El corazón del Monumento, un homenaje a la Bandera y a su Creador
Por Miguel Carrillo Bascary
La “Cripta de Belgrano” es el núcleo arquitectónico en torno al cual se estructura el memorial que los argentinos dedicaron a su Bandera nacional. Es un testimonio material de la creación del primer símbolo de la nacionalidad, pero también es un emocionado homenaje a su creador, Manuel Belgrano, constituido en paradigma de civismo y de compromiso de vida ofrecida a la Patria.
Se concibió a la Cripta como un ámbito de reflexión, donde los visitantes pueden transportarse a uno de los momentos fundacionales de la historia común, aquel 27 de febrero de 1812 donde la Enseña patria ondeó por primera vez por designio del entonces coronel Manuel Belgrano. Su personalidad, sus ideas y su ejemplo se proponen como modelo a cuantos llegan al lugar, sin distinciones de ningún tipo, trascendiendo las circunstancias de su tiempo.
Con estas líneas me propongo describir este espacio, desentrañar su simbolismo y difundir algunas vivencias que les permitirá apreciarlo, lo haré como si fuera un recorrido virtual. Acompáñenme.
La
función de la Cripta
En sí mismo el Monumento es un templo cívico destinado a enaltecer a la Bandera nacional y su creador.
Todo templo tiene un recinto íntimo, profundo, un santo sanctórum, un lugar santo entre los santos. Cuando en Edad Media un pueblo resolvía construir una catedral se comenzaba por excavar y se establecían sólidos cimientos destinado a soportar su estructura. Esas fundaciones definían un espacio bajo el nivel de la superficie del terreno y, cuando se techaba para continuar el desarrollo arquitectónico, se consagraba al culto. Con los años se levantaban los muros exteriores, como una silenciosa oración en piedra y mortero. Al terminar la techumbre externa el culto comenzaba a celebrarse en el templo superior y el primero quedaba postergado. Como era una superficie consagrada se destinaba a contener los restos de los fieles fallecidos; la idea era que allí se conservaran hasta que, llegado el fin de los tiempos, se cumpliera la resurrección en cuerpo y alma para la eternidad.
El término “cripta” deriva del griego, krypté, y se aplica recordando que en los primeros años del Cristianismo los restos de los mártires se ocultaban en las necrópolis subterráneas, donde sus hermanos celebraban la Eucaristía a escondidas de sus perseguidores paganos.
Un ejemplo perfecto lo ofrece la basílica de San Pedro, en el Vaticano. Entre sus fundaciones, bajo el altar mayor, se encuentran una antiquísima capilla recubierta por la mole edificada bajo sucesivos papas. En ese recinto, olvidado por muchos siglos, luego de años de estudio a cargo de expertos, el papa San Pablo VI reconoció formalmente que allí se guardaban los restos del primer pontífice, San Pedro; Francisco I mostró públicamente sus reliquias en el año 2013. De esta manera se cumplió literalmente la cita del Evangelio de San Mateo (capítulo 16, versículo 18), cuando Nuestro Señor, refiriéndose a Pedro dijo: “sobre esta piedra edificaré mi iglesia”, lo que se interpreta como el momento en que lo designa su representante en la tierra.
En la concepción del ingeniero Ángel Guido, a quien con toda propiedad puede considerarse como el principal gestor del Monumento, la Cripta está destinada a honrar al Prócer y a la Enseña patria nacida en Rosario, ciudad a la que se conoce como “cuna de la Bandera”.
Allí pensó Guido colocar
los restos de Belgrano que desde su muerte se preservaron en el atrio de la
basílica de Ntra. Sra. del Rosario, en Bs. Aires y que en 1903 se colocaron en
el mausoleo que hoy vemos. De esta forma, Guido quería referenciar al Monumento
con la personalidad del Prócer.
Ubicación
El emplazamiento del Monumento, otrora conocido como la “Barranca de las Ceibas”, donde estuvo la batería “Libertad” en 1812, se basó en las conclusiones a que arribó una investigación oficial dispuesta por la Municipalidad de Rosario. A mediados del siglo XIX se abrieron las hoy calles Córdoba y Santa Fe, lo que implicó una profunda reforma de ese entorno. La superficie trianguloide comprendida entre ambas arterias se parquizó como una plaza, que primero recibió el nombre de “Almirante Brown” y que, a partir de 1898, se designó como “Belgrano” porque ya desde entonces se destinó a contener el monumento a la Bandera que la población de Rosario aspiraba a levantar. Cuando en 1943 comenzó a construirse el Monumento fue imprescindible levantarlo a partir de numerosos pilotes Franklin destinados a sustentarlo que fueron enclavados en el subsuelo a golpe de martinete. Cumplida esta etapa primaria de los trabajos, lo primero que se construyó fue la Cripta, sobre la que más tarde se edificó la Torre, que representa a la Revolución de Mayo en la interpretación de sus autores.
En el
origen
En 1940, con el anteproyecto “Invicta” que seleccionó el
jurado del concurse convocado, se acompañaron dos maquetas del monumento a
construir. Una se componía solo de la Torre, en esta la Cripta es inexistente,
como resulta de la fotografía que se acompaña.
En los planos particulares del anteproyecto, la Cripta está descripta en detalle, pero si se los compara con los que se elaboraron para la obra, surgen numerosas e importantes modificaciones de detalles. Estas surgieron a consecuencia de un replanteo efectuado por el propio Guido, en concordancia con el parecer de los miembros de la Comisión Ejecutiva que controlaba la ejecución de la obra.
Atrio y patria
Cuando el visitante se adentra en el Monumento, la estructura del Patio Cívico interno lo deriva hasta el Atrio, sus contrafuertes definen el espacio y operan como una invitación para avanzar hasta el pie de una colosal figura matricia, la “Patria de la Fraternidad y del Amor” o “Patria Madre”, a la que me referiré en otra ocasión.
Hasta allí nada hace sospechar de la existencia de la Cripta, pero, pasado el primer impacto emocional, la natural curiosidad humana repara en dos sólidas puertas que se abren simétricas a cada lado. Su bronce, sus refuerzos externos y su forma casi cuadrada, trasmiten una imagen de genuina fortaleza e inmediatamente hace pensar en bóvedas que preservan riquezas ingentes; no hay equívoco, pero estas son de naturaleza inmaterial, lógicamente.
Sobre cada una se observan sendos bajorrelieves esculpidos en el tosco travertino que recubre todo el memorial. El de la derecha lleva un rotulo que dice “El Ideal”, en el otro se lee “La Gloria”. Si se interpretan ambas leyendas en conjunto se entiende que: al perseguir el “ideal”, se alcanza la “gloria”, es decir la auto justificación de la vida, síntesis que se manifiesta en la trayectoria implícita en el periplo vital de Belgrano. Volveré sobre ambas esculturas en otra ocasión.
Al ingresar por la puerta de “El Ideal”, se pasa de la
luminosidad del exterior a una antecámara
donde la luz se atenúa, preparando al visitante para adentrarse en la
profundidad del mito. Descendiendo cinco escalones, inmediatamente se advierte
un detalle que jerarquiza todo el recinto interno, el áspero travertino que
recubre el exterior del Monumento se transmuta en un cálido pulido de la
piedra, su solo aspecto invita a tocarlo y al hacerlo se aprecia el frío de su
textura sin relieves. Entramos así en una antesala,
e inmediatamente se nos muestra sobre la pared derecha una talla del Escudo nacional argentino, que respeta
fielmente el modelo patrón que se definió oficialmente en 1944.
A sus pies, enmarcada en madera hay un sólido bloque de mármol blanco sostenido por cuatro rosetas broncíneas, donde letras excavadas en gris permiten leer: “PIEDRA FUNDAMENTAL/ DEL/ MONUMENTO A LA BANDERA ARGENTINA/ MUNICIPALIDAD DEL ROSARIO/ 9 DE JULIO DE 1898”.
Esta pieza tiene un profundo significado. Fue en 1872 cuando la ciudad “del Rosario”, como se la llamaba entonces, por inspiración del ingeniero Nicolás Grondona, inmigrante italiano, dispuso erigir un monumento a la Bandera, que finalmente no pudo culminarse. Al llegar 1898 se formó una comisión popular alentada por el intendente Luis Lamas que se propuso cumplir con ese anhelo. La opinión pública se movilizó y se concretó en la decisión de colocar la “piedra fundamental” de un monumento aun no proyectado. Según lo dispuesto por el decreto del 5 de julio de 1898, se instaló en el centro de la plaza, que desde entonces se denominó “Belgrano”. Cuando en 1943 comenzó a levantarse el Monumento la piedra se trasladó en custodia al Museo Histórico Provincial hasta que, por gestión del Intendente de Rosario, Héctor Cavallero, el gobierno de la Provincia dispuso restituirla al municipio, según decreto Nº406 del 10 de marzo de 1993. Como su marco estaba muy estropeado fue necesario colocarle un nuevo ejecutado en madera de roble, trabajo que ejecutaron los Talleres Torsegno, de Rosario. Con esta presentación integró la muestra que en homenaje a Guido se inauguró en el Monumento, el 27 de mayo de 1993.El conjunto mide 1,44 metros de largo por 0,95 de ancho.
Continuando con nuestro paseo virtual, en el muro que enfrenta al acceso, en letras marmóreas se lee: ¡SOLDADOS! ¡ESTA ES LA PRIMERA BANDERA LIBRE QUE SE HA LEVANTADO EN AMÉRICA! ¡JURAD SOSTENERLA MURIENDO EN SU DEFENSA COMO YO LO JURO!”, es un extracto de la arenga que pronunció en la ciudad de Mendoza el general José de San Martín, el 5 de enero de 1817, inmediatamente después que la Enseña del Ejercito de los Andes fuera bendecida en vísperas de partir la expedición libertadora a Chile. Al mismo tiempo, expresa al visitante un enfático pedido de respeto, a mantener en el ámbito al que ingresa.
Por debajo de ella hay una placa de bronce que testimonia la bendición especial que el santo papa Juan Pablo II impartió al Monumento en ocasión de su histórica visita a la ciudad de Rosario, ocurrida el 11 de abril de 1987, oportunidad en que celebró la eucaristía en su explanada Este, ante unos 300.000 fieles reunidos en el lugar. El pedido de tal bendición la formuló el arzobispo de Rosario, Mons. Jorge M. López al Papa en oportunidad de recibirlo en el aeropuerto local, todo a solicitud de la Junta del Monumento, que por entonces colaboraba con el Municipio. El pontífice accedió a lo solicitado y así lo hizo. La placa de referencia se instaló en la Cripta y fue descubierta durante el acto conmemorativo del 27 de febrero de 1988 y consta del texto de la oración pronunciada en la ocasión:
“BENDICION PAPAL/ DERRAMA SEÑOR LA ABUNDANCIA DE TUS BENDICIONES SOBRE ESTE/ MONUMENTO NACIONAL A LA BANDERA, EN TORNO DEL/ CUAL NOS ENCONTRAMOS Y QUE HA SIDO ERIGIDO EN ESTA NOBLE CIUDAD/ DE LA VIRGEN DEL ROSARIO, CUNA DE LA BANDERA. QUE LA MAGESTUOSIDAD DE/ESTE INSIGNE MONUMENTO LLENO DE PATRIOTICA SIGNIFICACION, SEA, CON/ TU BENDICION, SIMBOLO DE LA UNIDAD DE TODOS LOS ARGENTINOS COBIJADOS BAJO/ EL AZUL Y BLANCO DE SU EMBLEMA NACIONAL. JUAN PABLO II/”. Más abajo se lee: “MUNICIPLAIDAD DE ROSARIO/ JUNTA DEL MONUMENTO A LA BANDERA/ GOBIERNO DE LA PROVINCIA DE SANTA FE/ ROSARIO, 11 DE ABRIL DE 1987”.
Descendiendo otros cuatro escalones, dos pequeñas puertas se abren a cada lado; la izquierda es de bronce, corrediza, y lleva a una escalera, es primer tramo para acceder al Mirador (ver http://banderasargentinas.blogspot.com/2021/05/cronicas-del-monumento-la-bandera-3-el.html); la derecha es de vidrio blindex, una vez traspuesta conduce hacia el interior del memorial. Es el puesto del agente administrativo encargado del recinto, que también expende la tasa para el ascensor.
Trasponiendo esa abertura existe una habitación que opera como camerino en las innumerables presentaciones de grandes artistas que se han presentado en el Monumento. Puede decirse que esos ocho metros cuadrados, aproximadamente, recibieron a: Aníbal Troilo, Jorge Don, Mercedes Sosa, León Gieco, Zamba Quipildor, Los Palmeras, Peteco Carabajal, Tarragó Ros, Ramona Galarza, Horacio Guarany, Soledad Pastorutti, Mariano Mores, Pugliese, Sergio Denis, Lola Ponce, Juan Carlos Baglietto, Adrián Abonizio, Jorge Fandermole, Liliana Herrero, Lito Vitale, Vicentico, Patricia Sosa, Pedro Aznar, Marcela Morelo, David Lebon, Jairo, Jorge Cafrune, Los Fronterizos, el "Chango" Spasiuk, Sandra Mihanovich, Javier Calamaro, Fito Páez, Eduardo Falú, Iván Hernández Largía y muchísimos otros.
Hacia la izquierda, se visualiza la majestuosidad de la Cripta, tenuemente iluminada, como invitando a la trascendencia. Por su volumen destaca una escultura que representa al general Manuel Belgrano que inmediatamente capta la atención. Trascendiendo tres escalones más nos encontramos inmersos en la superficie perfectamente circular del solado.
En ese recinto aislado del exterior y de la cotidianeidad, el visitante parece encontrarse en otra dimensión. Si su sensibilidad lo advierte podrá experimentar la doble simbología que se expresó al inicio: la escultura del Prócer es una referencia material consustanciada con su protagonismo histórico, pero, inicialmente no verá ninguna Bandera.
Desde este momento el protagonismo de Manuel Belgrano se hace evidente y su centralidad define la dimensión del homenaje. Esto indica que en la magna obra del Monumento además de estar dedicada a la Bandera, el pueblo argentino también quiso rendir homenaje a su creador.
Pero, inmediatamente surgirá la duda ¿es posible que no haya ninguna Bandera, precisamente en el lugar cívicamente más sagrado del Monumento? La paradoja es evidente y el visitante poco atento se verá interpelado por tan evidente falta.
Es acá donde se manifiesta el genio de Guido ya que, así como nos expresó la humanidad de Belgrano, en un marcado contraste también ofrece la inmaterialidad de todo aquello que significa la Bandera, es decir, la Nación argentina, a la que identifica.
Cuando el visitante se repone de la emoción innegable del panorama que se abre a sus ojos, en esa semiesfera que es la Cripta puede leer en el friso que la circunda:
“EN ESTE SITIO SAGRADO PARA LOS ARGENTINOS -ENTONCES BARRANCAS DEL PARANÁ- EL GENERAL BELGRANO IZÓ POR PRIMERA VEZ LA BANDERA DE LA PATRIA, SIENDO LAS 6 Y 30 DE LA TARDE DEL DÍA 27 DE FEBRERO DE 1812”.
La leyenda nos trasporta al histórico momento del primer izamiento, en aquel atardecer estival, ante los habitantes del poblado conocido como la “Capilla del Rosario”, en el sitio mítico en que Sol saludó al primer símbolo de la nueva Nación.
De hecho, la exactitud de la posición es incomprobable ya que no hay documentos ni tradición que lo indique. El croquis de la batería, que levantó el capitán Ángel Monasterio en 1812, se perdió para siempre décadas más tardes y, además, la mano del hombre alteró la conformación física de la “Barranca de las Ceibas” a mediados del siglo XIX, sin que se tomara ninguna previsión para conservar memoria del aspecto original del lugar. Lo único cierto es la aproximación que aporta la investigación que ordenó el municipio de Rosario en 1898. Sin embargo, cabe entender que el sitio preciso en que se levantó el primer mástil donde ondeó nuestra Bandera estuvo en las inmediaciones, a tenor de esas informaciones recabadas por los doctores Jacinto Fernández y Calixto Lassaga.
En los planos originales del Monumento este friso no estaba previsto, lo que indica que la referencia puntual al eventual lugar del primer izamiento fue una reelaboración posterior.
Superando con la mirada el nivel del friso se advertirá el techo cóncavo que cierra el espacio a unos diez metros de altura, aproximadamente. Recién entonces se verá a la Bandera, ubicada en una dimensión superior, etérea, inmaterial. Se evidencia en una cinta lumínica que la representa, surgiendo por detrás de la escultura, imagen del designio del Prócer, abarcando toda la cúpula, cual si fuera el firmamento de la Historia y proyectándose hasta la eternidad expresada en la Cruz.
Con gran habilidad Guido escindió la superficie con tres gargantas que
ocultan a los ojos las luminarias que proyectan la luz blanca y las celestes,
laterales, que cuando se encienden forman la Insignia patria.
La de Belgrano es una de las tres esculturas asimétricas que hay el Monumento, las otras son “La Patria Abanderada”, de Bigatti, y “La Patria de la Fraternidad y del Amor”, también de Fioravanti. Todas se expresan en un estilo tal que parecen surgidas de un mismo artista. Tanto aquella, como la Cruz están emplazadas sobre sendos pedestales, que las separan de la realidad contingente de los visitantes. A su vez se presentan enmarcadas en hornacinas, un recurso arquitectónico que permite resaltar al elemento que contienen.
Una vez en ejecución el proyecto definitivo Guido propuso a José Fioravanti para ejecutar la escultura del Prócer, la Comisión lo aceptó y el artista comenzó su trabajo. Si se considera que el escultor rosarino Eduardo Barnes actuó como asesor artístico de Guido, por haber este solicitado su concurso, cabe entender que ambos habrán evaluado detenidamente la opción que se les presentaba entre el elegido y Bigatti, el otro plástico comprometido en la obra. Entre los antecedentes a favor, Fioravanti contaba con otras obras cuya posición se asemejaba a la imaginada por Guido. La principal es la figura central del monumento a Enrique Carbó, gobernador de Entre Ríos (1903-1907) instalado en la ciudad de Paraná, que se inauguró el 12 de octubre de 1929.
El Prócer
se nos presenta en actitud serena,
reflexiva. Así lo indica la posición de su brazo derecho, con la mano posada en
su mejilla, mientras que la otra descansa sobre sus piernas cruzadas,
sosteniendo un libro. La mirada reposa en la lejanía, como tratando de avizorar
el destino de la Patria.
El libro también tiene un profundo simbolismo: está abierto, ofreciéndose a quien quiera leerlo, pero sus hojas (sin rasgo alguno) evidencian la dinámica propia de los conceptos en el acontecer humano, también puede entenderse que esas líneas deben ser escritas por cada generación de argentinos. Se ha dicho también, que es el “libro de la ley” o que contiene el conjunto de los escritos belgranianos, a manera de legado para las generaciones futuras. Si así fuera, esas páginas expresan el imperativo de respetar el Estado de Derecho (la “libertad civil” como se lo denominaba por entonces) y con ello los derecho inalienables de todo hombre o mujer; también se corresponden con la educación, ya que posibilita el compartir una cultura y protagonizar el progreso; sin olvidar, las referencias al desarrollo socioeconómico que promovió, con lo que podría pensarse que ese libro es un signo del ofrecimiento de su vida que hace el Prócer, con lo que nos invita a emularlo.
Antaño, la web institucional del Monumento a la Bandera consignaba que la pieza escultórica que representa a Belgrano lo ofrecía como paradigma cívico y, consecuentemente, la difundía con el nombre de “El Ciudadano”. En la actualidad afortunadamente se cambió esa caracterización (http://www.monumentoalabandera.gob.ar/page/arquitectura/id/21/title/2.-La-Proa) En consecuencia, hoy coincide con aquella interpretación que expuse anteriormente, que es la misma que nos brindó el Dr. Carlos de Sanctis, en su opúsculo “El Monumento de ‘La patria a su Bandera’ en el Rosario”, editado en 1957, que contó con el patrocinio de la Comisión Nacional del Monumento y Parque de la bandera” (Decreto Nº84.678 de 1936)
De Sanctis fue nada menos que secretario de esa Comisión, por lo que cabe entender que los conceptos que vierte son “interpretación auténtica”, como se dice en la judicatura. En concreto, escribió en la página 31 de su obra: “Estamos ante la venerada figura del meritísimo abogado y general, a quien las necesidades del momento obligaron a cambiar la pluma del letrado y del periodista por la espada del guerrero … El bronce de Fioravanti lo representa en esa personalidad dual”. Esta dualidad se manifiesta en la vestimenta ya que, su porción superior se corresponde con el ropaje ciudadano propio de un miembro de la elite de aquella época, mientras que sus fuertes botas y ajustado pantalón remiten al uniforme que usó en las campañas militares, de las que debió hacerse cargo por órdenes superiores. Hay en esto una síntesis de las experiencias vitales del Prócer, cosa que doy por conocidas.
Es innegable la referencia general que muestra la
escultura de Fioravanti con el retrato al óleo que el pintor Casimir Carbonnier le realizó al Prócer
en 1815.
La pieza es de bronce, fue fundida a la cera perdida por la firma “Humberto Radaelli y Gemelli”, de Buenos Aires, estuvo lista en mayo de 1955 y se instaló al año siguiente.
El tasel original, también de yeso, se encuentra en el “Museo de la Casa de Gobierno” (Buenos Aires). Sirvió de modelo para confeccionar las varias copias de la obra que hay distintos lugares del país: en la plaza central de Garín, provincia de Bs. Aires; en la plaza “Belgrano” de Tigre, en el Museo de Arte Tigre “Intendente Ricardo Ubieto”, y en la propia “Casa Rosada” (se agradecerá conocer si existe alguna otra que no haya mencionado).
Como paso previo, el
artista elaboró un estudio en yeso,
que actualmente se preserva en una colección particular; sus dimensiones son:
57 x 30 x 39 cm. La escultura emplazada en la Cripta mide dos metros con veinte centímetros de alto; su ancho y
profundidad, son de un metro.
La Cruz
Es la representación del sacrificio de Cristo, trascendido por Su resurrección, obsérvese que el emblema no lleva representación del Crucificado. Es una directa alusión al catolicismo de Belgrano que evidenció en innumerables circunstancias de su vida. Es de tipo latino, maciza, evidencia gran solidez. Se ubica frente a la escultura del prócer, en una hornacina idéntica.
Con su brazo superior señala hacia los cielos, los laterales parecen abrazar amorosamente a quienes se le presentan, mientras que el inferior, enraizado sobre el suelo, alude a la humanidad de Cristo, a su presencia en la Historia. Es un símbolo de vida oblada, pero también expresa el triunfo sublime en la posterior redención, es decir, el cumplimiento de la promesa de Dios al género humano. En esta compleja referencia se aúna entonces lo material con lo sublime.
En los planos originales la Cruz oficiaba de atributo del hipotético altar previsto para conformar una capilla destinada al culto católico. Por delante del símbolo se pautó un sarcófago (2,40 x 0,80 metros) revestido de travertino en donde se pensó colocar una urna con los restos del Prócer, un proyecto que no prosperó en virtud de que en su testamento expresamente dispuso ser inhumado en Bs. Aires. Pese a esto, reiteradamente se presentan proyectos de ley promoviendo el traslado. ¡Flaca memoria tienen sus autores ((Ver: http://banderasargentinas.blogspot.com/2021/03/reaparece-una-cuestion-ya-resuelta.html)
Otros
detalles
Sobre el dintel de la abertura que permite acceder a la Cripta se lee, también en letras esculpidas, “ROSARIO CUNA DE LA BANDERA”.
En el perímetro del sector se observan ocho estilizados pebeteros de bronce, con pátina bizantina. Estos elementos se usaban en los templos de la Antigüedad clásica y se los alimentaba con el aceite ofrendado a los dioses. En los planos de Guido se preveían doce, pero se redujo su número para abaratar costos, disimulan las luminarias.
El piso está formado por una gigantesca estrella de ocho puntas, impronta que identifica a Guido en todas sus obras, sobre cuya interpretación me referiré en una futura oportunidad.
En los planos originales se planteaba un diseño con el perfil de un Sol, de rayos rectos y flamígeros, similar al de la Bandera Oficial de la Nación y que, en su centro, se instalaría un motivo flamígero en bronce.
Si nos posicionamos en el punto central de la estrella y pronunciamos algunas palabras, nuestra voz se magnificará por efecto de la cúpula, cualidad acústica que algunos guías turísticos aprovechan para brindar sus explicaciones; por respeto a otros visitantes esto solo se permite si no hay más personas presentes.
Ya
saliendo
Para retirarse de la Cripta se ascienden tres escalones y se llega a un primer nivel de la segunda antesala. A cada lado se abren puertas, ambas de bronce, la izquierda corresponde a la salida de la escalera interna que evacúa a quienes han ascendido al Mirador, la derecha permite ir hacia el interior de la estructura, pero antes existe una pieza donde originalmente se emplazó un pequeño estudio de sonido/radio que antaño se usaba para los eventos realizados en el Patio Cívico. Subiendo otros cuatro peldaños se llega a un segundo nivel de la antecámara.
En el muro del frente se ve un gran escudo de la ciudad de Rosario, tallado
en mármol, que fue donado por la firma rosarina “Sucesión de Emilio Capella”
proveedora del travertino usado en el Monumento. En realidad, no se corresponde
con el modelo oficializado del blasón cívico. El emblema lo propuso el edil
Eudoro Carrasco y se oficializó por medio de la Ordenanza del 4 de mayo de
1862.
Escudo de Rosario en la Cripta, versión Guido y el diseño oficializado en 1964
Por defecto en su técnica legislativa dio lugar a decenas de interpretaciones. Consta de
un campo elíptico con un gran río abierto a la navegación; sobre el horizonte
un grupo de islas y un sol amaneciendo; en primer plano, una llanura feraz y
cultivable evidenciada por las gavillas; una hoz y un arado mansero; a los que
se suma un ancla, indicativa de ser un puerto. Complementan los atributos: una
muralla provista de almenas con tres cañones, caracterizando a una ciudad y al
mismo tiempo, a la batería “Libertad” donde ondeó por primera vez la Bandera
nacional, que se observa ondeante, sostenida por un brazo derecho colosal que
surge desde la fortificación, que según Carrasco es el de Belgrano. Dos gajos de
olivos abrazan al escudo. El diseño patrón del blasón fue oficializado por
Ordenanza Nº1.737 del año 1964 (https://www.rosario.gob.ar/normativa/ver/visualExterna.do?accion=verNormativa&idNormativa=353)
Por debajo de esta leyenda, en letras de menor volumen
están grabados en el mármol los nombres de los artistas que ejecutaron el Monumento, según es tradicional
costumbre. En primer lugar, luce el nombre de Ángel Guido, seguido de las
referencias a Bigatti y a José Fioravanti.
Inscripciones similares pueden verse en el exterior, esculpidas en la base del coloso marmóreo “El Río Paraná”. Podrá llamar la atención la ausencia de Alejandro Bustillo, quien fue cofirmante del anteproyecto “Invicta”, pero esto se explica en que, luego de presentarse al concurso se alejó del grupo de artistas por alguna diferencia con Guido, tampoco aparece en el contrato para la ejecución del memorial, por lo que con toda razón puede decirse que “Bustillo no fue el autor del Monumento a la bandera”, como lo afirma otro gran arquitecto, Ramón Gutiérrez, que también concursó en 1940.
En la pared de la derecha de la antesala se lee: “LA BANDERA QUE ALZOSE EN EL ROSARIO DEL ARGENTINO ES GLORIA O ES SUDARIO”, versos del poeta Carlos Guido y Spano (1827 -1918), hijo del célebre hombre confianza del general San Martín, Tomas Guido. La elección no es caprichosa, figuraba en el reverso de una de las medallas que se acuñaron para celebrar la colocación de la primera piedra del Monumento en 1898, con lo que establece un nexo directo entre aquel acontecimiento y la feliz inauguración concretada en 1957.
Subiendo otros cuatro escalones nos aprestamos egresar por la puerta de “La Gloria” hacia la luz, que nos reintegra el Atrio y a la realidad cotidiana. Inmediatamente se nos ofrecen a cada lado dos sólidos bancos, idénticos a los que se encuentran antes del acceso, que nos permiten sentarnos para reflexionar sobre la nuestra experiencia. No son un accidente, se hace evidente que Guido los pensó para conceder al visitante un instante que le permitiera capitalizar el momento. Esta interpretación se remarca si se considera que no hay otros muebles similares en todo el ámbito del Monumento, ni en el exterior ni los interiores.
Hemos transitado por el pasado histórico que sustenta nuestro presente de argentinos y que nos
define para protagonizar la historia vital que nos ocupa.
Apostillas
El ámbito de la Cripta se presta excepcionalmente para realizar actos oficiales e institucionales en homenaje a la Bandera y a Belgrano, aunque sus reducidas dimensiones no permiten que sean multitudinarios, lógicamente. Eventualmente caben con comodidad entre 40/60 personas. Con este número la excelente acústica hace innecesario contar con un equipo de audio. Por lo general los actos conmemorativos en el lugar comprenden la colocación de una corona cívica ante la escultura del Prócer, seguida de palabras alusivas. Es interesante reseñar que hace casi cuarenta años el “Instituto Belgraniano de Rosario” promovió que en estas ceremonias se coloque una corona de ramas verdes, usualmente laureles, a la que eventualmente puede adosarse una faja de raso con el nombre de la entidad ofertante; en vez de utilizar los clásicos tributos florales, de esta manera se entendía que era más propio de la austeridad republicana. La idea gustó y mantiene su vigencia hasta la actualidad.
En ocasiones, un trompa policial o de otra banda de música, hace un toque de silencio lo que produce un increíble impacto emocional cuando se ejecuta en ese estrecho recito.
Desde la inauguración del Monumento se hizo habitual que al llegar el 20 de Junio, se incluyera en el programa de actos oficiales del “Día de la Bandera”, que las autoridades locales y eventualmente el presidente de la Nación, si es que concurría, colocaran una ofrenda ante la escultura de Belgrano. En la ocasión los acompañaban sus funcionarios subalternos y algunos invitados especiales, entre los que no faltaba una delegación del “Instituto Belgraniano”, lógicamente. Lamentablemente esta hermosa costumbre se perdió en los últimos lustros.
Hace ya muchos años un gran incendio originado en un desperfecto eléctrico afectó profundamente al Monumento por lo que permaneció cerrado un largo periodo de tiempo. Fue entonces que se instaló en la antecámara de egreso varias vitrinas para la venta de recuerdos, lo que antes se realizaba en el acceso a la “Sala de las Banderas”. Por supuesto que no era una ubicación adecuada ya que conspiraba contra la majestuosidad del lugar. También hace décadas se colocó un teléfono público, esta vez en la primera antecámara, cuando me hice cargo de la dirección del lugar, no sin pocos trámites fue retirado, de todas maneras, la era del celular lo había tornado inútil.
Por muchos años, los feriados y fines de semana atendieron en el lugar, plenamente conscientes del honor que implica ese puesto, los excombatientes de Malvinas, Abel Pare y Víctor Zinni que, respectivamente, prestaron servicios en el Regimiento de Infantería Mecanizado 12 “General Arenales”, que combatió en “Pradera del Ganso”, y en el buque tanquero A.R.A. “Punta Médanos”, que estuvo bajo fuego enemigo en alta mar. Desgraciadamente la pandemia se cobró la vida del primero, en el curso del año pasado. Su recuerdo quedará permanentemente ligado a la Cripta.
Debido a las condiciones lumínicas del interior de la Cripta, con las antiguas cámaras fotográficas era necesario emplear flash para documentar la visita. El advenimiento de los teléfonos celulares permite obtener una selfi que incluya a la escultura de Belgrano con toda comodidad, por esto, hoy es habitual que los turistas difundan en las redes fotografías tomadas en el lugar.
También en la Cripta, inaccesible, se encuentra un testimonio que firmó Guido, junto a todos los profesionales y obreros que trabajaron en la obra del Monumento.
Cuando se concibió al Monumento a la Bandera, hace casi ochenta años atrás, no existía la sensibilidad actual por las personas con discapacidades motrices. La Cripta está precedida de numerosas pequeñas escaleras que hacen insalvable el acceso con silla de ruedas y que generan un gran esfuerzo a quienes se desplazan con bastones o prótesis. Los estudios orientados a superar estas barreras físicas han sido muchos y sin resultado satisfactorio. La adaptación de elementos técnicos que ayuden a franquear estos numerosos tramos escalonados hacen impracticable su colocación y los ángulos de pendientes posibles no permiten colocar rampas adecuadas. Una verdadera pena, pero la posibilidad está más allá de la voluntad de las autoridades.
Un párrafo final que solo pueden aportar los que
tuvieron la dicha de recorrer la Cripta cuando está cerrada al público. Con las luces apagadas, la falta de conexión
física entre el recinto central y el exterior, solo se filtra la claridad solar
por entre el marco de las grandes y pesadas puertas laterales, si a esto se agrega
el silencio, se genera un clima atemporal donde la sombra de la escultura del Prócer
da lugar a profundas emociones. Más aún, he tenido oportunidad recorrer la Cripta
en horas de la noche y al estar apagadas las luces, el ámbito queda sumido en
una oscuridad uterina, los pasos
reverberan, la respiración clama, es un mundo irreal, con algo de magia. En el
silencio es imposible no sentirse transportado a otra dimensión. La experiencia es única, magnífica. Al
encender una linterna uno se transporta a otra realidad, similar a la que deben
experimentar los espeleólogos. Que yo sepa nadie que haya protagonizado esto ha
sentido la presencia de ningún prócer, pero la sensación de irrealidad
verdaderamente impacta.
Nota: se agradece la información recibida de la museóloga Elvira Fernández referente a la piedra fundamental.
Observación: esta publicación integra la Serie "Crónicas del Monumento a la Bandera"
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