jueves, 22 de agosto de 2024

Éxodo y heroísmo

Jujuy, abanderada de la Patria

Exodo Jujeño -1812 alegoria existente en la Legislatura de jujuy

Por Miguel Carrillo Bascary

Cuando se produjo la Revolución de Mayo ninguna región perdió más que Jujuy. Era entonces punto central del comercio en ella confluían las rutas de las carretas y la mercadería, desde el puerto de Bs. Aires, potenciadas por las producciones de Córdoba y de Salta del Tucumán, para cargarse en arrias de mulas y subir por la Quebrada de Humahuaca hasta el riquísimo Potosí. Por ella venia la plata que sostenía un imperio en extinción.

En 1810 Jujuy quedó aislada, cortadas las venas del comercio, reducida a una economía de subsistencia y, encima, comprometida por la guerra que asoló como marea de fuego hasta sus más remotos rincones. No hay acuerdo, algunos historiadores citan nueve invasiones realistas, otros dicen que fueron 12; más de 200 combates se dieron en su suelo.

Cada campaña arrasó las escasas cosechas, con todo mular, equino y vacuno. Azadas y horquillas de labor se transformaron en metralla, los tejidos en uniformes, hasta las campanas de las iglesias y los animales domésticos fueron consumidor. Muchos jóvenes que, a la fuerza, enrolaban a la fuerza en las filas realistas.

No solo eso, las necesidades de los ejércitos patrios, prácticamente carentes de logística y el afán patriótico de aportar lo que ya Jujuy no tenía lo precipitaron en la miseria. La desolación se apoderó de las sementeras, los corrales quedaron vacíos, las huertas y quintas abandonadas.

Este enorme esfuerzo de guerra fue generosamente compartido por los pueblos de Tucumán, Salta, Catamarca, La Rioja, Santiago, Tarija, y el resto del Alto Perú que estuviera libre del dominio realista. Vaya un reconocimiento expreso. Claro está que siempre se sufre más cuando menos va quedando y esto pasó a Jujuy, de un próspero pasar quedó lánguido de entregas.

La guerra desgarró a las familias vinculadas por generaciones con aquellos que quedaron por arriba de La Quebrada, algunas jamás volverían a reunirse. Otras se quebraron, algunos decidieron ser libres y soberanos, formar la identidad americana, mientras que algunos consideraron mantener el juramento empeñado a un rey lejano.

Existe una fecha que simboliza todo esto y mucho, mucho más, es el 23 de agosto de 1812. Un día que los argentinos del siglo XXI deberíamos tomar como ejemplo de sacrificio para protagonizar la porción de la historia que nos toca.

Fue entonces que el último jujeño abandonó Jujuy, una dura decisión que les requirió Belgrano para dificultar el avance enemigo. Justamente él fue quien cerró la marcha, cuando el polvo del ejercito realista rayaba en el horizonte.

Pensemos nada más. ¿Qué diríamos los argentinos siglo XXI si se nos pidiera lo mismo que Belgrano requirió a Jujuy? ¿Cómo hubiéramos reaccionado?

Nunca conoceremos los sentimientos ni los padecerles de aquellos. Todo lo que imaginemos será poco, mezquino. Salieron a la noche, al frío, a la soledad y a lo desconocido, escapando a la muerte en manos de una soldadesca desencadenada.

Sabemos cómo terminó aquella historia sin esperanza, pero vivificada por el patriotismo y la sed de libertad. Conocemos también el milagroso triunfo en Tucumán, de la revancha de Salta y del regreso a una Jujuy, liberada ya por el victorioso ejército de la Patria. A su frente flameaba la bandera blanca y celeste que le diera el general Belgrano vencida la censura que impuesta por el gobierno porteño.

Llegaría así el 25 de mayo de 1813, cuando Jujuy debía celebrar la formación del primer gobierno patrio. El día en que su fortuna se evaporó, pero, también, la fecha en que nació el orgullo de ser libres y soberanos. Fue entonces que el sensible espíritu del enorme estadista que fue Belgrano concibió testimoniar a los jujeños su reconocimiento personal y la gratitud de la Patria. No los premió con oro, sino con un simple lienzo, blanco inmaculado, con los emblemas de la libertad cívica pintados apuradamente en su centro.

Esta misma enseña. La Bandera Nacional de la Libertad Civil. El símbolo patrio histórico de todos los argentinos. La única que nos queda de las que tuvo en sus manos el general-abogado. Es el emblema de nuestros derechos básicos. Todavía persiste, guardado amorosamente por los jujeños, descendientes de aquellos que hicieron el Éxodo y, por, sobre todo, ¡como ejemplo!

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