jueves, 4 de agosto de 2016

Una bandera de la comunidad internacional

Lecciones de una bandera robada, la Olímpica de 1920

La bandera del estadio de Amberes, tal como hoy se puede 
ver en el Museo Olímpico de Lausana

 Por Miguel Carrillo Bascary

Desde 1997, cuando se aproxima la apertura de los Juegos Olímpicos, se actualiza el relato sobre la sustracción de la bandera que ondeó en el estadio de Amberes, en 1920.

Presentamos a los protagonistas primarios

      El estadounidense Hal Haig (“Harry”) Prieste (1896 – 2001), participó en el equipo de su país en las Olimpíadas de Amberes; obtuvo medalla de bronce en salto desde plataforma (10 metros) y compitió en buceo, especialidad en que fue rápidamente eliminado 

     Su amigo, Duke Kahanamoku (1890 – 1968), norteamericano de origen hawaiano, medalla de oro en natación (100 metros) en Amberes y múltiple medallista en otras ediciones de los Juegos. Con los años se transformó en uno de los impulsores del surf y tuvo una destacada vida deportiva.

 
Presea olímpica - Amberes 19120

El lugar y el momento

La acción transcurre en Bélgica, más precisamente en la ciudad de Amberes (Antwerp), sede de séptimos Juegos Olímpicos de la Era Moderna. En el verano europeo del año 1920.

En la oportunidad la inauguración había sumado un acontecimiento destinado a incrementar la mística de los Juegos que con el tiempo se denominó “la ceremonia de Amberes”, cuando la bandera olímpica se presentó por primera vez, luego de ser aprobada en 1914.

Cuando ocurrió el hecho que comentaremos la noche ocultaba el escenario de la ceremonial final. Los atletas habían ya competido. Todo estaba consumado y recién en cuatro años más la ilusión volvería a brillar sobre el sudor y el esfuerzo de los esforzados deportistas en busca de su propia superación, pero también de la gloria y del reconocimiento mundial.

 Fotografía coloreada a mano, de la ceremonia oficial cumplida en Amberes
Puede observarse izada la gran bandera que luego sería sustraída
El hecho

Terminada la ceremonia la bandera olímpica permaneció izada en el mástil del estadio de Amberes donde fuera elevada cuando comenzaron los Juegos. Esta circunstancia absolutamente banal generó una de las historias más sorprendentes del historial olímpico.
Cumplido su cometido y sin dudas plenos por el desempeño logrado los espíritus de Harry y Duke debieron estar enfervorizados. Un mutuo desafío hizo que Prieste se encaramara al mástil y que sustrajera la enseña. Advertidos por la custodia que los persiguió vanamente, se perdieron entre las sombras llevándose el “botín”.

Los años oscuros

Tras volver a su país los deportistas continuaron su vida. Según lo explicó Harry, mucho más tarde, la bandera quedó en la misma valija que usó para transportar sus atavíos en la Olimpíada. Allí, en esa oscuridad del olvido permaneció la bandera por sesenta años. Como un simple trasto.

Es cierto que Prieste le asignó un valor significativo, pero también es una realidad que el significativo paño ni siquiera mereció que fuera lucido en alguna oportunidad. Quizás Harry solo pensó que fuera un vejo recuerdo de una picardía de juventud, más que un testimonio del deporte mundial.

Confesión y entrega

En 1997 en un ocasional reportaje a Prieste sorprendió a su entrevistador confiándole que él había sido el responsable de la sustracción y se comprometió reintegrarla al Comité Olímpico, cosa que concretó en el año 2000 durante una emotiva ceremonia, cuando Harry contaba ya ¡103 años de edad!
La ya histórica enseña, revestida del honor de haber sido testigo de los lejanos Séptimos Juegos Olímpicos, se destinó al Museo del Olimpismo, en Lausana, Suiza.

 
Prieste entrega la bandera olímpica de 1920

Dos aclaraciones y una conclusión

Es este post queremos aportar algunos pensamientos que nos sugieren la historia reseñada que deslinde adecuadamente aquellos hechos.

I. Desde la Vexilología se hace imperioso deslindar dos circunstancias:

En Amberes hubo sendas banderas que tuvieron significativo protagonismo:

1) La grande, de izar, confeccionada en lanilla blanca, que se colocó en el mástil del estadio principal. Está fue la que sustrajo Prieste. Entendemos con toda probabilidad, que luego de terminados los Juegos este ejemplar no se habría conservado, como tampoco ha ocurrido con la inmensa mayoría de los que se emplearon con igual fin en las ocasiones siguientes.

2) La otra era la verdadera bandera oficial de ceremonias del movimiento y está sí, debía preservarse como testimonio de la continuidad del ideal y del esfuerzo del olimpismo, para poder mostrarla en cada uno de los Juegos posteriores. Poseía un tamaño que permitía que su portador la llevara en un asta de mano. Se diferenciaba de la otra en los flecos que adornaban los tres lados del vuelo del paño. Estos ornamentos se particularizaban por tener tramos sucesivos con los cinco colores de los anillos. Por razones desconocidas esta enseña también desapareció y para los siguientes Juegos fue necesario disponer otra, similar a la que veremos en la ceremonia de apertura y cierre de la Olimpíadas de Río de Janeiro.

En consecuencia, queda en claro que en Amberes se perdieron dos banderas.

La bandera oficial del Olimpismo, llamada "de Amberes"

II. Como reza el dicho popular, los hechos protagonizados por Prieste nos muestran, una vez más, que “Dios escribe derecho con líneas torcidas”. La travesura de Harry a la larga permitió que se preservara un objeto que hoy es una verdadera reliquia del pasado olímpico y que de otra manera seguramente habría desaparecido.

Dos lecciones para nosotros y para nuestra posteridad

Entendemos que los hechos descriptos nos dejan quedan dos lecciones que deberíamos capitalizar:

Primera enseñanza. Muchos objetos utilizados en circunstancias memorables no son especialmente valorados en su momento y desaparecen como trastos inútiles cuando los festejos se acallan; pero, en la eventualidad de que alguno fuera conservado, con el transcurrir de los años cobra un valor significativo y se transforma en una verdadero testimonio del hecho memorable, una suerte de reliquia cívica digna de figurar en museos y salones de honor.

Segunda lección. Cabe reflexionar, que por azares de la vida muchos objetos testimoniales quedan en manos de particulares. La gran mayoría terminan perdiéndose definitivamente; con ocasión de alguna mudanza o cuando por ley de la vida desaparecen quienes los preservaron y sus sucesores no reconocen su valor. En otras, el objeto se inutiliza por la simple acción de factores ambientales (polilla; humedad; etc.)

Compromisos que debemos asumir

Respecto a la primera observación: se impone tomar conciencia del valor de esos testimonios de aparente menor cuantía, que con los años expresarán una porción del significado de los hechos memorables. Consecuentemente se deberá documentar adecuadamente la relación entre el hecho y el objeto, para que el vínculo expresado tenga un fundamento suficiente y no se limite a la tradición oral.

Sobre lo anotado en segundo término: corresponde también que los poseedores de estos objetos y también en sus eventuales sucesores, asuman cabalmente su responsabilidad de circunstanciales guardadores, preservándolos en condiciones que minimicen la acción de los años sobre su materialidad. Asimismo se deberá motivar una generosidad tal que motive su oportuna entrega a la comunidad, corporizada en algún museo; archivo o institución, para que las generaciones futuras puedan vivenciar de alguna manera los hechos a los que remontan.


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