El caballo y el hornero
Por Miguel Carrillo Bascary
Es costumbre universal que muchos países se identifiquen con animales
representativos. Se trata de una tradición profundamente enraizada en la
historia en la que cada pueblo creía que lo animaba el espíritu de un animal.
Algo similar ocurre con ciertos vegetales, particularmente con las flores. La
Etnología los denomina tótems, aunque este término merecería algunas
precisiones que exceden el espacio disponible. Creo que estas pocas palabras
les traerá a la memoria distintos conocimientos sobre la temática, por lo que
no extenderé.
El caballo criollo
Argentina
no permaneció ajena, pero fue recién con cierta demora que en el año 2017 la Ley
Nº27.414[1]
reconoció a la raza Criolla como “caballo
nacional y patrimonio cultural de Argentina”. La elección está ampliamente
justificada por razones históricas y por el sentimiento popular. El caballo
criollo tiene muy bien ganado su espacio en la Historia argentina[2].
Fue en 1916 que se dispuso generar un registro genealógico, con lo que se
aseguró la continuidad de la raza. A
esto se suma que en julio del 2024 se reconoció al criollo como “marca país”, una herramienta de
marketing y comunicación que posiciona a la Argentina en el mundo como emblema
de la identidad nacional la que servirá para dinamizar diversos proyectos
vinculados con la producción y el comercio internacional; así se definió por Decreto
Nº460/ 2021[3].
Como reconocimiento, el criollo mereció que se acuñara con su estampa las siguientes monedas:
Imbuido de un sentimiento
más economicista, no faltará quien diga que el verdadero “animal nacional”
argentino debería ser un vacuno,
pero convengamos que el caballo cosechará más votos en un hipotético concurso.
El hornero
Emulando a la antigua
Roma, que tenía al águila como encarnación de Zeus y divisa del imperio, también
en Argentina se consideró adoptar un “ave
nacional”. La decisión no resultó de
ninguna ley o decreto del Poder Ejecutivo, sino que se consagró de hecho a partir de la iniciativa de marketing
impulsada por el periódico “La Razón[4]”
Fue el 22 de marzo de 1928
que el diario inició una encuesta
donde los niños debían enviar sus preferencias, como estímulo para la participación
se anunció que entre quienes respondieran se sortearían juguetes. La tarea no
sería fácil, porque en el país se registran más de mil especies; como condición
el diario excluyó a las aves de corral.
El 25 de junio se informó
que se había recibido cuarenta mil sufragios,
distribuidos así: el hornero (10.725
votos), el cóndor (5.803), el tero (4.002), el ñandú (3.327), el
chajá (2.724) el chingolo (2.622), les siguieron: la paloma, el águila, la calandria,
la gaviota, el zorzal, el jilguero, el churrinche, el boyero, el loro y otros
más.
La votación fue seguida
con expectación por la opinión
pública y la proclama de los resultados tuvo excelente repercusión, como lo destaca
la amplia diferencia obtenida por el hornero. Por aquel entonces el máximo
referencia en materia la “Asociación
Ornitológica del Plata[5]”,
fundada en 1916, a la que el diario comunicó formalmente la decisión popular,
la que cooperó eficazmente a divulgar la decisión. Más tarde se extendió por
medio del sistema escolar por entenderse que la medida establecía un sólido
vínculo entre el alumnado y la naturaleza, al par que la laboriosidad del ave constituía
un ejemplo a seguir.
El hornero cuenta con un reconocimiento tácito a nivel gubernamental incluso en el portal de la Cancillería se lo menciona como “pájaro nacional”. Su figura fue acuñada en la moneda de 20 centavos de austral (1985) y en el billete de 1.000 pesos en uso desde el año 2017.
También figura en varios sellos postales emitidos por el Correo Argentino:[6]
[2] Véase: https://caballoscriollos.com.uy/la-raza/historia-de-la-raza/
y https://www.caballoscriollos.com/web/historia.php
[4] Editado en Bs. Aires, en su edición del 22 de marzo de 1928.
[6] Nombre
científico: furnarius rufus
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