Valioso y objetivo testimonio
Por Miguel Carrillo Bascary
Este emblema de
la cultura aymara con forma de bandera es de discutida antigüedad. Para
algunos se remonta a tiempos prehispánicos, otros pretenden que fue símbolo del
Tiwantinsuyo, el imperio de los Incas, otros más la conceptúan de diversas
maneras, entre ellas la de representar al enorme universo de las culturas
americanas en conjunto y, hasta para algunos, es una suerte de diseño esotérico
propio de la new age.
En esta oportunidad no suscribiré ninguna de estas versiones, simplemente me limitaré a
ofrecer una antigua descripción que realizó un observador calificado, el
científico y viajero francés Alcide
d’Orbigny que nos relata lo que observó en la ciudad de La Paz, Bolivia, el
29 de junio de 1830, durante la festividad religiosa del apóstol San Pedro,
primer papa de la Cristiandad. El contexto de la obra del sabio nos resulta un testimonio absolutamente imparcial ante
los cuestionamientos que hoy rodean a la wiphala,
por lo que resulta doblemente valioso,
por su descriptor y por la antigüedad del relato.
Alcide Charles Victor Marie Dessalines d’Orbigny nació en Francia el 6 de
septiembre de 1802. Estudió en el Museo Nacional de Historia Natural de París,
sus cualidades como dibujante le facilitaron el ingreso al mismo como personal
estable. Con solo 23 años fue enviado a un viaje que lo llevaría a la América
del Sur y que se extendió entre 1826 y 1834. Fueron ocho años de fructíferas investigaciones que apuntaló con su
formación previa, talento para el dibujo y la cartografía, a partir de un
notable poder de observación y una gran capacidad descriptiva. Tras su regreso
debió aplicarse a ordenar sus colecciones, mapas y memorias que presentó en una
monumental obra que abarcó nueve volúmenes publicados entre 1839 y 1847, recién
en 1945 se tradujeron al español. En 1843, fue electo como presidente de la
Sociedad Geológica de Francia y en su época fue una autoridad reconocida en
taxonomía zoológica, paleontología y experto en moluscos (Malacología). Charles
Darwin calificó su trabajo como “uno de los hitos de la ciencia del siglo
XIX". Falleció el 30 de junio de 1857.
Relato de
d’Orbigny
Se trata a sus memorias del 29 de junio de 1830,
durante su estadía en la ciudad de La Paz:
“(…) nada fue comparable a lo que vi el 29, en la
fiesta de San Pedro, que tuvo lugar en el arrabal habitado sólo por los indios.
Además de los disfraces burlescos, había muchos que reproducían los recuerdos a
ellos caros y se hacían con las ropas transmitidas, sin duda, de padres a hijos,
desde los Incas (...) Un gran círculo
de indígenas atrajo mi atención. En medio se destacaba un descendiente de los
Incas, o, por lo menos, uno de los grandes curacas (caciques) de los
alrededores. Llevaba un manto de terciopelo negro y encima una cota de malla de
tela negra, donde brillaba, en el pecho, un gran sol de oro; sobre las espaldas
y sobre las rodillas se veía una figura humana también de oro. Su cabeza estaba
adornada de una diadema de oro, donde brillaban hermosas plumas y un pájaro
colgando, con las alas abiertas, como tratando de picotear la cabeza antes de
volar. Ese personaje tenía en la mano una varilla muy larga coronada de flores
de plata. Otros dos personajes, revestidos de la misma manera, pero algo menos
lujosa, le mostraban la mayor diferencia. Había, además, como acompañamiento,
tres pajes engalanados con un gran tahalí colgado del cuello, y dos portaestandartes llevando una bandera a
cuadros blancos, amarillos, rojos, azules y verdes. A mi llegada, los
indios, respetuosamente agrupados alrededor de esos personajes, les ofrecían
oficiosamente de beber, lo que hicieron múltiples veces. Los seguí después
hacia los alares de las esquinas de la plaza, frente a los cuales los tres
Incas bajaron sus varillas y se inclinaron, mientras los portaestandartes
agitaban, en todo sentido, sus banderas, en señal de saludo. Esas vestimentas,
esas ceremonias, me parecía que evocaban antiguos recuerdos históricos todavía
caros al pueblo esclavizado, y me detuve en ellas con placer; pero me resultaba
penoso observar, al mismo tiempo, el chocante contraste de las risas de
desprecio de algunos de los asistentes españoles”.
Notas: lo transcripto fue tomado de las páginas 1099/1101 de
la obra de Alcide D'ORBIGNY, Viaje a la
América Meridional. Título del original francés: Voyage dans l'Amérique Méridíonale. Primera edición: Editorial
Futuro. Bs. Aires. 1945. Versión directa de: Alfredo Cepeda, revisada para la
presente edición por Edgardo Rivera Martínez y Anne-Marie Brougere. Segunda
edición, agosto de 2002. Publicado bajo el auspicio de la Embajada de Francia
en Bolivia, el Instituto de Investigación para el Desarrollo y Total-Fina-Elf. Copyright:
Instituto Francés de Estudios Andinos. Plural Editores. 2002. Tomo 1: ISBN
99905-64-49-3 I. Impreso en Bolivia. Enlace: https://horizon.documentation.ird.fr/exl-doc/pleins_textes/divers20-06/010034075.pdf
Análisis
crítico del relato
Lo primero a destacar es la data de la fuente, 1830, lo que pone al relato del sabio francés a
salvo de toda intencionalidad interpretativa.
Lo segundo, es el entorno
festivo-evocativo en que se utiliza el emblema, referenciado con un pasado
que se sincretiza en oportunidad de la memoria al Santo y que se sumerge hasta el pasado prehispánico.
Es cierto que la descripción de la bandera, “a cuadros blancos, amarillos, rojos, azules
y verdes “,·omite el violeta y el naranja que se ven en la versión más
compleja que la wiphala de uso
actual, pero esta falta en nada invalida
el testimonio.
Si se considera que d’Orbigny señala cinco colores no
resulta factible reproducir el hipotético diseño ya que por ser un número impar
no puede representarse en segmentos cuadrados:
De todas maneras, la composición hipotética
presentada, preparada en base al aspecto con que hoy se expresa la wiphala no es una pauta decisiva ya que
hay imágenes anteriores que muestran diseños muy diversos, como lo evidencian algunos
keros datados en el siglo XVII:
Hay que convenir que la descripción de d’Orbigny
evidencia una compleja combinación
cromática y que su flamear en manos de los “dos portaestandartes” pudo incidir en la apreciación del
observador.
Otra nota es que éste informa sobre el uso de dos
ejemplares, lo que en la práctica no tendría más explicación que resaltar el carácter complementario y ceremonial del
símbolo con respecto al protagonista central, el curaca de manto de
terciopelo negro “con un sol de oro sobre su pecho”. O sea que, las banderas se
utilizan para resaltar al personaje, ellas no son centro del ritual.
Subjetivamente destaca la crítica que hace d’Orbigny a la actitud despectiva “de los asistentes españoles” que revela el etnocentrismo de tales espectadores.
En suma, esta antigua descripción constituye una valiosa referencia para el análisis vexilológico del emblema y ratifica la persistencia de las imágenes plasmadas doscientos años antes en los keros referenciados.
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