Reflejo de una ancestral actualidad
Por Miguel Carrillo Bascary
Se trata de un vexilo
folklórico o cultural que identifica al festival sincrético tradicional que
se celebra particularmente en la provincia
de La Rioja (Argentina)[1].
Expresa el profundo sentir autóctono contenido en la festividad de la Chaya.
La popularidad
de La Chaya es proverbial, toda la provincia se suma a las muy diferentes
expresiones que tienen su centro en el coplear.
De hecho, La Chaya es una fiesta rural de origen diaguita, cultura precolombina del Noroeste argentino
que encubre el culto a la Pachamama
(Madre Tierra) y que se trasunta en una forma de Carnaval. Se desarrolla concretamente
en tres días, pero se extiende a toda la semana, en el domingo previo tiene
lugar un preludio que se denomina el “desentierro del Pujllay” (un monigote
propiciatorio con forma de hombre en tamaño natural, vestido con
ropa desechada.) y culminará con su quema.
Esta manifestación cultural se expresa en la leyenda de la Chaya y el Pujllay. Se cuenta que una joven india se enamoró del muy apuesto pero engreído Pujllay, que finalmente la rechazó. Muy frustrada, la niña se adentró en los cerros a llorar su amor no correspondido y trepando, trepando, llegó tan alto que se convirtió en nube. Desde entonces vuelve al valle cada año acompañando a la diosa Quilla (la Luna), lo hace en forma de rocío (chaya), con lo que ayuda a Pachamama (la Madre Tierra) a fecundar las cosechas. Cuando Pujllay supo la desaparición de su pretendiente, muy arrepentido, salió a buscarla, desafiando a su familia que se oponía. Al no encontrarla, entró en desesperación y se dedicó a beber hasta morir. Su cuerpo fue quemado en el fogón de la fiesta.
El término quechua, chaya, puede traducirse al español como el verbo rociar. Mientras
que pujllay, remite a juego o
diversión, ya que los protagonistas se tiran mutuamente con agua y harina
(originalmente, almidón) y hasta con tierra, como gestos propiciatorios de abundancia,
todo en medio de gran algarabía
donde las diferencias sociales desaparecen en un desenfreno poliformico.
Muchas de las coplas que se cantan en la ocasión reconocen
orígenes ancestrales, pero cada
nueva celebración da lugar a otras que enriquecen y actualizan el mensaje cultural,
en un incesante ciclo de tradición y novedad.
Los festejos se centran en las plazas de los poblados,
pero también en los patios domésticos,
en incesantes visitas a los amigos y conocidos lo que da excusa para más
cánticos y libaciones.
El ámbito ceremonial se adorna con arcos de mimbre cubiertos
con flores, hierbas aromáticas (principalmente albahaca) y frutos variados.
Representaría al Tacú (el algarrobo, árbol sagrado diaguita) en el que también se
colgaban cabezas de animales (principalmente cabras y ovejas).
El clímax de la celebración popular es el topamiento
que se concreta en cada pueblo o en cada barrio de las ciudades. Las mujeres se
disponen en un lado de la calle bajo el mandato de la Cuma (apócope de comadre),
mientras que los varones las enfrentan bajo la conducción del Cumpa
(reduccionismo de compadre). También actúa una suerte de mediero que es el
Cura-brujo.
Todos van provistos de la harina/almidón, el agua y
hasta de pinturas. Cuando el Cura-brujo manda avanzar hay varios amagues hasta que
al grito de ¡chaya! se produce el enfrentamiento en medio de un maremágnum de
imaginar. Luego es el momento de quemar al Pujllay, mientras que el
“diablo-suelto” se apodera de los chayeros que escancian su intervención con
profusión de aloja y añapa, bebidas
derivadas de la fermentación de la algarroba, lo que trae imaginables
consecuencias. Otro
elemento infaltable son las guaguas,
muñecos de harina amasada con arrope o frutos secos que luego de ser
“bendecidos” con bebidas se distribuye entre los presentes.
La Chaya es una entrañable tradición en la provincia hasta el punto que la Ley Nº8.968[2] del año 2011 la reconoció como “parte integrante del Patrimonio Cultural Inmaterial de La Rioja”, al par que declaró “de interés cultural provincial”, la preservación, recuperación y difusión de las expresiones de la festividad.
La Chaya
en una bandera
Es en el contexto referenciado que, en el patio de un
carismático exponente de la cultura vernácula, el poeta, periodista y
cantautor, Adolfo “Pancho” Cabral,
se dan cita otros caracterizados cultores y bardos llegados hasta del exterior
del país.
Fue justamente en su patio que “Pancho” propuso que
los protagonistas se identificaran con una bandera
particular y la caracterizó con una franja verde superior, representativa
de la albahaca; una blanca en el centro, aludiendo a la harina y la inferior,
que es amarilla/ocre, color de la algarroba. Estos productos expresan la
vitalidad de la Naturaleza y el sustento alimentario del pueblo.
En el centro
del paño “Pancho” dispuso pintar una caja chayera, “un elemento que define el canto primitivo y ancestral, que es la
vidala, acompañado por los dos palitos que golpean la caja en forma cruzada,
para que el canto de las nuevas generaciones vaya a los cuatro rumbos,
custodiada por dos ramas de albahaca, que no están cerradas, en un claro
mensaje para los jóvenes para que canten las viejas vidalas anónimas, pero, que
pongan sus nuevas coplas”, a su decir.
La caja
consta de un aro de madera, de aproximadamente 40/45 cm de diámetro, por unos
12 o 15 de altura, que se cierra con dos cueros tensados por medio de bordones,
conformando un instrumento rudimentario de percusión (membranófono), que se
golpea con uno o dos mazos (palillos, baquetas) con un extremo recubierto de
cuero o tela. El ejecutante, cajista, se acompaña con el instrumento en sus cánticos
de coplas, bagualas, vidalas y composiciones similares.
Se cuenta que fue su compañera, Beatriz, quien confeccionó materialmente el primer lábaro, cuya
imagen es la siguiente:
Captación
normativa
Fue en el año
2006 que la bandera de La Chaya tuvo su primer reconocimiento oficial,
cuando así lo dispuso el Concejo Municipal de la ciudad de La Rioja, capital de
la provincia homónima, mediante la Ordenanza
Nº 4.027[4],
cuyo texto íntegro se copia como Anexo.
Al momento de escribirse esta reseña (8 de febrero de 2022) se anuncia[5] que la Legislatura provincial aprobó la bandera de La Chaya como “símbolo cultural de la provincia”. El proyecto que impulsó la ley lleva el Nº18-A 126/21, fue presentado en abril del año 2022, pero hasta el momento el texto no se publicó ni en portal de la Legislatura, ni en el Boletín Oficial de la provincia.
Evaluación
vexilológica
Obviamente es imperativo que la tonalidad de los
colores se definan inequívocamente refiriéndolos con alguna de las escalas cromáticas internacionales.
Según los antecedentes de que dispongo “Pancho” solo habría
buscado que el vexilo identificara al conjunto de sus amigos y habitués de su
patio chayero, perece evidente que este propósito trascendió a su objetivo y se proyectó a la celebración ancestral
en su expresión actual.
Fueron los representantes
cívicos quienes normatizaron el símbolo, primero en una ordenanza local, y
actualmente a nivel provincial. Así el
primitivo diseño mutó en el que ha sido divulgado, cuya imagen abre esta
nota.
Observo en la imagen del vexilo que la reproducción de las
cargas (la caja y la albahaca) tienen rasgos
artísticos, a manera de un dibujo esbozado y coloreado, lo que dificultará
su correcta representación, ya que indefectiblemente se requerirá de elementos
técnicos para poder hacerlo con fidelidad. Quizás se debió adoptar rasgos menos
naturalistas y más sistematizados.
Por lo demás, se trata de un diseño simple, cuyos
colores y atributos reflejan subjetivamente los elementos culturales elegidos
por el creador.
Cabe señalar también que la Ordenanza no califica al
vexilo como “bandera”, sino como “estandarte”, una distinción que desde la Vexilología no encuentra sustancia, ya
que ambos términos se asimilan para el caso en análisis. También interesa
señalar como un factor positivo que el artículo 6º dispone sobre el asta, un
cuidado que generalmente luce por su ausencia cuando se reglamenta algún
vexilo.
Me permito señalar también lo opinable que resulta que este tipo de vexilos culturales sean constreñidos a una norma ya que esto los aparta de su esencia. Basta referenciar también, que tal “oficialización”
de vexilos genera una suerte de inflación
vexilológica que quita representatividad a la visibilización que implica el
empleo de banderas.
Como un ejemplo de esto podría citar a la llamada “bandera de los jinetes[6]”
que a poco de ser legislada desapareció hasta ser olvidada, extinguiendo la
loable realidad que le dio origen. ¡Ojalá no sea este caso el de la bandera de
La Chaya!
Anexo - Ordenanza Nº4.027, Municipio de La Rioja
Artículo 1º.- Implementar el estandarte de la Chaya,
creación del cantautor Adolfo Nicolás Cabral, como símbolo de una de las
tradiciones más arraigadas del pueblo riojano.
Artículo 2º.- El género de la tela será de seda, en
paño doble y sin fleco alguno.
Artículo 3º.- Las dimensiones de la bandera serán de
un metro y cincuenta centímetros de largo, por ochenta y cuatro centímetros de
ancho.
Artículo 4º.- En su diseño, el estandarte estará
constituido por tres franjas de veintiocho centímetros de ancho cada una y que
simbolizarán con sus colores, los elementos propios de esta ancestral fiesta
riojano que nos une con los antiguos pobladores de esta tierra:
Inferior: de color amarillo, representando la vaina de
algarroba, por ser este fruto el proveedor de la aloja y el patay, consumido
por nuestros aborígenes.
Central: blanca, representando la harina, fundamental
en el ritual de la chaya y representativa de la cosecha.
Superior: verde, representando la albahaca, símbolo
fundamental de estas fiestas tradicionales.
Artículo 5º.- La franja central, llevará representada
en su centro, un tambor o caja vidalera con dos palos de toque cruzados sobre
ella, estando ornados sus constados derecho e izquierdo con dos ramos de
albahaca.
Artículo 6º.- El asta de madera de algarrobo lustrada
de color natural, con una medida de dos metros de largo y un diámetro de tres
centímetros y medio.
Artículo 7º.- Comuníquese, publíquese, insértese en el
Registro Oficial Municipal y archívese.
[1] Si bien también se cultiva en otras provincias de Argentina.
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