lunes, 15 de julio de 2024

Cañones en celeste y blanco

Fuego patriota en el Alto Perú

Cañon de campaña elaborado por el Tte. Cnl. Monasterio

Por Miguel Carrillo Bascary

Vencedor en Las Piedras, Tucumán y Salta, el general Belgrano se hallaba en la reconquistada ciudad de Jujuy en el mes abril de 1813, donde reforzaba su ejército para subir por la Quebrada de Humahuaca para liberar el Alto Perú. Su ejército rebosaba de ánimo, templado en las batallas y apoyado por un pueblo que había dado todo y seguía dando más y más.

La movilización inminente y aún necesitaban insumos. Entre la profusa correspondencia que Belgrano intercambiaba por ese entonces se encuentra un oficio por demás significativo en donde el 7 de abril de 1813 se dirige al gobernador intendente de Salta, Antonio Chiclana y ahí le escribe[1]:

Se necesita albayalde y pintura para dar de celeste a las cureñas; me aseguran que en ésa hay, y convendrá que V.S. me remita una arroba de cada renglón, sin pérdida de momento. Dios guarde a V. muchos años” (seguía la firma del prócer)

Comentario

La artillería patriota era sumaria pero imprescindible, formaban piezas livianas, susceptibles de ser transportadas, desarmadas o no, por los escarpados caminos andinos. Al llegar a los campos de batalla se armaban en el primer caso y quedaban disponibles para ablandar las posiciones enemigas y fortalecer el avance de las fuerzas propias.

Según la nota todo estaba listo, pero Belgrano quería afianzar la identidad de sus tropas pintando las cureñas de celeste, para esto pidió que le remitieran la materia prima necesaria. El albayalde al que se alude es un compuesto de carbonato de plomo, base del color blanco, que debía mezclarse con el pigmento celeste, que en América se obtenía de macerar el glasto. Por su composición mineral el albayalde es sumamente tóxico, aunque su uso se aceptaba entonces a falta de otro pigmento, hoy está prohibido de manera universal.

Esos cañones, con sus cureñas celestes reflejaban el color de la bandera del Ejercito Auxiliador del Perú, la misma que había mandado confeccionar Belgrano en Tucumán antes de emprender su periplo hacia el Altiplano, la que presidió el juramento de fidelidad a la Asamblea del Año XIII (13 de febrero, a orillas del río Pasaje) y la que tuvo su bautismo de fuego en el campo de Castañares (20 de febrero). Es la misma que tremolaría en manos del prócer en los epílogos de las batallas de Vilcapugio (1º de octubre) y Ayohuma (14 de noviembre), señalando el punto de reunión de los dispersos antes de emprender la retirada.

La artillería patriota estaba al mando interino del capitán José Félix Cerezo (1785, España-1863, Navarro, provincia de Bs. Aires), veterano jefe que siendoun jovencito combatió en las Invasiones Inglesas, donde revistó como cadete en el batallón “Voluntarios Patriotas de la Unión”, formado por peninsulares y criollos. 

Uniformes de la unidad, según Justo Doldan (1807),  Museo “Enrique Udaondo”

En 1909 fue ascendido a subteniente y con este grado llegó a los sucesos del 25 de mayo de 1810. Más tarde participó del sitio de Montevideo incorporado en la “Artillería de la Patria”. En el Ejército del Norte combatió en el desastre de Huaqui (20 de junio de 1811). Hizo la campaña al Alto Perú como subordinado de Belgrano, hasta la derrota de Ayohuma pero luego debió pedir el retiro por su mal estado de salud. Finalizó su accionar con el grado de teniente coronel luchando contra las fuerzas de intervención franco-británicas al mando de sendas baterías en las batallas de la Vuelta de Obligado (20 de noviembre de 1845), donde fue citado por su valor en el parte que firmó el comandante Lucio N. Mansilla; San Lorenzo (16 de enero, 1846) y Punta del Quebracho (4 de junio del mismo año).

Obus fundido por el Tte. Cnl.  Monasterio

Fue precisamente en Vilcapugio que esas catorce piezas pintadas de celeste que estaban a su cargo cayeron en su mayor parte en manos de los realistas victoriosos. Reorganizadas las fuerzas patriotas y con algún refuerzo su artillería en la pampa de Ayohuma se componía de 107 efectivos y 8 unidades de fuego[2], incluyendo dos obuses que debieron clavarse para intentar inutilizarlos cuando se perdieron definitivamente perdidos para las armas de la Patria. Una de ellas sirvió luego para ejecutar en su boca a algunos efectivos patriotas, cruel muestra del terror con que se pretendió extinguir la revolución americana. De esta manera los restos del ejército al mando de Belgrano (42 de los 107 de la artillería) pudieron llegar hasta Jujuy, sin haber podido salvar ni una sola boca de fuego.



[1] Publicada en Epistolario Belgraniano de María Teresa Piragino. Academia Nacional de la Historia. Bs. Aires, 1970, p.196. Fuente: AGN, Sala VI, Legajo Nº319.

[2] Las piezas eran de muy bajo calibre, habían sido traídas desde Potosí, Cochabamba y Chuquisaca.

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