"El Congresista Olvidado", de Roberto Fontanarrosa
Roberto "El Negro" Fontanarrosa
en el momento de recibir inspiración para su cuento
Con notas de Miguel Carrillo Bascary
En vísperas del bicentenario de la declaración de
la independencia argentina nos apartamos momentáneamente del tema de este blog
para presentarles una verdadera joyita literaria, un cuento del recordado Roberto
Fontanarrosa (1944 – 2007) un carismático; gran caricaturista y literato
argentino, nacido en Rosario. Es el creador de “Inodoro Pereyra, el renegau”,
parodia de un inefable gaucho de las pampas telúricas. “El Negro”, como se lo
recuerda, nos propone seguir las complicadas aventuras de Agustín Wallaspaia, un
hipotético enviado por su pueblo para asistir a las sesiones del Congreso
Nacional reunido en Tucumán, que declaró la independencia el 9 de julio de
1816. La ironía se hace presente en cada línea.
Le hemos introducido mínimas referencias para que nuestros lectores que
no sean de nacionalidad argentina puedan intentar entender la sutileza que encierra
el texto. Confesamos que no creemos haberlo logrado, por lo que pedimos
anticipadas disculpas. Para los lectores vernáculos el cuento tiene una ternura
y un sabor indudable. Esperemos que les guste.
¡Sin dudas que Roberto habría celebrado la forma en
que Wallaspaia se cuela en este “sesudo” blog de Vexilología e Historia!
A mediados de marzo de 1816, Agustín Wallaspaia, procurador
de las Islas Magallánicas, recibe la
boleta de convocatoria al histórico Congreso de Tucumán.
Wallaspaia, hijo de onas, no avizora, en ese momento, que
sería ese mismo congreso el que, años después, cambiaría el nombre de su
territorio (también llamado “Aisladas del Sur” o -con menor rigor geográfico- “Galápagos
Australes”) por el actual “Tierra del Fuego”. Pero intuye que el congreso
reviste gran importancia para la causa patriótica ya que es la primera vez, en
décadas, que una nave criolla (el monitor “13 de Julio”, artillado al mando del
grumete[1]
Efraín Toscura) se arriesga hasta las peligrosas costas del Estrecho para
entregar correspondencia.
Sólo se acuerda Wallaspaia de una ocasión, narrada por sus
padres, cuando un chasque enviado desde Montevideo repartiera un formulario
entre las tribus aborígenes solicitando opiniones sobre las bondades de un
reactivador capilar hecho a base de aceite de linaza. Pero también advierte el
procurador (representante) de las islas que la situación económica de la
incipiente nación no es floreciente: el sobre con la convocatoria al Congreso
de Tucumán estipula un requisito indispensable en su sello de lacre: “A pagar
en destino”. Wallaspaia vacila. Jamás ha hecho abandono de sus rocosos
promontorios natales, pero sabe que no puede falta a esa cita de honor.
Lo alientan algunos amigos con los cuales se reúne todos los
días al atardecer bajo un arrayán petrificado a comentar los sucesos de la
semana. Convoca a la familia y la impone del curso de los acontecimientos.
Su mujer y sus 16 hijos lo impulsan a marchar y
prácticamente lo empujan a la aventura. Luego empujarán también la mula que
debe transportar a Wallaspaia hasta el norte argentino cuando ésta, con la
primitiva clarividencia de los animales, se niega a emprender la marcha como si
supiera el largo camino que le aguarda. Y lo sabe tal vez mejor que el propio
Wallaspaia, quien no tiene cabal idea acerca de su situación geográfica.
Frente a sus hijos, suele sostener que las Islas
Magallánicas son las últimas estribaciones norteñas de Nueva Zelandia o se
empecina en comprender un mapa chileno, donde el continente finaliza en el Río
Negro, a tal punto que en más de una ocasión Wallaspaia piensa que el Estrecho
de Magallanes y el Río Negro son la misma cosa[2].
Para colmo de males, el animoso patriota no puede guiarse
por las estrellas, como otros viajeros. Sufre la clásica miopía de los nativos
de las regiones donde el resplandor del sol sobre la nieve genera cataratas en
los ojos. Para orientarse, los indios yamanes, por ejemplo, aquejados por el
mismo mal, consultan con el cercano reflejo de las estrellas sobre la espejada
superficie de las aguas de los lagos, hábito que ha precipitado tragedias
formidables.
Pero Wallaspaia, con pragmático instinto, opta por otra
clase de guía. Dentro de un odre con agua, a título de primitiva brújula,
transporta un bogavante, crustáceo que todas las auroras boreales emigra hacia
el Norte remontando la
Corriente de Humboldt, hasta Yucatán. Allí espera la Corriente del Golfo[3] que
lo deja cerca de Terranova. A Wallaspaia le basta destapar el odre y observar
hacia dónde apuntan las antenas del bogavante para saber su ruta. Su morral de
viajero también incluye algunos trozos de carbón y un cuero curtido de narval,
para ir dibujando allí las estribaciones del terreno.
Palpita, de cualquier forma, con ese sexto sentido del
indígena, que el viaje será largo y opta por lo tanto por salir una semana
antes de la fecha estipulada para el congreso: 9 de julio de 1816[4].
Viste a la salida varios capotes de piel de foca y una importante cantidad de
quillangos[5] que
le ha tejido su madre para protegerse del frío. Lleva en sus bolsillos,
líquenes, almejas, ostras, percebes y otros bivalvos que podrá masticar por el
camino, como si fuesen golosinas, cuando el hambre apriete.
Lo sigue, empecinadamente, un alebrijo[6],
mamélido que desaparecería como especie a fines de siglo, similar al turón[7]
canadiense pero más casero, de pelambre pobre y que emite un aullido lastimero,
tal vez consciente de su inminente desaparición. Lo acompañan, además, una
docena de fieles perros cimarrones, negros y atigrados, que le servirán para
atenuar la soledad, pero que también harán las veces de alimento si la gravedad
de la situación así lo requiere. Dos de esos bravos animales se perderán en el
cruce del Estrecho de Magallanes cuando, nerviosos por el movimiento de la
piragua, excitados por el rugir de los pavorosos vientos, se lanzan a las
heladas aguas procurando apresar una tonina.
El cruce del desierto patagónico es duro para Wallaspaia y
su extraña comitiva. Se enfrenta con un mundo desconocido y hostil y con
vastedades que nunca hubiese imaginado. Cruza su marcha con multitud de
ñandúes, aves corredoras que el aventurero describiría luego en un diario de
viaje como “gallináceos de notable velocidad y estatura, con grandes ojos
similares a los de nuestro Lihué”. Lihué no es, como se ha supuesto, un roedor
característico de las islas. Lihué Wallaspaia es el más pequeño de los hijos
del procurador, y su padre percibe el aguijón de la nostalgia a medida que se
aleja de su hogar.
Lo que más afecta al viajero es, sin duda alguna, el viento
inclemente de la Patagonia ,
siempre en contra. En varias ocasiones su mula se niega a continuar,
enceguecida por la arenisca. Wallaspaia encuentra la solución vendándole los
ojos. El artilugio surte increíble resultado. El animal, de sistema neurológico
elemental, al no observar el cambio de los paisajes no advierte que está
caminando. Y no se cansa.
A la altura del Río Coyle, el tenaz congresista topa con los
primeros seres humanos. Son tribus diletantes de los vigorosos indios araucos,
asentados en las riberas de la vía de agua desde hace décadas. “A la espera de
que el viento pare”, explicarán a Wallaspaia.
El procurador viajero es bien recibido por los nativos, al
punto que en un primer momento se confunde y cree haber llegado por fin al
Congreso de Tucumán. Un hombre blanco, mezclado con la tribu y amancebado con
una de las salvajes, lo saca de la confusión. Se trata de un descendiente de
los ingleses, a quien los araucos llaman “Emichén orú pta” (“El loco de los
güesos”). Su nombre verdadero es Emile Darwin, tío político de Charles Darwin,
y es traumatólogo.
Darwin le comenta a Wallaspaia que está interesando a su
sobrino, por vía postal, para que navegue hacia el sur americano ya que se
trata de una zona muy rica en restos fósiles que el mismo Emile emplea para sus
estudios médicos.
Wallaspaia comprende que Darwin trabaja a destajo en su
especialidad y es allí cuando observa particulares anomalías en los araucos.
Casi todos presentan distorsiones pronunciadas en sus miembros, brazos que se
tuercen sobre las espaldas, piernas que se entrelazan sobre la cintura,
omóplatos que se asoman exageradamente tras las orejas. Darwin explica que el
viento de la región es el que provoca tales anomalías.
“Me contó -escribe
Wallaspaia en su diario- la extraña
muerte de un cacique. El pobre hombre acostumbraba a caminar en contra del
viento con el cuerpo notoriamente inclinado hacia adelante. Sólo un instante en
que cesó el viento bastó para que el desdichado anciano cayese de boca
partiéndose el cráneo contar una afilada piedra marmórea, propia de la región,
y con la cual los naturales tallan minuciosas figurillas de venados.”
También Darwin es quien enseña a Wallaspaia el porqué de los
enormes pies de los indios patagones. “Otra
vez el viento es el causante -le dirá-.
Sin una base realmente sólida, rodarían permanentemente por los suelos.”
Wallaspaia, a su pesar pero impelido por el deber
patriótico, se apresura a seguir su camino luego de que Darwin, equivocado, lo
convence de excavar en busca de huesos de mamut en un sitio que resulta ser un
cementerio sagrado de los indios huiltes. Cuando alcanza las primeras
estribaciones de las serranías puntanas[8], el
calor comienza a apretar. Wallaspaia debe deshacerse de uno de los tapados de
foca y de varios de sus quillangos. Se ha comido ya, por imperio de las
circunstancias, tres de los perros, y el alebrijo dan señales inequívocas de
disconformidad. Pero los animales sobrevivientes, unidos a jaurías de canes
cimarrones hallados en el desierto, suman casi cien.
Una mula que pudo ser la de Wallaspaia, observar el gesto de cansancio por soportar a su aventurero usuario
Ya ha soportado un incómodo encuentro con carabineros
chilenos[9],
cuando la mula, quizás por el hecho de caminar a ciegas, equivocó el camino
cruzando a Chile por el sendero de Coquimbo. Los soldados trasandinos
solicitaron los papeles de Wallaspaia, requisando el mapa que fuera elaborando
a mano alzada por el camino y los certificados de vacuna de todos y cada uno de
los perros. Wallaspaia, con la intuición del hombre insular, comprende que lo
uniformados desean dinero. Los conforma con chucherías, collares, algunos
quillangos que le quedan, perlas madréporas que han crecido dentro de las
caparazones de las ostras que guardara para comer durante el viaje y un puñado
de doblones de oro de la vieja nominación monetaria hallados entre los restos
del naufragio de un galeón portugués.
Ya en Santa Rosa de Calamuchita (provincia de Córdoba), el
destino le reserva otra prueba difícil. Consulta a unos lugareños cuál es la
manera de llegar al Tucumán. Nadie lo sabe. Algunos, incluso, jamás han oído
nombrar esa ciudad. Por último, lo conducen hasta el intendente del lugar, don
Nazareno Prevosti. Éste le indica que debe seguir hacia el Norte, pero le
incauta la mula, expresándole que se trata de una animal imprescindible para el
turismo, fenómeno que se está dando asiduamente en la zona. Wallaspaia deberá
continuar su rumbo, caminando. Lugareños se conduelen de su suerte y le regalan
ojotas, chinelas y alpargatas trenzadas con tallos de poleo, sensén y peperina.
En ese punto del viaje el aspecto de Agustín Wallaspaia es
en verdad extraño. Semicubierto su cuerpo robusto por un capote de piel de
foca, ha ido aligerando su abrigo con la llegada del verano norteño y apenas
cubre sus zonas pudendas con un taparrabo que no es otra cosa que el mapa que
confeccionara durante el trayecto. Luce tatuajes azules sobre sus pantorrillas,
con motivos religiosos australes, que asemejan soquetes tres cuartos, y protege
sus pies con las ojotas recibidas. Está barbudo y no huele bien. Tal vez por
esta última razón, muchos de sus mejores perros de caza, de olfato finísimo, lo
han abandonado cruzando los llanos de San Luis. El alebrijo tampoco es ya de la
partida, perdido en Pampa del Acha.
Llega por fin a La
Rioja , y se ve envuelto en una lucha fratricida. Son cinco
hermanos de la familia Llanos que combaten contra sus otros ocho hermanos por el
dominio de la cocina de la casa solariega, el baño y la pieza de estar. El
mayor de ellos, Gumersindo, tras degollar a dos tías, ha hecho prisionera a la
madre y amenaza con prender fuego un viejo recinto donde se acumulan lanares.
El menos de ellos impresiona a Wallaspaia vivamente. Tiene sólo tres años pero
el brillo de su mirada revela al niño de determinación, valor y bravura
inquebrantable.
Se llama Facundo[10] y
con el tiempo se le concederá como “El Tigre de los Llanos”. Es Facundo quien
facilita la huida de Wallaspaia en medio del tiroteo que se origina en una cena
familiar, de la que el congresista participa como trashumante invitado.
Solo y sin cabalgadura, con abnegación ejemplar, Wallaspaia
arremete la última parte del prolongado itinerario. Virgilio Cardoso,
gobernador de Tinogasta, le ha confiscado todos los perros, aduciendo que los
necesita para sus famosas riñas de gallos. Perros contra gallos, curioso
enfrentamiento que hace las delicias de los catamarqueños.
Wallaspaia se enfrenta ahora con los salares santiagueños. “Su visión -escribirá después- trastornó mis sentidos y me llenó de
aflicción. Ignorante de su existencia, al ver desde lejos esas inmensas
planicies blancas por la sal, creí hallarme de nuevo frente a las nieves y los
hielos australes. Me atormentaba repitiéndome una y mil veces que había estado
dando vueltas en círculos, regresando a mi casa sin haber conseguido llegar ni
remotamente al Congreso.” Comprende en forma dolorosa, sin embargo, que la
sal no es la nieve cuando la pisa y el salitre es un puñal en sus pies
llagados.
Llega a La Banda[11] en
un grito. Un cura de un convento jesuita en Termas de Río Hondo, conmovido, le
regala una vicuña[12]
para que lo traslade hasta el Jardín de la República. Heroico, ciclópeo y asimismo
anónimo, Agustín Wallaspaia llega por fin a Tucumán el 18 de febrero de 1819,
tres años después de que finalizara el Congreso.
La histórica “Casa de Tucumán”[13]
lógicamente está cerrada. Wallaspaia duda. Es de mañana y la gente que pasa
frente a la venerable morada lo observa con curiosidad y desconfianza.
El congresista sureño prueba algunos alfeñiques, dulce de
cayote, mamón y garrapiñada. Luego alquila un cuarto en una posada y duerme una
siesta. Por último, compra una escarapela patria a un vendedor callejero y, sin
más nada que hacer, emprende el regreso a su tierra.
El histórico salón donde se proclamó la independencia
La no menos histórica galería donde Wallaspaia pudo tomarse unos mates y comerse unos gaznates con las niñas que allí vemos
Los historiadores pierden su rastro en los polvorientos
guadales sanjuaninos, a mediados de septiembre de 1824.
“Fue el más noble, el
más tenaz, el más lejano”, diría de él, años después, don Bernardino
Rivadavia[14].
Notas
[1] Como
se sabe el grumete es el habitante más ínfimo de un navío
[2] El autor
juega con la tradicional posición chilena de reclamar para sí gran parte de la Patagonia
[3] La
Corriente de Humboldt es propia del Pacífico y es obvio que la Corriente del Golfo se desarrolla en
el Atlántico Norte, por lo que su mención es una hipérbole para aludir a un
imposible.
[4] El
congreso se reunió el 24 de marzo de 1816 y declaró la independencia el 9 de
julio del mismo año.
[5] Capa
de piel característica de las culturas aborígenes.
[6] Por lo
que hemos podido averiguar sería un sustantivo ad hoc, que remite a una artesanía con forma de
animal fabuloso. Agradeceremos si alguien nos saca del error
[7] Especie
de hurón (familia de los mustélidos)
[8] Provincia
de San Luis, en el centro de la Argentina.
[9] Evidente
anacronismo ya que los Carabineros se constituyeron en 1927. El autor los cita
atento a su extremado celo en el cumplimiento del deber, que resulta
particularmente molesto a tantos argentinos acostumbrado a un trato digamos … más
laxo por parte de sus fuerzas policiales.
[10] Facundo
Quiroga fue un renombrado caudillo riojano, el prototipo de “la barbarie” para
los liberales porteños; un héroe de la autonomía provincial y del federalismo
para sus seguidores.
[11] Ciudad
de la provincia de Santiago del Estero.
[12] Otro
absurdo, las vicuñas no habitan la zona y son caméllidos tan ariscos y frágiles
que ni siquiera pueden servir para llevar ligeras cargas.
[13] Así se
denomina la casa donde se proclamó la independencia. El 17 de enero de 1817 el Congreso se trasladó a
Bs. Aires donde sesionó hasta febrero de 1820.
[14] Primer
presidente argentino, de ideología unitaria e intereses netamente porteños
Una mula que pudo ser la de Wallaspaia, observar el gesto de cansancio por soportar a su aventurero usuario
El histórico salón donde se proclamó la independencia
La no menos histórica galería donde Wallaspaia pudo tomarse unos mates y comerse unos gaznates con las niñas que allí vemos
Los historiadores pierden su rastro en los polvorientos guadales sanjuaninos, a mediados de septiembre de 1824.
[2] El autor
juega con la tradicional posición chilena de reclamar para sí gran parte de la Patagonia
[3] La
Corriente de Humboldt es propia del Pacífico y es obvio que la Corriente del Golfo se desarrolla en
el Atlántico Norte, por lo que su mención es una hipérbole para aludir a un
imposible.
[4] El
congreso se reunió el 24 de marzo de 1816 y declaró la independencia el 9 de
julio del mismo año.
[5] Capa
de piel característica de las culturas aborígenes.
[6] Por lo
que hemos podido averiguar sería un sustantivo ad hoc, que remite a una artesanía con forma de
animal fabuloso. Agradeceremos si alguien nos saca del error
[7] Especie
de hurón (familia de los mustélidos)
[8] Provincia
de San Luis, en el centro de la Argentina.
[9] Evidente
anacronismo ya que los Carabineros se constituyeron en 1927. El autor los cita
atento a su extremado celo en el cumplimiento del deber, que resulta
particularmente molesto a tantos argentinos acostumbrado a un trato digamos … más
laxo por parte de sus fuerzas policiales.
[10] Facundo
Quiroga fue un renombrado caudillo riojano, el prototipo de “la barbarie” para
los liberales porteños; un héroe de la autonomía provincial y del federalismo
para sus seguidores.
[11] Ciudad
de la provincia de Santiago del Estero.
[12] Otro
absurdo, las vicuñas no habitan la zona y son caméllidos tan ariscos y frágiles
que ni siquiera pueden servir para llevar ligeras cargas.
[13] Así se
denomina la casa donde se proclamó la independencia. El 17 de enero de 1817 el Congreso se trasladó a
Bs. Aires donde sesionó hasta febrero de 1820.
[14] Primer
presidente argentino, de ideología unitaria e intereses netamente porteños
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