lunes, 22 de septiembre de 2025

El Abanderado sin par

Subteniente Mariano Cleto Grandoli

El héroe (fotografía de la época)

Por el Dr. Víctor Nardiello[1]

El 21 de setiembre de 1866 anunciaba que se terminaba el invierno y comenzaba la primavera. La época del frío terminaba y comenzaba la de las coloridas flores. Es una época donde la vida surge pletórica. Así lo previó la Creación. Pero, paradojalmente, los seres humanos pensaron lo contrario.

Aquél día los principales jefes y oficiales del Ejército nacional reunidos en la carpa de médico Jefe, Caupolicán Molina, se reunieron para brindar por…. su segura muerte al día siguiente. Rosetti, Díaz, Campos, Molina y varios más sabían de lo imposible que era acometer contra las trincheras defendidas por los bravos paraguayos. Pero había que ir; el deber así los exigía. Esa eran las órdenes recibidas. 

En otra carpa la escena no era muy distinta. El abanderado del ejército nacional cuando se atacaran las inexpugnables defensas que los esperaban, sería un joven de escasos 17 años de edad, a quién su madre tuvo que autorizar expresamente para incorporarse al épico batallón “1° de Santa Fe”, así llamado por el hecho de haberse cubierto en la ciudad del Rosario de Santa Fe, las 500 plazas de voluntarios que correspondían a la provincia. 300 eran para el Rosario y el resto a se distribuirían entre Santa Fe, Coronda y San José. Pero todas se cubrieron con rosarinos. Madre que le exigió al partir que se comportara como un hombre, recibiendo como respuesta que, si él no regresara, lo haría su nombre porque sabría morir como un valiente.

El día de la primavera escribió la carta póstuma, dirigida a su madre: “Las pagas que me adeudan las dejo para Gonoco. Y ahora adiós mamá. Mañana seremos diezmados por los paraguayos, pero sabré morir defendiendo la bandera que me dieron…” 

Bandera que portó Grandoli, 
manchada con su sangre y acribillada a balazos
en su reverso muestra un Sol
(Museo Histórico Provincial de Rosario)

Fatalmente cumpliría con su promesa. Al día siguiente, el 22 de septiembre, en el combate de Curupaytí hizo suyo el pensamiento de Tácito: “Si hay que sucumbir, salgamos al encuentro de nuestro destino”. Y obedeció a Catón: “pugna pro patria”: “lucha por tu patria”. Claro por eso no era raro que las legiones romanas pudiesen decir que lo malo que tenía morir por la patria era que solo se podía morir una sola vez. Desde ya que no estamos aquí pidiendo que salgamos sable en mano como en el siglo XIX. Lo que pretendemos es recordar el espíritu de sacrificio, renunciamiento y valor.

El atreverse sólo es heroísmo, nos lo recuerda Félix José Reinoso, en su “Inocencia perdida”.

Resaltar el hecho del sacrificio sin premio, terrenal al menos; del sentir patriótico, de posponer el interés particular por el general parece cosas “fuera de lugar” ¿Hicimos algo por rescatar esos valores? Debemos recordar y rescatar aquéllos que alguna vez nos hicieron lo que fuimos. Al margen de esa guerra. Pero los hechos así se dieron y nuestros argentinos de entonces respondieron cuando se los llamó. ¡Qué podían saber de las verdaderas causas de la misma! El país, la patria peligraba y allí fueron. Hoy nos enteramos, leemos, escuchamos y vemos lo que se quiere que así sea, imaginemos en 1865. 

Pero ¿qué podemos hacer sino cuidar nuestras tradiciones que no son otra cosa que el conjunto de usos, costumbres y valores que, transmitidos de generación en generación, nos hacen distintos, únicos del resto?. Ni mejores ni peores. Y lo que debería ser cotidiano – el amor a nuestra patria- solo aparece en momentos aislados como éste. San Martín en 1818, en carta a Pueyrredón le hacía saber que “Todo ciudadano tiene una obligación de sacrificarse por la libertad de su país.”

Por eso, cuando las generaciones que nos precedieron pasaban la posta de la argentinidad a la otra, no debe sorprender que nuestro héroe rosarino le haya escrito a su madre que “… el argentino de honor debe dejar de existir antes de ver humillada la bandera de su patria…”. Transcurría el año 1865 y entre las cartas referidas, apenas 47 años las distanciaba, pero el sentimiento era el mismo. ¿Hoy podemos decir lo mismo?. Ya en 1943, Juan Álvarez en su “Historia de Rosario”, comentando nuestra sociedad de fines del siglo XIX y comienzos del XX, relataba que “Comienza a parecer ridículo cualquier concepto heroico de la existencia.”

Grandoli, cuando observó que el tambor y el clarín de órdenes habían caído, se quitó sus botas para correr más ágilmente por el barro y cayó acribillado con la bandera en sus manos. Sus diecisiete años son un ejemplo de coraje y patriotismo.

Conviene recordar el diálogo entre Mariano Grandoli y su madre, Magdalena Correa, al momento de embarcase hacia el frente de batalla. “Que se comporte como un hombre”, exigió ella y la respuesta que escuchó de su hijo fue: “De honor, porque si no vuelvo volverá mi nombre, sabré morir por la bandera que me dieron.” Episodio que integra la tradición familiar.

Quizás por aquello que “No hay nada trágico para un espíritu mezquino. La tragedia no depende de los sucesos, sino del temple del héroe”, nos recuerda Lucien Arréat, en su “Réflexiones et maximes”.

Por eso, en la figura de este auténtico héroe de la ciudad, muerto en el campo de batalla portando en sus manos la Bandera nacional, recordemos los antiguos principios y valores que edificaron a través del sacrificio, el esfuerzo y el renunciamiento, la Argentina grande, la del asombro. La que nos debemos.


[1] Historiador. Abogado. Presidente de la Junta de Historia de Rosario, mandato cumplido y miembro fundador de la misma. Integra el Centro de Estudios Belgranianos Rosario Siglo XXI. Profesor universitario.

Mas info sobre el tema en: 

https://banderasargentinas.blogspot.com/2016/09/curupayti-una-jornada-de-luto-y-de.html

https://banderasargentinas.blogspot.com/2015/09/mariano-grandoli-el-autentico-heroe.html

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