El sello/blasón del Soberano Congreso de 1816
Por Miguel Carrillo Bascary
En el cumpleaños de la Patria afloran los recuerdos y también todas las
ganas de que nuestro país, Argentina, tenga el destino que se merece a despecho
de aquellos enemigos interiores y exteriores,
a los que llamó a combatir el general
Belgrano el 27 de febrero de 1812 para que “la América del Sur fuera el templo de la independencia y de la libertad”,
al par que por primera vez mostraba la
bandera de la nueva nación en ciernes.
No lo sospechaba, pero sus ansias de romper las cadenas coloniales tendrían que esperar cuatro años más, hasta el 9 de julio de 1816. Ese día, en la lejana Tucumán se proclamó la independencia de las Provincias Unidas de Sudamérica, como sabemos todos los argentinos. ¿Todos? Así lo espero.
Respondiendo a la pregunta del título
El Congreso General Constituyente
comenzó sus sesiones el 24 de marzo de 1816. Por entonces era habitual que toda
institución contara con un sello que la
identificara y que expresaba su autoridad, al mismo tiempo que servía para
legalizar su correspondencia y demás papeles oficiales, acompañando la firma de
sus funcionarios. Tales sellos eran grabados
en metal y se usaban para imprimar el lacre, aunque ocasionalmente también
se aplicaban en tinta. Incluían imágenes
alegóricas de su función, una delicada tarea basada en los cánones de la Heráldica.
Como ejemplo se recordará el sello del
Consulado de Comercio que hizo preparar Belgrano cuando asumió su Secretaría
en el año 1794.
A partir del 25 de mayo de 1810 las
primeras autoridades patrias continuaron usando los sellos que reproducían las armas del Rey, toda vez que ejercían su
poder alegando “conservar” los derechos del monarca, preso de Napoleón.
No fue sino hasta que se constituyó
la Asamblea general Constituyente,
el 31 de enero de 1813 cuando entre sus primeras medidas adoptó su sello con atributos netamente republicanos que luego se plasmó en la primera acuñación de moneda y que finalmente devino en
el Escudo nacional de la República
Argentina.
En cuanto a lo que nos ocupa, el Congreso reunido en Tucumán, en los primeros meses de su actuación no juzgó necesario contar con un sello propio. Es de suponer que para oficializar sus despachos se seguían empleando los viejos cuños de años anteriores. La documentación conservada muestra el uso del modelo originado en la Asamblea del Año XIII, como resulta de la viñeta impresa en la portada del órgano oficial, “El Redactor del Congreso” desde que en la imprenta de los Niños Expósitos se imprimió su primer número, el 12 de mayo de 1816. Los ejemplares publicados a partir del 3 de julio lo fueron en la imprenta de Manuel José Gandarillas, también en Bs. Aires, pero no mostraban el blasón, seguramente porque el nuevo taller carecía de la viñeta.
En el papel sellado usado para otros actos de la administración pública también consta el mismo escudo:
Una vez declara la independencia, una de sus primeras medidas fue aprobar su bandera menor lo que ocurrió el 20
de julio de 1816, una decisión que se formalizó cinco días más tarde. Quedó pendiente lo referente al sello
de aquel Congreso reunido para sancionar una constitución, objetivo que se fue
dilatando ante la indefinición de la forma de gobierno.
Si bien cuando se firmó el acta de
la independencia, se hizo constar que obraba
un sello junto a la firma de su presidente, como hasta ese momento el
Congreso no había dispuesto adoptar un nuevo diseño se interpreta que era el que se venía usando desde 1813. Por
haberse extraviado los ejemplares auténticos de aquel documento no puede
afirmarse ni rectificarse la hipótesis.
Fue en julio de 1816 cuando el
presidente Francisco N. de Laprida advirtió la necesidad de contar con un sello que expresara la soberanía que ya
residía en el Congreso. Planteada la cuestión, el diputado por Jujuy, Teodoro
Sánchez de Bustamante, observó la improcedencia
de la iniciativa por cuanto aún no se había definido la forma de gobierno del
nuevo estado, la que por lógica debían constar en su escudo. Acá vemos un paralelismo con lo ocurrido con la bandera,
cuyos emblemas se difirieran por el mismo motivo. Por ende, este sello sería de carácter provisional.
Lamentablemente los libros de
sesiones del Congreso se encuentran perdidos por lo que no consta qué se debatió sobre el sello/escudo. Se ha especulado que
Belgrano pudo intervenir al respecto
no solo por su prestigio personal sino por el carácter de consultor
especialísimo, como se lo vio actuar en su presentación del 6 de julio, ante el
Congreso reunido en sesión secreta. Es factible, pero incomprobable.
Como dato objetivo se
cita que el 29 de agosto se trató el
envío de una misión ante Artigas. En la reseña obrante en el libro de actas
secretas se lee: "Luego quedó resuelto a unanimidad, se
refrendarán los Diplomas de los Enviados con el Sello Provisional, marcado con
los signos de un río, algunas montañas, y un sol naciente, el que se mandare,
lo más pronto posible fabricar en la talla existente en esta ciudad".
En consecuencia, se encargó al maestro tallador Pedro Venavídez la
confección del pertinente sello destinado desde entonces a identificar al
Congreso como expresión soberana las Provincias Unidas de Sudamérica. Cabe
entender que la tarea no quedó librada a la inspiración del artesano, sino que recibió instrucciones de los diputados. Cumplida la labor a satisfacción cobró una
buena suma por su trabajo.
Análisis
del sello oficializado en 1816
Como en realidad se trató de un sello, no de un blasón, por esto carece de timbres, tenantes/soportes
y lambrequines, accesorios propios de la Heráldica.
Consta solo del campo de forma elíptica, lo que por entonces era usual.
En jefe (parte superior del campo) muestra un Sol pleno, humanizado (con cara), que
se eleva por sobre un perfil montañoso. La plenitud del astro se corresponde
con el momento político, por cuanto la independencia ya era un hecho, no como
en 1813, en que Febo se mostraba naciente.
Flanquean al Sol dos gajos vegetales, como atributo de la gloria a la soberanía que
aquél representa. Una suerte de reivindicación de la cultura americana que se identifica
con el Sol, tal como ocurriría en el imperio Inca. Es imposible determinar si dichos gajos son de laurel, de olivo o uno
de cada especie, quizás el diestro corresponda a una palma, de todas formas, la
loa implícita posee un mensaje muy claro
al observador.
Los brazos
que se estrechan en sólido vínculo están directamente enfrentados como
signo de igualdad, no en
ángulo ascendente, como se muestran en el sello de 1813, ya que no sostienen
elemento alguno, por cuanto la pica y el gorro de la libertad, dos elementos
netamente republicanos, han desaparecido, clara demostración de que la forma de
gobierno que adoptarían las Provincias Unidas aún no se había definido. Ambas
extremidades se muestran desnudas, lo que ratifica la idea de igualdad entre todos los ciudadanos.
En el campo inferior las montañas aludirían a las cadenas orográficas del Norte y del Alto
Perú, mientras que el curso fluvial refiere
al río de la Plata. Obsérvese que en
esta composición los montes se ubican sobre el Oeste, mientras que las aguas
van en el Este, en la misma forma que si viera un hipotético mapa del
territorio.
En cuanto a los colores, la talla del sello no los informa, pese a que ya desde el
siglo XVII se empleaba para estos casos la codificación inventada por el
jesuita Silvestre de Pietrasanta. En
consecuencia, según una pauta de la heráldica, cuando no se señalan los metales ni esmaltes (colores) de un
blasón, ha de entenderse que sus
atributos llevan los naturales. En consecuencia:
- el Sol va en dorado (oro),
- los gajos vegetales en verde (sínople),
- los brazos en carnación (el convencional color de la piel humana),
- los montes en marrón (leonado),
- el río en azul (azur), y
- el campo (en lo que resulta visible) se representa en celeste, el color cielo.
Concluyendo
- Hasta agosto de 1816 el Congreso usó el sello/escudo empleado desde 1813.
- Desde los primeros días de enero de ese año, comenzó a utilizar el nuevo diseño.
- De manera entonces que son una fantasía las alegorías que intentan mostrar el momento en que se declaró la independencia, cuando se observan en el testero de su presidencia diversos modelos de escudos, algunas veces orlado de banderas celestes y blancas. Mostramos algunas que desde nuestra más tierna infancia nos trasmiten un evidente anacronismo.
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