El coronel Belgrano rumbo a Rosario: 1812
Un joven Manuel Belgrano,
imagen que perteneció a la colección de Florian Pauke
Semblanza del relato que nos dejó el todavía coronel Manuel Belgrano sobre la marcha que realizó en hacia el poblado de Rosario, lugar donde el 27 de febrero de 1812 izó por primera vez la Bandera nacional argentina.
Por Miguel Carrillo Bascary
Más de 200 años separan a los rosarinos que vieron
llegar al entonces coronel Manuel Belgrano de aquellos que hoy vivimos en esta
ciudad. Fue el 7 de febrero de 1812 cuando los seiscientos vecinos de la
capilla del Rosario, en el Pago de los Arroyos, recibieron a las tropas que
venían a defender el Litoral del pillaje de los navíos realistas que pretendían
avituallar a la sitiada ciudad de Montevideo. Ignoraban que, veinte días más
tarde, aquel jefe colocaría a su pequeña aldea en la historia grande de la Patria. No sería con un
glorioso hecho de armas, sino con el sencillo gesto de izar la bandera blanca y
celeste que tiempo más tarde identificaría a la Nación argentina.
El
Diario de Marcha
De la pluma del propio Belgrano nos ha llegado el
relato de aquellos días; son unas pocas hojas halladas en un remate, rescatadas
en forma casi milagrosa por el locutor y bibliófilo Antonio Carrizo. La
Academia Nacional de la Historia ,
a través de uno de sus miembros, Ernesto Fitte, autenticó y comentó este
Diario; que el Instituto Belgraniano Nacional difunde desde 1995[1].
Dijo su entonces titular, el profesor Aníbal Luzuriaga, “son quince días inolvidables, donde nuestro héroe va anotando y
rescatando para la historia los aspectos físicos, sociales, económicos y
religiosos de cada etapa que recorre al frente de sus tropas; que sobrevivirán
al cansancio, al calcinante sol y a la falta de agua”[2].
Escrito a la luz de un candil, al terminar el día de
agotador avance, el Diario nos aproxima al sentir íntimo de aquel abogado,
brillante administrador y militar fogueado, que ya era Belgrano en 1812. Estas
líneas revelan sus actitudes tácticas y la señalada visión estratégica que
poseía.
Portada de la publicación mencionada.
Primera edición 1995
Hacia
el Rosario
A fines de 1811 Belgrano era absuelto de toda
responsabilidad por el fracaso de la expedición al Paraguay. Reconociendo sus
méritos se lo coloca al mando del cuerpo de Patricios, principal cuerpo armado
del gobierno de entonces. Nuestro hombre enfrenta en solitario a la tropa
próxima sublevarse instigada por una facción política. Su presencia demora el
pronunciamiento pero en la noche estalla el “motín de las trenzas”[3].
El orden se restablece a precio de sangre, el ánimo de la tropa queda humillado,
el resentimiento abunda. Como signo de sumisión los “Patricios” pierden las coletas
que usaban como distintivo honroso y su glorioso nombre, reemplazado por el de
“Regimiento Nº5”, de infantería[4].
El 23 de febrero Belgrano cumple con la orden de marchar hacia Rosario.
La tropa avanza a pie; los oficiales en unos pocos caballos; su jefe en
carruaje[5].
Dieciséis carretas tiradas por bueyes cargan las municiones, el equipo
accesorio y algunos alimentos; mas tarde trasladarán, también, a los soldados
cuyos pies se cubren de llagas por la dura caminata y el calzado inapropiado.
Belgrano comprende que es necesario fortalecer el espíritu militar de
sus hombres. En cada alto del camino aprovecha para afianzar la disciplina y la
capacidad de combate. El 26 de enero la expedición oye misa; y consta que el 29
y el 30 todos rezan el Santo Rosario. Es factible que también lo hicieran en
otras oportunidades pues Belgrano cultivaba esta práctica piadosa y la hacía
extensiva a sus tropas.
Las notas de Belgrano marcan las etapas recorridas; hilvanando el
viejo camino de postas que corría a la vera del río Paraná a partir de la
ciudad de Buenos Aires: San José de Flores; Morón; Escobar; Luján; Areco;
Arrecifes; Fontezuelas y Arroyo Seco; última posta antes de llegar al núcleo
poblada llamado “Capilla del Rosario”.
El relato mantiene una constante,
apuntada también por muchos viajeros de la época: la monotonía y soledad de la
pampa cubierta por extensos cardales que en ocasiones llegan a los hombros de
los infantes; la falta casi total de abrevaderos, con la resultante de una sed
abrasadora alimentada por el Sol canicular de enero e incrementada por el polvo
levantado por los pies de unos ochocientos soldados.
Diagrama
estimativo del recorrido de Belgrano al ingresar a Rosario, elaborado por el
autor y publicado por primera vez en la portada del diario “La Capital”, edición
del 20 de junio de 2006
(se
autoriza su reproducción, con la debida cita)
Es el 7 de febrero de 1812 en las inmediaciones de
la posta a cargo de María Gómez, pago de Arroyo Seco. Para mitigar los efectos
del calor, al salir la Luna ,
a eso de la una y media de la mañana, la expedición reinicia su avance. A poco vadea
el cañadón del arroyo Saladillo. Allí Belgrano manda que la tropa se forme en columna
y que marche "a banderas desplegadas[6]" para elevar el espíritu marcial de sus hombres y alentar a los pobladores que
esperaban encontrar.
Anoticiados por un piquete avanzado, los rosarinos
salen al camino a recibir a su ilustre visitante (a quién bien recordaban de su
paso hacia el Paraguay, en septiembre de 1810 y de una posterior estada en
1811[7]).
Dice la tradición que la comitiva formada por el comandante de la milicia
local, el capitán Pedro Moreno, el Alcalde de Hermandad (Alexo Grandoli) y
algunos vecinos encontró a la columna en el paraje que hoy coincidiría con la
esquina de las calles Alem[8]
y Virasoro (ciudad de Rosario). Existía allí la llamada “posta del Rosario” consignada a cargo de Gregorio Aguirre. Se acepta que en este lugar Belgrano dejó
el carruaje donde venía y montó a caballo para encabezar la marcha de su regimiento.
La hueste continuó el avance siguiendo la traza de
la actual calle Buenos Aires (antiguo "camino real". A eso de las once y treinta de la mañana irrumpió
en la humilde plaza Mayor[9]
del poblado (se trataba de un espacio abierto, sin árboles ni ornatos,
atravesado diagonalmente por la huella que unía las actuales calles Buenos
Aires y Santa Fe, prolongaciones naturales de los caminos hacia estas
ciudades). Quedaba encuadrada por la primitiva capilla[10] donde se veneraba a la Virgen del Rosario,
su pequeño cementerio aledaño, unas pocas casas de adobe[11]
y mayoría de ranchos.
Frente al resto de los pobladores reunidos. Belgrano
se esfuerza en dar una buena impresión: ordena que sus hombres se formen en la
plaza y dispone que las banderas se depositen con la debida solemnidad en la
casa que se le ofrece para residencia[12]. Según las costumbres de entonces habrá arengado a sus hombres y estimulado el patriotismo de los lugareños invitándolos a colaborar en las obras defensivas que debía establecer. Terminado el acto y como faltaban comodidades suficientes en el pueblo la tropa
acampó en cuarenta tiendas de lona, bajo una tupida arboleda que algunos dicen
se ubicaba en la costa, hacia el Sur. Las municiones y demás enseres se guardaron en otras construcciones del pueblo[13].
Belgrano no perdió tiempo, de inmediato se avocó a las tareas necesarias para
hacer adelantar la construcción de las baterías de cañones sobre el río Paraná,
necesarias para disuadir los desembarcos a saco de los realistas. Una posterior
misiva de Belgrano cuenta que al día siguiente de su llegada se desató una
fortísima tormenta de verano que alivió a sus cansados efectivos pero arrastró sus carpas hacia el río.
El relato autógrafo se corta en la tarde de aquel 7
de febrero. Es indudable que la febril actividad a que se vio obligado para
cumplir su cometido restó al prócer aún los breves momentos que dedicaba al
diario de la expedición.
Días
históricos
Lo que ocurrió más tarde nos resulta más conocido: el 13 de febrero
Belgrano escribió al Triunvirato solicitando que se creara una "escarapela
nacional"; el 18 se emitió el decreto respectivo. Pocos días más tarde se conoció la noticia en Rosario y, se estima, que Belgrano habrá solicitado a las
matronas rosarinas que cosieran las primeras escarapelas[14]
de la Patria.
La historia argentina siempre lamentará aquel exceso
de trabajo que impidió a Belgrano continuar con su relato y que nos privó de
conocer de su propio puño y letra los pormenores del día grande de Rosario, aquél en
que por primera vez tremoló el pabellón blanco y celeste sobre la terrosa
barranca “de las ceibas”[15],
mientras que el Sol, aún ausente de aquel paño[16],
avanzaba hacia su ocaso recortando la sencilla silueta de la capilla de Nuestra
Señora del Rosario, evidencia de la fuerza espiritual que núcleo a ese pequeño poblado.
Observación: ya anciano, Antonio Carrizo se desprendió del valioso manuscrito que fue comprado por la "Fundación para la Democracia Internacional", institución con asiento en la ciudad de Rosario, con el objetivo de exponerlo en el "Museo de la Democracia" que se encuentra en formación.
Notas y referencias
[1] http://manuelbelgrano.gov.ar/seccion-biblioteca/diario-de-marcha-del-coronel-belgrano-a-rosario-y-diario-militar-del-exto-auxiliador-del-peru/
[2] “Diario de Marcha”, Introducción. INB, 1995. Luzuriaga es
presidente del Inst. Nacional Belgraniano.
[3] Se ha probado que el motín fue alentado por la fracción saavedrista
y el deán Funes.
[4] El nombre de “Patricios” sería restablecido el 20 de julio de 1812, a pedido de Belgrano.
[5] El mismo que utilizará poco después para ir hacia el Norte. Hoy se
preserva en el Museo de Luján.
[6] Se trataban de las antiguas banderas españolas, que aún empleaban
las tropas patrias. La “coronela”, roja con el blasón real y la “miliciana”, blanca
con la “cruz de Borgoña” (formando una X, "souter"), también roja.
[7] Fue en ocasión de la misión diplomática que Belgrano cumplió en
Paraguay, junto a su amigo, vecino de Rosario, Vicente Anastasio Echeverría,
cuyos restos descansan en nuestra iglesia Catedral.
[8] Durante muchos años se llamó “Belgrano”, quizás recordando la
tradición de la llegada del prócer. La ordenanza Nº 7 de 1899 designó con el
nombre del creador de la
Bandera a la avenida que hoy lo honra.
[9] Así la denomina Belgrano en su “Diario”.
[10]
Era la construida en 1801 (se mantendría hasta 1834), reemplazando a la
primitiva, de 1762.
[11]
El padrón levantado en 1815 (dado a conocer en 1816) dice que existían solo 16
casas con techo de tejas; sobre un total de 131; distribuidas muy
irregularmente.
[12]
El historiador Wladimir Mikielievich consideraba que Belgrano se hospedó en la
casa de Catalina Echevarría de Vidal, que estaba sobre la calle hoy llamada “Córdoba”.
Otro estudioso rosarino, Carlos Giannone estima que pudo ser en casa del doctor
Vicente A. Echeverría, sobre la actual calle “Bs. Aires”.
[13]
Quizás en el depósito que fuera del comerciante Pedro Tuella, padre adoptivo de Catalina y Vicente Echevarría..
[14]
Por entonces las escarapelas eran mucho más grandes que las actuales; tendrían
unos cinco centímetros de diámetro; lo que permitía que fueran identificadas
durante el combate cuerpo a cuerpo. En su origen tuvieron el centro celeste y la corona blanca, como lo atestigua la iconografía de la época.
[15]
Coincidente hoy con el emplazamiento del Monumento Nacional a la Bandera. La barranca
tenía más de 20 metros
de alto, a sus pies se hallaba el “bajo de los sauces”, terreno indudable en
época estival.
[16] Recién en 1818 el Congreso General dispondrá que el Sol figure en
la Bandera.
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