Cuando la ingesta enturbia las mentes
Por Miguel Carrillo Bascary
Una nota muy a propósito de esta fiesta de fin de año, dedicada a todos mis amigos y lectores en este primer día del 2025
La historia argentina
señala varios brindis que hicieron época.
Probablemente el que mayores efectos causó ocurrió cuando se conoció en Buenos
Aires el triunfo obtenido por los patriotas en la batalla de Suipacha (7 de
noviembre de 1810).
Su desafortunado
protagonista fue el oriental Atanasio Duarte, capitán de Húsares. Aquella noche
del 5 de diciembre en la sede de los Patricios hubo fiesta, que finalizó en los
consabidos brindis, quizás con una reiteración de importancia.
Cuenta la tradición que el
entonces secretario de la Primera Junta, Manuel
Moreno, pasó frente al cuartel y que el clima de alegría despertó su
interés. Intentó saber de qué se trataba, pero se vio impedido por la guardia, tanto
por no ser militar y como por no estar invitado. Recordemos acá el público enfrentamiento entre las
facciones morenista y saavedrista, cuyo referenciado era comandante del cuerpo.
Moreno, muy ofuscado se allanó a retirarse, pero a poco tomó conocimiento de
que en el transcurso de la cena Duarte brindó “por el primer rey y emperador de América, don Cornelio Saavedra” al
tiempo que tomó una corona hecha de dulce y la colocó en la cabeza de su esposa
de Saavedra, exclamando “¡Viva el emperador de América!”.
El acontecimiento permitió
que Moreno la emprendiera contra Saavedra quien previamente había manifestado
algunas actitudes personalistas, susceptibles de ser consideradas poco democráticas.
Con el ímpetu que lo
caracterizaba, Moreno redactó de su puño
y letra el “Decreto de Supresión de Honores[1]”,
piedra angular del Ceremonial
nacional que el mismo día 6 de diciembre consiguió poner en vigencia. La
normativa finaliza con la firma, del propio Saavedra, acompañada por las de
Miguel de Azcuénaga, Manuel de Alberti, Domingo Matheu y Juan Larrea, como
vocales del cuerpo. En carácter de secretarios refrendaron el documento, Juan José Paso y Mariano Moreno, ¡por
supuesto!
Como el hilo se corta por
lo más delgado, Duarte fue relegado a Luján, destinado al contingente que
mandaba Carlos José Belgrano
(1761-1814), hermano de Manuel, por entonces vocal de la Junta. Su triste fama
de beodo le mereció que se le mal-recuerde en la Historia argentina.
Otro brindis “famoso” fue durante los festejos por la capitulación del virrey
De la Serna, a consecuencia de la victoria de Ayacucho (9 de diciembre de 1824).
En la oportunidad fue el mismísimo Simón
Bolívar quien. picado por la gran cantidad de champagne ingerido. se subió
a la mesa y caminó por ella desparramando los manjares y rompiendo copas y
vajilla mientras gritaba: “Así he de
pisotear a la Argentina![2]”.
Acá corresponde recordar que el líder venezolano anhelaba la unidad política de
Sudamérica, bajo su mando, claro está. Un ideal con el que no coincidía el
gobierno rioplatense. Claro está que su posición política le otorgaba inmunidad
de hecho, por lo que el hecho no causó más consecuencias que acentuar la
inquina entre la oficialidad bolivariana y la argentina.
Como vemos, los excesos a que daban lugar los copiosos
brindis justificaron plenamente que en 1913 Dalmacio Vélez Sarsfield, Ministro
de Guerra del gobierno de Roque Sáenz Peña reglamentara
los brindis militares. La normativa procuró moderar la costumbre, afianzar
el respeto mutuo entre los partícipes, jerarquizar la cadena de mandos y
sistematizar una práctica que de por si se presta para incurrir en abusos.
El texto de la disposición no tiene desperdicio, se observa en el una fina ironía y se transparentan los desórdenes que intentaba prever, por lo demás prácticamente no requiere comentario, por lo que a él me remito:
“Buenos Aires, Junio 14 de 1913
Considerando:
Que una de las características que
mucho honra a la oficialidad argentina es su temperancia en el uso de bebidas;
Que para mantenerla y acrecentarla conviene
resaltar en toda ocasión su mérito y poner también de manifiesto los hábitos
que puedan lesionarla;
Que no se debe abusar del
procedimiento de festejar las reuniones de camaradería con libaciones, ni mucho
menos de inventarlas para darles un pretexto;
Que es contrario a la altivez del oficial
beber por compromiso;
Que es carencia de voluntad beber por
costumbre;
Que las ansias de beber se producen
generalmente por abusos anteriores;
Que la importancia de un brindis no
debe valorarse por la cantidad que se beba;
Que la correspondencia a un brindis no
impone necesariamente la obligación de beber, desde que la acción de llevar la
copa a los labios satisface plenamente al objeto de un brindis y a su más
correcta correspondencia;
Que los brindis individuales sin
limitación robustecen las tendencias a beber y facilitan, en reuniones, preferencias
u omisiones, que no convienen a la disciplina;
El Ministro de Guerra RESUELVE:
1º.- Prohibir a los subalternos iniciar brindis
individuales con superiores jerárquicos en reuniones de mesa y casino[3];
2º.- Recomendar que los brindis individuales se hagan
sin repeticiones inconvenientes, por motivos plausibles tales como fiestas
patrias, aniversarios de regimientos, visitas de cuerpos, recepción o visita de
camaradas, cumpleaños, etc.
3º Los superiores vigilarán discreta y constantemente
a sus subalternos al respecto y harán constar sus juicios en las notas de
concepto.
4º.- Comuníquese, publíquese en el Boletín Militar y archívese.”
Cabe señalar que estos principios mantienen toda su vigencia en la práctica consuetudinaria.
[1] Su texto íntegro puede leerse en: https://www.studocu.com/es-ar/document/universidad-nacional-de-san-luis/historia-institucional-argentina/reglamento-de-supresion-de-honores-en-gaceta-de-buenos-aires-1810/17692285
[2] CARRANZA, Adolfo. Leyendas
Nacionales. Ivaldi y Checchi. Bs. Aires, 1894. Pág. 73.
[3] En la jerga castrense el término “casino” indica el recinto social propio de los
militares.
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