3 de junio, nacimiento del general Manuel Belgrano
Por Miguel Carrillo Bascary
En la ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires, el 3 de junio del año 1770, el matrimonio formado por María Josefa González Casero y Domingo Belgrano Peri fue bendecido con el octavo vástago de una progenie que dio dieciséis hijos a la Historia.
Cada ser humano es único, irrepetible, esencial para el devenir de la Creación; pero aquel niño estaba destinado a protagonizar una vida singular.
Como se suele citar en su biografía y semblanzas, Manuel José Joaquín del Corazón Jesús Belgrano y González, asumió con todo énfasis y plena responsabilidad un devenir pleno de luchas, triunfos y amargos fracasos; donde su mejor victoria fue vencerse así mismo.
Efectivamente Manuel tenía todo para un cómodo pasar, como se dice en estos casos, su padre, era un emprendedor (diríamos hoy), venido de tierras itálicas que había construido una de las fortunas más sólidas del Virreinato del Río de la Plata.
En las llanuras del Plata supo vincularse y construir junto a su esposa, porteña, pero de familia oriunda de Santiago del Estero, una familia que alcanzó el respeto entre aquellas que predominaban en la cerrada sociedad de Bs. Aires.
Manuel pudo limitarse a cultivar su espíritu y sus variados intereses de joven inquieto; capacitarse en el comercio y en las leyes, palancas para incrementar la fortuna familiar y la propia. Recibió la mejor educación que se podía capitalizar en aquellos tiempos y su capacidad tempranamente revelada en sus conductas juveniles le abrieron las puertas de un cómodo puesto en la burocracia española.
Todo parecía sonreír a ese joven mundano, excelente bailarín; conversador vivaz; que tenía natural capacidad para los idiomas; ajedrecista y hasta poeta vocacional; familiarizado con las doctrinas más avanzadas del momento; considerado como digno de la confianza del despotismo ilustrado imprescindible para acceder a los “libros prohibidos” por el conservadurismo de entonces.
Pero Belgrano prefirió otro camino, precisamente el que no era el esperado, y lo asumió con decisión y alta virtud. Emprendió el derrotero del Nuevo Mundo, de cuya herencia se sentía parte y se determinó a ser parte del futuro del pueblo americano.
Su vocación era el servicio y se comprometió con él en el entendimiento que el pueblo que integraba demandaba todo de los pocos privilegiados que habían nacido en las comarcas del Plata.
Sabemos qué vino después; cómo sembró progreso e ideas de libertad desde su puesto en el Consulado; de su compromiso al rechazar jurar fidelidad a un rey extraño con que fue tentado por el ocasional incursos británico; de su decisión en el crucial momento de la Revolución de Mayo; de su entrega total a la causa de la Patria, construyendo ejércitos de la nada y comandándolos con eficacia hasta lograr triunfos decisivos para nuestra Historia.
Sabemos de sus ejemplos de conductas con que testimonió con hechos concretos su pensamiento y sus palabras.
Sabemos de su precaria salud; de sus amores mundanos; de su soledad en el ejercicio mando; de la falta de apoyo que le dispensaron sucesivos gobiernos; de sus derrotas militares; de su frustración en la agonía.
Sabemos que su voluntad venció a su cuerpo, a las tentaciones de una vida volcada en sí mismo; un designio que se sostuvo en el seguimiento del ejemplo de Jesucristo como su modelo.
Sabemos que procuró que su vida fuera coherente con el mandato del Amor, pese a sus limitaciones, donde posiblemente radique el mayor ejemplo de virtud que nos ha dejado.
Sabemos que la tentación por las riquezas materiales y el vértigo del poder no pudieron con él.
También sabemos de algunos de sus pecados, del que no está exento ningún ser humano.
Todo esto fue MANUEL BELGRANO … y mucho más.
Los herederos de aquel país que soñó lo singularizamos como verdadero “padre de la Patria”; ejemplo de virtudes al servicio de la comunidad.
Aquél 3 de junio de 1770, nacía un niño, un hombre, un prócer, MANUEL BELGRANO.
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