfitrión y aún con las que imperan en ciertas regiones del propio país. Las prevenciones son obvias y trascienden el marco de una correcta perspectiva de género. Este aspecto es verdaderamente delicado en ámbitos muy apegados a las tradiciones, ni qué decir en las relaciones con las culturas islámicas y similares.
Al respecto fue muy comentada la presentación de cierta primera dama de un estado sudamericano de cuyo nombre, parafraseando al Quijote, no quiero acordarme.
En torno al vestir existe cierto conocimiento general que justifica evitar el uso de colores o cortes similares al de la anfitriona o de algúna invitada principal. En este punto los servicios de Ceremonial deben trabajar con particular habilidad para evitar potenciales conflictos. Los ejemplos negativos son numerosísimos y hacen la comidilla de las publicaciones amarillas y del corazón.
Y ya que tocamos a los funcionarios de Ceremonial y Protocolo, nunca está demás recomendar que deben vestir con el mayor decoro y neutralidad posible, procurando pasar adscribirse a los criterios más clásicos, de manera de pasar siempre desapercibidos para no competir con los mandatarios o altos mandos a los que asistan.
Todavía me dura la sorpresa que recibí cuando hace muchos años se presentó a un importante acto oficial cierta jefa de Protocolo que vestía un ceñido traje sastre ¡de color rosa chicle! Lo más significativo es que no se trataba de una primeriza. Para más llevaba un mini-sombrero de igual color. Creo que causó una impresión imborrable en todos los presentes. Cabe señalar que nunca más volví a verla en otra ceremonia.
Cuando el fría aprieta y, particularmente, si el acto
se desarrolla a la intemperie, el uso de
guantes se impone. Empero, puede ser particularmente engorroso ya que la
educación requiere descubrir la mano derecha para corresponder a un saludo, esto
último es un detalle elemental que jamás debería pasarse por alto,
lamentablemente ocurre en forma cotidiana. Las señoras y señoritas quedan eximidas de esta ceremonia.
Para las damas las carteras son imprescindibles, el buen gusto demanda cuidar sus
dimensiones. Aunque sean de aquellas marcas cuya unidad vale varios cientos de
dólares. También en este punto destaca una ex presidente argentina.
Otra recomendación,
en ciertos círculos particularmente sensibilizados
con la ecología, lucir guantes o cualquier otra prenda elaborada con cuero
puede generar un rechazo automático. Como me tocó ver en una oportunidad cuando
una alta funcionaria osó mostrarse con un ostentoso bolso de pecarí.
Una advertencia, durante una actividad en la que hay
que saludar a reiteradas personas, es factible que el usuario opte por
quitárselos, en cuyo caso es imperioso colocarlos bien profundo en un bolsillo.
No es poco común perder uno de ellos en las aglomeraciones del evento. El
problema no radica solo en su costo, sino en la dificultad de conseguir otro par que resulte tan cómodo con el
extraviado.
Si bien en los varones los sombreros prácticamente han pasado al olvido, en muchas
circunstancias se reemplazan con las famosísimas gorras con visera (originalmente usadas en el béisbol). Desde ya
que no es pertinente lucirlas en espacios cerrados, excepto claro está que
mediante las mismas se quiera enviar mensajes a la concurrencia o que se desee
expresar una identificación en particular.
Un caso muy conocido que
marca tendencia en contrario es el de
Donald Trump, pero bien se sabe que el personaje dista mucho de ser un dechado
de elegancia.
Como se ve, muchos de estos consejos son absolutamente elementales pero dramáticamente aplicables al quehacer profesional en la materia.
Creo que no vale la pena abundar al respecto, pero
siempre será recomendable una rápida
revisión, particularmente antes de exponerse a los ojos de las cámaras. Una
labor que debería hacerse carne en todo protagonista de un evento, la que
deberá ser apuntalada y hasta suplida por los profesionales del Ceremonial o de
la Organización de Eventos que lo asistan.
Podríamos seguir puntualizando otras circunstancias, pero de momento termino acá, ya habrá ocasión para seguir profundizando al respecto. Nada más por ahora.
(Esta nota continuará)
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