7 de Octubre: Nuestra Señora del Rosario y el General de la Bandera
Nuestra
Señora del Rosario (imagen que puede verse hoy en la Catedral de esta
ciudad)
Por Miguel Carrillo Bascary
Ese verdadero estadista de dimensión
continental que fue el general Manuel Belgrano, creador de la Bandera nacional
argentina, visitó cuatro veces el pequeño poblado que hoy es la ciudad de
Rosario, tercera en importancia del país.
Más allá de la religiosidad que profesaban
muchos hombres de su época, Belgrano se destacó por ser un sincero católico, que
a lo largo de su vida evidenció una enorme coherencia entre sus convicciones y
su accionar; circunstancia que lo distinguía particularmente. Si exigía disciplina a sus hombres, él mismo se
disciplinaba. Si demandaba compromiso con la causa patriota, nadie como él se
esforzaba más por entregarse.
Son numerosas sus cartas personales donde
manifiesta preocupación por ser un verdadero cristiano, es decir, alguien que
se esfuerza por seguir el ejemplo de Jesús en la particular situación de su
vida. Esto no implica que aquí disimulemos sus flaquezas y errores, causada por
las limitaciones de la condición humana. En su correspondencia oficial Belgrano
también evidencio la importancia que tenia la dimensión espiritual en su vida.
Como todo aquél que cree tener algún bien y quiere compartirlo generosamente
con quiénes lo rodean, Belgrano procuró siempre transmitir la alegría de la fe
como ayuda para la vida y como fortaleza ante los momentos de crisis.
Valga como ejemplo la siguiente relación. Semanas
antes del primer izamiento de la Bandera nacional, Belgrano emprendió viaje
hasta el pequeño villorrio de Rosario[1],
a la vera del río Paraná, lugar que concentraba unos 600 habitantes en pocas
manzanas construidas en derredor del modestísimo templo dedicado a esa
advocación mariana. Durante su desarrollo escribió un diario de marcha que nos
relata su desplazamiento al mando de los antiguos “Patricios”. Allí revela que
partió de los cuarteles de Bs. Aires el 24 de enero de 1812. El domingo 26 hizo
rezar misa a la que asistió con todos sus hombres. El 28 da cuenta de haber
dado expresas órdenes de evitar toda blasfemia, un vicio muy frecuente en la
oficialidad y en la tropa durante aquellos tiempos.
Cuando el día 29 llegó a la posta de la Cañada
de Rocha, hizo que sus tropas rezaran el santo Rosario como última actividad
antes del descanso nocturno, esto no implica que no haya tomado similar
disposición en días anteriores. El 30 la columna arribó a la Cañada de Giles y con
la caída del Sol volvió a rezar el Rosario.
Manuel Belgrano, coronel del Regimiento
de Infantería 5 en Rosario, 1812
El 7 de febrero hizo su entrada en
el poblado, punto final del trayecto que culminó precisamente al frente a la
capilla dedicada a la Virgen del Rosario, en la única plaza, que actualmente
lleva por nombre “25 de Mayo”.
Algo más que dejó escrito en su diario, a lo
largo de estos quince días, los “santo y seña” propios de una tropa en operaciones
los compuso tomando apelativo de diversos santos. Ellos fueron, sucesivamente,
“San Martín”; “San Pedro”; Santo Domingo”; San Antonio”; “San Joaquín”; “San
Gregorio”; “San José”; “San Benito”; “San Juan”; “Santo Domingo”, nuevamente;
“San Patricio”; “San Liberto” y “San Vicente”; para terminar en la víspera de
llegar a Rosario con la única referencia a una santa, “Catalina”.
Plano de planta del primitivo templo de Rosario desde fines el
siglo XVIII y primeras décadas del XIX
Seguidamente aportamos una somera noticia sobre
este histórico templo. Lo formaba un solo recinto interior, sin naves laterales;
construido en tapia de abobe; techado con tejas, tendidas sobre tirantes de
madera dura y soportado por cabriadas. Contaba con un recio campanario. Aquel
templo que conoció Belgrano fue reemplazado en 1836 cuando se consagró uno
nuevo, de mayores dimensiones y con superiores ambiciones arquitectónicas; pero
hoy no es nuestro cometido abundar al respeto[2].
El centro de este ámbito litúrgico era
lógicamente un modesto altar que lamentablemente no se ha conservado. Constituía
su principal ornato una pequeña imagen de las llamadas de vestir, representando
a Nuestra Señora del Rosario que sostiene a su Divino Hijo con su brazo
izquierdo; está tallada en madera de sándalo y mide poco más de un metro de
alto. La Virgen tiene cabello natural oscuro pero el Niño es rubio. La sencilla
corona de plata cincelada que llevaba originalmente fue sustituida en el año
1941 por otra de oro y platino que sumó una aureola de cuerpo completo,
cuajada de perlas y pedrería; con ella podemos verla hoy.
Aspecto de la imagen histórica antes de su coronación, tal como la
conoció Belgrano
Esta imagen fue encargada por el segundo párroco
de Rosario, el barcelonés Francisco de Cossio y Teherán, a la ciudad de Cádiz
(España) donde había numerosos artesanos del ramo. Llegó a destino el 3 de mayo
de 1773, ocasión que debió ser todo un acontecimiento para la gente del Pago de
los Arroyos, donde se enclavaba Rosario.
Con estas referencias, podemos afirmar que esta
Virgen fue venerada[3] por nuestro General,
tanto en 1811 (cuando pasó rumbo al Paraguay) como en 1812, desde que arribó a
Rosario hasta su partida al Norte para asumir el comando del Ejercito
Auxiliador que operaba en las provincias arribeñas; otras dos veces volverá en el futuro.
Teniendo en consideración los usos de la época,
así como la profunda religiosidad de Belgrano podemos aventurar que en sus
breves estadas en Rosario asistió a Misa diaria y que comulgaría en la misma.
Por entonces era necesario guardar ayuno previo desde la cero hora del día, lo
que motivaba que las misas se desarrollaban en horas muy tempranas, horario que
variaba según diversas circunstancias. Lo habitual era celebrarlas a las 4, a las 6 o a las 7 horas.
Luego se desayunaba y comenzaban las ocupaciones de la jornada.
También es factible que durante su estancia en
esta población Belgrano llegara a este templo y que se recogiera en oración,
aprovechando el fresco de la nave, aislada del calor de febrero por sus gruesos
muros de adobe, uno de los materiales de mayor termicidad que se conocen. Por
supuesto que los domingos que pasó en Rosario habrá dispuesto rezar misa de
campaña, en la que participaría con sus tropas ya que no había ninguna
posibilidad de que cupieran en la estrecha nave del templo.
Vitral que representa “La creación de la Bandera por el general
Belgrano en Rosario” (Iglesia Catedral)
Cuenta Belgrano que aquél magno día del 27 de
febrero, la batería “Independencia”, destinada a la defensa del poblado, se había
finalizado por lo que convocó a los pobladores a un acto con el propósito de
insuflar ánimo revolucionario.
La usanza castrense disponía una formación
militar solemne para casos similares y la bendición de las obras. La tradición
indica que Belgrano convocó para ello al cura párroco local, Julián Navarro,
que muy posiblemente debió concurrir antecedido por una procesión de acólitos;
y que quizás se llevó en andas a la imagen de la Virgen que daba nombre al
poblado. La estructura típica de estas solemnidades indicaba que la tropa formaba
en cuadro, dividida en cada uno de sus cuerpo; con “música” (así se llamaba a
la banda); la dotación de las piezas de artillería se colocaban en sus
inmediaciones y el público se acomodaba en los lugares que podía. Tras la
revista del comandante debió hacerse presente el sacerdote para impartir su
bendición. Vale interpretar que la culminación parcial del objetivo que se le
fijara a Belgrano; lo emotivo de la ceremonia y la masiva concurrencia del
pueblo habrán conmovido profundamente su sensible espíritu, por lo que vemos
factible que antes de recogerse al descanso nocturno se haya hecho algún
momento para ir hasta la Capilla a fin de agradecer a Dios y encomendarle el
buen éxito de su empresa, invocando la intercesión de la Virgen del Rosario.
Con los años la capilla experimentó diversas
reconstrucciones y hoy ha sido reemplazada por la catedral del arzobispado
local, cuenta con los calificativos de basílica menor y santuario. Como recuerdo y
testimonio el hecho histórico que reunió en la consideración general a la
histórica imagen, a la Bandera nacional y su creador, hoy puede verse coronada
la cancel del templo con el hermoso vitral que reproducimos (prometemos
dedicarle un futuro post a tan admirable obra de artesanía).
Otros momentos signados por la religiosidad pública
que caracterizaba al Prócer podemos ubicarlos tanto a la mañana como al
aproximarse el medio día, cuando la única campana del templo, agitada por algún
acólito diligente, llamaban al rezo del “Ángelus[4]”.
Esto se repetía al caer la tarde, momento llamado “hora del Ave María” o de “la
oración”, donde nuevamente se rezaba el “Ángelus” y prácticamente finalizaba la
jornada laboral. Los católicos de entonces, al escuchar el toque de las
campanas, suspendían momentáneamente sus ocupaciones para concretar el rezo de
referencia; así lo habrá hecho Belgrano, sin duda alguna.
Finalmente, nuevamente podríamos ubicar el rezo
del Rosario como última actividad formal ordenada para la tropa, antes de que
los olores que provenían del “rancho” nocturno y el rasgueado de algunas
guitarras indicaran la llegada de una noche reparadora.
Uno o dos días más tarde de aquel 27 de
febrero, Belgrano recibió órdenes de subir hasta el Norte para asumir el
comando del Ejército Auxiliador en operaciones. No sabemos con precisión cuando;
podría haber sido el 2 o el tres de marzo. Esta partida nos permite identificar
otro momento de espiritualidad en Belgrano consistente en una practica
tradicional en aquellas épocas, la “misa del viajero”. Tenía por objetivo impetrar
la protección divina para los siempre peligros trayectos por las desoladas
extensiones del interior de las Provincias del Plata.
Si consideramos que Belgrano llegó a Rosario el
7 de febrero de 1812 y las fechas mencionadas, hallamos que residió en el poblado
entre veintiuno y veintidós días, solamente. En este lapso desplegó intensa
actividad, tanto en el aspecto militar como en lo civil, pues debió vincularse
activamente con la población local para obtener los apoyos logísticos
necesarios y también para difundir las ideas revolucionarias, como bien lo testimonian
los nombres de ambas baterías, “Libertad” e “Independencia”.
Los términos del relato previo destacan la
especial consideración que Nuestra Señora del Rosario mereció de Belgrano lo
que evidencia un vínculo que se ocupará de revalidar en numerosas
circunstancias de su vida. Por esto, nos pareció pertinente formular este
aporte al llegar el día 7 de octubre del corriente año, en que se conmemora la
fiesta de esta advocación mariana, instituida como acción de gracias por el
trascendental triunfo cristiano en la batalla de Lepanto (1571).
Muchas décadas más tarde, por la ley Nº2882 de 1940 el gobierno de Santa Fe declaró
que el 7 de octubre, fiesta de Ntra. Sra. del Rosario sería celebrado como “día
de la ciudad” que la reconoce como fundadora.
[2] Los
interesados podrán consultar con provecho nuestro ensayo publicado en el Nro.
47 de la “Revista de Historia de Rosario”, 2010.
[3] Los
católicos no “adoran” a la Virgen María, ni mucho menos a las imágenes que la
representan, como alguna persona mal informada puede llegar a interpretar. Como
madre humana de Jesús (el Hijo de Dios) y por méritos propios Ella es
merecedora de una especial forma de amor que se denomina “veneración”; en grado
superior aún, al que los fieles profesan a los ángeles y a los santos. Ver el
“Catecismo Católico”, numerales 971 y 972; http://www.apologeticacatolica.org/Catecis/P1S6.htm
[4] Esta
oración sigue una antigua tradición que tiene por eje la alabanza a la
Encarnación de Cristo en María y la exaltación de la firme aceptación de su
Maternidad. Consiste en recitar tres Ave Marías, junto a versos alusivos
inspirados en el Evangelio y una pequeña oración final. Mayores referencias
sobre el rezo del “Ángelus” pueden encontrarse en: http://www.mariologia.org/reflexiones/reflexionesmarianas604.htm
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