lunes, 10 de mayo de 2021

La bandera de Montevideo

Una versión datada en 1856

 

Supuesta bandera de Montevideo

Por Miguel Carrillo Bascary 

Desde fines del siglo XVIII y hasta las primeras décadas del XX las entidades vinculadas con la navegación editaban guías donde se ilustraban banderas de todo el mundo que resultaban de suma utilidad para los marinos. Para confeccionarlas, se procuraba contar con información oficial, generalmente aportada por agentes consulares, lo no que no siempre era posible; en tal caso se apelaba al testimonio de navegantes o viajeros que pudieran aportar referencias complementarias. Como es lógico, las omisiones y errores eran numerosos.

Es el caso de “Maritime Flags and Standards of All Nations” editado por Alphonso Figsbee en Nueva York (1856).

A los estudiosos de la Vexilología estas publicaciones les proporcionan interesantísimas observaciones ya que, incluso, se registran llamativas fantasías. Como ejemplo encontramos estas banderas atribuidas al Uruguay y al “puerto fortificado de Montevideo, capital de Uruguay”, según consta como epígrafe. 

El color verdoso de las franjas hay que atribuirlo al envejecimiento del papel; se estima que en su origen eran celestes, por toda lógica. La curiosidad radica en la bandera que se atribuye a Montevideo un paño con el Sol centrado y, con el rostro de un niño. Cabe acotar que en la Vexilología de Uruguay se registran numerosísimas variantes en el diseño del Sol por cuanto la normativa no definió en origen ningún diseño patrón. Este vexilo nunca existió como se muestra.

En cuanto al pabellón nacional uruguayo, corresponde al modelo surgido cuando se independizó al país, en 1828, que tenía 9 listas celestes sobre fondo blanco, referidas a cada uno de los 9 departamentos en que se dividió su administración. En julio de 1830 su número se redujeron a cuatro que en conjunto con las blancas sumaron nueve, con lo que se satisfacía la representación indicada. Hacia 1830 las franjas mutaron hacia un azul más oscuro; en consecuencia, la imagen que nos muestra Aphonso Figsbee en 1856 ya está desactualizada.

sábado, 8 de mayo de 2021

A 50 años de la creación de la Bandera Argentina

1862 - La primera celebración del 27 de febrero 

Rosario en 1866 (foto de George Alfeld)

Por Miguel Carrillo Bascary 

1862 marcó la primera vez que se rindió homenaje a la Bandera Nacional y su creador el general Belgrano.

En la oportunidad la recientemente reconocida como ciudad del Rosario de Santa Fe, tal solo diez años antes, recibió a una visita de excepción, el entonces gobernador de Bs. Aires y encargado de hecho del Poder Ejecutivo nacional por renuncia del presidente Pedernera, se trataba del general Bartolomé Mitre.

Había llegado embarcado, acompañado de una numerosa comitiva oficial con el expreso fin de analizar el entorno físico en donde se izó por primera vez la Bandera, exactamente cincuenta años antes, el 27 de febrero de 1812.

Mitre recorrió las todavía altas barrancas donde hoy se alza el Monumento a la bandera y su entorno. Lo hizo acompañado de diversas personalidades rosarinas.

El día 27 de febrero de 1862 fue un día distinto para Rosario, el programa celebratorio consistió en un Te Deum de acción de gracias por la magna fecha, que se rezó en la iglesia matriz, hoy catedral, la que por aquella época era atendida por los franciscanos establecidos en San Lorenzo.

Cuando terminó el oficio hubo un desfile militar protagonizado por tropas nacionales a las que se sumó un batallón de la Guardia Nacional formado por vecinos de Rosario y de su zona aledaña. Nadie suponía que poco más que dos años después, muchos de ellos combatirían a las órdenes de Mitre en lo que se llamó la “guerra de la triple Alianza”. Es de suponer que entre el público presente se encontraba un niño que el 22 de septiembre de 1866 ofrendó su vida en el asalto a la fortaleza de Curupaytí, haciendo ondear a la Bandera nacional para estimular el avance de sus compañeros de armas ¿Su nombre? Mariano Cleto Grandoli

Recibió a Mitre una ciudad recelosa, ya que no podía minimizarse que su puerto competía con el de Bs. Aires, cuyos intereses representaba aquél. Meses más tarde se verá lo equívoco de esta reserva ya que una vez que Mitre asumió como tercer presidente constitucional de la Nación (12 de octubre de 1862) volvió a Rosario el 19 de abril del año siguiente con el objetivo de habilitar la construcción del tren entre esta ciudad y la Capital Federal. Puede estimarse que Rosario tenía entonces unos 12.000 pobladores; en 1869 alcanzaría los 23.000, tal era su pujanza.

En el centro de la plaza “25 de Mayo” se alzaba la columna levantada en homenaje a la Constitución Nacional por la que tanto habían bregado los argentinos. Finalmente, y no sin una cuota de sangre, Bs. Aires se había sumado en 1860 al resto de las provincias y ya la norma regía los destinos de la Patria.

Recibieron al visitante: Nicolás Oroño; Luis Lamas; Aarón Castellanos; Cayetano Carbonell; Pedro Benegas; el general José Benito Nazar La Palma, guerrero de la Independencia, que meses antes había comandado las baterías de Rosario durante la guerra que comprometió a la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires. También estuvo Marcelino Freyre, quien estuvo acompañado por su esposa, María Salomé Maciel, hija de Cosme Maciel, quien según la tradición oral fue la autoridad designada por el propio Belgrano para izar por primera vez la Enseña nacional en las barrancas rosarinas. De la impresión que Mitre recibió en esta recorrida dio cuenta con una prosa idealizada cuando redactó el histórico hecho en su inmortal “Historia de Belgrano”.

Por la tarde del 27 de febrero de 1862 Mitre, su comitiva y sus anfitriones se dirigieron hasta San Lorenzo, donde visitaron el convento de San Carlos y el “Campo de la Gloria”. Allí, a la sombra del histórico pino, en el mismo punto en que San Martín redactó el parte de victoria Mitre interrogó a los frailes sobre la tradición oral que preservaban sobre el combate ocurrido el 3 de febrero de 1813.

Diez años más tarde, en 1872, por iniciativa de un italiano llegado la ciudad en 1856, el ingeniero Nicolás Grondona, a su regreso de un periplo que lo llevó a su país entre 1865 y 1879, Rosario comenzaría la odisea de hacer levantar un monumento que honrará el primer izamiento de la Bandera Nacional, pero esto es otra historia.

 

jueves, 29 de abril de 2021

Protocolo: la bandera local no siempre irá primero

Cuando el clímax altera las precedencias 

La bandera de Grecia precede a las restantes

Por Miguel Carrillo Bascary 

Una de las reglas básicas del Protocolo es que la bandera del estado local ocupa el primer lugar con referencia a otras. Este es el principio generalísimo, pero para todo existe una excepción, de ella trataremos.

Ocurre que en una ceremonia pública no siempre el primer lugar es el que luce más. Para entenderlo tenemos que representarnos una ocasión que hayamos vivido y asó podremos apreciarlo en forma mucho más sencilla que con un largo intento de explicarlo.

Antes del inicio de una actividad suele haber enorme expectativa, en esta circunstancia hace su entrada al recinto una delegación encabezada, como es tradicional, por su bandera nacional; a la que siguen otras tantas.

Pero, cuando las delegaciones son muchas y se presentan en orden sucesivo, es natural que paulatinamente se genere un ambiente que potencia la creciente emotividad del público; que acentúa la expectativa hasta que llega el momento cúlmine, el ingreso de la última delegación. Por esto, la bandera que cierra es la que recibe la más alta valoración.

Es lo que ocurre también en un desfile de modelos, donde la última pasada deposita ante la mirada de los asistentes la creación estrella de la colección.

El Protocolo estatal resulta impermeable a estos fenómenos tan vinculados a las emociones por eso, lo que comentamos no aplica, pero en un ámbito donde las precedencias pueden flexibilizarse es perfectamente factible, aunque la bandera local no encabece las presentaciones.

Una excepción a la regla

El ejemplo típico son los Juegos Olímpicos, una ocasión de encuentro internacional donde las cuestiones de estado se dejan de lado para celebrar la confraternidad humana centrada en el deporte en un marco de publica alegría, donde los rígidos cánones del protocolo oficial habilitan una mayor espontaneidad, sin por ello caer en una despreocupada anomia.

Desde su primera edición las Olimpíadas han cultivado y enriquecido sus pautas de protocolo cimentando una tradición que hace a la esencia de los Juegos.

Así la bandera de Grecia tuvo un protagonismo señalado desde la primera edición de los Juegos (1896), donde fue local; en este contexto fue natural que las delegaciones participantes se identificaran con sus respectivas enseñas. En 1913 se creó la “bandera olímpica” que hizo su formal debut en la ceremonia inaugural de los Juegos realizados en Amberes, en 1920 (1).

Los atletas refugiados desfilan tras la bandera olímpica (Río, 2016)

El Código de Protocolo Deportivo del Comité Olímpico Internacional se basa en la Carta Olímpica que inspira a los Juegos. Se complementa con un manual, que estipula diferentes previsiones para otras tantas situaciones. Sus prescripciones han trascendido prácticamente a todas las realizaciones deportivas de otro nivel y también respecto de otros eventos.

Presentación de los atletas del Perú (Río, 2016)

En cuanto al desfile de banderas se consustancia con la presentación de las delegaciones participantes que superan las 200. Sintetizaremos exclusivamente lo pertinente:

  • Cada delegación, en uniforme oficial, desfila precedida por un cartel con su nombre y por su bandera, que lleva un miembro de la delegación. Las banderas de todas las representaciones, al igual que los carteles, son suministrados por el Comité Olímpico y tendrán todas las mismas dimensiones. A los portadores de los carteles los designa el Comité Organizador; ya que tienen la misión de guiar el trayecto del conjunto de deportistas y contribuyen a mantener el ritmo estipulado para la pasada, una función de vital importancia para no alterar la continuidad de las coberturas televisivas.
  • Los participantes no pueden llevar otras banderas, estandartes, ni otro vexilo; aunque en ocasiones la organización autoriza que porten pequeñas banderitas nacionales en sus manos. En ningún casos se desfila con escoltas, por cuanto en el contexto de la pax olímpica serían antinaturales. Mientras que también se omite el uso de tahalíes con los colores nacionales, que son complemento imprescindible en el Ceremonial de muchos estados; se sustituyen con un correaje portabandera, uniforme para todas las representaciones.
  • Las delegaciones desfilan en el orden alfabético definido por la lengua del país anfitrión, con excepción de la griega, que abre el desfile y la del estado local, que lo cierra, seguida inmediatamente por los atletas de esta última nacionalidad.
  • La espontaneidad se manifiesta en que los abanderados pueden hacer ondear los paños, algo que en una ceremonia oficial tradicional sería impensable; más aún, censurable.

Aplicación

Lo expuesto puede aplicarse en ocasiones similares, y constituye una variante más al alcance de los organizadores de eventos.

En estos casos el ordenamiento puede adoptar diferentes criterios; por caso, tomar como referencia el nombre de las entidades representadas por las delegaciones participantes o también, disponer que el ingreso sea de acuerdo a la antigüedad (según la fecha de fundación), la de su integración a la organización que las agrupe o algún otro criterio similar; para terminar con el paso la bandera de la entidad anfitriona.

Nota: (1) algo más sobre la bandera olímpica en http://banderasargentinas.blogspot.com/2016/08/lecciones-de-una-bandera-robada-la_29.html

lunes, 26 de abril de 2021

Crónicas /2 ¿De quién es el Monumento a la Bandera?

Una compleja relación

El Monumento a la Bandera, 1º de enero de 2000 (foto: Munic. de Rosario)

Por Miguel Carrillo Bascary (1)

Considerando el alcance internacional de este Blog se justifica que antes de abordar el tema precise qué es y qué significado está implicado en este verdadero altar patriótico.

Información para quienes no son argentinos

El Monumento Histórico Nacional a la Bandera, tal su nombre completo en la actualidad, es un memorial cívico que rinde perpetuo homenaje a la Bandera Argentina. Se levanta en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe, sobre el lugar aproximado donde el 27 de febrero de 1812 el entonces coronel Manuel Belgrano presentó por primera vez la Enseña patria, en el poblado de la Capilla del Rosario, ante las tropas que guarnicionaban el complejo de baterías “Libertad” e “Independencia” y en presencia de la población del lugar congregada. La identificación de Rosario con este acontecimiento histórico es de tal magnitud que por Decreto Nº313/ 1990 (26 de febrero de ese año) la Intendencia local ordenó que toda disposición que emane del Ejecutivo municipal adose la leyenda “Rosario, cuna de la Bandera”, un lema que posteriormente se generalizó a todo efecto.

Después de diversos intentos frustrados que no serán tratados aquí, se inició su construcción en el año 1943 y quedó formalmente inaugurado el 20 de junio de 1957. Hoy es un centro de peregrinaciones cívicas-patriotas; hito representativo de la ciudad de Rosario y, también, un ámbito de expresión popular y de representaciones culturales de todo tipo.

Ocupa un área de aproximadamente 10.000 metros2; aunque si se consideran sus complementos: el pasaje “Juramento” y la explanada del “Mástil Mayor”, su extensión se incrementa en un tercio. Emplazado en el eje cívico-histórico de la ciudad, forma un conjunto con los íconos fundacionales de la ciudad: la Iglesia Catedral; el Palacio Municipal; la plaza 25 de Mayo; con el pasaje “Juramento”; la fuente de “Lola” Mora y paseo “Batería Libertad” que, a su vez comprende los monumentos al almirante Guillermo Brown y el dedicado a los autores del Himno nacional, junto con una instalación en acero naval que reproduce el perfil del general Belgrano. Estos espacios se abren sobre el “Parque Nacional a la Bandera” que linda con el río Paraná y que, a su vez, contiene el cenotafio de los héroes de Malvinas.

Sus elementos, frisos y esculturas poseen un complejo simbolismo que expresa elementos objetivos; históricos y valores. Está recubierto en mármol travertino. Atesora banderas históricas y otros testimonios alusivos a la argentinidad y la confraternidad americana.

Aparenta un estilo “monumental”, con rasgos modernistas-clásicos-americanistas, lo que obviamente lo define como sustancialmente ecléctico. Se descompone en varios segmentos: el Propileo; el “Patio Cívico” o “Escalinata monumental” y la Torre. Se complementa con la “Galería de Honor de las Banderas de América” y la “Cripta de Belgrano” (subsuelo); así como del “Mástil Mayor” que está destinado a la Bandera nacional argentina.

Su núcleo arquitectónico posee: un largo de 140 metros; un ancho máximo de 51 (Propileo) y un ancho menor de 18 (Proa). La Torre alcanza una altura de entre 69 y 70 metros.

En las siguientes líneas se responderá a la pregunta que abre esta presentación y expondré otras cuestiones conexas a la historia y evolución del régimen de dominio y administración del Monumento.

Advertencia

Omitiré referirme aquí a las extensas gestiones emprendidas por la Intendencia de Rosario y sucesivas comisiones, populares y oficiales, que por tres generaciones bregaron para verlo construido, por cuanto esto demandaría una extensión propia de una monografía. Bajo esta advertencia me centraré en los puntos que subjetivamente son más importantes o poco conocidos.

Antecedentes

En 1936 se formó una Comisión Pro-Monumento que convocó el Intendente de Rosario Miguel J. Culaciati quien la presidió. Poco más tarde fue reconocida por el Gobierno nacional (Decreto Nº84.678/1936) al que se le había solicitado “su auspicio”; en la norma, el presidente Agustín Justo ratificó como titular al Dr. Culaciati junto a unas 80 personalidades rosarinas provenientes de todo el arco social. En la nómina no figuraba ninguna mujer; omisión constante en la historia del memorial, que es propia de la época.

Por Ley Nº12.575, del 18 de enero de 1939, el Gobierno nacional estableció un presupuesto para construir el monumento tan anhelado por los rosarinos lo que no excluyó recabar aportes de otras fuentes, fueran públicas o privadas.

Para dar operatividad a la Comisión por Decreto Nº25.828/ 1939 se fijaron sus funciones, entre las que cito: organizar el concurso de anteproyectos del monumento; impulsar una suscripción popular para allegar contribuciones del sector privado y estatal de otras jurisdicciones y contratar la construcción en forma directa (sin necesidad de llamar a licitación pública), para lo cual quedó autorizada a la administración e inversión de los fondos disponibles. La norma constituía a la entidad como “único juez” del concurso y podía elegir sus autoridades internas, lo que revela una considerable y muy prudente autonomía.

Como presidente se designó al doctor Miguel J. Culaciati a quien acompañaron cinco personalidades rosarinas; por el sector estatal se sumaron: un representante de la Dirección General de Arquitectura (Ministerio de Obras Públicas); otro de la Comisión Nacional de Bellas Artes (Ministerio de Cultura); uno del Ministerio del Interior y un miembro de la Academia Nacional de la Historia. En consecuencia, esta comisión era un ente estatal de composición mixta lo que le otorgaba un importante margen de acción. Desde entonces en todo el proceso que llevó a la concreción del Monumento ella será la faz visible del Estado nacional que, tal que como se adelantó, es el comitente de la obra.

La Comisión comenzó con gran empuje; elaboró las bases y llamó a concurso de anteproyectos que cerró el 30 de mayo de 1940, Se recibieron quince iniciativas, de las que aceptaron siete.

Poco después, el 22 de septiembre de 1940, el jurado otorgó el primer premio al seudónimo “Invicta” que encubría a los arquitectos Ángel Guido y Alejandro Bustillo, junto a los escultores José Fioravanti y Alfredo Bigatti. De por sí esto no implicaba que ellos ejecutarían la obra, ni tampoco que el producto premiado debía ser el ejecutado.

Recorte dando cuenta de la premiación

El accionar de la Comisión continuó sin pausas, aunque el inicio de los trabajos no fue inmediato, era necesario elaborar los planos definitivos y realizar el estudio de la estructura propuesta, tarea que estuvo a cargo del ingeniero calculista Floriano Zapata (hijo) una intervención destacada que no suele ser destacada en las crónicas del proceso.

El contrato ejecución de obras se suscribió 16 dic 1942; el instrumento se firmó en el despacho del entonces Ministro del Interior, justamente Miguel Culaciati, quien tanto había bregado en pro del Monumento. El15 septiembre 1947 Guido suscribió como director técnico y artístico del Propileo que no fue incluido en el acuerdo anterior.

Miguel J. Culaciati (1879 - 1970)

A lo largo de los 14 años que demandó la construcción la “Junta Ejecutiva de la Comisión Nacional del Monumento a la Bandera”, actuó en representación del Estado nacional, como interlocutora con “los artistas”; controló celosamente el desempeño de Guido como director de la obra y veló por la correcta provisión e inversión de los fondos comprometidos.

El 3 de julio de 1950 la Comisión en pleno presentó su renuncia; se justificó lo actuado en la indiferencia del Gobierno nacional para con la ejecución del proyecto, como lo evidenciaba la escasa dedicación presupuestaria. Esto supuso la paralización casi total de los trabajos hasta que se reconstituyó la Comisión el 23 de mayo de 1951 donde asumió como presidente el coronel Marcelino de Loredo (ex jefe del Regimiento 11 de Infantería entre 1950 y 1951) nombrado por Decreto Nº10.068/ 1951 (23 mayo de ese año). En 1952 se sumará al Intendente municipal de Rosario, lo que implicó una garantía del compromiso del Estado nacional con la ejecución de la obra. La actividad se aceleró, pero aún quedaba mucho por completar y en el ínterin surgieron nuevas demoras.

De esta manera se reinició la construcción, pero a un ritmo muy lento que se acentuó cuando otra vez se redujo su presupuesto y se afectó parte de los fondos al proyecto de monumento a Eva Perón que se resolvió levantar a fines de 1952.

La cosa cambió en 1954, cuando el Gobierno comprometió una importante partida de fondos para intentar terminar el Monumento. Se constituyó entonces una Junta Ejecutiva presidida por de Loredo, con cinco jerarquizados integrantes; de la que fue asesor técnico el arq. Domingo Trangoni, cuya contribución suele olvidarse. Vemos así que sucesivos gobiernos nacionales dieron importante participación a destacados miembros de la civilidad rosarina lo que implicó reconocer a la ciudad con un protagonismo singular.

El Monumento en una fase de su construcción

El gobierno de facto que asumió el poder en septiembre de 1955 dio un nuevo impulso a las obras. Se reconstituyó la “Comisión Nacional del Monumento y Parque Nacional a la Bandera”, a cuyo frente se mantuvo el coronel de Loredo y como vice se nombró al Dr. Julio Marc, director del “Museo Histórico Provincial de Rosario”, e íntimo amigo de Guido, lo que implicó un notable respaldo a la figura del Arquitecto, desmintiendo así una pretendida hostilidad gubernamental por haber sido rector de la Universidad Nacional del Litoral entre 1948 y 1950 (Ref.: Decreto Nº5.148 del 26 de marzo de 1956 y Decreto Ley Nº11.597 del 2 de julio del mismo año).

Fue así que en los primeros meses de 1956 se autorizó la ejecución de la “Galería de Honor de las Banderas de América”, inicialmente no incluida en los contratos originales, lo que de hecho implicó postergar la inauguración inicialmente prevista para el 20 de junio de ese año. Interesa destacarlo, por cuanto circula el infundio de que la postergación fue para “despegar” el acontecimiento de la anterior gestión gubernamental. Cuando en 1957 existió la certeza de culminar la obra, por Decreto Ley Nº4.901 se fijó como fecha inaugural el 20 de junio de ese año.

Pero, ¿Quién es el dueño del Monumento a la Bandera?

Desde la mística cívica el Monumento no tiene dueño sino una propietaria: la Bandera Nacional Argentina, así lo expresa la dedicatoria que luce en su imaginaria “proa”, donde puede leerse en letras marmóreas: “La Patria a su Bandera”.

La dedicatoria

En lo jurídico adelanto aquí que el titular del dominio del Monumento es el Estado Nacional argentino, de conformidad a las referencias históricas y jurídicas que se volcarán seguidamente.

Desde lo emotivo también podría decirse que el “dueño” es el pueblo argentino, que desde el primer momento lo incorporó a sus vivencias sociales para concretar allí manifestaciones populares de sorprendente variedad.

Una celebrada inauguración

En el “Día de la Bandera”, el 20 de junio de 1957, la Junta Ejecutiva hizo formal entrega de la obra concluida al Gobierno nacional, por entonces a cargo del presidente provisional de la Nación, general Pedro E. Aramburu. Se concretó en un marco de júbilo popular indescriptible que se estima alcanzó a las 500.000 personas, venidas desde todos los puntos del país (por entonces Rosario contaba con una población similar). La ocasión suscitó un multifacético programa de actos del que participó el Gobierno y numerosísimas instituciones de todo tipo.

Primera plana del diario "La Capital", 21 de junio 1957

Guido director

Luego del gran acto inaugural ocurrió una suerte de distrés con relación al Monumento, algo lógico si se considera la intensidad que implicaron las labores cumplidas entre 1956 y 1957.

A fines de este último año la Comisión Nacional designó al ingeniero Ángel Guido, como “director honorario e interino” del Monumento. De Loredo renunció a la presidencia de la Comisión ya que fue enviado a otro destino, con lo que se produjo una suerte de vacío que fue cubierto en forma inorgánica por distintas reparticiones estatales.

Ángel Guido

En 1957, acuciado el Gobierno por penurias económicas, para atender las tareas inherentes de conservación del recinto asignó al Monumento un exiguo presupuesto de m$n 14.000 mensuales que se mantuvo invariable hasta 1960, pese a la creciente inflación. Esto impidió de momento que Guido pudiera concretar la “Sala de las Provincias” que debió instalarse en el subsuelo de la Torre y que, 64 años más tarde permanece sin concretar, con lo que en rigor el Monumento está inconcluso. Tampoco fue posible hacer fundir de las estatuas de las “4 Américas”, diseño de Guido, cuyos taseles se ubicaron en el Propileo. Fueron infructuosas las gestiones del transitorio director para conseguir que se ampliara la asignación; el lobby rosarino no tuve mejor suerte. Transitoriamente el Ministerio del Interior de la Nación asignó como custodia de honor del Monumento a una sección del histórico Regimiento 11 de Infantería “Gral las Heras” con asiento en la ciudad de Rosario, que dependía del Comando del II Cuerpo de Ejército.

Ante la necesidad de coordinar lo pertinente el 10 de marzo de 1959 el presidente de la Nación, Arturo Frondizi, dictó el Decreto Nº3017/ 59 que convalidó lo actuado por la Junta Ejecutiva y ratificó a Guido como director honorario del Monumento, bajo dependencia del Ministerio del Interior, competente en materia de símbolos nacionales según lo define la Ley de Ministerios, aún en la actualidad.

El 29 de mayo de 1960 falleció el Ingeniero Guido quien de hecho había tenido que abandonar sus funciones de director cuando lo acometió su última enfermedad. Inmediatamente la Municipalidad de Rosario asumió de hecho las tareas imprescindibles para el mantenimiento del Monumento; ante la total pasividad del gobierno nacional. Paralelamente le solicitó que se lo transfiriera a su jurisdicción.

La Municipalidad de Rosario debió atender los gastos de conservación del recinto y hasta los necesarios para reponer las banderas que se empleaban a diario. En julio de 1962 se conoció que la Intendencia había afectado a tal efecto la suma de m$n 200.000; al par que debió contratar a dos electricistas encargados de sus tareas específicas y de ser improvisados ascensoristas; junto con un empleado administrativo, quien también oficiaba de guía. En una nota dirigida al Ministro del Interior, el interventor en el municipio consignaba, esta enorme obra arquitectónica se halla prácticamente abandonada”.

Ese mismo año la Municipalidad reiteró el pedido de que se le cediera el Monumento, lo que parecía una solución lógica ante la inoperancia del Gobierno nacional. Sin embargo, no se hizo lugar a la solicitud, pero, previo dictamen de la “Comisión Nacional de Museos y Monumentos y Lugares Históricos”, el presidente Arturo Frondizi dictó el Decreto Nº374 del 16 de enero de 1963 por el cual otorgó a la Intendencia Municipal de la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe, la tenencia, custodia y conservación del Monumento Nacional a la Bandera”.

Destaco que la norma cedió el Monumento a la Intendencia de Rosario y no al Municipio en sí mismo. Esto, puede parecer una sutileza para quienes no sean profesionales del Derecho, pero tiene una enorme implicancia, ya que de hecho el responsable de la administración, tenencia y preservación del Monumento es el Intendente municipal solamente, lo que indirectamente excluye al Concejo Municipal de manera que éste carece de competencia para, por ejemplo, autorizar actividades en su recinto; disponer sobre su ornato; organizar eventos; etc.

Entre 1963 y 1989 el Monumento fue administrado mediante diversos actores burocráticos, siempre bajo directivas del Intendente de Rosario quien reconoció distintos grados de participación a representantes de la civilidad.

Fue el 19 de mayo de 1989 que el Ejecutivo local puso el Monumento a cargo de una dirección general que depende del Secretario de Gobierno del Municipio; aunque la responsabilidad eminente corresponde al Intendente municipal, a resultas del decreto de 1963.

En cuanto a la custodia del espacio que comprende, desde mediados de los años 70 corresponde a la Gendarmería Nacional, lo que evidencia su condición de “bien patrimonial” del Estado argentino.

El espacio donde se levanta al Monumento fue oportunamente considerado como “sitio histórico”, por corresponder al emplazamiento de la batería “Libertad”, lugar del primer izamiento. No así el memorial que se construyó sobre él, pero con el correr del tiempo se hizo evidente que había acreditado sobrados méritos para ser reconocido como “monumento histórico nacional”, lo que se concretó por medio del Decreto Nº1.592/ 1989. Desde ese momento quedó comprendido en los condicionamientos que prevé la Ley Nº12.665 con las reformas dispuestas por la Ley Nº27.103 de 2015 y de su reglamentación, el Decreto Nº2.525/2015.

Esta normativa rige sobre todos los elementos que son patrimonio de la Nación, por lo que el margen de autonomía de que gozaba el intendente de Rosario a tenor del Decreto Nº374/ 63, se vio reducido sensiblemente; una circunstancia a que no parece ser clara para algunos actores institucionales del ámbito local.

De esta manera surgió un nuevo protagonista con injerencia en la gestión y conservación del Monumento, la “Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos” dependiente de la Presidencia de la Nación, a través del Ministerio de Cultura, lo que de por sí tornó aún más compleja y circunscripta la gestión del memorial.

Interesa referenciar que son atribuciones de la comisión: a) ejercer la superintendencia inmediata sobre los monumentos históricos nacionales y demás bienes protegidos; b) establecer los alcances y límites de la protección inherente; c) intervenir con carácter previo y vinculante, aprobar o rechazar, y supervisar toda intervención material sobre los bienes protegidos; d) dictar las instrucciones generales y especiales, y las recomendaciones acordes sobre la forma más adecuada de preservar el bien, de conformidad con las pautas establecidas en las convenciones y cartas internacionales que regulan la gestión patrimonial para la preservación, guarda y restauración de los bienes culturales protegidos. A tal efecto puede solicitar la paralización de las obras que no se ajusten a las pautas establecidas, sin perjuicio de la aplicación de las sanciones previstas en la normativa y en el Código Penal. Como se ve estas competencias son muy amplias y está bien que así sean, no hay mejor sistema en democracia que órganos de diferente jurisdicción coadyuven a los sanos objetivos conjuntos y que se controlen mutuamente. Más aún, tratándose de bienes culturales que las generaciones del presente deben asegurar como preciados legados para aquellas que las sucederán.

El uso de los distintos espacios del Monumento y de su entorno se rige por normas dictadas por el municipio de Rosario. Su naturaleza de memorial cívico no habilita ciertas manifestaciones culturales, no por hostilidad institucional a las mismas, sino por no condecir con dicha naturaleza. Cabe acotar que no es extraño que algunas manifestaciones espontáneas hagan caso omiso de lo estipulado por la normativa.

Esta particular dualidad a que está sometido el Monumento, desde lo nacional y lo municipal, no es advertida con claridad por la opinión pública; lo lamentable es que tampoco por algunas autoridades municipales; lo que da lugar a conflictos y pretendidas injerencias que no deberían suscitarse.

Conclusión

Como quedó expuesto, el Monumento Nacional a la Bandera pertenece al Estado nacional, como un bien de dominio público, esto implica que se trata de un patrimonio histórico y cultural de todos los argentinos, pero su administración la ejerce el Intendente municipal de Rosario (no el municipio como tal), a cuyo efecto está sujeto a la supervisión de los ministerios del Interior y de Cultura, en este último caso a través de la Comisión Nacional creada por la Ley Nº12.665.

Ref.: subdirector general por concurso del Monumento a la bandera y director subrogante (2011 - 2013)

sábado, 24 de abril de 2021

Taller de dispositivos de Ceremonial /2

Pudo estar mucho mejor

 
El dispositivo en análisis

Por Miguel Carrillo Bascary

 

La fotografía me fue enviada hace cierto tiempo, por lo que desde ya pido disculpas por la extendida demora en que incurrí. 

El dispositivo en análisis es muy sencillo; se trata de una conferencia concretada en un espacio institucional vinculado a la Medicina. El expositor ha preferido dirigirse al público desde un escritorio, desechando el ambón que vemos a la izquierda. Cuatro banderas de sitio enmarcan y jerarquizan la ocasión. 

Primera consideración

Cabe suponer que el ambón se utilizó para presentar al expositor, sirve también de referencia institucional ya que en su frente consta el logo de la entidad anfitriona. 

Segunda consideración

El posicionamiento de las banderas no es lineal, sino sesgado respecto del escritorio y, al mi parecer es el hecho que contribuyó a confundir al responsable del armado que, en principio, buscó privilegiar la posición de la Bandera Oficial Argentina, colocándola lo más cerca posible del expositor, pero la falta del debido orden protocolar del conjunto desdibujó el intento.

Vemos así que según la “regla de la derecha” las enseñas se colocaron con el orden siguiente: provincia de Bs. Aires/ partido de Almirante Brown/ institución anfitriona/ Bandera Oficial de la Nación. Y, si explicamos la disposición conforme al “principio de la cercanía” con el foco de atención del público, el orden sería: Bandera Oficial de la Nación/ institución anfitriona/ Partido de Alte. Brown/ provincia de Bs. Aires. En ningún caso la presentación es correcta, hay un verdadero desorden por donde se lo mire. 

Si por alguna razón tendría que haberse mantenido la posición sesgada de los vexilos, en lo personal habría preferido guardar el siguiente orden, desplegándolos desde la posición más cercana al expositor, en consecuencia: Bandera oficial de la Nación/ de la provincia de Bs. Aires/ del partido/ entidad anfitriona. 

Una variante factible pudo ser apelar a la presentación del “orden oblicuo decreciente hacia atrás”; desplegando las astas en degradé a partir de la posición de la Bandera nacional. 

Tercera consideración

Las banderas se presentaron con astas, moharras y pies soportes acordes del Decreto Nro. 1650/ 2010; al igual que sus respectivas corbatas. Sin embargo, no se colocaron expansores a los paños, con lo que se muestran mustios, faltos de la debida presencia. Para más, dos de las moharras están de canto, un detalle que subraya la desprolijidad del conjunto.

viernes, 23 de abril de 2021

La tentación del Libertador y la deuda externa

San Martín, la tentación del poder total y la deuda externa 

 San Martín proclama la independencia del Perú (fragmento)

Por Miguel Carrillo Bascary 

Pese a su actualidad, el tema no es nuevo para la historia de América. En cualquier medio de difusión pueden verse referencias constantes al problema de la abultada deuda externa y el condicionamiento que plantea al desarrollo socio económico del país. Su tratamiento divide a las opiniones en posturas antagónicas. 

Por otra parte, en torno a pocos puntos coinciden los pareceres en nuestra balcanizada Argentina actual como en honrar la personalidad de don José de San Martín. A 200 años de asumir el poder en el Perú que libertó, su conducta sigue inspirando nuestros actos como nación,

El Protector

San Martín fue un libertador, pudo asumir como un autócrata de fisonomía absorbentemente paternal, tan típica de nuestra América, en quien sus seguidores se identifican en forma mística, absorbiendo sus perfiles sin crítica, en un patético renunciamiento al principal carácter de todo hombre o mujer, su libertad. En su vida el prócer se opacó a sí mismo y permitió el libre desarrollo de los pueblos que juraron seguirlo; cuando creyó cumplida la misión a lo trajo a su patria nativa, desapareció de la escena política, como lo anhelaba su templanza.

En 1821 los Andes lo vieron como “Protector del Perú”, contando con la suma de los poderes públicos que le concedió ese pueblo hermano como herramienta necesaria para librarse del yugo colonial, en la ciega confianza de que tamaña potencia no sería usada como sustento de una dictadura.

Pudiendo hacerlo y sin que nadie se lo reprochara, San Martín auto limitó sus poderes y sancionó el “Estatuto Provisional” que regiría su mandato donde él mismo fijó la extensión de su poder hasta la inexistencia de enemigos en el país y “hasta que el pueblo posea nociones de autogobierno”. No era aún el momento de sancionar una constitución; no habría sido posible en aquella hora en que destino del continente dependía de los sables sostenidos por el espíritu criollo de la emancipación.

San Martín, Protector del Perú (E. Apesteguía; 1943)

Dos naciones hermanas

Es necesario esforzarse hoy para comprender aquel momento de 1821 en que San Martín dicto el Estatuto, pero, a poco que descorramos el velo de las diferentes circunstancias encontraremos en el presente paralelos asombrosos, y con ellos veremos el alto grado de ejemplaridad que tuvo y tiene la conducta del Libertador.

Las Provincias Unidas del Palta y el Perú revolucionario compartían realidades comunes, en definitiva, eran ramas del mismo tronco ibérico; la idéntica opresión impuesta por las ordenes metropolitanas en todo lo fundamental; la estratificación social sustentando privilegio; el monopolio económico, detentado por una oligarquía comercial; la producción local desquiciada; en completo aislamiento internacional; la indiferencia de muchos por el destino conjunto; la empatía obnubilada por los intereses de sector. A esto se sumaban: las propias contradicciones ideológicas del grupo americano en el poder; la carencia de medios para sostener una lucha prolongada; un pueblo en la miseria; una peligrosísima crisis del sistema educativo, capaz de pervertir a mediano plazo el ejercicio de la libertad intelectual; el manejo desvergonzado de la información y muchos otros factores coincidentes en esas tristes realidades. En cuanto se reflexiona, muchas de las lacras que atenazaban a las recién alumbradas naciones de América perviven hoy, bajo diferentes máscaras y en distintos grados.

Existía si una diferencia principal: el poder español en el Perú contaba con una mayor potencia que en la región rioplatense. El rebullir interno demoró la organización argentina, las tensiones de los primeros años eclosionaron en un aparente triunfo del “rojo punzó” de 1835 que encarnó un autoritarismo centralista y porteño, encubierto dialécticamente, que solo propugnó retener el poder para conservar los privilegios bonaerenses despecho del compromiso que se contrajo con la firma del “Pacto Federal”, en 1831. Este férreo régimen fue derrotado en Caseros por la misma espada que más tarde, en el “Acuerdo de San Nicolás” rescató límpido el justo ideario de la federación y permitió que cuajara en la Constitución de 1853 que aun rige a la Argentina.

Encerrado entre la selva amazónica, los Andes centrales y la costa oceánica el proceso en el Perú fue más drástico: la civilización andina truncada, vencida pero subsistente; el relativo aislamiento las influencias europeas; la dolorosísima realidad de grandes masas de esclavos; el latifundio agrario y las componendas de los intereses mineros, entre otros hechos, explicarían las diferencias en el transcurrir de dos naciones hermanas.

Ley constitucional y crisis

San Martín combatió el privilegio de castas con el dogma de la igualdad republicana que testimonió en cada paso de su vida pública y privada. Con ello se granjeó la traición de muchos que en apariencia decían seguir su camino. Una Lima conspiradora afloró ni bien descendió la euforia de la liberación. Desde la Sierra, pronto al zarpazo, los restos del ejército colonial acechaban las libertades populares prestas a reinstalar al amo hispánico o a sus bien disimulados siervos.

En este marco San Martín enfrentó la tentación del poder omnímodo; pero en definitiva desoyó el canto de las sirenas susurrado por leales plumas y bayonetas; se resistió al sectarismo del algunos de los suyos; vomitó a los aduladores; fue impermeable a la avaricia y no traiciono su misión libertadora. Con visión de estadista asumió que el ejemplo debe darse “desde arriba” y el 8 de octubre de 1821 concedió al pueblo peruano el Estatuto que garantizó públicamente su propósito. Esta pieza jurídica, quizás no suficientemente recordada, consagra un ámbito de libertad para el Perú al mismo tiempo que condiciona el ejercicio de la autoridad del Protector. En su inestable y peligrosa posición, no cayó en el embrujo de sentir que “el fin justifica los medios”. Ante los peligrosísimos estertores del poder colonial San Martín creyó en la institucionalidad y rechazó la demagogia.

Cuando presentó a los peruanos su “Estatuto” dijo San Martín:

“Al resumir en mí el mando supremo, mi pensamiento ha sido dejar las bases sobre las que deben edificar los que sean llamados al sublime destino de hacer felices a los pueblos. Me he encargado de toda autoridad para responder de ella a la Nación entera (…) Antes de exigir de los pueblos juramento de obediencia, yo voy a hacer a la faz de todos el de observar y cumplir el estatuto que doy por garante de mis intenciones (…) Si después de liberar al Perú de sus opresores puedo dejarlo en posesión de sus destinos, yo iré a buscar en la vida privada mi última felicidad, y consagraré el resto de mis días a contemplar la beneficencia del Hacedor del Universo”.

El Protector navegó entre las acechantes aguas de la lucha armada y de la radicalización ideológica de una sociedad convulsionada; confundida; en gran parte descreída. Es en estos mares revueltos donde, en todas las épocas y bajo todas las banderas, los aventureros sin más patria que sus bolsillos obtienen pingues ganancias; donde la moneda de pago siempre fue y será la misma; las penurias del pueblo.

¿Qué dispuso el Estatuto?

En esta norma San Martin trascendió su condición de militar, sin negarla, asumió la dimensión de estadista por el bien común del pueblo peruano. Permitió la libertad de culto en privado; tomó la función de arreglar el comercio y de reformar la administración pública; desterró el privilegio y abogó; por establecer relaciones internacionales en interés del país. Prometió sostener la moneda, base del desarrollo económico de toda sociedad. Se rodeó de un Consejo de Estado pluralista; para que le asistiera en sus actos de gobierno, no para que lo aplaudiera claudicante. Garantizó también la libertad personal y la de imprenta, piedras angulares del sistema democrático en ciernes.

Pero donde la conducta sanmartiniana es un verdadero ejemplo en consonancia con la actualidad del tema que tratamos es en el primer “artículo adicional” del Estatuto que dice:

“Animado el gobierno de un sentimiento de justicia y equidad, reconoce todas las deudas del gobierno español que no hayan sido contraídas para mantener la esclavitud del Perú y hostilizar a los demás pueblos independientes de América”.

El criterio sobre la deuda

Su visión de estadista advirtió claramente a San Martin que la independencia no está solo en reverenciar una bandera como propia y en expulsar los uniformes extraños del suelo patrio. Radica también en la posibilidad de aplicar libremente los medios para satisfacer las necesidades y aspiraciones del pueblo, conforme a sus objetivos e ideales.

El Perú de 1821 enfrentaba una pesada hipoteca que le dejó el régimen colonial. La legitimidad de tal deuda era, cuanto menos, sospechosa en muchos de sus rubros. Gravaba el futuro del Perú como nación plenamente libre. San Martin lo tuvo presente y advirtió la trascendencia del problema. También acá resistió la tentación demagógica que le habría permitido aferrar los destinos del pueblo peruano en sus manos, inmensamente altruista pero también peligrosamente humanas. Rechazó la soberbia de negar su pago y de utilizar este medio para diseñar una nueva sociedad desde la autocracia, tiñéndola de su personalismo e imponiendo sus designios al servicio de un poder íntegramente a su medida.

La norma del “artículo adicional” hizo referencia explícita a los principios de “justicia y equidad” en las relaciones del gobierno para con sus acreedores, reconoció el deber de responder por lo prestado, pero también enunció en duros términos (que evidenciaron un ejercicio valiente e insobornable de la soberanía y por ende, no admitió condicionamientos desmedidos de tercos intereses) que no se reconocerían las obligaciones contraídas para “mantener la esclavitud del Perú y hostilizar a los demás pueblos de América”. Esto supuso un análisis particularizado sobre el origen de los créditos reclamados; un juicio que supera la aparente corrección formal de la deuda y avanza en deslindar el propósito y las formas que se tuvo al contraerla. Implicó también una evaluación serena, superadas las épocas convulsionadas en que las llamas de la usura pueden alimentarse con la necesidad del deudor a despacho de consumir el sacrificio de generaciones pasadas y de comprometer el futuro desarrollo. 

Dejo al lector reflexionar sobre el evidente paralelismo con nuestra actualidad, en una síntesis donde las historias del Perú y de la Argentina se confunden y donde 1821 parece identificarse con este 2021. Destaco si, con toda la fuerza que su persona suscita, la dimensión enorme de un San Martín, militar,  estadista preclaro de dos pueblos, reconocido “Padre de la Patria” por la Nación argentina y proclamado “Protector del Perú” por el pueblo de esa tierra liberada. A 170 años de su regreso a la Casa de nuestro Padre común, a cien años de aquél “Estatuto” San Martín brinda un ejemplo prístino de resistencia intima al ejercicio de un poder omnímodo y de una actitud ecuánime en un tema tan complejo como implica la deuda externa de las naciones, una realidad que hoy sigue afligiendo a dos de los pueblos que el prócer liberó. 

El pueblo peruano festeja su libertad