Alegoría de barco - Homenaje a la Bandera argentina
(sobre el Monumento Nacional a la Bandera)
Foto:
Municipalidad de Rosario
Por Miguel Carrillo Bascary
En todo el mundo
hay numerosos monumentos a las banderas de los pueblos que se sintieron
llamados a concretar esta particular forma de honrarlas. La mayoría son grandes
mástiles; algunos de altura colosal; pero en la ciudad de Rosario se yergue un
testimonio de características singulares, nacido de la decisión de quienes
quisieron recordar el día en que nuestra Bandera batió por primera vez los
aires; en aquél caluroso 27 de febrero de 1817.
Esta resolución
cobró su primer impulso a inicios de la década de 1870, cuando Rosario sacudía
su modorra provinciana para lanzarse hacia un desarrollo que todavía espera dar
sus mejores frutos. Fue un grupo de rosarinos y de otros hombres allí afincados
aunque habían nacido en otras tierras. Cuatro generaciones debieron pasar;
muchos fueron los esfuerzos empeñados; varias las ilusiones que se frustraron,
hasta que el 20 de junio de 1957 se inauguró el “Monumento Nacional a la
Bandera” que culminó los desvelos de tantos. Fue el triunfo de la decisión de
sus mentores y el manifiesto de un entrañable cariño por el símbolo flameante
que el general Belgrano legó a los argentinos de todas las épocas.
Cada año, centenas
de miles de visitantes recorren sus diversos planos; ascienden al Mirador para
gozar de una vista irrepetible y se adentran en la penumbra de la Cripta que
rinde homenaje al Prócer; así como en la “Galería de Honor” donde las banderas
de América confraternizan en la esperanza de un futuro común, en paz y
concordia.
Quien visita al
Monumento, con sus más de 10.000 metros
cuadrados de superficie, experimenta una vivencia muy
emotiva. Por lo general, los monumentos son construcciones destinadas a ser
vistas, admiradas desde una distancia adecuada para gozar de sus
expresiones plásticas; pero el erigido en Rosario tiene una dinámica que lo
hace único, ya que no solo puede sino que, más aún, invita a recorrerlo
descubriendo perspectivas estéticas donde el visitante se transforma en
protagonista, en un mudo diálogo con las formas marmóreas y broncíneas que
realzan el vuelo de la enseña celeste y blanca de la nacionalidad.
El Monumento, como
familiarmente lo llaman los argentinos, es fruto de la inspiración del
arquitecto Ángel Guido, quien sumó el genio de su colega Alejandro Bustillo y
de los escultores Alfredo Bigatti; José Fioravanti y Eduardo Barnes, quienes aglutinaron
sus saberes y talentos para regalarnos el producto que supieron concebir.
Foto: Municipalidad de Rosario
Está enclavado en el "parque nacional a la Bandera" (1) que también contiene el cenotafio a los caídos en la guerra de Malvinas (2). A poco que se
observe al Monumento es fácil desentrañar que tiene una forma de barco; un
navío que recuerda a los que surcaron el mar Mediterráneo en la Antigüedad
clásica. En él embarca la Nación. Su proa abre las aguas que aluden al Océano
Atlántico y al Río Paraná. Se orienta hacia el Este, hontanar donde cada día
amanece el Sol que campea en el centro de nuestra Bandera. La alegoría de la
Patria, luce bravía; intemporal caracterizada como una mujer “gaucha” de
trenzas y hojotas, cubierta por un pileo, símbolo de la libertad. Porta la
Enseña nacional que despliega desde una telúrica lanza de caña tacuara.
Más atrás se alza
la gran “Torre” (3), remedo del mástil y velas del navío; en cuyo medio campea la
figura del Sol. En su base se advierten los elementos físicos del territorio
nacional: “Los Andes” y “La Pampa”, corporizados en sendos bronces, magníficos.
Las estatuas de los puntos cardinales ornamentan las esquinas, singularizadas
con atributos característicos de cada región.
Un ámbito recóndito alojado en la
base de la Torre es la “Cripta de Belgrano”, que honra al creador de la bandera
y que señala el punto en que se izara por primera vez en 1812.
El recorrido
continúa en el gran “Patio Cívico” (4), escenario de reuniones populares;
conciertos; recitales; celebraciones y tranquilos paseos; este espacio está
destinado a contener al pueblo; ese pueblo que navega por el mar de la
eternidad en la nave de la Patria.
A medida que se
asciende suavemente, el visitante se impresiona con la magnitud de la pirámide
mesoamericana que cierra el trayecto. Sobre la misma se levanta un templo de
líneas clásicas, pero de columnas planas; es el “Propileo” (5) que contiene en su
interior una gran olla de bronce bizantino donde arde la flama “del soldado
desconocido”, héroe anónimo pero presente que dio su vida por la libertad de la
Patria. Es imposible sustraerse a la emotividad de este sector; para más, la
vista permite abarcar la majestuosidad de todo el Monumento y percibir de qué
manera se recorta la “Torre” sobre el horizonte vital que forman el Paraná, las
islas y el celeste del cielo inagotable.
Foto: Miguel Carrillo Basary
Tomando una posición
contraria, el visitante goza de otra perspectiva, más concreta, pero no menos
significativa. Allí verá abrirse el “Pasaje Juramento” (7), vínculo entre el
Monumento y la ciudad de Rosario, que transcurre sobre un espejo de aguas
salpicado por las estatuas obra de Lola Mora, la más grande escultora argentina;
para perderse luego entre las moles de la Catedral dedicada a “Nuestra Señora
del Rosario” y el “Palacio de los Leones”, sede del gobierno municipal de
Rosario.
Bajo el “Propileo”
se encuentra otro espacio que lamentablemente muchas veces pasa desapercibido
para el visitante apresurado; es la “Galería de honor de las banderas de América” (6).
En realidad este sector no perteneció al proyecto original del Monumento; se
agregó en fecha tardía, hacia 1956, cuando poco faltaba para su inauguración.
Fue por iniciativa de Guido, que bregó hasta lograr que la Comisión oficial que
controlaba las obras autorizara a construir este verdadero homenaje a la
hermandad continental. Consta de tres naves subterráneas, centrada en una gran
vitrina donde lucen los símbolos de la Nación: Bandera; Escudo e Himno;
acompañados por otros testimonio de argentinidad: la flor nacional del ceibo;
una réplica del sable de Belgrano; una urna con turba extraída del cementerio
de Darwin (donde reposan decenas de argentinos caídos en combate) y la
mismísima bandera que ondeaba en el patio de la gobernación, en Puerto
Argentino en 1982. Ella fue preservada en heroicas circunstancias y se
considera que en un futuro, que esperamos próximo, será reinstalada en su
emplazamiento original, cuando las Islas Malvinas puedan recobrarse.
Sobre el lateral
derecho hay tres mástiles: el central porta la “Bandera Nacional de la Libertad
Civil”, símbolo patrio histórico que representa al estado de derecho y a las
libertades públicas (Ley Nº27.134 de 2015); fue creada por el general Belgrano
y entregada al pueblo jujeño como agradecimiento por su heroico desempeño en
las luchas por la Emancipación; el segundo corresponde a la enseña oficial de
la provincia de Santa Fe, aprobada en 1822 y, el tercero, muestra la blanca
divisa de la ciudad de Rosario, con su escudo bordado en el centro.
Las naves laterales
están flanqueadas por otras vitrinas que contienen enseñas históricas y los
símbolos nacionales de todos y cada uno de los estados de América; con la
sumatoria de aquellos que representan a España, madre común, y de Italia, de
donde vino el caudal inmigratorio más numeroso de todos los recibidos por
nuestra tierra. En esta “Galería de Honor”, a lo largo de todo el año, el día
de sus respectivas fiestas nacionales, concurren los representantes de los
estados amigos de Argentina para rendir homenaje a la Bandera nacional y a las
de esas otras tierras.
Más atrás se
encuentra un espacio que despierta no poco interés a los visitantes que lo
recorren. Se trata de la “Sala Antártida” que como lo indica su nombre destaca
el protagonismo de Argentina en aquella desolada región. Se habilitó en el año
1975 con una muestra de banderas históricas que habían ondeado en diferentes
expediciones antárticas en manos de los pioneros argentinos. Con el tiempo se
refuncionalizó el mensaje para expresar otros valores y realidades. Así,
hallamos una vitrina dotada con una gran infografía, que marca cómo se difundió
el ideal de libertad en el Nuevo Continente, jalonado por las diversas banderas
histórica. Hay otras vitrinas que expresan el ideal de hermandad del género
humano; la multiforme presencia de Argentina en la Antártida y sus derechos
sobre las islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur. Lo que posiblemente
despierta mayor curiosidad en los niños es ver la maqueta de la Base “Marambio”,
principal establecimiento argentino en el sector; mientras que a los mayores
sin dudas que los impactarán los restos de la bandera batida por los crueles
vientos antárticos, que en 1965 ondeó en el Polo Sur llevada por los miembros
de la “Operación 90”
conducida por el general Jorge Leal. La muestra de diversos bocetos del
Monumento en los que trabajó Guido para dar forma al proyecto que encabezó,
completan la visión del conjunto. Al salir puede observarse una pequeña urna
que contiene: un ejemplar del contrato que se suscribió para ejecutar el
Monumento y una humilde estampilla de diez centavos que entre 1936 y 1943
adquirían los niños de todo el país como forma de contribuir a la construcción
del Monumento Nacional a la Bandera.
En este majestuoso
símbolo que tributa homenaje a la Enseña nacional se refleja la historia patria
y se sintetizan los anhelos de todos los argentinos unidos, más allá de toda
diferencia, unidos bajo los colores celeste, blanco y celeste. ¡Todos bajo UNA
MISMA BANDERA!
Nota: el presente es una acción que integra el "Programa Rosario Cuna de la Bandera" de la Municipalidad de Rosario
Exelente comentario.
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