Fuego patriota en el Alto Perú
Por Miguel Carrillo
Bascary
Vencedor en Las Piedras,
Tucumán y Salta, el general Belgrano
se hallaba en la reconquistada ciudad de Jujuy en el mes abril de 1813, donde
reforzaba su ejército para subir por la Quebrada de Humahuaca para liberar el
Alto Perú. Su ejército rebosaba de ánimo, templado en las batallas y apoyado
por un pueblo que había dado todo y seguía dando más y más.
La movilización inminente y aún necesitaban insumos. Entre la profusa
correspondencia que Belgrano intercambiaba por ese entonces se encuentra un
oficio por demás significativo en donde el 7
de abril de 1813 se dirige al gobernador
intendente de Salta, Antonio Chiclana y ahí le escribe[1]:
“Se necesita albayalde y pintura para dar de
celeste a las cureñas; me aseguran que en ésa hay, y convendrá que V.S. me remita
una arroba de cada renglón, sin pérdida de momento. Dios guarde a V. muchos
años” (seguía la firma del prócer)
Comentario
La artillería patriota era sumaria pero imprescindible, formaban
piezas livianas, susceptibles de ser transportadas, desarmadas o no, por los
escarpados caminos andinos. Al llegar a los campos de batalla se armaban en el
primer caso y quedaban disponibles para ablandar las posiciones enemigas y
fortalecer el avance de las fuerzas propias.
Según la nota todo estaba listo,
pero Belgrano quería afianzar la
identidad de sus tropas pintando las cureñas de celeste, para esto pidió
que le remitieran la materia prima necesaria. El albayalde al que se alude es un compuesto de carbonato de plomo, base
del color blanco, que debía mezclarse con el pigmento celeste, que en América se
obtenía de macerar el glasto. Por su composición mineral el albayalde es sumamente tóxico, aunque su uso se aceptaba entonces
a falta de otro pigmento, hoy está prohibido de manera universal.
Esos cañones, con sus cureñas celestes reflejaban el color de la bandera del Ejercito Auxiliador del Perú,
la misma que había mandado confeccionar Belgrano en Tucumán antes de emprender
su periplo hacia el Altiplano, la que presidió el juramento de fidelidad a la Asamblea
del Año XIII (13 de febrero, a orillas del río Pasaje) y la que tuvo su
bautismo de fuego en el campo de Castañares (20 de febrero). Es la misma que
tremolaría en manos del prócer en los epílogos de las batallas de Vilcapugio
(1º de octubre) y Ayohuma (14 de noviembre), señalando el punto de reunión de
los dispersos antes de emprender la retirada.
La artillería patriota estaba al mando interino del capitán José Félix Cerezo (1785, España-1863, Navarro, provincia de Bs. Aires), veterano jefe que siendoun jovencito combatió en las Invasiones Inglesas, donde revistó como cadete en el batallón “Voluntarios Patriotas de la Unión”, formado por peninsulares y criollos.
En 1909 fue ascendido a
subteniente y con este grado llegó a los sucesos del 25 de mayo de 1810. Más
tarde participó del sitio de Montevideo incorporado en la “Artillería de la
Patria”. En el Ejército del Norte combatió en el desastre de Huaqui (20 de junio de 1811). Hizo la campaña
al Alto Perú como subordinado de Belgrano, hasta la derrota de Ayohuma pero luego debió pedir el
retiro por su mal estado de salud. Finalizó su accionar con el grado de
teniente coronel luchando contra las fuerzas de intervención franco-británicas
al mando de sendas baterías en las batallas de la Vuelta de Obligado (20 de noviembre de 1845), donde fue citado por
su valor en el parte que firmó el comandante Lucio N. Mansilla; San Lorenzo (16 de enero, 1846) y Punta del Quebracho (4 de junio del
mismo año).
Fue precisamente en Vilcapugio que esas catorce piezas pintadas
de celeste que estaban a su cargo cayeron en su mayor parte en manos de los
realistas victoriosos. Reorganizadas las fuerzas patriotas y con algún refuerzo
su artillería en la pampa de Ayohuma
se componía de 107 efectivos y 8 unidades de fuego[2],
incluyendo dos obuses que debieron clavarse para intentar inutilizarlos cuando
se perdieron definitivamente perdidos para las armas de la Patria. Una de ellas
sirvió luego para ejecutar en su boca a algunos efectivos patriotas, cruel
muestra del terror con que se pretendió extinguir la revolución americana. De
esta manera los restos del ejército
al mando de Belgrano (42 de los 107 de la artillería) pudieron llegar hasta
Jujuy, sin haber podido salvar ni una sola boca de fuego.
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