Un alma solidaria
Por Miguel
Carrillo Bascary
Conocí a Jorgito en 2016,
cuando acudió a mi buscando el respaldo del Instituto Belgraniano de Rosario para evitar
que la Municipalidad le obligara a retirar el mástil que desde muchos años
antes había instalado en la vereda de su comercio.
En realidad, yo ya lo
conocía, como el simpático almacenero
dueño de una peculiar verborragia y desenfado, ya que por algunos años
había vivido en cercanías de su lugar de trabajo, ubicado en calle Entre Ríos
esquena Cochabamba. Puede decirse que Jorgito era una institución, hasta el
punto que por iniciativa de algunos vecinos se lo había distinguido por su espíritu solidario, mediante
resolución del Concejo Municipal dictada en el año 2008.
Este título honorífico lo destacaba como un probo y honrado hombre de
trabajo, dotado de una empatía a toda prueba. Sabia utilizar las pizarras de su
almacén como soporte para recaudar ayudas para cuanta buena causa se le presentara.
Si había una inundación, Jorgito recibía ropas, colchones y mantas que la gente
donaba para los damnificados. Si se necesitaban libros para una escuela
carenciada, Jorgito los acopiaba. Así podríamos seguir un largo rato.
Su verdadero nombre era Salvador Saggal, aunque se lo conocía
como “Jorgito – El Potro”,
desconozco la razón de estos apelativos, pero seguramente que muchos conocerán
la historia.
Jorgito tenía una
motoneta, veterana ya, con la que se sumaba a las clásicas caravanas de los
“días del niño” y otras circunstancias parecidas. Conducía disfrazado de payaso, rodeado de globos que iba entregando
para alegría de todos. También solía recorrer los hospitales llevando
galletitas, caramelos, juguetes y su buen humor.
El negocio de Jorgito era
un almacén de barrio al que
intentaba dar una personalidad con su esmerada atención y multitud de pizarras
que usaba para publicitar sus ofertas y mensajes solidarios, siempre teñidos de
un sano humor, pretendidamente “atrevidos”. Para muchos de sus vecinos era un "loco lindo".
Cuando Jorgito llegó a verme
demostró un gran patriotismo, particularmente
inspirado por el general Belgrano. Cada fecha patria engalanaba “su” esquina
con los colores celeste y blanco, también repartía escarapelas a sus clientes.
Es evidente que en algún momento tuvo la inspiración de colocar junto al cordón
el mástil que tantos dolores de cabeza llegó a darle. En el mismo izaba cada mañana la Bandera nacional,
a la que arriaba al atardecer cuando terminaba su jornada. Esta imagen era una
patente demostración de que la
argentinidad no es un concepto vacío sino una realidad bien concreta que se
construye cada día desde el lugar que cada uno ocupa en la vida. Ese mástil,
con su bandera, en ese lugar era una forma de “hacer patria”, digna de
emularse.
El mástil cumplía también
otra función, la de servir de limitada defensa para
los parroquianos que se llegaban hasta el almacén en caso de algún choque
de vehículos. Quienes conocen esa esquina saben de su gran peligrosidad ya que el tránsito por Entre Ríos es muy intenso,
particularmente en horas pico, y que los vehículos llegan a la intersección con
Cochabamba en plena aceleración, buscando alejarse del caótico centro, tras
superar una larga espera de la luz verde en el semáforo de avenida Pellegrini.
Convengamos que la normativa municipal específicamente
prohíbe colocar instalaciones en las esquinas por ser un factor de peligro
para el tránsito vehicular, con lo que se establece una contradicción con los riesgos
que asumen los peatones que circulan por el lugar. Esto fue lo que determinó
que la Dirección de Inspección General, dependiente de la Municipalidad,
intimara a Jorgito para que retirara su mástil.
Al recibir la notificación
Jorgito intentó por todos los medios
salvar ese mástil que ya era parte del paisaje urbano, porque la pasividad
del municipio lo había tolerado por largos años. También era una marca
registrada de su almacén. Las suplicas
inicialmente fueron estériles, hasta llegó a suplicarle aen este sentido a la
entonces intendenta municipal, la Dra. Mónica Fein. Por supuesto que desde el
Instituto Belgraniano nada pudimos hacer más que acompañar emotivamente a
Jorgito.
Objetivamente el municipio solo trataba de hacer cumplir
lo que estipulaban las ordenanzas, no había ninguna animosidad para con
Jorgito. Acá debemos recordar que estamos en nuestra querida Argentina, donde
como decían en la época colonial las normas se acatan, pero no se cumplen, es
evidente que, ante la irreductible decisión de Jorgito de no sacar el mástil,
pese al peligro de que se le aplicaran multas, la presión social que despertó
su causa y su simpatía hicieron que los funcionarios optaran por dejar correr
el tiempo con sucesivas (e inútiles) intimaciones.
Seguramente las actuaciones fueron finalmente
archivadas, como un guiño del poder hacia un honesto votante. ¿La Señora Intendenta?
Ajena a la cuestión en forma directa, seguramente habrá sonreído benevolente,
conquistada por la simpatía de Jorgito.
Esta no fue la primera
relación de Jorgito con el poder municipal, nada de eso. Par aprueba basta la
siguiente fotografía donde se nada menos que al Dr. Horacio Usandizaga, primer intendente de Rosario (1983-1987) luego
de la restauración democrática, quien estaba dotado de un progresista perfil,
algunas de cuyas conductas anticiparon las que encarna nuestro actual primer
mandatario. Allí lo vemos, en la esquina
del almacén de Jorgito izando la Bandera nacional en el mástil que más
tarde sería objeto de discordia.
Hace cuatro años ya
Jorgito cerró su almacén a consecuencia de la pandemia y de su mala salud, que
a la postre terminaría con su vida. Hoy, su mástil sigue recordando que, en ese
lugar, en Cochabamba y Entre Ríos, Jorgito
dio clases de patriotismo sin ser profesor al par que ejerció su comercio para ejemplo de muchos que prefieren
vivir prebendas.
A sus 85 años, el 2 de abril, fecha preclara en el calendario argentino, Jorgito partió
para reencontrarse con Nuestro Creador, sin dudas muchos de aquellos a los que
benefició habrán salido a recibirlo. Tiempo más tarde, su hija Cintia, resolvió levantar esas persianas y retornó a la
senda paterna, en el eterno recomenzar de la vida.
Excelente y sentida crónica , de esas que muchas veces la historia clásica no cuenta pero que sin dudas hacen a nuestra esencia y folkore Rosarino . Un clásico y un gran creativo Jorgito !!
ResponderEliminarMuchas gracias Miguel. la Historia también la hacen los invisibles
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