Su vigencia intemporal
Por Miguel Carrillo Bascary
Los artículos que últimamente
escribí sobre los ponchos provinciales motivaron que varias personas me
consultaran sobre el uso de esta prenda.
Obviamente que su significado como elemento cultural entraña diversas implicancias que se trasuntan en el ceremonial social. Si bien el poncho está presente en muchas culturas, es en América donde alcanza particular relevancia hasta el punto que su origen modestamente rural ha trascendido hasta la actualidad más allá de las enormes transformaciones que definen su evolución. En realidad, es una prenda práctica, muy sencilla, sobre la que vale la pena hacer varias puntualizaciones, ya que los avances de la globalización amenazan con desnaturalizarla.
En Argentina el poncho es sinónimo del gaucho, ícono
cultural reconocido por todos. Hoy su uso persiste en diversas circunstancias, particularmente
en el interior del país. Esta aceptación no obsta a ciertas afirmaciones, que
no por obvias, son inoportunas. Quizás lo primero a señalar es que se
trata de una prenda que emplean tanto los hombres como las mujeres y, aun, de niños.
Para los lectores que no
sean americanos cabe señalar que es una
prenda tejida (originalmente en telar manual), más larga que ancha, con un
corte central (boca) por donde se inserta la cabeza, de tal forma que cubre la mayor parte del cuerpo dejando los
brazos en libertad. La naturaleza de las fibras empleadas es vastísima[1]:
lana, seda, vegetales y aún el cuero. Si la temperatura no lo amerita, el
usuario suele plegarlo sobre su hombro
izquierdo, posición que permite echarle mano con toda naturalidad, aunque
los zurdos lo llevan acomodado en su derecha. Un detalle de elegancia, requiere que en estos casos el poncho se
doble cuidadosamente, se considera un descuido portarlo de cualquier modo.
Se admite que poncho vaya echado hacia atrás, tanto en forma completa (con lo que se asimila
a una capa) como parcial, caso en que la practicidad demanda dejar cubierto el
brazo inhábil y libre el que mejor se use.
Un tradicionalista tucumano ataviado con el poncho de su provincia
El poncho se
usa en cualquier tipo de
circunstancia y sobre todo tipo de vestimenta, tanto tradicional como de
vanguardia, de hecho, muchos grandes diseñadores lo incluyen en sus
colecciones, bien que como una fantasía étnica.
Yendo a lo habitual es factible lucirlo con traje, ropa sport y aún sobre el uniforme
(si la reglamentación castrense lo habilita, como ocurrió en el pasado). Obvio
que solo un snob lo revestiría sobre
un smoking o similar.
Hay algunas tacitas prohibiciones que rigen el uso
del poncho. Aunque a la folklorista Soledad Pastorutti, pueda resultarle
indiferente, esta prenda no se revolea,
excepto se emplee en los arreos, lo que indica poco aprecio por ella, ya que en
la operación se cubrirá de polvo y se arriesgará su integridad.
Tampoco se coloca con la boca atravesada, en paralelo con los
hombros (excepto en Chile, donde la costumbre campera determina una confección
particular, a lo huaso[2]).
No debe confundirse al poncho con el chiripá, aunque en algunos espectáculos coreográficos “para gringos” sea
bastante habitual.
Entre los tradicionalistas
el poncho es parte esencial de su
vestimenta para desfiles y presentaciones. Es proverbial que así se luzca
en todo el interior argentino.
Por supuesto que el poncho
es un emblema de identidad, de
jerarquía social y de pertenencia a un partido o cualquier otro grupo. Es
imposible no recordar que tras el triunfo patriota en la batalla de Salta (20
de febrero de 1813) el poncho celeste y blanco del teniente coronel del
batallón de Castas, destacado a la vanguardia, José Superí, sirvió de improvisada bandera que se mostró desde
el campanario de la iglesia de la Merced haciendo saber al general Belgrano que
la plaza estaba tomada.
En la guerra por la
Independencia los ponchos patrios,[3]
de azules oscuros, con forro rojo sirvieron para uniformar a las tropas
patriotas desde 1810. Durante las luchas civiles en Argentina, los de color
rojo eran típicos de los federales,
mientras que los celeste o verdes, referenciaban
al bando unitario.
Por su alto precio, los elaborados en lana de vicuña,
identificaron a los caciques, terratenientes y funcionarios, más tarde se
hicieron tradicionales atributos muchos presidentes y hombres de la política,
lo que persiste hasta la actualidad. Puede pensarse que es una manifestación de
empatía para con las clases populares,
aunque otros entiendan que solo expresan un culto genuino por las tradiciones vernáculas. Los ponchos de vicuña
son considerados un regalo protocolar
que implica una alta distinción para quien lo recibe.
En tiempos fríos hay
quienes lo pliegan y colocan sobre sus espaldas, a la manera de un chal, con lo que proporciona un abrigo
localizado, de esta manera es una excelente cubierta en caso de lluvia.
También los de color blanco o “natural”
cumplieron el propósito de distinguir a sus usuarios, como ejemplo se cuentan
algunos que usaron San Martín y Urquiza.
Lo que resulta indudable
es que el poncho resalta la presencia de
su portador en un grupo humano. Obviamente su calidad, textura, colores y
diseños deben ser armoniosos para contribuir a la valoración social del usuario.
Las decoraciones permitían
los orígenes geográficos de quien lo
llevaba, costumbre que se perdió pero que en las últimas décadas se está
recobrando, como resulta de la serie de notas que se vienen publicando en este
Blog.
Entre los pueblos originarios las características
del tejido, su diseño y colores permitía distinguir entre las etnias; más aún, algunas
de las figuras que decoraban los ponchos expresaba el quantum de la riqueza de su poseedor. Acá interesa rescatar lo que
nos cuenta el inefable Lucio V. Mansilla
en su célebre obra “Una excursión a los
indios ranqueles”, cuyos apuntes, se reunieron en dos tomos publicados en
1870. Ahí refiere que, al despedirse del cacique Mariano Rosas[5],
ocurrió lo siguiente:
“Iba a salir del toldo; me llamó y sacándose
el poncho pampa que tenía puesto, me dijo, dándomelo. -Tome, hermano, úselo en
mi nombre, es hecho por mi mujer principal. Acepté el obsequio que tenía una
gran significación y se lo devolví, dándole yo mi poncho de goma. Al recibirlo,
me dijo: -Si alguna vez no hay paces, mis indios no lo han de matar, hermano,
viéndole ese poncho. -Hermano (le contesté): si algún día no hay paces y nos
encontramos por ahí, lo he de sacar a usted por esa prenda. La gran
significación que el poncho de Mariano Rosas tenía, no era que pudiera servirme
de escudo en un peligro, sino que el poncho tejido por la mujer principal[6],
es entre los indios un gaje de amor, es como el anillo nupcial entre los
cristianos. Cuando salí del toldo y me vieron con el poncho del cacique, una
expresión de sorpresa se pintó en todas las fisonomías”.
En los desplazamientos a caballo, cuando el jinete no revestía
su poncho, podía llevarlo doblado,
inserto entre los pellones o, pero si era necesario galopar cabía colocarlo
sobre el cubre pellón, a manera de elemento superior del recado. No faltaban
tampoco los que preferían extenderlo por
delante, cubriendo la cabeza de la silla y cayendo a los costados, esto permitía
cortar los vientos de frente y se abrigaban las piernas.
Otras funciones
Además de ser una prenda de vestir, históricamente el poncho admitió otras funciones, la más obvia es la de servir como manta del gaucho, tanto si lo usaba como cobertor en medio de la pampa como cuando disponía de un catre o cama. De faltar colchón, lo que no era raro, se extendía el poncho sobre los tientos de las camas, buscando cierta comodidad.
Ocasionalmente oficiaba de paño o “carpeta”, para el juego de
naipes y como elemento separador de ambientes, particularmente cuando se
intentaba dar alguna privacidad a una dama o familia, ya que los ranchos no solían
contar con habitaciones diferenciadas. Asimismo, podía hacer las veces de puerta o postigo, sobre todo para rechazar
la lluvia impulsada por los vientos durante una tormenta. Ante las inclemencias
del tiempo era factible improvisar con el poncho y unas ramas una suerte de toldo, para tratar de mantener un fuego
encendido o de proteger a un niño o mujer de las precipitaciones. Si acaso era
necesario portar alguna carga, a falta de cosa mejor, no era extraño darle
forma de alforja. Lo que nunca se
admitió, jamás, es usar del poncho como mantel de una mesa.
La tradición y la
literatura nos informan que supo servir como pseudo escudo, cuando en un duelo el gaucho lo enrollaba sobre su
antebrazo inhábil, sirviéndose de él para atajar o desviar las estocadas de su
oponente. En la emergencia de un combate el gaucho solía desplegar su poncho para
intentar desorientar momentáneamente a su rival, entorpecer sus movimientos y
hasta lo llegaba a extender sobre el piso procurando hacerlo tropezar.
En suma
- Usar poncho es una manifestación de la cultura tradicional, una suerte de alegato contra la globalización, en todos sus sentidos.
- Salvo en circunstancias sumamente formales el pocho es una prenda aceptada en la mayor parte de las circunstancias sociales.
- Su uso es positivamente valorado por el sentir mayoritario de los argentinos, constituye
un elemento identificador que, más allá de todo subjetivismo, debe llevarse acorde al buen gusto y con la
debida prestancia.
[1] La bibliografía señala ponchos confeccionados en: lana de vicuña (la
más apreciada), alpaca, llama, guanaco, chinchilla y oveja, también con algodón,
lino, seda e hilados industriales. Hasta hubo un tiempo que en el Noreste los
pueblos wichi y qom emplearon la fibra de bromelia. En zonas montuosas se
utiliza el cuero (Ref.: https://carlosraulrisso-escritor.blogspot.com/2016/07/poncho-de-cuero.html)
Es común que se apele a mixturas, con excelentes resultados. Se cuentan también
ponchos con entrelazado de hilos de oro o plata.
[3] Quizás en forma impropia, se aplica el término “poncho patrio” a los
confeccionados en color celeste con aplicaciones en blanco, pero esto es una
caracterización muy reciente.
[5] Pertenecía al clan de los Painé, hacia 1858 llegó a ser cacique
principal de la confederación ranquelina. Había sido criado como ahijado del
gobernador de Bs. Aires, Juan Manuel de Rosas, quien le otorgó su apellido.
[6] Se la identifica como Trepai Main o Tripaiman Carripilun, a quien
también se le asigna el nombre cristiano de Petrona Carripilun (https://www.laarena.com.ar/caldenia/la-coleccion-de-ponchos-del-museo-historico-nacional-2023108900)
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