Por Miguel
Carrillo Bascary
Cuando hablamos de Vexilología y de Ceremonial solemos
concentrarnos en el tema específica de cada disciplina, pero olvidamos otros aspectos que inciden en
forma directa o indirecta en el acontecer de cada día.
Tenemos muy presente el alto que costo que implican las banderas y también constatamos
dolorosamente la facilidad con que se
desgarran por jugarretas del viento que las precipitan sobre los terminales
de los mástiles.
Por correlato
con las astas de las banderas de ceremonias el elemento que remata los
mástiles se asocia a la lanza, cuando en realidad es totalmente inadecuado.
El asta era en su origen una
verdadera arma que servía al abanderado para repeler a un atacante que
procuraba privarlo de la enseña que portaba. Por este motivo los topes de las divisas
de la Infantería, devenidas en las banderas de ceremonias adoptaban forma de
lanza, espontón, alabarda y de otro tipo de armas blancas. Era razonable.
Por otra parte, los
accesorios que hoy llamamos mástiles, tuvieron por función señalar una
posición fortificada o identificar a un navío, de allí que también se los llame
“palos”. Para estos usos no se necesita un remate aguzado, aunque en muchos
casos la fantasía y hasta la presuntuosidad defina formas que son verdaderas obras de arte.
Pero vamos a lo práctico, donde el ceremonialista
siempre se verá afectado por la burocrática “falta de presupuesto”, por lo que la duración de las banderas es un factor
clave para la correcta presentación del ámbito en que deben lucir.
Es aquí donde el
cuidado de los paños es fundamental, por esto la recomendación es lógica:
si empleamos terminales de mástiles
redondos o lenticulares, las posibilidades de que se desgarren son
infinitamente menores a que si utilizamos modelos con aristas y filigranas.
Nada más evidente. Nada más sencillo.
Una pena, porque hay
terminales realmente magníficos, en otros casos, su usencia da un resultado tan mezquino como poco atractivo.
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