miércoles, 20 de julio de 2016

Blanco y cielo,

 La bandera de las Provincias Unidas de Sudamérica, nuestra bandera


Por Miguel Carrillo Bascary
Las banderas en la Historia
Desde las primeras civilizaciones las banderas corporizaron un vínculo místico que reunía e identificaban a los miembros de una comunidad. Esto les dio sacralidad, cualidad que en la Antigüedad era un valor concreto; pues se consideraban un don de los dioses. Por eso, las banderas de muchas naciones entroncan su historia en las leyendas; se revisten con las luces de la épica y disimulan las sombras de su génesis. 

A medida que avanzamos hasta nuestro tiempo, el origen de las banderas se tornó mucho más racional; pues algunas de las circunstancias de su creación quedaron registradas en documentos, crónicas y otros testimonios. La misma Historia explica, que las banderas evidencian complejos procesos sociales; especialmente, las que aparecieron durante las revueltas populares contra las monarquías absolutistas.

Cuando los regímenes surgentes se afirmaron se advirtió el potencial de las banderas, escudos e himnos como aglutinantes sociales. Esto favoreció la conservación del poder, lo que explicó la proliferación de normas sobre la confección y el ceremonial de los “símbolos nacionales” creando una liturgia laica y corporizando una mística cívica, afín a la sacralidad del pasado.

La Sicología social determina que una simple tela con colores y símbolos diversos es capaz de formar vínculos de pertenencia y unidad en individuos y pueblos; aludiendo a heroísmo y grandezas memorables; conjugados en designios de superación, progreso y hermandad. Por eso, muchas banderas surgidas de cruentas antinomias se transformaron en nexos, que restañaron heridas y proyectaron un puente simbólico hacia un futuro común. Ejemplos: las enseñas de Francia; Italia o Estados Unidos.

Belgrano y el sueño de la Patria Grande

General Manuel Belgrano, monumento levantado en Tucumán
(Fotografía: Miguel Carrillo Bascary)

La emancipación política de nuestra nación rompiendo los vínculos con la metrópoli colonial fue dura, pero no tanto como en otras latitudes del continente. Fue prolongada, pero no demasiado; menos de tres lustros. Las potencias exteriores tuvieron un rol mediato, por lo que el proceso independentista se caracterizó como una guerra civil. Existieron los desgarros del miedo; la escisión familiar; los saqueos; la crueldad; la persecución y la muerte, pero estos fueron mucho peores durante el período de la organización nacional (1820 – 1860), cuando ya éramos un pueblo libre y nos vimos enfrentados en luchas fraticidas.

Cuando en 1810 empezamos nuestro recorrido rumbo a la emancipación la ficción de mantener cierta fidelidad a la monarquía originó el gobierno bajo la “máscara de Fernando VII”, lo que retardó la franca aparición de símbolos nacionales. En la Revolución de Mayo no se vieron banderas en manos de los patriotas. En este contexto, surgió la personalidad multifacética de Manuel Belgrano, que lo definió como un completo estadista. Con toda justicia, hoy se lo reconoce como “padre” de nuestra nacionalidad. Aunque educado en España, Belgrano vibraba con el espíritu de libertad de los jóvenes criollos que estudiaron en América. Anhelaban conducir sus destinos; comerciar con el mundo; extender la educación; liberar a los indígenas y esclavos; abrir las mentes erradicando la censura; suprimir el ocio y generar trabajo productivo. Abogaban por suprimir privilegios de casta y monopolios. Para ellos no existían fronteras, desde la California hasta el Plata, la América criolla sabía que llegaba su oportunidad.

Entre los protagonistas del Mayo de 1810 Belgrano descolló nítidamente como quien primero sinceró sus propósitos de alcanzar la plena liberación del dominio colonial; y lo hizo traduciendo su pensar en gestos concretos. Su más clara y pública manifestación, curiosamente, ocurrió en el poblado de la Capilla del Rosario, un ámbito modestísimo de 600 habitantes, que hoy es ciudad metropolitana con casi dos millones de almas

A fines de 1811 Belgrano comandaba el regimiento “Patricios”, principal sustento militar del Triunvirato. El cuerpo era un factor de poder fundamental en la sociedad de la época; pero fue manipulado por adversarios del Gobierno. En noviembre estalló el “motín de las trenzas”, que se reprimió por las armas e implicó ajusticiar a sus principales cabecillas. El Gobierno ratificó su confianza en Belgrano, reconociendo que su coherencia de vida era la única herramienta capaz de restablecer la disciplina de la unidad y de alinearlo, otra vez, con el partido dominante.

Paralelamente, la región del Litoral sufría continuas depredaciones de los navíos realistas que saqueaban las poblaciones ribereñas para llevar vituallas a Montevideo, bastión del que, se esperaba, partiría la reacción del poder colonial para intentar sofocar la revolución, a sangre y fuego. Entonces se comisionó a Belgrano para ir hasta Rosario con el explícito propósito de construir un sistema de artillería en batería que cerrara el paso a los convoyes agresores. La empresa también serviría para domeñar el resentimiento de los “Patricios” y reencausar su beligerancia en defensa de la Patria.

Belgrano llegó a Rosario en la mañana del 7 de febrero de 1812 y de inmediato se avocó a la tarea. Según la usanza, se piensa que se hospedó en la casa una familia principal de la zona, que además estaba vinculada con Belgrano en razón de la amistad que éste mantenía con el Dr. Vicente Echevarría. Se trató del matrimonio formado por Juan Manuel Vidal y María Catalina Echevarría, hermana del citado.

El pueblo de la zona colaboró en forma generosa y entusiasta, fue el marco social que aceleró el pronunciamiento por la Libertad y el romper las cadenas de la monarquía. Actuó como catalizador, para que Belgrano expusiera ante él, sin rodeos, el ideal independentista que lo animaba. No estaba solo; compartía convicciones con muchos otros protagonistas de aquellos días. Al respecto escribió el Prócer: “Somos locos, porque pensamos que todos los pueblos son libres y soberanos; y que no hay más legitimidad política que la que procede de sus voluntades… Yo me lleno de orgullo de ser loco de ese modo. Yo me ennoblezca con la locura de creer como creo”.

Los brazos de los soldados, sumando la colaboración de los rosarinos y los aportes venidos del Convento de “San Carlos” (franciscano) y de regiones aledañas, aceleraron la construcción de las fortificaciones.

En estas circunstancias empezó a delinearse el origen de nuestra Enseña patria, según lo evidencian los documentos cambiados entre Belgrano y el Gobierno. Estas apergaminadas piezas testimonian el nacimiento de la Bandera, pero dejan escapar muchos detalles. Su ausencia implica numerosos dilemas sobre aquél lábaro primigenio.

La Bandera nacida escarapela
Intuitivamente Belgrano supo interpretar a las masas y cautivar a la corta elite rosarina, mediante su habilidad para el manejo del ceremonial y de los símbolos, herramientas útiles para trasmitir las abstracciones del pensamiento emancipador a una población mayormente iletrada y a una sociedad permeable a las manifestaciones del poder.

Hallándose en Rosario Belgrano solicitó al Triunvirato una “escarapela nacional [para] que no se equivoque con la de nuestros enemigos”. Hasta esos momentos las tropas patriotas combatían bajo las mismas banderas y usando las mismas escarapelas que los efectivos realistas; toda una paradoja. El pedido de Belgrano por una escarapela se despachó favorablemente el 18 de febrero de 1812 “declarándose por tal la de dos colores, blanco y azul celeste”. El día 23 Belgrano informó: “Se ha dispuesto la ejecución de la orden de V. Excelencia, para el uso de la escarapela nacional, cuya determinación ha sido del mayor regocijo” lo que evidenció “la firme resolución en que estamos de sostener la independencia de la América”; tales sus palabras puestas por escrito.

De diversos testimonios iconográficos y del contexto político vigente se infiere que esa escarapela fue redonda, con el centro celeste y corona blanca. No debió ser sencillo, preparar escarapelas para casi mil hombres; pero las mujeres del lugar las aprontaron en pocas jornadas.

Primera escarapela nacional de las Provincias Unidas 

El 27 de febrero fue el día elegido para proclamar el ideal de libertad política; no ya del antiguo Virreinato, tampoco de los pueblos del Plata, sino de toda Sudamérica. Terminada la batería ubicada en la isla frontera a Rosario, aún restaban trabajos para finalizar el baluarte situado tras la pequeña capilla de Ntra. Sra. del Rosario, en la barranca. Belgrano las bautizó las fortificaciones con los nombres de “Libertad” e “Independencia”, apelativos que definían con toda claridad el ideal emancipador proyectado a todo el continente. Eran simbólicas barreras de fuegos contra la acción de la flotilla española y plantearon una fractura evidente con el pasado colonial. La dotación se deshizo de las escarapelas rojas que usaba, y ese día lució en sombreros y pechos el nuevo emblema, blanco y celeste, que identificó a sus efectivos como miembros de la surgente Nación sudamericana.

Según las ordenanzas castrenses en vigor, Belgrano hizo formar en cuadro a las unidades de su mando (Regimiento 5, los ex “Patricios”; y a diversas fracciones del regimiento de “Pardos y Morenos”; Artillería y Caballería “de la Patria”; un contingente de “Granaderos de Fernando VII” accidentalmente en el lugar y a las esforzadas milicias del Pago de los Arroyos, integradas por vecinos en armas). En la sencilla plaza de armas de la batería “Libertad” se instaló un mástil. El pueblo de Rosario y sus autoridades también fueron convocados. Todo estaba listo para inaugurar la batería isleña y lucir las nuevas escarapelas. A las seis y media de la tarde, como resaltó Belgrano, la tradición indica que llamó a la principal autoridad presente, don Cosme Maciel, regidor tercero del Cabildo de la ciudad de Santa Fe (del que dependía Rosario) y le ordenó que izara la bandera, que tomó de manos de María Catalina.

Del posterior oficio de Belgrano al Triunvirato se interpreta que el lábaro simbolizaba la libertad y la independencia de Sudamérica. Prueba de ello es el juramento que reclamó a sus hombres:

Juremos vencer a los enemigos interiores y exteriores y la América del Sur será el templo de la independencia, de la unión y de la libertad. En fe de que así lo juráis, decid conmigo: ¡Viva la Patria!”.

Pareciera inexplicable porqué Belgrano adoptó esta decisión, asentada en la continentalidad del concepto, cuando los hechos generalmente se presentan al pueblo argentino recortada; esfumando su trascendencia y amplitud. Pero las razones surgen liminarmente claras si se considera que aquellos patriotas se consideraban en primer lugar y fuera de toda duda como “americanos”, con plena conciencia de compartir una realidad y un destino común, desde la lejana California hasta las desoladas regiones de la Tierra del Fuego.

Esta conciencia afloró nuevamente, con mucha mayor fuerza aún en el año 1816, cuando el Congreso reunido en Tucumán proclamó la independencia de las “Provincias Unidas de Sudamérica” y ratificó la dimensión continental de la bandera que adoptó, días más tarde. Con el tiempo, por imperio de las circunstancias, ese ideal de Patria Grande se fraccionó por decisión de los pueblos criollos y, junto a una pléyade de naciones, surgió la “República Argentina”.

Enigmas de un trozo de cielo

Decíamos que la historia de las banderas se entrelaza con el mito y la leyenda. Nuestra Enseña patria no escapa a esta caracterización. Conocemos cuáles fueron sus colores; cuál el día y la hora precisa; del lugar del primer izamiento. La tradición nos dice quién la confeccionó y quién la izó por vez primera; pero no sabemos qué se hizo de ella, ni cómo se distribuían sus colores. Mucho es lo escrito y hablado; también abunda lo fantaseado. Sucede que, las limitaciones humanas nos piden respuestas seguras; aún donde no es posible, y por tal demanda no se trepida en aseverar certezas. A más de doscientos años de aquél 27 de febrero sería un milagro que surja algún documento que responda los interrogantes planteados.

Igual ocurre con el origen de los colores. Al parecer, la combinación se remonta al manto de la Inmaculada Concepción, patrona principal de España e Indias, según lo reconoció el Real Decreto; del 16 de enero de 1761; así mismo, es patrona de la “Orden de Carlos III”, creada para distinguir a los más fieles súbditos de tal rey. En realidad fue Carlos IV quién en 1802 dispuso que su banda fuera idéntica a la que usan hoy los presidentes argentinos; así la pintó Goya. De esta manera el parecer se difundió con notable amplitud, impulsado por la imagen antedicha. Otros dicen que el blasón de Bs. Aires, capital del Virreinato del Plata, transfirió a nuestro lábaro el esmalte y el metal que lo caracteriza. Pero, insistimos, no hay seguridades.
Nuesta Señora de la Inmaculada Concepción
(Giambatista Tiépolo, fines del siglo XVIII, Aranjuez)

Lo que sí es cierto, con plena seguridad es que el celeste y el blanco no es una combinación cromática propia de los Borbones, como también se afirma con total ligereza y con gran asiduidad; ya que el color de la dinastía fue probadamente el blanco (el plata, con mayor precisión heráldica). Tal eran las banderas de los diversos reinos, ducados y otros dominios donde estaba entronizada esta familia.

¿Y qué puede decirse del destino de la bandera izada el 27 de febrero? Es evidente que ofició de insignia de las baterías, pues fue creada para ello. Per, no olvidemos que a poco de partir Belgrano hacia el Norte para asumir el mando del Ejército que se le confió, se recibió en Rosario un despacho del Triunvirato donde se le ordenaba ocultar aquella bandera y sustituirla públicamente con la que se acompañaba, la misma que se izaba en el fuerte de Bs. Aires; o sea, la roj-gualda propia de la Armada española. No era cuestión de excitar el celo político de los enemigos del gobierno patrio, descubriendo los sentires independentistas que alentaban en el grupo más radicalizado de los patriotas. Es así que ya ido Belgrano aquél despacho oficial debió ser abierto por el comandante de las baterías, quién sin dudas cumplió las órdenes, ser perdió así irremediablemente la pista de aquél lábaro. La Historia envolvió su destino con la bruma de la duda. El 25 de mayo de 1812, ya en Jujuy, Belgrano mandó confeccionar, bendecir y jurar una nueva bandera, claro está que no fue la misma de Rosario.

HIPÓTESIS SIN RESPUESTAS

¿Cómo fue la bandera izada en Rosario? En su oficio al Triunvirato Belgrano dijo: “…la mandé hacer blanca y celeste, conforme a los colores de la escarapela nacional”. Él mismo nos señaló la causa inmediata de nuestra Enseña: la cucarda dispuesta por el Gobierno. Hay consenso general que la mención del blanco en primer lugar indica su predomino sobre el celeste. Donde no hay coincidencia es en la forma en que se distribuyeron.

Quienes contribuimos a formar opinión sobre un tema fundamental como nuestra Bandera bien haremos en dominar el natural deseo de imponer el propio criterio; precisamente porque no hay certezas. Se impone respetar a nuestro interlocutor explicándole las diversas hipótesis que existen y sus antecedentes, para que pueda elaborar su personal conclusión. Sin contar con elementos de juicio suficientes para responder cómo fue nuestra primera bandera; enfáticamente manifiesto, que todas las propuestas son válidas, en principio. Pero no oculto que desarrollaré con énfasis la que considero con mayores evidencias circunstanciales a favor. Cuatro son entonces las hipótesis sobre el diseño de la bandera izada en Rosario:
  
Figura 1 - Teoría de Mario Belgrano      Figura 2 - Tesis de Fernández Díaz

 
Figura 3 - Hipótesis sugerida por Mitre       Figura 4 - Parecer de Chaparro

I. La que en 1927 formuló el académico de la Historia, Mario Belgrano (nacido en París, en 1884; muerto en Bs. Aires, en 1947; bisnieto de José Gregorio Belgrano, hermano del Prócer). Indica que la bandera izada el 27 de febrero de 1812 habría tenido un paño blanco y celeste en dos franjas horizontales [Figura 1] Se basa en el informe del Prócer al Triunvirato (“blanca y celeste conforme a los colores de la escarapela”). Resulta de desplegar materialmente la escarapela en su diseño original, centro celeste y corona alba. Esto se refuerza con un verdadero documento pictórico: el magnífico retrato pintado al Prócer [Ver foto 1], que posó personalmente ante el artista Francoise Carbonnier (Londres, 1815). Hay allí una escena de batalla (quizás la de Salta) donde se observan con toda claridad dos banderas de este diseño [Foto 2]. Entonces era usual representar al retratado con alguna escena o atributo que evidenciara su actividad o sus logros. Se considera que Belgrano debió dar precisas instrucciones al artista sobre cómo deseaba ser caracterizado y cómo debían iluminarse las banderas. Los uniformes pintados coinciden exactamente con los que se usaban en el Río de la Plata en 1812; las formaciones responden a la táctica de la época.

Hay una tercera bandera, de mayor tamaño, pero su diseño es significativamente confuso. Esto llama muchísimo la atención debido a los delicados detalles con que el artista ejecutó otros segmentos de la pintura. ¿Hubo alguna intervención posterior que decoloró el sector tornando irreconocible la estructura de la enseña? Con qué objetivo? Sin embargo, junto al asta de ese lábaro se observan con claridad rastros celestes que se corresponden con la disposición de este color en los otros dos diseños)

Otras enseñas similares son testimonios coincidentes, evidencias circunstanciales de gran importancia: la del Ejército de los Andes; las destacadas por el historiador Julio Luqui Lagleyze como insignias del Regimiento “Patricios” en el Alto Perú y la del Regimiento de “Libertos”; la que aparece en la litografía de T. E. Brown, “Batalla de Maipú” (Londres, 1819), elaborada al dictado de aquella prodigiosa memoria visual que caracterizó a José Antonio Álvarez de Condarco, oficial sanmartiniano. Es la tesis que sostiene hoy el Instituto Nacional Belgraniano; entidad académica oficial, que investiga, divulga y asesora sobre todo lo referido a Belgrano.

    Retrato pintado por Carbonnier,  1815   

      Detalle, ampliado la imagen lateral 

      II. La que enunció Augusto Fernández Díaz (1957); a franjas horizontales: blanca, celeste y blanca [Figura 2]. Considera que la bandera primigenia es una de las descubiertas en 1885 en la capilla de Santa Teresa, sita en Titiri (Macha, Bolivia), hoy en Sucre (Mueso “Casa de la Libertad”), que habría sido ocultada tras la derrota de Ayohuma. Interpreta el informe de Belgrano al Gobierno, trasladando a un plano el diseño de la escarapela original. Pese a su relativa difusión alentada por el sabor que despierta cierta teoría conspirativa, hasta hoy ningún otro aporte ha podido probarla; tampoco ha sido posible sumar nuevos elementos de juicio desde la fecha en que se formuló.

III. La teoría que sugirió Mitre en su “Historia de Belgrano” (1858); quien concibió a la bandera como idéntica al diseño actual, trifranja y sin sol [Figura 3]. Es la que siguió la historiografía oficial, silenciando las otras hipótesis. Así, el academicismo de fines del siglo XIX y principios del XX la estableció como una verdad dogmática; simplificando las dudas sobre el diseño original de la enseña, con el objetivo de introducir más fácilmente a los inmigrantes en la conciencia de “argentinidad” facilitando el logro de la hegemonía cultural. Carece de pruebas documentales; es más apela al mito de que Belgrano observó alguna nube blanca recortada sobre el celeste del firmamento. Algunos autores especulan que se adoptó este diseño tras conocerse en Bs. Aires el triunfo en Salta (3 de marzo) o bien, cuando se reunió la Asamblea del Año XIII (31 de enero), como se han perdido sus actas es imposible verificarlo.

IV. El parecer de Félix Chaparro (1940) según una “tradición local” (sic), adujo que la primera bandera fue blanca junto al asta y celeste su vuelo, en vertical [Figura 4]. Nunca precisó su fuente, lo que la invalida ante la crítica moderna. En una publicación posterior (1957), Chaparro adhirió tangencialmente a la tesis de Mario Belgrano.

Una comparación novedosa

Si recordamos que Belgrano compuso la bandera de Rosario “conforme a la escarapela nacional” es evidente que ésta fue su modelo material. El punto es ¿cómo? Fernández Díaz lo esquematizó así en la revista “Historia” Nro. 12 (1958):


La tesis de Mario Belgrano, puede traducirse en el esquema inferior, con un resultado muy diferente al anterior. Se corresponde con: el informe del Prócer; las evidencias del retrato pintado por Carbonnier y demás elementos icnográficos citados. Este desarrollo concreto, que hoy presento por primera vez a la consideración pública, lo llamo “argumento basado en la construcción material de la primera escarapela”.

Ilustración de Sebastián Schvartzman, según dibujo del autor de este ensayo

Como se observa, si deshacemos una escarapela con centro celeste y corona blanca, estirándola en todo su largo, tendremos una cinta similar a la bandera del cuadro de Carbonnier. Dicho de otra manera: para armar la primera escarapela, se debió tomar una cinta bicolor en donde el blanco estaba cosido sobre el celeste; la eventual costurera dio forma a la pieza con un “fruncido”, sobre el lado inferior de la cinta. Así logrará el centro celeste rodeado por una corona blanca. La prueba material es muy sencilla, los invito a experimentarla.

Ambas explicaciones evidencian que la primera bandera se formó “conforme a la escarapela” decretada. Comparando los argumentos de Mario Belgrano y Fernández Díaz se verá que la del primero es mucho más natural y más concreta que la del segundo, que solo puede concebirse sobre un tablero de dibujo. Como en aquellos tiempos la simplicidad presidía las actividades humanas considero que las probabilidades favorecen a la tesis del académico Belgrano; amén de los testimonios pictóricos y materiales.

Lo  que pasó después

La bandera nacida en Rosario con decidida proyección sudamericana se replicó en las Provincias Unidas, incluido el Alto Perú. Las dificultades de comunicación; los azares de la guerra y hasta la escasez de telas determinaron diversidad de diseños; algunos con leyendas o alegorías; pero el común denominador fue siempre la combinación cromática: celeste (también azul) y blanco. El esquema que prevaleció fue trifranja: blanco el centro y celestes en los flancos. Casi una veintena de diseños pueden recopilarse por esos años. Ya declarada la independencia de las “Provincias Unidas de Sudamérica”, el 20 de julio de 1816 se estableció como su emblema la bandera que hoy nos distingue, pero se difirió colocarle aditamentos hasta que fuera resuelta la forma de gobierno. En 1818 se le agregó el Sol, que alude a las raíces indígenas de nuestro ser común; curiosamente no se determinó el diseño que debía tener el Astro rey lo que dio lugar a representaciones de todo tipo hasta que en 1943 se dispuso fuera idéntico al que luce en el reverso de las rimeras monedas patrias acuñadas en 183, es decir: un sol con rostro humano; con una corona de 32 rayos flámigeros y rector alternados


Las banderas de las provincias Unidas de Sudamérica

Aquella nación continental surgida en julio de 1816 abarcaba concretamente las jurisdicciones de las ciudades de  Bs. Aires; Catamarca; Córdoba; Charcas; Chichas; Jujuy; La Rioja; Mendoza; Mizque; Salta; San Juan; San Luis; Santiago del Estero y Tucumán; pero dejaba abierta la posibilidad de la concreta integración de toda otra urbe por entonces bajo dominio español (las ubicadas en Chile; el resto del Alto Perú; y hasta las que componían la región del Perú; Ecuador; Colombia y Venezuela) así como aquellas que de momento no habían concurrido al Congreso por encuadrarse en la "Liga de Pueblos Libres", bajo neta ascendencia del oriental José Gervasio Artigas (la Banda Oriental; Santa Fe; Corrientes; Entre Ríos y Misiones); al igual que el Paraguay, escindido por decisión de su autócrata dominante, José Gaspar Rodríguez de Francia.

De esta manera, entonces, la bandera de las "Provincias Unidas de Sudamérica", entre 1816 y 1818 fue la que seguidamente observamos:
  
Bandera "menor",  creada en 1816

Desde 1818 incorporó un Sol, que arbitrariamente, arbitrariamente reiteramos, se podría caracterizar como idéntico al acuñado en las monedas de 1813, tal como lo reproducimos seguidamente:

Bandera "de guerra", creada en 1818

Con el combate de Tumusla, 1º de abril de 1825, el poderío español en Sudamérica quedó definitivamente desarmado, pero ya desde muchos años antes era evidente que el idealizado proyecto de una nación continental no sería factible; recién entonces, la enseña que describimos pasó a identificar al estado que se conoció con los nombres de “Provincias Unidas del Río de la Plata”, “Confederación Argentina” y “República Argentina” (según lo reconoce el artículo 35 de la Constitución nacional).

CONCLUSIÓN

Desde Rosario, cuando el primer izamiento, Belgrano soñó una nación con dimensión continental a la que identificó con “América del Sur”.

El 9 de julio de 1816 los congresales reunidos en Tucumán proclamaron la independencia de las “Provincias Unidas de Sudamérica”; días más tarde decretaron su bandera menor, a la espera que luego de resolverse sobre su forma de gobierno, se le colocara alguna carga que la representara.

Tiempo más tarde, en febrero de 1818 se ordenó la “bandera de guerra” que debía identificar a dichas “Provincias Unidas de Sudamérica”, la que continuó en uso por parte de las Provincias Unidas del Río de la Plata, una vez que fue evidente que el ideal de la independencia continental no podía concretarse. Sin embargo, para la historia y para la Vexilología, las "Provincias Unidas de Sudamérica", tuvieron una bandera "menor" y una "de guerra", que asumió como propias el Estado argentino y que desde 1985 identifica a su gobierno, instituciones y ciudadanos, a todo efecto.

Cada día cuarenta millones de argentinos la contemplan con emoción. Su ondear contra el cielo nos recuerda el terrible sacrificio de aquella generación que pagó con sangre y dolor la emancipación política y a todas las que cotidianamente construyeron y construyen el país que orgullosamente llamamos, “nuestra patria”, la República Argentina.

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