Cuando la guerra lo abarcaba todo
Por Miguel Carrillo Bascary
Increíblemente bien preservadas en algún rincón de la
biblioteca familiar estos dos sobre dan cuenta de una realidad que hoy nos
parece difícil de concebir pero que en su momento abarcó a la totalidad la correspondencia que circulaba
en el mundo. Un mundo en guerra en donde, pese a todo, los hombres y mujeres
buscaban mantener sus vínculos más allá del cruel drama en que vivían.
La cosa era así, cada persona que escribía una carta,
fuera personal o comercial debía autocensurar
su texto evitando consignar lo que hoy llamaríamos “datos sensibles” que la inteligencia del enemigo pudiera considerar
como información de guerra. Por ejemplo: referencias sobre el lugar donde
estaban apostadas las tropas, sobre las vías férreas, salidas o llegadas de
barcos, cifras de producción, faltante o no de elementos de producción, etc.
Finalmente se despachaba la carta como cualquier otra,
pero la misma era derivada a las “Oficinas
de Censores” donde sus funcionarios (generalmente mujeres o ancianos) las
abrían, procedían a leerlas y, si consideraban que allí se vertía algún dato
que podía servir a la inteligencia enemiga, lo testaban con un grueso y prolijo trazo de tinta china,
de manera que resultaba imposible leer lo escrito. Consideremos que entonces la
escritura de cartas se realizaba con tinta (no estaba difundida la Birome, que
se patentó en 1941), por lo que si se quería “lavar” la tinta china también se
arrastraba el trazo previo.
A veces los “testados” eran tantos que la lectura resultaba muy dificultosa.
Si el texto de la carta era comprometedor en extremo, la pieza se retiraba de
circulación y se derivaba a la oficina de contraespionaje
para que evaluara como proseguir. La censura operaba también en el punto de
destino y existían instancias de
verificación, que permitía controlar que los censores hubieran hecho bien
su trabajo. Los numerosos sellos testimonian lo expuesto. Como vemos mandar una carta era entrar en la línea de combate.
Los sobres que muestro llevan fajas de papel que certifican que su contenido había pasado por la
censura y para certificar la responsabilidad del funcionario responsable se
consignaba su número. En este caso se tratan de piezas postales despachadas
desde Italia en 1942 y 1945, respectivamente.
Seguramente todavía
deben existir otras muchas similares en los baúles de recuerdos de muchas
familias. En definitiva, una curiosidad del pasado en esta era de la
comunicación digital.
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