lunes, 17 de junio de 2024

Desvanecimientos de abanderados

Un susto siempre presente

Por Miguel Carrillo Bascary 

Durante los actos escolares y oficiales no es poco común que algún abanderado o escolta se desvanezca. Convengamos que no por reiterado es una ocasión horrible, tanto para el niño como para todos. Obvio que el problema también se manifiesta en otros asistentes, pero las víctimas suelen ser los pequeños. El vulgo llama mareos, desmayos, sincopes o lipotimias a estos desagradables momentos que implican una transitoria pérdida de conciencia generalmente a consecuencia de una inadecuada irrigación sanguínea cerebral.

Desde la Medicina se informa que los motivos pueden ser varios y de diferente gravedad, no entraré acá en temas que no me competen, simplemente intentaré aportar alguna información mínima desde la perspectiva del Ceremonial y tomando como referencia la experiencia aquilatada en muchos años de organización de eventos, sin pretender agotar el tema.

La afección suele manifestarse sorpresivamente, por no decir que, en forma fulminante, aunque a veces el organismo da algunas señales instantes previos a que se produzca la pérdida de conciencia. Un docente con algo de experiencia lo sabe casi instintivamente: un estado de alerta del niño que parece buscar ayuda con la mirada, un gesto con sus manos, palidez del rostro, aflojamiento de esfínteres, repentina rigidez de su cuello, sudoración profusa que no se ve en los compañeros inmediatos, mirar fijamente hacia abajo, colocar los ojos en blanco (lo que, de producirse la caía, puede confundirse con una convulsión) o son algunas de las manifestaciones de las que hablamos. Cuando se trata de un abanderado puede advertirse una falta de tonicidad muscular que lo lleve a soltar la bandera.

En otras ocasiones todo es súbito y por ello resulta mucho más preocupante, particularmente si el afectado es el abanderado ya que el asta puede incrementar el riesgo, tanto para él como para terceros. Si bien la moharra no tiene filos y sus puntas están redondeadas, no deja de ser un elemento que implica un potencial peligro.

Lo expuesto abarca también a personas mayores y, porqué no, a miembros de las Fuerzas Armadas y de Seguridad.

Las causas 

Pueden ser muy variadas y a veces son concurrentes, convencionalmente podríamos distinguir entre:

I. Las prexistentes. Entre ellas pueden apuntarse afecciones vinculadas con la epilepsia, síndromes similares o arritmias cardíacas. Es de suponer que los docentes y directivos que acompañan la delegación deberían estar advertidos sobre esto. También puede darse alguna hipoglicemia, tratándose de una persona con diabetes; queda entendido igualmente que los acompañantes estarán prevenidos sobre cómo actuar en la emergencia, algunos sobrecitos de azúcar y agua para asegurar la deglución resultarán útiles. Debe tenerse presente que circunstanciales hipoglucemias pueden afectar a quienes no sean diabéticos, para evitar este problema antes de comenzar los actos se repartirá a los niños algún caramelo, con la prevención de que no tiren los envoltorios.

II. Las propias del momento, debidas a:

a. Factores ambientales: intenso calor o exceso de abrigo, cuyo abordaje parece superfluo desarrollar.

b. Circunstancias personales:

b. 1. Deshidratación, un factor sobre el que existe cada vez más conciencia, pero sobre el que nunca deja de ser poco todo lo que se difunda. Particularmente ocurrirá en tiempo caluroso, pero no exclusivamente, puede combatirse si el docente encargado o un colaborador lleva una provisión de botellitas de agua o bebidas energéticas que se haga tomar a los niños con prudencia; tampoco es despreciable llevar algún sobrecito de sal para emergencias.

b. 2. Somnolencia: hay momentos en que los niños literalmente “se caen de sueño”, aun cuando se desarrolla un acto y, particularmente, cuando es largo o monótono. El efecto es similar al conductor de un automóvil que cabecea cuando va conduciendo. Aportan al cuadro: vigilias producidas por muchas horas de pantallas la noche anterior, salidas extensas de adolescentes, problemas familiares y, lamentablemente, largas sesiones de ludopatía, que pueden traducirse en instantes de ensoñación, rápidamente superables rápidamente superables pero que de afectar al abanderado puede tan notable que suelte el asta-bandera.

b. 3. Eventos psicológicos: posiblemente este sea el motivo más común que precipita estas crisis, significativamente cuando afecta a quienes portan una bandera y participan de ceremonias. Muchas veces el estrés que implica la función supera a la capacidad de abanderados y escoltas, derivado de la exposición al público, el alto grado de responsabilidad, la innegable emoción del momento y el temor a fallar inciden dramáticamente. Obvio que el temperamento del alumno, su propensión a la ansiedad también adquiere relevancia. Afortunadamente todo esto puede anticiparse con una debida capacitación que aporte seguridad en los movimientos y, por, sobre todo, que se trabaje en materias de actitudes. El niño debe sentirse seguro en el manejo de la bandera, en lo que los docentes de Educación Física tienen especial incidencia, pero lo actitudinal es absolutamente esencial, no debe descuidarse, ni darse todo por supuesto.

b. 4. Causales neurológicas, de múltiples orígenes. Es factible que se anticipen con fuertes dolores de cabeza. También es previsible que manifestaciones previas deban estar en conocimiento de los docentes y directivos que componen la delegación, para que puedan actuar rápida y eficientemente.

La actitud en la emergencia

Se espera que el docente o directivo que acompaña a la delegación sea quien asista a los afectados y que lo hará con presencia de ánimo, sin aspavientos, tranquilizando con su actitud al resto de los alumnos.

Si el desmayo afecta al abanderado, debe ser el primer escolta quien tome la bandera y se coloca en la mejor posición posible. Si el descompuesto es uno de los escoltas, el abanderado tratará de permanecer impasible, dejando que otros sean los que presten ayuda.

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