Una bandera no debe tocar agua . . .
Por Miguel
Carrillo Bascary
Es costumbre universal que las banderas no deben tocar la superficie de las aguas, sea el
mar, un lago o un curso fluvial.
Durante años
intenté hallar referencias al respecto. Solo encontré algunas normas de
ceremonial que así lo disponían, sin dar más explicaciones. Al parecer era un
dogma ceremonial; pero esto no conformaba mi espíritu curioso.
Me resultaba improbable que la “bandera tocara el agua”. Era evidente que la
pauta se asimilaba a que “no tocara el suelo”; pero en la práctica no hallaba
explicación cierta; como no fuera que por algún descuido el paño se pusiera en
contacto con un charco en inmediaciones de un mástil o que deslizara desde la
borda para caer a las ondas acuáticas lo que implicaba una muy grosera
circunstancia.
Convengamos que,
tratándose de las banderas que usan los navíos, es muy poco probable que el
paño toque la superficie de las aguas, dado el alto que tienen las bordas; el
uso de los mástiles para su izamiento y las reducidas proporciones que tienen
aquellas que se emplean en las embarcaciones menores.
En realidad
estaba buscando en el lugar equivocado, o por lo menos, desde la perspectiva
equivocada. Como muchas veces ocurre, nuestro entendimiento se ilumina a partir
de otras búsquedas. Fue así que inopinadamente hallé la siguiente reproducción
que abre esta entrada.
Allí estaba la
explicación; en esa silente imagen de la bandera próxima a ser engullida por el
mar, acompañando al casco que se sumerge. La composición expresa con claridad
de que la ancestral costumbre de que las
banderas no deben tocar el agua no se fundamenta en lo ceremonial, sino en el
desastre que ello evoca: el hundimiento de la nave que porta la bandera en
cuestión.
Referencias
sobre la obra
Su autor es Eliseo Meifrén
Roig; pintor impresionista nacido en Barcelona, el 24 de diciembre de 1859, y fallecido en la misma ciudad,
el 5 de febrero de 1940.
Sobre la obra en sí misma vemos en http://eliseomeifren.blogspot.com.ar/2011/07/un-hallazgo.html:
“Se trata de una representación simbólica del desastre naval de Santiago de Cuba, donde la armada
estadounidense destruyó la escuadra española, el 3 de julio de 1898. Esta
derrota llevará a que España, en los acuerdos de París del mismo año, concuerde
la independencia de Cuba (1902) y la venta del resto de sus colonias en Asia. Meifrén representa claramente, sin ningún
tipo de ambigüedad, la caída y el hundimiento de España como potencia colonial”.
La imagen de Meifrén contiene un simbolismo brutal: lo que se hunde no es solo el navío de guerra
(que no se ve pero que se hace evidente) el que desaparece en el mar de la
historia es el mismísimo Imperio Español. Aquel imperio den donde no se ponía
el sol, de tiempos de Carlos V y de Felipe II señala que en 1898 había perdido
la totalidad de sus posesiones en América, en menos de un siglo. En la actualidad
subsisten minúsculas zonas bajo soberanía o jurisdicción de España en forma de islas,
principalmente; a las que deben agregarse por su significación las ciudades de Melilla
y Ceuta, enclavadas en el reino de Marruecos.
El hecho histórico
El hundimiento del acorazado "Maine" de los Estados Unidos en el puerto de La Habana precipitó la declaración de guerra contra España, que a la postre derivaría en la independencia de Cuba. La escuadra naval española se refugió en la bahía de Santiago, en donde fue sitiada por la U.S. Navy. Una acción desesperada para eludir el bloqueo no tuvo éxito y ello implicó al aniquilamiento de las fuerzas de España, lo que sería decisivo para la suerte de la guerra. Esto es lo que vemos en la tela de Meifrén. Si se analiza con cuidado se verá que el horizonte está totalmente ocupado por los navíos norteamericanos haciendo fuego.
La realidad se impone
La visión del artista debía tener su correlato en la realidad;
me dediqué a su búsqueda. Seguidamente les comparto la fotografía de un navío
japonés en proceso de hundimiento, donde solo se observan la bandera imperial
de guerra y sus insignias.
En parangón con lo imaginado por Meifrén, la instantánea
transmite la desaparición de Japón como potencia marítima al finalizar la II
Guerra Mundial.
Una observación de peso
En las tradiciones marinas el
hundimiento de una nave en combate, con su pabellón aún izado, ya sea a consecuencia
de los daños causados por el fuego enemigo o porque sus propios defensores
barrenan su casco para que no caiga en poder del oponente, no es un timbre de deshonor; todo lo contrario.
Es conocido también que cuando algún buque se encontraba en
trance de ser hundido su capitán disponía que su pabellón fuera literalmente clavado al mástil para indicar que no
se rendía y que su tripulación estaba dispuesta a pelear hasta las últimas
consecuencias en defensa de la correspondiente divisa.
Conclusión
Las banderas no deben tocar el agua, no porque ello implique una
afrenta a su dignidad; no deben hacerlo porque ello evoca una dramática
tragedia.
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