Un susto siempre presente
Por Miguel Carrillo Bascary
Durante los actos
escolares y oficiales no es poco común
que algún abanderado o escolta se desvanezca. Convengamos que no por
reiterado es una ocasión horrible,
tanto para el niño como para todos. Obvio que el problema también se manifiesta
en otros asistentes, pero las víctimas suelen ser los pequeños. El vulgo llama
mareos, desmayos, sincopes o lipotimias a estos desagradables momentos que
implican una transitoria pérdida de conciencia generalmente a consecuencia de una
inadecuada irrigación sanguínea cerebral.
Desde la Medicina se
informa que los motivos pueden ser
varios y de diferente gravedad, no entraré acá en temas que no me competen,
simplemente intentaré aportar alguna información
mínima desde la perspectiva del Ceremonial y tomando como referencia la
experiencia aquilatada en muchos años de organización de eventos, sin pretender
agotar el tema.
La afección suele manifestarse sorpresivamente, por no
decir que, en forma fulminante, aunque a veces el organismo da algunas señales instantes previos a que se
produzca la pérdida de conciencia. Un docente con algo de experiencia lo sabe
casi instintivamente: un estado de alerta del niño que parece buscar ayuda con la
mirada, un gesto con sus manos, palidez del rostro, aflojamiento de esfínteres,
repentina rigidez de su cuello, sudoración profusa que no se ve en los
compañeros inmediatos, mirar fijamente hacia abajo, colocar los ojos en blanco (lo
que, de producirse la caía, puede confundirse con una convulsión) o son algunas
de las manifestaciones de las que hablamos. Cuando se trata de un abanderado
puede advertirse una falta de tonicidad
muscular que lo lleve a soltar la bandera.
En otras ocasiones todo es
súbito y por ello resulta mucho más preocupante, particularmente si el afectado
es el abanderado ya que el asta puede
incrementar el riesgo, tanto para él como para terceros. Si bien la moharra
no tiene filos y sus puntas están redondeadas, no deja de ser un elemento que
implica un potencial peligro.
Lo expuesto abarca también a personas mayores y, porqué no, a miembros de las Fuerzas Armadas y de Seguridad.
Las causas
Pueden ser muy
variadas y a veces son concurrentes,
convencionalmente podríamos distinguir entre:
I. Las prexistentes. Entre ellas pueden apuntarse afecciones vinculadas con la epilepsia, síndromes similares o arritmias cardíacas. Es de suponer que los docentes y directivos que acompañan la delegación deberían estar advertidos sobre esto. También puede darse alguna hipoglicemia, tratándose de una persona con diabetes; queda entendido igualmente que los acompañantes estarán prevenidos sobre cómo actuar en la emergencia, algunos sobrecitos de azúcar y agua para asegurar la deglución resultarán útiles. Debe tenerse presente que circunstanciales hipoglucemias pueden afectar a quienes no sean diabéticos, para evitar este problema antes de comenzar los actos se repartirá a los niños algún caramelo, con la prevención de que no tiren los envoltorios.
II. Las propias del momento, debidas a:
a. Factores
ambientales: intenso calor o exceso
de abrigo, cuyo abordaje parece superfluo desarrollar.
b. Circunstancias personales:
b. 1. Deshidratación, un factor sobre el que existe cada vez más conciencia,
pero sobre el que nunca deja de ser poco todo lo que se difunda. Particularmente
ocurrirá en tiempo caluroso, pero no exclusivamente, puede combatirse si el
docente encargado o un colaborador lleva una provisión de botellitas de agua o bebidas energéticas que se haga
tomar a los niños con prudencia; tampoco es despreciable llevar algún sobrecito de sal para emergencias.
b. 2. Somnolencia: hay momentos en que los niños literalmente “se caen
de sueño”, aun cuando se desarrolla un acto y, particularmente, cuando es largo
o monótono. El efecto es similar al conductor
de un automóvil que cabecea cuando va conduciendo. Aportan al cuadro:
vigilias producidas por muchas horas de pantallas la noche anterior, salidas
extensas de adolescentes, problemas familiares y, lamentablemente, largas
sesiones de ludopatía, que pueden traducirse en instantes de ensoñación, rápidamente superables rápidamente
superables pero que de afectar al abanderado puede tan notable que suelte el
asta-bandera.
b. 3. Eventos
psicológicos: posiblemente este
sea el motivo más común que precipita estas crisis, significativamente cuando
afecta a quienes portan una bandera y participan de ceremonias. Muchas veces el estrés que implica la función supera
a la capacidad de abanderados y escoltas, derivado de la exposición al público,
el alto grado de responsabilidad, la innegable emoción del momento y el temor a
fallar inciden dramáticamente. Obvio que el temperamento del alumno, su
propensión a la ansiedad también adquiere relevancia. Afortunadamente todo esto puede anticiparse con una debida
capacitación que aporte seguridad en los movimientos y, por, sobre todo,
que se trabaje en materias de actitudes.
El niño debe sentirse seguro en el manejo de la bandera, en lo que los docentes
de Educación Física tienen especial incidencia, pero lo actitudinal es
absolutamente esencial, no debe descuidarse, ni darse todo por supuesto.
b. 4. Causales
neurológicas, de múltiples orígenes.
Es factible que se anticipen con fuertes dolores de cabeza. También es previsible
que manifestaciones previas deban estar en conocimiento de los docentes y
directivos que componen la delegación, para que puedan actuar rápida y
eficientemente.
La actitud en la emergencia
Se espera que el docente o
directivo que acompaña a la delegación sea quien asista a los afectados y que
lo hará con presencia de ánimo, sin aspavientos, tranquilizando con su actitud
al resto de los alumnos.
Si el desmayo afecta al
abanderado, debe ser el primer escolta quien tome la bandera y se coloca en la
mejor posición posible. Si el descompuesto es uno de los escoltas, el
abanderado tratará de permanecer impasible, dejando que otros sean los que
presten ayuda.
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