Protocolo con la cara encubierta
Por Miguel Carrillo Bascary
Avanzando hacia una “nueva normalidad” determinada por la
pandemia, desde las disciplinas que componen la gran rama del Ceremonial nos adentramos
en desconocidos territorios.
Quienes nos ocupamos de esta materia hemos
de abrir caminos que no sospechábamos a finales del año 2019. Sin embargo, como
toda crisis es una oportunidad para reinventarnos
incentivados por las novedades que nos desafían.
La proyección de la imagen institucional y personal es un
campo donde hemos de replantear un bagaje de conceptos propios de nuestra
disciplina. La explosión del uso de las
redes sociales potencia a niveles astronómicos los actos y ceremonias, de
manera que cualquier error; cualquier anormalidad se magnifica en forma exponencial y pueden afectar
negativamente a las personalidades y entidades involucradas.
En los últimos meses el aprendizaje ha
sido empírico, caótico, casi sin reglas. Esto puso en evidencia la necesidad de algún ordenamiento, no por
el orden mismo sino porque en el mundo de las relaciones públicas dependemos de
los códigos sociales para
comunicarnos con nuestros semejantes.
Pareciera vano que, sumergidos en las
turbulentas aguas de muerte, desazón y crisis, pensemos en convencionalismos sociales,
pero convengamos que como seres humanos nada
de lo humano nos es ajeno (1)
El hombre es un ser social y estamos determinados a vivir en sociedad por más
dramáticas que sean las circunstancias. Por eso, no podemos soslayar nuestra
necesidad de interactuar.
En las líneas que siguen intentaré
presentar algunos temas vinculados al
Ceremonial y a la imagen institucional como hipótesis de discusión, en la
esperanza de que sirvan de disparador para adaptarnos a estos tiempos.
La novedad del barbijo
Para iniciar el enfoque partiré de un
elemento que parece haber llegado para quedarse; al menos por algún tiempo: el barbijo; mascarilla; cubreboca o tapaboca, un adminículo sobre el que
aún no nos ponemos de acuerdo como llamarlo. Por ahora los usaré como sinónimos.
Tratemos de formular una descripción. Básicamente, la mascarilla
es una prenda de uso personal que recubre la mitad inferior del rostro (nariz;
boca y mentón) estableciendo una barrera física que incide sobre nuestra
respiración y vocalización; pero también limita la expresividad del rostro
condicionando nuestro principal medio vinculación con el entorno, con lo que se
complica el diálogo interpersonal ya que obstruye la forma en que nos
percibimos mutuamente con nuestro interlocutor.
Desde lo funcional el tapaboca opera
como barrera profiláctica en un
doble sentido; impide proyectar micro gotas de saliva y nos protege de las
emitidas, pero también expresa nuestra sensibilidad hacia el prójimo ya que con
esto garantizamos nuestro respeto a su salud.
No está lejano el tiempo en que mirábamos
con extrañeza y hasta con cierta pena, a los habitantes de ciudades sometidas a
un alto nivel de polución, obligados
a usar barbijos para proteger sus vías respiratorias.
Hasta la declaración de la pandemia
creíamos tener entendido que el barbijo
era un elemento profesional para el uso de personal médico en
circunstancias particularmente críticas, como las cirugías y el tratamiento de
pacientes infecciosos. Ampliando nuestra óptica, el elemento también tenía su
vigencia en otros campos de la actividad humana; por ejemplo: en las industrias
alimentarias y químicas; en la farmacéutica; en talleres de pinturas; en
laboratorios; etc. Hoy son los que más abundan en las calles.
En las primeras semanas de la crisis
la comunidad médica mundial debatió sobre la efectividad del medio. Las
estadísticas probaron dramáticamente que el
barbijo sirve, y mucho.
Precisamente, debido a esta última
función el uso el tapaboca deja de ser un gesto vinculado a nuestro confort y
seguridad personal para transformarse en una elemental muestra de consideración hacia el resto de la sociedad.
Este es el axioma que define por qué debe usarse.
Hoy podemos afirmar, sin hesitación,
que no usar tapaboca es una falta total
de educación; y que su falta es una verdadera
agresión; equivalente a salivar; echar el humo en el rostro del
interlocutor o cualquier otro tipo de gesto similar. Creo que nos entendemos.
Siempre habrá quién se resista esgrimiendo mil y un argumento, en la misma forma
en que durante muchos años se debatió sobre el fumar en un lugar cerrado con
presencia de otras personas.
Más aún, hay y habrá temperamentos trasgresores que lo
rechazar como un gesto de negación a la realidad o como una manifestación del
egoísmo personal, lo que encubre una malentendida omnipotencia humana. En este
sentido el ejemplo paradigmático es el actual presidente de los Estados Unidos,
cuyos caprichos lucen desmesurados, hasta para sus propios seguidores.
Trump se negó a usar el cubreboca que se le entregó
En definitiva, la mascarilla hoy ha irrumpido en la vida cotidiana y ya es imprescindible; lo que se magnifica
en situaciones vinculadas a la imagen personal e institucional. Ni qué decir en
actividades vinculadas con el Ceremonial.
¿Debe usarse en toda situación social?
Es evidente que, en principio, sí;
aunque, tomando como referencia las experiencias más cercanas, podemos señalar
algunas excepciones, donde se
justificaría lo contrario.
En ciertos países el elemento es de uso obligatorio en toda situación que
implique transitar; usar transportes colectivos o estar en contacto con
público; por lo tanto, la discusión queda zanjada. En toda sociedad organizada
se supone que la norma responde al bien común y que no está hecha para molestar
a los ciudadanos.
Sin embargo, aun cuando el empleo del
barbijo sea facultativo su uso será signo de sensibilidad y empatía para
con el otro, habida cuenta de la función protectora que implica.
Algunas puntualizaciones de pública referencia
Seguidamente trataré sobre excepciones
y también plantearé ciertos interrogantes. Antes que nada, hago abstracción de médicos y personal de la salud, quienes
deberían ser un paradigma en el buen uso del tapabocas.
1.- Autoridades
Ellas componen el grupo social que más obligado está de cumplir con el uso de mascarilla
como los más decididos observantes. Esta actitud debe llevarse al extremo, en todo momento.
Es lamentable pero la crónica diaria
nos aporta anti-ejemplos muy
evidentes que, reitero, impactan negativamente en la imagen personal e
institucional.
Caracterizo bajo el término de “autoridades” a los miembros de los poderes políticos desde las más
altas jerarquías; comprendiendo también a los agentes de policía; empleados
públicos y a quienes colaboren en tareas de asistencia social. Las infracciones
a este nivel deberían ser celosamente controladas por sus superiores.
Un capítulo especial lo constituyen
los protagonistas del poder y los miembros de su staff (asesores;
secretarios; custodios; choferes; etc. comprendidos los mozos que suelen
aparecer en público sirviendo algún café)
En recientes actos cívicos hemos visto el excelente
ejemplo de uso de sobrios cubrebocas que presentaron los Granaderos y Patricios. Han sido un ejemplo patente del correcto
uso de estos elementos de seguridad. Enhorabuena; así como en la Historia son
prototipos de entrega en esta emergencia nuevamente se nos presentan como
modelos a seguir.
Lo dicho podemos extenderlo a otros actores sociales: miembros de
entidades empresarias; sindicales y de fuerzas vivas de todo tipo. Ellos no
ejercen una función gubernamental pero su rol dirigencial los presenta como
referentes ante la sociedad.
En resumen, quienes detentan cualquier grado de autoridad deben dar ejemplo y
presentarse con barbijo en toda situación con excepción de aquellas en las que
existan circunstancias en donde haya el suficiente distanciamiento con sus
interlocutores e, incluso, con sus ocasionales acompañantes.
No hacerlo así es transformarse en un anti modelo, con negativa incidencia en el espíritu
social; ya que implica aparecer como trasgresores bajo el bill de intimidad de su cargo; en suma,
como personas privilegiadas, más allá de la ley y hasta con una total falta de
respeto para con la salud de sus interlocutores y el público; lo que siempre
será odioso para los que componemos el vulgo.
Es lógico que autoridades de cierto nivel quieran capitalizar su presentación
pública al máximo posible y que para esto el tapaboca es un obstáculo, pero
considero deben resignar sus legítimas expectativas atento a la función rectora
que tienen en la sociedad; precisamente. Para estos casos y similares, la tecnología permite contar con mascarillas personalizadas.
Si la autoridad protagoniza una conferencia de prensa formal, donde los
entrevistadores se encuentran distanciados, sería válido que no tuviera el cubreboca
colocado; excepto que se encuentre flanqueada por otras autoridades o
colaboradores con los que no guarde la distancia aconsejada como prudencial
(metro y medio).
Si no está previsto que hablen los miembros de su entorno, estos tendrían
que mostrarse con tapaboca, lógicamente. Si los mismos deben hacer uso de la
palabra con cualquier rol, podrían no usar el elemento de seguridad, a
condición de que medie el distanciamiento de seguridad.
El armado de un dispositivo de
Ceremonial que permita amplia separación
entre los presentes debería ser una opción capital.
Hemos visto incluso sesiones parlamentarias donde quienes
presidían no usaron barbijo, lo que en principio habría estado bien ya que se encontraban
distanciados de los miembros del cuerpo sentados en sus bancas a mayor distancia
que la sanitaria. Sin embargo, contravinieron
toda prudencia ya que estuvieron flanqueados de colaboradores con los que
no guardaban la distancia profiláctica; bien que estos sí empleaban mascarilla. La situación fue muy comentada en todos los medios.
Para todos estos casos, el principio general es que el funcionario es
quien más debe dar ejemplo, cualquiera que sea su jerarquía. Cuanto mayor
sea su rango, mayor deber tendrá de usar tapaboca. Bien reza el dicho: “más se predica con el ejemplo que con la
palabra”.
Seguidamente vemos una situación
contradictoria:
Ni qué hablar cuando a la falta de
cubreboca se suman contactos físicos totalmente desaconsejados por un mínimo de
prevención; ya que, si en la jurisdicción no existen evidencias de contagios, el funcionario visitante muy bien podría ser
portador ¡Dios no lo quiera!
Ciudad de Formosa 29 de
mayo 2020
2.- Comunicadores sociales
Es evidente que el capital rol que desempeñan demanda que
al momento de salir al aire en el plató estén exentos de usar cubreboca; sin
embargo, por razones de ejemplaridad habrán de mantener la mayor separación
posible entre sí y evitar toda
manifestación que implique contacto físico (besos; abrazos; apretones de
manos; compartir el mate; etc.); lo mismo vale para los entrevistados.
En situación de calle es fundamental que siempre se presenten con sus cubrebocas
bien colocados y que mantengan la distancia con sus colegas e interlocutores
empleando bastones con sus micrófonos. Esta conducta también será una muestra de consideración para con los
entrevistados.
3.- Sacerdotes y ministros durante el desarrollo de un
culto
También en estos casos la ejemplaridad es fundamental. En
misas y otras ceremonias on line, al
igual que para los comunicadores, podemos admitir que no usen cubreboca, a
condición de que mantengan la distancia con sus acólitos y colaboradores. Estos
y los feligreses (cuando se admitan) han de guardar la distancia profiláctica y
mantenerse siempre con barbijo.
Un detalle, si en el culto se comparte algún elemento será
pertinente que se frote con alcohol luego de ser tocado por cualquier participante.
4.- Conferencistas; docentes y panelistas
Los protagonistas de las actividades
implicadas en estos roles también podrían quedar exentos de usar tapabocas, a
condición de que guarden las mismas
prevenciones apuntadas para los casos ya vistos. Lo ideal será que lo usen
y que se lo quiten transitoriamente cuando deban hablar.
5.- Personas con hipoacusia
Muchas personas con esta discapacidad cuentan
como medio de socialización con su habilidad para “leer los labios”; obvio que
el cubreboca lo impide, por lo que el resto de los mortales deberíamos
conmovernos ante lo dramático de la situación. Esto merece consideraciones muy
especiales que demandan un debate mayor. Anoto sí que hay cubrebocas compuestos
por una placa de material transparente,
pero existen objeciones razonables para su uso indiscriminado. En todo caso
corresponderá implementarlos en los ámbitos donde sean imprescindibles.
6.- Los niños más pequeños
La relación con los niños muy pequeños
demanda también consideraciones especiales es factible que en no pocos casos ellos
traduzcan a un rostro encubierto con una amenaza.
Traigo a colación el espanto que les produce a algunos
pequeños el contacto cercano con un payaso o con alguien caracterizado como
Papá Noel.
Para conjurar estas complicaciones es fundamental el rol de sus padres y
cuidadores como vínculo coadyuvante entre el niño y su medio. A ellos les
corresponde introducir en la realidad del niño el uso del tapaboca como una
circunstancia más de las relaciones interpersonales; la actitud lúdica parece ser la que mejor se presta al efecto.
7.- Actores; músicos y otros artistas
También ellos son referentes sociales y sus conductas marcan los comportamientos de
miles de espectadores y seguidores.
En un futuro cercano podríamos agregar
entre los eximidos de uso a los actores en representaciones unipersonales y a los ejecutantes de instrumentos de viento;
quienes también deberían tomar recaudos para asegurar el debido
distanciamiento.
En el caso de obras plurales la exención sería factible, a condición de que se mantenga
la distancia profiláctica, aunque los guiones deberán adecuarse si demandan constancias
de cercanía física. Lamentablemente para los románticos, no vemos viables
escenas de amor.
Los conjuntos musicales también habrán de mantener lejanía, lo que
excluirá desempeñarse en espacios reducidos. En cuanto a los coros y danzas, sinceramente no veo que
esta práctica sea viable, por el momento.
Como hemos visto el poder de las
imágenes trasciende ampliamente al momento; incluso es factible que si no se
circunstancia la toma esta pueda inducir confusiones; para evitar las
repercusiones negativas será tarea de los
profesionales del Ceremonial estar atentos a todas las implicancias
posibles. En definitiva, su función es acompañar; asesorar y cuidar a quienes
asistan.
Para quienes hacemos Ceremonial el
barbijo ha pasado a ser un aspecto crucial de nuestra gestión profesional.
En futuras entradas me extenderé sobre otras cuestiones vinculadas a
la temática.
(1) Esta expresión nos viene de Publio Terencio, el Africano; quién en su comedia “Heautontimorumenos” (“El atormentador o enemigo de sí mismo”), del siglo II a. C. nos dice: “Hombre soy, nada humano me es ajeno
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