Develando realidades
Por Miguel Carrillo Bascary
Girones históricos
Uno de los edificios de
mayor valor arquitectónico de la ciudad es el que hoy ocupa la Facultad de Derecho de la Universidad
Nacional de Rosario. Este bien
patrimonial se construyó como sede de los Tribunales de la provincia de
Santa Fe, un destino que cumplió durante décadas, hasta 1964.
Su proyecto se debe al renombrado arquitecto inglés Herbert Boyd Walker (1955-1910)[1] y se concretó por encargo del barcelonés Juan Canals (1849-1891)[2], uno de los tantos emprendedores que forjaron la grandeza de Rosario. La obra se habilitó parcialmente en 1892, de momento que han pasado ya 133 años, había comenzado en 1888. Sus grandes oficinas de altos techos con pisos de pinotea, ampliamente aireadas, característica acorde a los cánones higiénicos de la época, albergaron los conflictos que los rosarinos llevaban a los inexistentes estrados judiciales, ya que el sistema era totalmente escrito, como en su mayor parte continúa siéndolo.
Durante las horas hábiles,
habitaba el recinto una población fija compuesta
de empleados, funcionarios y unos pocos magistrados; todos celosamente
dedicados a sus trabajos, así cabe suponerlo. Según los canones de la época vestirían
riguroso traje, chaleco incluido, con camisas de cuello duro, y el casi reglamentario sombrero. Con los años compartieron
sus días con señoras y señoritas de largas polleras y pelo recogido. Ahí laboraban,
enhebrando letras de artísticos trazos, con una cuidada caligrafía que volcaban
en las clásicas hojas de 25 líneas con lapiceras
a pluma, que a cada instante debían remojar en los tinteros de cerámica colocados sobre sus escritorios de oscuro roble.
También en esto se hizo
presente el progreso, cuando aparecieron las ruidosas máquinas de escribir, un dechado de tecnología que permitió
acelerar el tratamiento de las causas hasta la muy reciente introducción de la informática.
A ese muy conspicuo conjunto humano con despacho en Tribunales se sumaba una turbamulta de abogados, procuradores, martilleros,
peritos y testigos; sin olvidar a decenas de policías, guardia cárceles, reos de
toda laya y pluralidad de justiciables, todos de circunstancial paso, que al transcurrir de las décadas desgastaron los mármoles de las escaleras que aún se conservan.
Volviendo la mirada al
edificio, cabe apuntar que a lo largo de los años experimentó sucesivas intervenciones,
la última de las cuales se terminó hace pocas semanas. Con ella se refuncionalizó y restauró el ala Sur,
es una superficie de 2.600 metros cuadrados[3],
tarea titánica por su magnitud y por el esfuerzo económica comprometido; valga
referenciar que fue necesario recrear las técnicas
pretéritas para recuperar importantes detalles de la construcción
primigenia. La tarea me excede, pero correspondería citar aquí los nombres de las
autoridades, profesionales, obreros y empresas a quienes todos los rosarinos debemos gratitud por el renovado
aspecto que hoy presenta el conjunto edilicio.
Me excuso también de aportar
mayor información sobre la historia de este verdadero icono arquitectónico, hay
excelentes trabajos que la analizan
en detalle. Seguramente que muchos de los lectores recordarán que el recinto, no solo
albergó a la Facultad de Derecho, sino también a la de Ciencia Política, Ciencias Agrarias y al
Museo de Ciencias Naturales “Ángel Gallardo”. Quizás baste referenciar que su señorial
presencia y los acontecimientos con que se relacionó merecieron que la obra de
Walter fuera considerada como un “monumento
histórico nacional”, según lo reconoció el Decreto nacional Nº262/ 1997.
Mi propósito
Para los que transitamos
sus aulas durante muchos años (en mi caso fueron 52, cinco como estudiante y el
resto como docente), el enorme edificio
tiene sus secretos, sus leyendas y hasta sus fantasmas, según se dice. La
mayoría de las incógnitas y fantasías parecen habitar su gran torre que alberga
un impresionante reloj que se instaló hace exactamente un siglo, en un año muy
particular para Rosario, porque en 1925 la ciudad festejó convencionalmente sus
dos centurias de existencia[4].
También hay evidencias concretas y un gran caudal de leyendas respecto del túnel que supo unirlo con la mansión del empresario, que se ubica a unos ciento cincuenta metros, sobre calle Rioja, y que hoy ocupa la Secretaría de Salud Pública de la Municipalidad local. Se dice incluso que se vinculaba con la ex Jefatura de Policía, actual delegación del gobierno provincial, ubicada a pocos metros de la esquina Nor-Este, sobre calle Santa Fe.
Para desilusión de muchos, tampoco hablaré sobre estos crípticos pasajes
subterráneos. Menos aún me referiré a los espacios bajo las mansardas techadas
con pizarras, dominio absoluto de la gran colonia de tadaridas brasiliensis, una especie de murciélago que desde hace un siglo, entre noviembre y febrero,
ocupa esos recónditos lugares y que ha dado mucho tema para que los rosarinos intercambien
opiniones, tanto sea a favor como en contra.
En particular me interesa detenerme en un elemento muy
menor, pero, al mismo tiempo, de notable interés por lo poco conocido, aún
para los profesores y alumnos que hacen de la Facultad su ámbito natural. Mi aporte
versará sobre otro mito, que da alas
a la imaginación pero que tiene una dimensión concreta mucho más funcional que
la magia sugerida, me temo. Develaré la incógnita
sin más preámbulo: se trata de dos recintos subterráneos contiguos que
yacen bajo los muy ajetreados pisos de la planta baja. Sin duda que estos
espacios siempre fueron conocidos por los encargados del mantenimiento pero,
para la mayoría de los usuarios del gran edificio, permanecían en el limbo de
las especulaciones.
Se trata de dos inmensas cisternas subterráneas. Su existencia dio pie a pensar que durante
los años de plomo sirvió como refugio de activistas o depósitos de propaganda
política; también que fue guarida y criadero de los cerriles gatos que
habitaban los patios y que pudo dárseles otro tipo de usos. Poco faltó para que,
además, se las caracterizara como sede de una logia secreta y de cultos
esotéricos; pura fábula, en realidad.
Sin perjuicio de que hayan servido alguna vez para todo esto y para otros usos, quizás, lo cierto, lo concreto, lo indubitable, es que al perder su función original se transformaron en un vertedero de elementos en desuso. Hasta hace relativamente muy poco estaban ocupadas por decenas y decenas de frascos de tinta construidos en sólida cerámica de color marrón, que en su origen recorrieron los mares para agotar su negro contenido en los expedientes judiciales que hoy se amontonan en el Archivo tribunalicio. La fotografía que aporto es prueba y muestra suficiente:
El elemento mide 23 cts. de alto y cuenta con un diámetro en su base de 11 cts., lo que define una capacidad de 1.200 cm3, aproximadamente. El ejemplar al que pude acceder no tenía etiqueta alguna, pero en una pequeñísima impronta en su parte inferior reza "Lovatt Ltd." Esta firma, dedicada a la frabricación de productos cerámicos, fue estableció en 1865 por William Henry Calvert quien fijó su sede en Langley Mill, Derbyshire, en el corazón de Inglaterra. En 1880 Calvert se asoció con los hermanos Albert y Johnn Lovatt, quienes le adquirieron su parte en 1895 e impusieron su nombre a la empresa que cerró en 1930. Con otra composición social reinició su producción al año siguiente y continuó en actividad hasta 1976. Estas referencias permitirían datar la botella hallada entre 1895 y 1930.
Para ubicar a quienes
conocen la Facultad de Derecho, estas
cisternas se encuentran en el ángulo Sur-Oeste de la edificación, unos
metros hacia el centro de la manzana del frente sobre calle Córdoba y un
antiguo pasaje peatonal que hoy ocupa el patio de la Escuela Normal Nro. 2.
Fotografías complementarias que
obtuve circunstancialmente cuando promediaban los trabajos de restauración a fines del año 2023 y el acceso actual a estos “misteriosos” espacios.
El espacio hoy ha vuelto a cumplir la función para la que fue diseñado, ya que alberga enormes tanques de agua afectados a la provisión de la Facultad.
De esta sencilla manera, creo haber contribuido a desmitificar una de las leyendas más divulgadas del edificio que ocupa la querida Facultad de Derecho.
Pido perdón por desilusionar a muchos pero, como se dice entre los leguleyos: “lo que no consta por escrito, lo que no está en el expediente, no existe”. “Es Justicia”.
[1] También se le debe el proyecto de la ex Jefatura de Policía y del
Cuartel de Bomberos; la construcción de la casa de Juan Canals, el edificio de
los Tribunales Federales, de “Villa Hortensia” (hoy sede del centro municipal de Distrito
Norte), y actuó como consultor en la obra del Hotel “Savoy” de Rosario.
[2] Canals se vio favorecido por una significativa cercanía con el
gobierno del presidente Juárez Celman. Su actuación empresaria, de notable
relieve en su apogeo, finalizó con una resonante quiebra. Murió en la
pobreza, abandonado por sus amigos, como suele suceder en estos casos.
[3] Para abundar sobre la historia del edificio puede verse Monumento Histórico Nacional Viejo “Palacio de los Tribunales de Rosario” de Marianela Fernández Oliva: https://ri.conicet.gov.ar/bitstream/handle/11336/58000/CONICET_Digital_Nro.7bd0f466-11cd-43ab-a47c-c132835cb94d_A.pdf?sequence=2&isAllowed=y Los interesados en conocer detalles sobre la intervención edilicia cumplida recientemente podrán consultar: https://unr.edu.ar/la-unr-inaugura-el-edificio-de-la-facultad-de-derecho/, video incluído. También https://www.facebook.com/Canal3rosario/videos/restauraron-el-hist%C3%B3rico-edificio-de-la-facultad-de-derecho-de-la-unr/998894035595173/
[4] En contrario con la erección de las ciudades hispánicas, Rosario carece de acto fundacional. Se formó espontáneamente en derredor de la humilde capilla de Nuestra Señora del Rosario, sede de la parroquia creada en 1730. La referencia al año 1725 alude a la designación de un "alcalde de hermandad", primera autoridad colonial en la zona, cuya jurisdicción se extendía entre el río Carcarañá y donde hoy se emplaza la ciudad de Ramallo, en la provincia de Bs. Aires. Su nombramiento reconoció la existencia de pobladores en ese gran sector, aunque no hubiera un poblado. - El reloj, construido en París quedó fuera de uso por décadas, fue rehabilitado en el 2019.
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