Amargo testimonio de algún resentido
Por Miguel Carrillo Bascary
Prolegómenos
Desde 1872 cuatro generaciones de rosarinos bregaron para construir un monumento que honrara a la ciudad como “cuna de la Bandera Nacional”, por ser el lugar donde por primera vez se izó, en el año 1812. Con este loable fin desde entonces se formaron varias comisiones, que pusieron sus mejores esfuerzos para concretar la idea. Por tres veces se frustró el intento, pero el fracaso no amilanó a los comprometidos. La idea que había lanzado Nicolás Grondona[1], ingeniero genovés radicado en Rosario, concitó inmediato apoyo popular, despertó el interés de las autoridades y se transformó en una causa que abarcó transversalmente a la todos los habitantes de la ciudad. En mérito a la brevedad, prescindiré de historiar los antecedentes y me remontaré directamente a los acontecimientos que casi setenta años más tarde permitieron vislumbrar su concreción.
Hacia 1936 se integró una nueva comisión, a la que se sumaron numerosos dirigentes de la
comunidad. La totalidad de su mesa directiva estuvo integrada por socios del “Jockey Club de Rosario”[2], la mayoría de sus setenta y cuatro
miembros también lo eran.
La presidió Miguel
Culaciati[3], quien en
cumplimiento de su función logró interesar al entonces presidente de la Nación
en el propósito de construir el añorado memorial patriótico. Mucho ayudó que
fuera Ministro del Interior de este último, el Dr. Diógenes Taboada[4], un puntano con
fuertes vínculos con Rosario a quien la ciudad le debe un adecuado
reconocimiento. Toda la dirigencia local apuntaló el proyecto, sin distinción
de ideologías ni de sectores sociales, con absoluta generosidad. Rosario dio continuas muestras de este alineamiento. Así, la acción de conjunto allanó muchos
obstáculos, al par que Culaciati resultó el interlocutor ideal para dialogar con el estamento del poder, siempre distraído de las demandas surgidas en el Interior.
Dos años más tarde, cuando en 1938 se conmemoró por
primera vez[5]
el “día de la Bandera” como feriado nacional, visitó Rosario el presidente Roberto Ortiz y se comprometió públicamente
a llevar adelante el proyecto que le habían presentado esa comisión de rosarinos[6].
En el año 1939 el presidente de la Nación oficializó la Comisión de rosarinos que venía trabajando y le confió la responsabilidad de llevar adelante todo lo necesario[7]. De entre sus miembros se formó una subcomisión que debía convocar el pertinente concurso de anteproyectos y asignar la obra a los autores del que fueran seleccionados. En mérito al trabajo previamente realizado, su núcleo mayoritario radicó en personalidades de Rosario.
Fue su presidente, el Dr. Miguel Culaciati; vice, el Dr. Emilio Pareto; tesorero, Don Leopoldo Uranga, pro-tesorero, el Dr. Federico Covernton, como Secretario, actuó el Dr. Juan José Colombo Berra, asistido por el pro-secretario, Dr. Emilio Solari. A ellos se sumaron los representantes de: la Dirección General de Arquitectura, Arq. Jorge Tavernier; de la Comisión Nacional de Bellas Artes, Arq. Alfredo Williams; de la Comisión de Cultura, Dr. Horacio F. Rodríguez; de la Comisión Nacional de Museos y Lugares Históricos, coronel Bartolomé Gallo, y por la Academia Nacional de la Historia, el Dr. Ricardo Levene. Meses más tarde se agregaron el Intendente de Rosario, Dr. Agustín Repetto, y un representante del Ministerio del Interior, el Ing. Luis Laporte. Todos eran distinguidas personalidades n sus respectivas áreas laborales. Excepto Rodríguez, Williams y Levene, que representaban a entidades nacionales, el resto eran rosarinos o tenían vínculos directos con la ciudad.
Se abrió la convocatoria y poco a poco llegaron los anteproyectos cuyos autores permanecieron tras el anonimato de diversos “lemas” (pseudónimos), reserva que se mantuvo hasta que se hubo decidido el que contó con mayor mérito de entre los siete preseleccionados, los otros cinco se descartaron por diversos motivos. El anonimato libró a los jurados de preconceptos y de influencias externas.
La Subcomisión se aplicó a su cometido bajo la presión de la enorme responsabilidad que implicaba la tarea. No había dudas de que la obra trascendía el momento, ya que estaba destinada a proyectarse en la historia como un precioso legado a las nuevas generaciones de argentinos. La opinión pública se mantuvo expectante, ansiosa, impaciente. Toda Rosario aguardaba … y también el país.
Fue el 22 de septiembre de 1940[8] cuando el Jurado emitió su dictamen, del que
emergió como claro ganador el lema
“Invicta” que presentaron los arquitectos Ángel Guido y Alejandro Bustillo, junto
a los escultores José Fioravanti y Alfredo Bigatti. Por considerarlo de interés
documental reproduzco la ficha de
verificación que al efecto preparó el Jurado.
También el croquis
de planta, donde se detallan los principales aspectos de la obra:
La maqueta
comprendía solo el segmento de la Torre, no así el Patio Cívico ni el Propileo,
que se completaron más tarde.
Para su evaluación se presentó un tasel escultórico correspondiente a la cabeza de lo que luego fue
la “Patria Abanderada”, que hoy todavía se conserva en el Monumento.
Las propuestas relegadas correspondieron a destacados profesionales, no es hoy el momento de puntualizar sus nombres. Algunos eran dueños de un enorme ego que los había proyectado hasta un grado de excelencia tal que los alentó a presentar sus iniciativas, pensando que ellos serían los elegidos. Fue este rasgo, tan humano, el que posiblemente dio lugar a lo que se comenta más adelante.
La Subcomisión de selección o sea, el jurado, se reunió periódicamente en los salones del “Jockey Club de Rosario”. El lugar elegido no fue un mero accidente. La mayoría de sus miembros eran socios de la entidad, tres de ellos la habían presidido, en consecuencia se encontraban a sus anchas en ese ambiente. Muchos de los miembros de la Comisión Popular que había promocionado el proyecto inicialmente también eran habitués de la majestuosa obra del arquitecto francés Edouard Lemonier, sita en la esquina de las céntricas calles Córdoba y Maipú[9].
Los 22 de septiembre no son un día más para Rosario, la fecha recuerda el asalto de las tropas nacionales a la fortaleza paraguaya de Curupaytí, en el año 1866, durante la “Guerra de la Triple Alianza”. En aquella jornada combatió en la vanguardia el Batallón “1º de Santa Fe”, que estaba formado casi en su totalidad por voluntarios rosarinos. Muchos cayeron bajo el fuego enemigo. Entre ellos estuvo su abanderado, Mariano Grandoli, de tan solo 17 años, descendiente de una de las familias más caracterizadas de la ciudad.
Como si fuera un designio, también un 22 de septiembre pero de 1940, se resolvió la adjudicación del primer premio en el concurso que determinó qué monumento levantaría el pueblo argentino a la prístina Bandera Nacional que Manuel Belgrano creó en la “Barranca de las Ceibas”, el 27 de febrero de 1812.
En aquella juvenil primavera de 1940, esos hombres juzgaron y decidieron. Es de imaginar la satisfacción que experimentaron por el deber cumplido y la alegría por saber que su elección cimentaría el monumento soñado por sus padres y abuelos. Paradójicamente, si bien la mayoría eran socios del prestigiado “Jockey Club de Rosario”, también descendían de inmigrantes que décadas atrás llegaron a esta bendita tierra de Argentina, con los bolsillos vacíos pero henchidos sus pechos de esperanzas y dotados de una contracción al trabajo a toda prueba. Aquí, en Rosario formaron sus familias, aplicaron sus talentos, levantaron sus negocios y se desarrollaron en sus respectivas profesiones.
Esos mismos rosarinos devenidos en jueces del concurso quisieron festejar la adjudicación de la obra compartiendo una comida, en intimidad fraterna. Para esto eligieron reunirse en el Jockey, era lo lógico.
Llegada la hora de los postres alguien recordó que, como era habitual en aquellos tiempos, existía en la institución un “libro de oro”, donde se referenciaban los acontecimientos más significativos que ocurrían allí.
Cuando hoy se recorren sus páginas se encuentran insospechados testimonios sobre la visita a Rosario de varios presidentes de la Nación y de príncipes europeos, así como de otras personalidades que dejaron delegaciones llegadas desde lugares tan distantes como Japón, Nueva York o Alemania. También las de diplomáticos de muchas naciones, de artistas consagrados y de otros que lo serían con los años. Hay registros de la presencia de filósofos, deportistas exitosos, grandes maestros del Ajedrez y del Billar, literatos, científicos, concertistas, periodistas, pioneros y pioneras de la aviación, antropólogos y poetas.
¿Por qué no, se dijeron? Alguien buscó el libro con la lógica anuencia de las autoridades de la Casa y se abrieron sus pesadas hojas de cartulinas enceradas. En la primera que se halló libre, entre las volutas art nouveau que enmarcaban la página, con una rápida caligrafía de estilográfica se dejó constancia del acontecimiento con estas palabras:
“Los
miembros de la Subcomisión del Monumento a la Bandera, en el día memorable de
la adjudicación de la obra, imperecedero para esta ciudad, Rosario, Septiembre
22 de 1940.-”
Al pie, de tan breves líneas firmaron sucesivamente. Desafiando al destino fueron trece los trazos consignados en negra tinta, lo que desmiente la desfavorable tradición del guarismo. Contra el margen izquierdo (derecha del lector) se distinguen las rúbricas de: Culaciati, Levene, Paretto, Uranga, Coverton y Colombo Berra. En la columna de la derecha (izquierda del lector) las: Tavernier, Rodríguez, Gallo, Laporte y Solari. No he podido dilucidar a quienes corresponden las dos últimas signaturas, presumiblemente la primera sería de Williams y la otra de un directivo del “Jockey Club” que habría actuado como anfitrión.
En este estado quiero desmentir con todo énfasis que el Monumento a la Bandera sea un producto exclusivo de la elite rosarina. Todo lo contrario, la ciudad en conjunto, más allá de sectores, superando toda diferencia social, postergando incluso legítimos intereses, se identificó con la propuesta formulada por Grondona en 1872 y la sostuvo a lo largo de los avatares propios de las seis décadas transcurridas.
Los aportes populares a la
construcción del Monumento y al cultivo de la decisión de concretarlo fueron innumerables y harto variados. Desde los niños de escuelas de todo el país, que con sus pequeños
ahorros adquirían estampillas sin valor postal para recaudar fondos a tal
efecto, hasta las rebajas de precios de materiales e insumos que hicieron los
proveedores, así como las donaciones que muchos pequeños y grandes comercios
efectuaron a lo largo de los 14 años que demandó la construcción.
Aquella dirigencia a la que me refería, como protagonistas del acontecer institucional, industrial y comercial de aquellos años, canalizó tan variadas contribuciones y comprometió lo suyo en pro de levantar el Monumento. Lo hicieron con generosidad, sin chicanas, siempre aportando, evidenciando así un espíritu de servicio y un accionar coordinado que debería imitarse con relación a muchos proyectos actuales que son de interés general para los rosarinos. Con toda lógica, como principalísimos actores sociales se pusieron el proyecto al hombro y supieron aportar toda su capacidad y sus relaciones para superar los obstáculos que surgieron con el cambio de gobierno nacional que prefirió retacear los fondos asignados aplicándolos en otras realizaciones. Lo hicieron ante la apatía de los gobiernos de Santa Fe, que dejaron sola a Rosario, como en tantas otras circunstancias.
Catorce años más tarde de haberse iniciado la obra el éxito coronó el proyecto, cuando el 20 de junio de 1957, “día de la Bandera”,
casi medio millón de almas se congregaron sobre la avenida Belgrano para
acompañar la inauguración del Monumento[10] con que la Patria
honró a su principal símbolo, una dedicatoria que luce en el mármol del
memorial.
La mole del Monumento es un canto al esfuerzo común, un testimonio concreto e imperecedero a un logro de todos los rosarinos en conjunto que encontró su realización el día en que fue inaugurado, el 20 de junio de 1957. Cabe apuntar que la comisión organizadora del programa de festejos le solicitó al "Jockey Club" que le facilitara sus salones para la recepción de gala que brindó a las autoridades nacionales, santafesinas y las que llegaron de otras provincias.
Repercusiones
Al día siguiente de aquella histórica decisión, el resultado se dio a conocer al país entero, comenzando por los períodos de la ciudad.
Los rosarinos festejaron, aunque todavía no conocían al
anteproyecto triunfador, tampoco al resto. Entonces que la Comisión resolvió exponer las maquetas, dibujos, planos y
los otros elementos que caracterizaron a las iniciativas presentadas. El amplio
edificio de la Aduana de Rosario fue el ámbito
elegido, adonde concurrieron los rosarinos impulsados por obvia curiosidad. El principal
diario local, “La Capital”, publicó
la siguiente invitación.
Pero no todo fue satisfactorio. La hiel de la envidia, la acidez de los resentimientos, afloró en algunos autores de los proyectos relegados. Pero antes de referirme a tan amargos sentimientos es necesario saltar en el tiempo hasta una fecha que nos resulta más cercana. Veamos.
Un curiosísimo
documento
Durante mi gestión en la dirección del Monumento Nacional a la Bandera, una circunstancia fortuita me puso ante la evidencia de ciertas miserias humanas. Para mi sorpresa una persona quiso mostrarme algunas fotos y recortes que atesoraba en un viejo y traqueteado bibliorato. En uno de sus folios, adherido al papel por un oxidado ganchillo me mostró un pequeño volante de papel naranja. Dijo haberlo recogido en una calle céntrica de Rosario en oportunidad de que manos anónimas los esparcieron por cientos, quizás por miles, arrojándolos a los curiosos desde el paso veloz de un automóvil. Una clásica “volanteada” impulsada por un rencor poco disimulado que tenía por blanco a los miembros del jurado y, por extensión, a quienes firmaron los planos de “Invicta”. Reproduzco ese testimonio con el debido agradecimiento a esa persona que me pidió no revelara su identidad.
Por sobre todo destacaba la viñeta de la cabeza de un burro, ¡sí un burro!, integrada a una sugerente pregunta ¿Quiere Ud. conocer la más grande (“burrada”) del año?, seguida de tres elocuentes puntos suspensivos. Girando el panfleto, venía la respuesta, “Visite la exposición de bocetos para el Monumento a la Bandera en la Aduana de Rosario, y juzgue el fallo del jurado”. Al pie se completaba: “Inauguración 7 de octubre a las 18 horas”. Nada más, ni nada menos.
Concluyendo
Fueron muchas y muy lógicas las elucubraciones sobre quién podía ser él o los autores del libelo. Si observamos el texto no aparece ningún insulto, lo que hubiera sido impropio en la época. Esas pocas líneas trasuntaban una cuidada manipulación de los sentimientos del curioso lector, ya que con toda sutileza se descalificaba el resultado de la histórica decisión del Jurado. Eso sí, sin apelar a ninguna grosería. Bastó la viñeta, que lo dice todo.
Mencionan las malas lenguas que el promotor de tan curiosa protesta pudo ser uno de aquellos arquitectos postergados por los gestores de “Invicta” quien, mediando muchos años, firmó los planos de un gran edificio que se inauguró en el año 2009 en cercanías del Monumento. De hecho, su altura casi dobla la que tiene la Torre erigida por Guido. No me consta. ¿Casualidad? ¿Extraña coincidencia? ¿Silente revancha? Es imposible saberlo. Las brisas de los tiempos ocultaron la autoría de tan capcioso libelo.
Un secreto más en el devenir de la ciudad de Rosario. Así se escribe la Historia.
(*) Nota: el presente es un trabajo en pleno desarrollo ya que estoy trabajando en uno de mayor extensión que expone las relaciones entre el Jockey Club y quienes hicieron posible construir el Monumento a la Bandera.
Bibliografía
básica
DE GREGORIO, Roberto director. Ángel Guido: ingeniero civil y urbanista. Consejo de Ingenieros.
Rosario. 2019.
ALONSO, Sebastián; MIRANDA, Ricardo y CARRILLO BASCARY, Miguel. Jockey Club de Rosario. Inédito.
[1] Ref. sobre Nicolás Grondona en http://www.callesderosario.com.ar/grondona_nicolas.html
[2] La entidad había sido fundada en el año 1900 y participaron en su
nómina los principales referentes de aquella ciudad en pleno desarrollo. Muchos
de ellos eran “hombres hechos a sí mismos”, la mayoría reconocía antecedentes
como inmigrantes o hijos de inmigrantes. Para conocer más sobre el punto remito
al libro “Jockey Club de Rosario”, en
prensa a la fecha de dar a conocer este breve ensayo (noviembre, 2021). Son sus
autores: Sebastián Alonso, Ricardo Miranda y Miguel Carrillo Bascary.
[3] Sobre Culaciati y Luis Lamas, también impulsor de la construcción del
Monumento a la Bandera, puede ampliarse en la obra de Miguel Culaciati (nieto)
y Sebastián Alonso, “Tres intendentes de
Rosario. Lamas, Culaciati y Carballo”. Ed. Amalevi. Rosario, 2013.
[4] Pueden recabarse referencias sobre Diógenes Taboada en http://ucrhistoria.blogspot.com/2017/04/diogenes-taboada-ucr-san-luis.html
[5] Así lo dispuso la Ley Nº12.361.
[6] Una crónica de aquel momento en: https://www.lacapital.com.ar/la-ciudad/como-fue-1938-el-primer-dia-la-bandera-rosario-y-el-pais-n2668096.html
[7] Fue por medio del Decreto Nº25.828/ 1939 publicado en el “Boletín de la Comisión Nacional de Museos y
Monumentos Históricos”, Nº2. Bs. Aires. 1940
[8] En algunas notas recientes se menciona al día 12, evidentemente se
trata de un error de trascripción que inadvertidamente se trasladó por vía de sucesivas
copias.
[9] Sobre este edificio patrimonial: http://www.jockeyclubderosario.com.ar/elclub/sede
[10] La importancia de aquel acontecimiento, verdaderamente histórico, quedó documentada en los seis minutos del film “Blasón de Libertad”, realización del noticiario “Sucesos Argentinos”, de 1957 que preservó el Archivo General de la Nación. Todos podrán verlo, sin dudas que con emoción, desde: https://www.youtube.com/watch?v=1yMqx4q2q2E&t=51s
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