martes, 31 de diciembre de 2024

Brindis, militares, la Historia y el Ceremonial

Cuando la ingesta enturbia las mentes

Por Miguel Carrillo Bascary 

Una nota muy a propósito de esta fiesta de fin de año, dedicada a todos mis amigos y lectores en este primer día del 2025 

La historia argentina señala varios brindis que hicieron época. Probablemente el que mayores efectos causó ocurrió cuando se conoció en Buenos Aires el triunfo obtenido por los patriotas en la batalla de Suipacha (7 de noviembre de 1810).

Su desafortunado protagonista fue el oriental Atanasio Duarte, capitán de Húsares. Aquella noche del 5 de diciembre en la sede de los Patricios hubo fiesta, que finalizó en los consabidos brindis, quizás con una reiteración de importancia.

Cuenta la tradición que el entonces secretario de la Primera Junta, Manuel Moreno, pasó frente al cuartel y que el clima de alegría despertó su interés. Intentó saber de qué se trataba, pero se vio impedido por la guardia, tanto por no ser militar y como por no estar invitado. Recordemos acá el público enfrentamiento entre las facciones morenista y saavedrista, cuyo referenciado era comandante del cuerpo. Moreno, muy ofuscado se allanó a retirarse, pero a poco tomó conocimiento de que en el transcurso de la cena Duarte brindó “por el primer rey y emperador de América, don Cornelio Saavedra” al tiempo que tomó una corona hecha de dulce y la colocó en la cabeza de su esposa de Saavedra, exclamando “¡Viva el emperador de América!”.

El acontecimiento permitió que Moreno la emprendiera contra Saavedra quien previamente había manifestado algunas actitudes personalistas, susceptibles de ser consideradas poco democráticas.

Con el ímpetu que lo caracterizaba, Moreno redactó de su puño y letra el “Decreto de Supresión de Honores[1]”, piedra angular del Ceremonial nacional que el mismo día 6 de diciembre consiguió poner en vigencia. La normativa finaliza con la firma, del propio Saavedra, acompañada por las de Miguel de Azcuénaga, Manuel de Alberti, Domingo Matheu y Juan Larrea, como vocales del cuerpo. En carácter de secretarios refrendaron el documento, Juan José Paso y Mariano Moreno, ¡por supuesto!

Como el hilo se corta por lo más delgado, Duarte fue relegado a Luján, destinado al contingente que mandaba Carlos José Belgrano (1761-1814), hermano de Manuel, por entonces vocal de la Junta. Su triste fama de beodo le mereció que se le mal-recuerde en la Historia argentina.

Otro brindis “famoso” fue durante los festejos por la capitulación del virrey De la Serna, a consecuencia de la victoria de Ayacucho (9 de diciembre de 1824). En la oportunidad fue el mismísimo Simón Bolívar quien. picado por la gran cantidad de champagne ingerido. se subió a la mesa y caminó por ella desparramando los manjares y rompiendo copas y vajilla mientras gritaba: “Así he de pisotear a la Argentina![2]”. Acá corresponde recordar que el líder venezolano anhelaba la unidad política de Sudamérica, bajo su mando, claro está. Un ideal con el que no coincidía el gobierno rioplatense. Claro está que su posición política le otorgaba inmunidad de hecho, por lo que el hecho no causó más consecuencias que acentuar la inquina entre la oficialidad bolivariana y la argentina.

Como vemos, los excesos a que daban lugar los copiosos brindis justificaron plenamente que en 1913 Dalmacio Vélez Sarsfield, Ministro de Guerra del gobierno de Roque Sáenz Peña reglamentara los brindis militares. La normativa procuró moderar la costumbre, afianzar el respeto mutuo entre los partícipes, jerarquizar la cadena de mandos y sistematizar una práctica que de por si se presta para incurrir en abusos.

El texto de la disposición no tiene desperdicio, se observa en el una fina ironía y se transparentan los desórdenes que intentaba prever, por lo demás prácticamente no requiere comentario, por lo que a él me remito:

“Buenos Aires, Junio 14 de 1913

Considerando:

Que una de las características que mucho honra a la oficialidad argentina es su temperancia en el uso de bebidas;

Que para mantenerla y acrecentarla conviene resaltar en toda ocasión su mérito y poner también de manifiesto los hábitos que puedan lesionarla;

Que no se debe abusar del procedimiento de festejar las reuniones de camaradería con libaciones, ni mucho menos de inventarlas para darles un pretexto;

Que es contrario a la altivez del oficial beber por compromiso;

Que es carencia de voluntad beber por costumbre;

Que las ansias de beber se producen generalmente por abusos anteriores;

Que la importancia de un brindis no debe valorarse por la cantidad que se beba;

Que la correspondencia a un brindis no impone necesariamente la obligación de beber, desde que la acción de llevar la copa a los labios satisface plenamente al objeto de un brindis y a su más correcta correspondencia;

Que los brindis individuales sin limitación robustecen las tendencias a beber y facilitan, en reuniones, preferencias u omisiones, que no convienen a la disciplina;

El Ministro de Guerra RESUELVE:

1º.- Prohibir a los subalternos iniciar brindis individuales con superiores jerárquicos en reuniones de mesa y casino[3];

2º.- Recomendar que los brindis individuales se hagan sin repeticiones inconvenientes, por motivos plausibles tales como fiestas patrias, aniversarios de regimientos, visitas de cuerpos, recepción o visita de camaradas, cumpleaños, etc.

3º Los superiores vigilarán discreta y constantemente a sus subalternos al respecto y harán constar sus juicios en las notas de concepto.

4º.- Comuníquese, publíquese en el Boletín Militar y archívese.”

Cabe señalar que estos principios mantienen toda su vigencia en la práctica consuetudinaria.


[2] CARRANZA, Adolfo. Leyendas Nacionales. Ivaldi y Checchi. Bs. Aires, 1894. Pág. 73.

[3] En la jerga castrense el término “casino” indica el recinto social propio de los militares.

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