viernes, 11 de marzo de 2016

Belgrano marcha hacia Rosario

El coronel Belgrano rumbo a Rosario: 1812

 Un joven Manuel Belgrano, imagen que perteneció a la colección de Florian Pauke

Semblanza del relato que nos dejó el todavía coronel Manuel Belgrano sobre la marcha que realizó en hacia el poblado de Rosario, lugar donde el 27 de febrero de 1812 izó por primera vez la Bandera nacional argentina.

Por Miguel Carrillo Bascary

Más de 200 años separan a los rosarinos que vieron llegar al entonces coronel Manuel Belgrano de aquellos que hoy vivimos en esta ciudad. Fue el 7 de febrero de 1812 cuando los seiscientos vecinos de la capilla del Rosario, en el Pago de los Arroyos, recibieron a las tropas que venían a defender el Litoral del pillaje de los navíos realistas que pretendían avituallar a la sitiada ciudad de Montevideo. Ignoraban que, veinte días más tarde, aquel jefe colocaría a su pequeña aldea en la historia grande de la Patria. No sería con un glorioso hecho de armas, sino con el sencillo gesto de izar la bandera blanca y celeste que tiempo más tarde identificaría a la Nación argentina.


El Diario de  Marcha

De la pluma del propio Belgrano nos ha llegado el relato de aquellos días; son unas pocas hojas halladas en un remate, rescatadas en forma casi milagrosa por el locutor y bibliófilo Antonio Carrizo. La Academia Nacional de la Historia, a través de uno de sus miembros, Ernesto Fitte, autenticó y comentó este Diario; que el Instituto Belgraniano Nacional difunde desde 1995[1]. Dijo su entonces titular, el profesor Aníbal Luzuriaga, “son quince días inolvidables, donde nuestro héroe va anotando y rescatando para la historia los aspectos físicos, sociales, económicos y religiosos de cada etapa que recorre al frente de sus tropas; que sobrevivirán al cansancio, al calcinante sol y a la falta de agua[2].
Escrito a la luz de un candil, al terminar el día de agotador avance, el Diario nos aproxima al sentir íntimo de aquel abogado, brillante administrador y militar fogueado, que ya era Belgrano en 1812. Estas líneas revelan sus actitudes tácticas y la señalada visión estratégica que poseía.
Portada de la publicación mencionada. Primera edición 1995

Hacia el Rosario

A fines de 1811 Belgrano era absuelto de toda responsabilidad por el fracaso de la expedición al Paraguay. Reconociendo sus méritos se lo coloca al mando del cuerpo de Patricios, principal cuerpo armado del gobierno de entonces. Nuestro hombre enfrenta en solitario a la tropa próxima sublevarse instigada por una facción política. Su presencia demora el pronunciamiento pero en la noche estalla el “motín de las trenzas”[3]. El orden se restablece a precio de sangre, el ánimo de la tropa queda humillado, el resentimiento abunda. Como signo de sumisión los “Patricios” pierden las coletas que usaban como distintivo honroso y su glorioso nombre, reemplazado por el de “Regimiento Nº5”, de infantería[4].

El 23 de febrero Belgrano cumple con la orden de marchar hacia Rosario. La tropa avanza a pie; los oficiales en unos pocos caballos; su jefe en carruaje[5]. Dieciséis carretas tiradas por bueyes cargan las municiones, el equipo accesorio y algunos alimentos; mas tarde trasladarán, también, a los soldados cuyos pies se cubren de llagas por la dura caminata y el calzado inapropiado.
           Belgrano comprende que es necesario fortalecer el espíritu militar de sus hombres. En cada alto del camino aprovecha para afianzar la disciplina y la capacidad de combate. El 26 de enero la expedición oye misa; y consta que el 29 y el 30 todos rezan el Santo Rosario. Es factible que también lo hicieran en otras oportunidades pues Belgrano cultivaba esta práctica piadosa y la hacía extensiva a sus tropas.
         Las notas de Belgrano marcan las etapas recorridas; hilvanando el viejo camino de postas que corría a la vera del río Paraná a partir de la ciudad de Buenos Aires: San José de Flores; Morón; Escobar; Luján; Areco; Arrecifes; Fontezuelas y Arroyo Seco; última posta antes de llegar al núcleo poblada llamado “Capilla del Rosario”. 
            El relato mantiene una constante, apuntada también por muchos viajeros de la época: la monotonía y soledad de la pampa cubierta por extensos cardales que en ocasiones llegan a los hombros de los infantes; la falta casi total de abrevaderos, con la resultante de una sed abrasadora alimentada por el Sol canicular de enero e incrementada por el polvo levantado por los pies de unos ochocientos soldados.

La llegada

Diagrama estimativo del recorrido de Belgrano al ingresar a Rosario, elaborado por el autor y publicado por primera vez en la portada del diario “La Capital”, edición del 20 de junio de 2006 
(se autoriza su reproducción, con la debida cita)

Es el 7 de febrero de 1812 en las inmediaciones de la posta a cargo de María Gómez, pago de Arroyo Seco. Para mitigar los efectos del calor, al salir la Luna, a eso de la una y media de la mañana, la expedición reinicia su avance. A poco vadea el cañadón del arroyo Saladillo. Allí Belgrano manda que la tropa se forme en columna y que marche "a banderas desplegadas[6]para elevar el espíritu marcial de sus hombres y alentar a los pobladores que esperaban encontrar.

Anoticiados por un piquete avanzado, los rosarinos salen al camino a recibir a su ilustre visitante (a quién bien recordaban de su paso hacia el Paraguay, en septiembre de 1810 y de una posterior estada en 1811[7]). Dice la tradición que la comitiva formada por el comandante de la milicia local, el capitán Pedro Moreno, el Alcalde de Hermandad (Alexo Grandoli) y algunos vecinos encontró a la columna en el paraje que hoy coincidiría con la esquina de las calles Alem[8] y Virasoro (ciudad de Rosario). Existía allí la llamada “posta del Rosario” consignada a cargo de Gregorio Aguirre. Se acepta que en este lugar Belgrano dejó el carruaje donde venía y montó a caballo para encabezar la marcha de su regimiento.
La hueste continuó el avance siguiendo la traza de la actual calle Buenos Aires (antiguo "camino real". A eso de las once y treinta de la mañana irrumpió en la humilde plaza Mayor[9] del poblado (se trataba de un espacio abierto, sin árboles ni ornatos, atravesado diagonalmente por la huella que unía las actuales calles Buenos Aires y Santa Fe, prolongaciones naturales de los caminos hacia estas ciudades). Quedaba encuadrada por la primitiva capilla[10] donde se veneraba a la Virgen del Rosario, su pequeño cementerio aledaño, unas pocas casas de adobe[11] y mayoría de ranchos.

Frente al resto de los pobladores reunidos. Belgrano se esfuerza en dar una buena impresión: ordena que sus hombres se formen en la plaza y dispone que las banderas se depositen con la debida solemnidad en la casa que se le ofrece para residencia[12]. Según las costumbres de entonces habrá arengado a sus hombres y estimulado el patriotismo de los lugareños invitándolos a colaborar en las obras defensivas que debía establecer. Terminado el acto y como faltaban comodidades suficientes en el pueblo la tropa acampó en cuarenta tiendas de lona, bajo una tupida arboleda que algunos dicen se ubicaba en la costa, hacia el Sur. Las municiones y demás enseres se guardaron en otras construcciones del pueblo[13]. Belgrano no perdió tiempo, de inmediato se avocó a las tareas necesarias para hacer adelantar la construcción de las baterías de cañones sobre el río Paraná, necesarias para disuadir los desembarcos a saco de los realistas. Una posterior misiva de Belgrano cuenta que al día siguiente de su llegada se desató una fortísima tormenta de verano que alivió a sus cansados efectivos pero arrastró sus carpas hacia el río.

El relato autógrafo se corta en la tarde de aquel 7 de febrero. Es indudable que la febril actividad a que se vio obligado para cumplir su cometido restó al prócer aún los breves momentos que dedicaba al diario de la expedición.

Días históricos

Lo que ocurrió más tarde nos resulta más conocido: el 13 de febrero Belgrano escribió al Triunvirato solicitando que se creara una "escarapela nacional"; el 18 se emitió el decreto respectivo. Pocos días más tarde se conoció la noticia en Rosario y, se estima, que Belgrano habrá solicitado a las matronas rosarinas que cosieran las primeras escarapelas[14] de la Patria. 
        El 27 de febrero las tropas acantonadas lucieron las nuevas divisas; con seguridad que muchos rosarinos también las llevarían al pecho, exteriorizando los sentimientos que los animaban.  Ese mismo día,  veinte días más tarde de aquella, su tercera llegada al Rosario, el coronel Manuel Belgrano dispuso el primer izamiento de la que sería nuestra Enseña nacional. Cuenta la tradición mayoritaria que María Catalina tuvo el impensado privilegio de confeccionarla con sus propias manos de mujer.

La historia argentina siempre lamentará aquel exceso de trabajo que impidió a Belgrano continuar con su relato y que nos privó de conocer de su propio puño y letra los pormenores del día grande de Rosario, aquél en que por primera vez tremoló el pabellón blanco y celeste sobre la terrosa barranca “de las ceibas”[15], mientras que el Sol, aún ausente de aquel paño[16], avanzaba hacia su ocaso recortando la sencilla silueta de la capilla de Nuestra Señora del Rosario, evidencia de la fuerza espiritual que núcleo a ese pequeño poblado.

Observación: ya anciano, Antonio Carrizo se desprendió del valioso manuscrito que fue comprado por la "Fundación para la Democracia Internacional", institución con asiento en la ciudad de Rosario, con el objetivo de exponerlo en el "Museo de la Democracia" que se encuentra en formación.



Notas y referencias

[1] http://manuelbelgrano.gov.ar/seccion-biblioteca/diario-de-marcha-del-coronel-belgrano-a-rosario-y-diario-militar-del-exto-auxiliador-del-peru/
[2] “Diario de Marcha”, Introducción. INB, 1995. Luzuriaga es presidente del Inst. Nacional Belgraniano.
[3] Se ha probado que el motín fue alentado por la fracción saavedrista y el deán Funes.
[4] El nombre de “Patricios” sería restablecido el 20 de julio de 1812, a pedido de Belgrano.
[5] El mismo que utilizará poco después para ir hacia el Norte. Hoy se preserva en el Museo de Luján.
[6] Se trataban de las antiguas banderas españolas, que aún empleaban las tropas patrias. La “coronela”, roja con el blasón real y la “miliciana”, blanca con la “cruz de Borgoña” (formando una X, "souter"), también roja.
[7] Fue en ocasión de la misión diplomática que Belgrano cumplió en Paraguay, junto a su amigo, vecino de Rosario, Vicente Anastasio Echeverría, cuyos restos descansan en nuestra iglesia Catedral.
[8] Durante muchos años se llamó “Belgrano”, quizás recordando la tradición de la llegada del prócer. La ordenanza Nº 7 de 1899 designó con el nombre del creador de la Bandera a la avenida que hoy lo honra.
[9] Así la denomina Belgrano en su “Diario”.
[10] Era la construida en 1801 (se mantendría hasta 1834), reemplazando a la primitiva, de 1762.
[11] El padrón levantado en 1815 (dado a conocer en 1816) dice que existían solo 16 casas con techo de tejas; sobre un total de 131; distribuidas muy irregularmente.
[12] El historiador Wladimir Mikielievich consideraba que Belgrano se hospedó en la casa de Catalina Echevarría de Vidal, que estaba sobre la calle hoy llamada “Córdoba”. Otro estudioso rosarino, Carlos Giannone estima que pudo ser en casa del doctor Vicente A. Echeverría, sobre la actual calle “Bs. Aires”.
[13] Quizás en el depósito que fuera del comerciante Pedro Tuella, padre adoptivo de Catalina y Vicente Echevarría..
[14] Por entonces las escarapelas eran mucho más grandes que las actuales; tendrían unos cinco centímetros de diámetro; lo que permitía que fueran identificadas durante el combate cuerpo a cuerpo. En su origen tuvieron el centro celeste y la corona blanca, como lo atestigua la iconografía de la época.
[15] Coincidente hoy con el emplazamiento del Monumento Nacional a la Bandera. La barranca tenía más de 20 metros de alto, a sus pies se hallaba el “bajo de los sauces”, terreno indudable en época estival.
[16] Recién en 1818 el Congreso General dispondrá que el Sol figure en la Bandera.

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