Una estampilla que apuntaló la construcción del Monumento Nacional a la Bandera
Por Miguel
Carrillo Bascary
Una muy humilde estampilla sin valor postal posiblemente sea el testimonio de mayor amor que recibió la Bandera argentina por parte de una generación, hace poco menos de un siglo. Efectivamente, la imagen que abre esta nota revela una imaginativa forma de recaudar fondos destinados a levantar el gran testimonio a nuestra Bandera que le tributó el pueblo argentino. Hoy debería ser una motivación para quienes la reverenciamos.
La iniciativa parece muy
original a quienes vivimos el siglo XXI, pero a comienzos del anterior era
común contribuir con alguna cifra
monetaria, para adherir a un gran objetivo comunitario. Como muestra de
haberlo hecho recibían una señal en forma de un lazo de colores; una pequeña
silueta; una florcita de papel; en fin, cualquier elemento sencillo, que el
contribuyente lucía con orgullo en su solapa; sombrero o pegaba en alguna de
sus pertenencias.
En la Europa posterior a
la Primera Guerra Mundial estas colectas
públicas se destinaban a los inválidos; huérfanos y viudas de los
combatientes fallecidos. Más tarde, la costumbre se extendió a otros objetivos. En Argentina todavía habrá algunos que recuerden las
campanitas verdes del “Patronato de Leprosos” o los corazoncitos de paño rojo
para ayudar a los enfermos cardíacos.
También se hizo común que los correos emitieran sellos cuya recaudación por la venta se destinada a fines altruistas: ayuda a refugiados; a la niñez carenciada; para atender a las víctimas de alguna catástrofe; etc. En nuestro Blog dedicamos una entrada a los “emblemas pro-patria” http://banderasargentinas.blogspot.com/2017/08/emblemas-propatria-por-miguelcarrillo.html
A mediados de la década de 1930 la ciudad de Rosario había visto fracasar una y otra vez su proyecto de levantar un gran monumento nacional que recordara la creación de la Bandera Argentina. Todos se habían frustrado, pero los rosarinos persistían en su empeño. En concreto, en 1936 se formó un grupo promotor para poner “en la agenda pública”, diríamos hoy, levantar ese orgullo nacional que hoy es el Monumento a la Bandera, inaugurado finalmente el 20 de junio de 1957.
Por entonces era
intendente de la ciudad, Miguel Culaciati,
un activo dirigente rosarino que, con los años, estaría llamado a ser quien
generó al proyecto oficial de ley que permitió iniciar las obras. Desde su
función nucleó al efecto un pluralista
conjunto de vecinos, pero, en cuanto a lo monetario, era evidente que la
obra excedía largamente la posibilidad de hacerlo confiando en el presupuesto
local.
Aprovechando el fervor
patrio motivado por la celebración del 25 de Mayo, cuatro días más tarde quedó
constituida formalmente la “Comisión
pro-Monumento a la Bandera” que presidió el propio intendente. Muchos eran
los rosarinos comprometidos con la idea.
Ya formado el lobby
rosarino, sin atender a banderías políticas o ideológicas, la dirigencia
local se movilizó y, tras experimentar la indiferencia de las autoridades
santafesinas se optó por interesar directamente al Gobierno nacional, por
entonces, bajo la presidencia de Agustín P. justo. Lamentablemente, tampoco se logró
el éxito esperado, aunque se multiplicaron las expresiones de aliento a la
propuesta.
En concreto, por Decreto
Nº84.678 del 18 de junio de 1936; se dio
carácter oficial a esa comisión con el encargo de “preparar y dirigir los
trabajos del Monumento a la Bandera”, de conformidad a lo autorizado por la Ley
Nº6.286 del año 1909. Formaban la misma 84 hombres provenientes del ámbito
social; empresario; agrícola; ganadero; de la banca; del comercio y de las más
diversas profesiones. Entre ellos estaban: el obispo de Rosario, Mons. Antonio
Caggiano, miembro de la Academia de la Historia; el Dr. Calixto Lassaga, impulsor
de la propuesta para solemnizar como feriado el “día de la Bandera” y su
discípulo, el Dr. Rafael Biancofiore, que desde su banca de diputado impulsaría
fijar el 20 de junio, como se hizo por ley Nº12.361 de 1938. La sola referencia
de los restantes nos llevaría a una extensión que comprometería el objetivo que
me he propuesto. Sí corresponde mencionar por sus roles institucionales a los
designados como vicepresidentes, los doctores Fermín Lejarza y Emiliano Pareto;
al eficientísimo secretario, Dr. Juan José Colombo Berra, y al tesorero, Leopoldo
Uranga.
La Comisión, encaró una intensísima actividad procurando formar
conciencia en la población argentina sobre la justicia del reconocimiento perseguido. Se multiplicaron las
conferencias; notas periodísticas; actividades escolares y populares. Las
gestiones ante autoridades provinciales y gubernamentales fueron incesantes. En
algunos casos la respuesta fue francamente
fría, como las del gobierno de una provincia vecina que se expresó diciendo
que, como la Bandera era un símbolo nacional, no había porqué levantarle un monumento
en Rosario, sino que en todo caso correspondía hacerlo en la Capital Federal.
Afortunadamente esta fue una amarga excepción, en general la propuesta fue muy bien recibida, pero, la provisión
de recursos se hacía desear.
En este trance, la Comisión
propuso realizar una gran colecta nacional, que se canalizó como la emisión de
una estampilla sin valor postal que
importaba una contribución de diez centavos para formar un fondo destinado a la
magna obra; esta es la cuya imagen abre la nota. El Gobierno nacional autorizó
su venta en las escuelas por decreto
del 28 de septiembre de 1936, con lo que se obtuvo la autorización para enviar
las estampillas a los directores de escuela quienes quedaban responsabilizados de
su venta y posterior remisión a Rosario de los fondos afectados.
Fue así que la suscripción
pudo extenderse hasta las más recónditas y humildes escuelas del país. En 1943,
año en que se iniciaron las obras, el Ministerio de Educación de la Nación, por
resolución del 4 de noviembre, renovó la autorización para la colecta escolar. La
intensa actividad quedó plasmada en decenas de volúmenes donde detalladamente
se consignó el nombre del niño o docente adquirente y el de la escuela que
remitió los fondos; se preservan en
el archivo de la Dirección General del Monumento a la Bandera. Una ficha de referencia,
elaborada por el ya fallecido profesor Oscar Ensink, miembro de la Academia Nacional
de la Historia, consigna que entre los alumnos del Colegio Nacional de Bs.
Aires se registraron las compras de los muy jóvenes: Marco Denevi, luego afamado
escritor; José M. Mariluz Urquijo, más tarde renombrado historiador; y de quien
con el tiempo será ministro y economista de nota, Roberto Teodoro Alemann.
Volviendo a los trabajos
de la Comisión Nacional, fue también en 1939 cuando el Decreto Nº25.828 firmado
por el presidente Roberto M. Ortíz el 14 de marzo, la reorganizó incluyendo a
representantes de la Dirección Nacional de Arquitectura; de la Comisión
Nacional de Bellas Artes; de la Comisión de Cultura; del Museo Histórico
Nacional; de la Academia de la Historia y del Ministerio del Interior; además, se
crearon subcomisiones. Su función era la de organizar una
subscripción popular; llamar a concurso; establecer premios; contratar la
construcción y administrar los fondos.
Meses más tarde se
sancionó la Ley Nº12.575, que autorizó
un presupuesto de $1.000.000 para construir el Monumento; sin perjuicio del
peculio que se hubieran reunido o pudiera allegarse por medio de otras
actividades o contribuciones de los estados provinciales. Detrás de tan
positivos resultados se encontraba la eficaz acción de Culaciatti. Su reiterada
mención nos habilita a referencias que se trataba de un destacado abogado
apoderado de firmas cerealistas y de la Bolsa de Comercio local; radical; fue dos
veces intendente de Rosario y diputado nacional; y que entre 1941 y 1943 se
desempeñó como ministro del Interior del presidente Castillo, oportunidad en
que la obra del Monumento se adjudicó y comenzó a levantarse; luego participará
en la Comisión Ejecutiva que controló su avance.
Al iniciarse, los trabajos se centraron en la entonces plaza “Belgrano”, un espacio que hoy está totalmente cubierto por el Monumento; ahí yacían los fragmentos estatuarios del conjunto que debió ejecutar Lola Mora para el “Centenario”, que quedó inconcluso. A decir verdad. el importe recaudado por estas colectas a lo largo de los años, fue sumamente reducido. En algún momento se dispuso aplicarlo a los gastos de construcción y se desactivó la venta de estampillas, con lo que miles de planchas quedaron sin destino. Se hizo evidente así que la suscripción popular solo fue un medio para motivar la oportunidad de construir el Monumento; había logrado su efecto.
Con los años de esta colecta se perdió el recuerdo, hasta que en 1991 la entonces directora del Monumento, Graciela Greppi, consideró que era oportuno dar un destino a los sellos que quedaron sin vender. En consecuencia, las hizo colocar en una vistosa tarjeta de cartulina que por muchos años después se entregó a los niños de las escuelas y otras personas que visitaban el Monumento, a manera de emotivo recuerdo. Una decisión muy acertada que permitió perpetuar la hermosa historia de las estampillas y recobrar memoria del esfuerzo patriótico que hicieron sus adquirentes.
En apretada síntesis, queda expuesto el accionar de los rosarinos
que tuvieron la creatividad y la responsabilidad de llevar adelante los
esfuerzos hasta alcanzar el objetivo que planteó Eudoro Carrasco en 1872 y que
desde 1898 vitalizaron los herederos de ese humilde pueblo de la Capilla del
Rosario, en el ya lejano día en que la Bandera Nacional ondeó por primera vez
en la “Barranca de las Ceibas”.
Adenda: en 1959 se distribuyó sin cargo en las escuelas otra estampilla, sin valor postal, como una motivación para participar de los actos alusivos al “Día de la Bandera”, cumplo en consignarlo.
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