viernes, 29 de enero de 2016

Clavar la bandera

Jamás rendirse
Pintura pastel de autor anónimo donde se observa un marinero en el 
acto preciso de clavar la bandera recibida por Brown. Museo Histórico Nacional (de Argentina)

Por Miguel Carrillo Bascary

Por su misma naturaleza las banderas tienen una movilidad propia, que se hace más evidente aún cuando flamean al tope de un mástil. El izado y el arrío las dota de una dinámica particular que caracteriza su empleo de conformidad a la sucesión infinita entre los días y las noches.
 Nada parecería más antinatural que “clavar” una bandera al mástil; sin embargo, esto es literalmente factible. Más aún, la Historia certifica que la operación tiene un profundo significado teñido heroísmo y decisión.
 Para explicar lo dicho tendremos que remontarnos a la Antigüedad, donde la navegación se impulsaba usando mástiles de madera. La identificación de la embarcación se cumplía con banderas colocadas en el punto extremo del palo mayor, adonde llegaban mediante el empleo de una cuerda (driza), que también servía para arriarlas o intercambiarlas, en caso necesario. El mismo procedimiento se usaba en el mástil ubicado en el castillo de popa, donde la bandera adquiría enormes dimensiones, lo que justificaba que tuviera el nombre específico de “pabellón”.

Durante los siglos en los que se desarrolló la navegación a vela se generó un verdadero código sobre el uso de banderas en el mar. Por ejemplo: cuando dos naves se encontraban en la inmensidad de los océanos izaban sus respectivas banderas al par que se disparaba un cañonazo, para identificarse mutuamente como aliados; enemigos o neutrales; esta operación se conocía con el nombre de “afianzar la bandera”. Lo propio ocurría al aproximarse a un puerto; donde la costumbre demandaba también izar la enseña del estado ribereño como una forma de exponer que el recién llegado se sometía a su autoridad y a sus leyes; observancia de la que estaban eximidos los navíos de guerra de una nación amiga. El llamado “derecho de pabellón” establecía una jerarquía entre las diversas naciones y naves a favor de aquellas que tenían mayor poder naval; se manifestaba con salvas; recogida de velas y en rápidos arríos parciales de banderas, seguidos de un nuevo izamiento al tope, a manera de saludo o señal de sumisión. Cualquier falta daba lugar a represalias.
En particular, los mercantes debían acercarse a los buques de guerra para permitir su registro, para ello cargaban parcialmente su aparejo. Más tarde se simplificó este uso determinando que el mercante arriara su pabellón; lo que retribuía haciendo lo propio la embarcación de guerra, pero solo hasta la mitad del palo, para volver a izarlo de inmediato.
Incluso era usual, que como ardid de guerra, que se izaran banderas de engaño. También se empleaban banderas de señales con diversos motivos: pedir piloto para entrar a puerto; indicar que se llevaban enfermos de peste, el transporte de pólvora, correo oficial, la presencia de una alta dignidad, etc.

Muchos de estos usos inveterados persisten en la actualidad a despecho del enorme desarrollo de las comunicaciones electrónicas; en consecuencia, diversos tratados que regulan la navegación tienen secciones donde se codifican las banderas con validez internacional.

Con lo dicho, vamos a centrarnos en la cuestión que proponíamos. En una situación bélica o ante la agresión de otro navío, el capitán de la embarcación que se hallaba en inferioridad de condiciones arriaba la bandera, indicando su rendición y que su tripulación se confiaba a la misericordia del atacante. Mientras la enseña ondeara al tope el agresor continuaba con el cañoneo, que solo suspendía cuando era arriada.
Por ello, era una manifestación de supremo heroísmo mandar “clavar la bandera”, con lo que se indicaba la decisión de luchar hasta las últimas consecuencias. La orden tenía por primera destinataria a la propia tripulación, que se veía comprometida con tan férrea resolución.
El procedimiento en concreto era el siguiente. El marinero que recibía la orden trepaba hasta lo alto del mástil provisto de martillo y clavos. Allí clavaba literalmente la bandera.
 La historia naval documenta situaciones donde se dio tan dramática orden; por ejemplo las que protagonizó el marino español Cosme Damián Churruca y Elorza, que mandaba el “San Juan Nepomuceno” en la batalla de Trafalgar (1805) o el capitán chileno de la “Esmeralda”, Agustín Arturo Prat Chacon, en Iquique (1879)
Esta última acción fue recreada por el pintor Jorge Delano (1), que presentamos seguidamente:

“Clavando la bandera” – Jorge Delano

Por su parte, la historia nacional también es rica en acontecimientos heroicos de su Armada, que por diversas razones nunca fue poderosa. Descuella particularmente la figura del irlandés, Guillermo Brown, a quien los argentinos llamamos “nuestro padre de la Patria en el mar”.

Almirante Don Guillermo Brown (1777 - 1857)

Son antológicos sus desempeños cuando debió enfrentar en inferioridad de condiciones a las armadas de España; Brasil, Inglaterra y Francia; de los que generalmente resultó victorioso.
La alegoría implícita en la imagen del inicio es todo un homenaje a Brown y a su tripulación, pues esa bandera es la insignia de honor que confeccionó un grupo de damas porteñas admiradas el valor desplegado durante el combate de “Los Pozos”, cuyas alternativas pudieron verse desde la costa de la ciudad de Bs. Aires. Este paraje utilizado como fondeadero se halla a unas 3 millas de la hoy Dársena Norte. La acción bélica tuvo lugar el 11 de junio de 1826 y enfrentó a cuatro buques argentinos, la fragata “25 de Mayo”, el bergantín “Congreso Nacional”, las goletas “Sarandí” y “Pepa”, acompañados por siete cañoneras contra una división naval brasileña compuesta por treinta y una naves de diverso tonelaje. La flotilla argentina rechazó la agresión con todo éxito, pero con grandes pérdidas. Días más se concretó un reconocimiento público a los defensores y allí se le entregó a Brown la bandera de honor que vemos en la imagen que encabeza este post.

Escudo vectorizado de la reliquia
(Imagen proporcionada por el Instituto Nacional Browniano, Argentina)

El escudo que cargaba esa bandera se conserva dese 1901 en el Museo Histórico Nacional. Mide 44 cmts x 40. Cabe interpretar que el paño se hallaba muy deteriorado, por lo que se recortó y solo se preservó el emblema central.

El escudo, tal como se exhibe en el Museo Histórico Nacional

Por esta razón los estudiosos discuten sobre las características que debió tener la histórica enseña. El testimonio pictórico de la imagen que abre este post tiene su propia identidad, pero se considera que fue elaborado varias décadas más tarde que los hechos. Otras referencias indican que podría haber tenido una forma más acorde a las tradiciones marineras, como la que acompañamos:

(Dibujo de Francisco Gregoric - 2)

En la actualidad, el Reglamento de Ceremonial Naval (R.G-1 921 “P”, Anexo 10) instituye otro diseño, levemente diferenciado al que designa como “bandera conmemorativa”

Bandera conmemorativa de la Armada Argentina
Esta enseña se basa en la bandera corneta que empleaban los navíos de guerra a comienzos del siglo XIX cuya imagen reproducimos seguidamente.
(Dibujo de Francisco Gregoric - 2)
 Notas:
1.- Jorge (Coke) Délano Frederick (1895 – 1980); de multifacética personalidad: pintor; periodista, cineasta, parasicólogo y caricaturista chileno.
2.- Imágenes publicadas en “Las banderas de los argentinos: 200 años de historia”, de Juan M. Peña y José L. Alonso. Edic. Aluar. Bs. Aires, 2009. 308 páginas.

Para saber más:
Sobre la pieza: puede consultarse:
  •        El libro “La Bandera de Los Pozos”, de Luis Eduardo Agüero. Editado por la Escuela Naval Militar. Mar del Plata, 1955. 129 páginas.
  •        El opúsculo “La Bandera de Los Pozos”, de Humberto Burzio, separata del “Boletín del Centro Naval”; vol. LXXII; Nº617; julio- agosto 1954, Bs. Aires. 24 págs.
 Sobre el combate aludido:

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