domingo, 23 de noviembre de 2025

Juguetes y dulces en el árbol de Navidad

Para grandes y chicos

Por Miguel Carrillo Bascary

Entre la infinita multitud de objetos que se colocan en el Árbol de Navidad destacan pequeños juguetes y dulces. Todos cuelgan del verde follaje en un desorden que solo los resaltan.  

Por dictado de la tradición destacan: soldados de rígidas presencias, con uniformes arcaicos de brillante colorido y altos morriones; pequeñas casitas, caballos hamacas,  muñecos de nieve, bueyes, venados y otros animales; autitos, trenes y barquitos; muñecas y cacerolas para las niñas; enanos, duendes y títeres; sin olvidar a Santa Claus, sus renos y trineo. Además:  flores, campanillas, manzanas, caramelos, chupetines, chocolates, galletas de jengibre y de las otras, bastones de azúcar, huevos de chocolate, bolsas o paquetitos conteniendo confites, sin mengua de muchos más.

También se ven ángeles, como heraldos que anuncian la llegada el Divino Niño.

Muchos objetos se fijan con brillantes cintas y moños que los realzan. La mayoría quedan bien vivibles, como invitando a tomarlos con la mano, otros se esconden entre las hojas, demandando mayor atención a los ojos interesados. Sus ricos colores contrastan sobre el sobrio verdor.

En el inconsciente colectivo esos elementos materializan el deseo de atraer los bienes representados para gozarlos en el nuevo año. Ya lo hacía el hombre primitivo cuando dibujaba piezas de caza en las cavernas primordiales.

Ahí conviven con guirnaldas y velas, con estrellas y cometas, junto a esos globos de colores brillantes que recuerdan a las frutas estivales, ausentes en las navidades invernales, pero presentes en su forma idealizada. Son una promesa de que, cumplido el ciclo estacional, volverán a brotar en los árboles.

El significado que mayormente se les atribuye es que son los dones que Dios nos da a cada momento, especialmente al llegar la Navidad.

La costumbre de colocar juguetes parece haberse originado en la Europa central y Escandinavia, donde las hábiles manos de los mayores los elaboraban entreteniendo las horas de reposo a la luz del candil, mientras los pequeños dormían. De astillas de los troncos que alimentaban el fuego, surgían los presentes. En origen se coloreaban con pigmentos naturales o se vestían, utilizando retazos de telas de colores, según fuera el caso.

Por su parte, las madres, abuelas y tías, se centraban en preparar dulces, pastelitos y galletas con formas imaginativas, decoradas con azúcar, miel o chocolate, para hacerlas más atractivas. En esta línea surgió el “hombre de jengibre”, que inmortalizó el cuento del “Mago de Oz”. Para esta labor se invitaba a colaborar a los niños, como un anticipo de la fiesta. Era un sabio proceder, que les enseñaba a sublimar su deseo de consumir y a ejercitar la paciencia, esperando gozar de la recompensa cuando llegara el momento oportuno.

El armado del Arbolito incentivaba el entusiasmo de los pequeños, encendiendo su imaginación con los juegos que proyectaban para cuando se les diera autorización de tomar esos juguetes y bocaditos. Todavía lo hace.

Acá reside una de las diferencias con las costumbres actuales. Antiguamente los elementos colgados eran una decoración efímera. Llegados los invitados, practicadas las oraciones y cantados los villancicos tradicionales, era el momento en que cada niño o niña, por riguroso turno, comenzando por los más pequeños se hacían de los juguetes, mientras que todos, grandes y chicos, iban despojando al Árbol, pieza por pieza de las golosinas que lo adornaban. Aunque no siempre era así, también se invertía el orden y los cánticos surgían con la ingesta y los juegos.

Con el tiempo, en las clases privilegiadas, los presentes fueron creciendo en tamaño y complejidad, con lo que se generó la costumbre de colorarlos bajo el ramaje, cuidadosamente envueltos y con tarjetas señalando a sus destinatarios. Esto originó la ceremonia de distribución y abertura de regalos, teñidas por la lógica expectativa de los más pequeños, sin excluir a los mayores.

Lo relatado todavía tiene vigencia en algunas regiones del mundo, pero, en la mayoría, esas pequeñas tentaciones son meros decorados. Algunas tienen formas primorosas y se conservan en las familias de generación en generación.

Las ferias navideñas aportan legiones de adminículos para tentar a posibles compradores. Cada mes de diciembre, cuando se arma el Arbolito, salen de sus envoltorios y se posicionan en las ramas para alegrar la vista y preparar los espíritus ante la cercanía de la Navidad. Al terminar las Fiestas, vuelven a su sueño hasta el próximo año, escamoteadas de las manos de los niños que lo aceptan con ingenua complicidad.

Lamentablemente, la sociedad de consumo va haciendo perder estas sanas costumbres. Hoy los adornos del Arbolito proliferan en el comercio y se venden hasta por Internet. La estandarización impera, generando formas estandarizadas, despersonalizadas, en un millón de variedades, pero de uniforme aspecto. El plástico y los materiales sintéticos hace décadas que sustituyeron la calidez de las maderas y los dulces industrializados a los preparados en las tardes de trabajo hogareño.

Sea como sea, ¡también son parte de la Navidad!

En este Blog hay muchas notas sobre la Navidad, te comparto el link:

https://banderasargentinas.blogspot.com/2024/12/la-navidad-historias-y-leyendas.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario