Amarga tradición
Por Miguel
Carrillo Bascary
En 1892 asumió como
presidente de la Nación Argentina el jurista Luis Sáenz Peña (1822-1907), que llegó a presidir la Corte Suprema desde 1890
hasta que accedió a la primera magistratura, a consecuencia de un acuerdo entre
los seguidores de Mitre y de Roca. Como es tradicional en la ceremonia de
asunción su antecesor lo invistió con el clásico bastón que simboliza el poder que el pueblo le confió para
desempañar su mandato. El citado había desempeñado varios cargos como diputado,
senador, vicegobernador de Bs. Aires y la presidencia de su banco. Falto de
poder propio y de grandes convicciones católicas su gestión quedó muy
comprometida por la acción de los liberales que lo habían llevado al “sillón de
Rivadavia” y la revolución radical de 1893, por lo que debió renunciar en 1895.
En 1910 asumió como
presidente su hijo, Roque Sáenz Peña (1851-1914),
quien era abogado, pero que también demostró ser un valeroso militar. Durante
la revolución de 1874 promovida por el partido Liberal Nacionalista de Bartolomé
Mitre, defendió la continuidad democrática, bajo las ordenes de Luis M. Campos.
Luego de su baja se dedicó plenamente a la política, un ámbito donde su
trayectoria fue prolífica, con muchos puntos de reconocido brillo. Su principal
legado fue hacer sancionar la Ley Nº8.871[1]
que lleva su nombre, lo que fue resistido por su propio partido. Esto permitió
establecer un sistema electoral basado en el voto universal, secreto y
obligatorio que rige a nuestro país hasta la actualidad, con varias
modificaciones por supuesto. Al estallar la Guerra del Pacífico (1879-1884) entre
Perú, Bolivia y Chile, Sáenz Peña se enlistó en las filas peruanas donde tuvo
un desempeño heroico, hasta el punto que en 1905 fue reconocido como general de brigada del Perú, un caso
verdaderamente excepcional. Había sido rechazado por una niña y resolvió "irse a la guerra" para sublimar su amargura. El 12 de octubre de 1910 asumió la presidencia de
la Nación; en la oportunidad utilizó el
bastón que había pertenecido a su padre, marcando un simbólico vínculo filial de gran emotividad.
Varas décadas más tarde el
país se sumió en trances autoritarios que en alguna medida podríamos calificar
como tiranía. Las elecciones de 1963 se vieron como una oportunidad más de
reencauzar la vida institucional argentina cuando accedió al poder el probo
médico Arturo Humberto Illia (1900-1983), de la
Unión Cívica Radical del Pueblo. Había sido vicegobernador de Córdoba y
legislador. Al asumir, manifestó su voluntad de asumir utilizar el bastón de
uno de sus antecesores, el radical Hipólito
Yrigoyen, expulsado del poder en 1930 cuando desempeñaba su segundo
mandato. No puso ser, ya que la pieza se había perdido junto con muchas de sus
posesiones en el vandalismo desatado por la turba que saqueó su domicilio. Ante
esta circunstancia alguien sugirió pedirle a doña Rosa Sáenz Peña (1887-1977),
hija de Roque, el bastón que habían
usado éste y su abuelo. La citada estaba casada con el premio nobel de la
paz y diplomático argentino, Dr. Carlos Saavedra Lamas[2].
Se accedió al préstamo y el Dr. Illia asumió como presidente llevándolo sus
manos y continuó con su uso hasta que fue derrocado el 18 de junio de 1966. La dueña de la pieza recuperó la reliquia
cívica, evitando una perdida que pudo haber sido muy sentida,
La Historia nos cuenta que ninguno de los presidentes que usaron este bastón pudo terminar su mandato. Hoy se exhibe en el Museo Casa Rosada.
[1] Se aprobó en 1912; https://www.argentina.gob.ar/normativa/nacional/ley-8871-310143/texto
[2] Se le otorgó en 1936, como reconocimiento a su gestión para dar punto
final a la Guerra del Chaco (1932-1935), que enfrentó a Bolivia con el
Paraguay.
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