Un paralelismo disociado
Por Miguel Carrillo Bascary
En vísperas del 2 de noviembre, día en que se recuerda
a los que ya han pasado por la vida, es oportuno reflexionar sobre sus conmemoración.
Permítanme intentar un paralelismo entra las formas que con que se concretaban en la
Argentina de comienzos del siglo XX y en nuestro presente común.
Por entonces el sistema educacional
argentino estaba en pleno desarrollo. La realidad era muy diferente a la que conocemos. Valga como ejemplo que las privaciones sociales eran tan
significativas que se estableció que los niños realizaran la promesa a
la Bandera en el cuarto grado de escolaridad primaria, porque éste era el momento en que la mayoría terminaba su cursada para insertarse en el ámbito laboral.
También eran brutales los índices de graves enfermedades. Particularmente la tuberculosis y la difteria, con el
agravante de que no había medicamentos para combatirlas. A este panorama se
sumaban otras afecciones respiratorias en tiempos donde los antibióticos no se conocían.
En la conciencia colectiva
estaba aún muy presente el sombrío panorama
de muerte e invalidez que dejaron las luchas por la independencia y por la
organización nacional. Existía también la posibilidad de una
guerra con Chile motivada por las diferencias fronterizas lo que afortunadamente
se aventó por decisión de los presidentes Julio Roca y German Riesco, cuando firmaron los “Pactos de Mayo” de 1902. Muchos de esos niños eran hijos de padres que venían escapando del hambre y las persecuciones étnicas que hacía estragos en Europa, otros los habian perdido como resultado de las rudas condiciones de trabajo.
Digamos que para los niños que entonces cursaban la
primaria la muerte era una realidad concreta, más allá de la inocencia
propia de la edad. Podríamos constatar que perder la vida era una
contingencia para la cual la escuela también debía preparar.
En este marco, ciertamente
luctuoso a nuestra percepción, más allá de las ciertamente duras condiciones de nuestros días, el
Consejo Nacional de Educación, entidad rectora en la materia dispuso dictar la resolución que se transcribe. Su sola
lectura exime de mayores comentarios.
Así asumía la escuela argentina la dimensión de la
muerte y de los valores conexos
a sus circunstancias, reconociendo la entrega de quienes habían “muerto en defensa de la Patria durante las
luchas por la independencia y contra la tiranía”. Hoy esto puede parecernos ominoso, hasta cruel.
En contraposición hoy vivenciamos
la parafernalia de Halloween, que la
sociedad de consumo intenta afianzar en nuestras tierras, mediante almibaradas formas vestidas de comics, así como el avance de la drogadicción, la ludopatía y las consecuencias de la violencia urbana. También sobre esto, la escuela argentina también tiene hoy su protagonismo y su
responsabilidad.
La cercanía con la oscuridad de la muerte y con otros
espantos mayores es potencialmente mucha
más cruda que las ceremonias del pasado donde se buscaba exaltar el espíritu de
sacrificio y sublimación del dolor en aras de los valores comunitarios.
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Valgan estas palabras como humilde homenaje a todos los que diron su vida por la Patria, los de reción, los de ayer y los de antes de ayer. No olvidemos tampoco a sus familias que también nos ofrendaron su dolor y soledad.
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