Marcos Paz en Rosario y una destacada obra de espíritu belgraniano
Por Miguel Carrillo Bascary
Hace pocos días visitó a Rosario una nutrida delegación
de alumnos de la ciudad de Marcos Paz (provincia de Bs. Aires) para prestar
promesa a la Bandera en el Monumento Nacional que recuerda su creación.
Cumplieron así en este significativo marco de referencia con la misma promesa
que cada año realizan niños llegados desde Fiambalá, Caleta Olivia; Neuquén;
Goya; la Capital Federal y de tantas otras localidades del país.
Esa fue la oportunidad para que me alcanzaran el
libro “Bicentenario de la
Declaración de la Independencia” (112
páginas – 2016) producido por el Instituto Belgraniano de Marcos Paz que preside la profesora Cristina Carreras, miembro correspondiente del Instituto
Nacional.
Es una exquisita obra de difusión belgraniana que en pocas páginas recorre los primeros años de nuestra formación
histórica como nación independiente, pasando revista a un núcleo de sus
principales protagonistas; donde, con toda lógica, el general Belgrano goza de
especial predilección. También hay espacio para reseñar la historia y
significado de nuestro nuevo símbolo nacional la “Bandera de la Libertad Civil”
y para referirse a los festejos que tuvieron lugar en esa localidad cuando los
150 y los 200 años de la Independencia,
Su lenguaje directo y amigable invita a leer, con
provecho y satisfacción. El formato comunicacional de la publicación lo
singulariza como un producto digno de emulación por parte de entidades
similares, si desean verdaderamente facilitar el acceso del gran pública a
nuestra apasionante Historia nacional.
El producir un blog permite incorporar aportes de
otros autores que subjetivamente nos parecen dignos de difusión. En lo
particular lo hacemos con mucho gusto con la breve colaboración del profesor Carlos Miranda, vocal de la entidad, contenida en la obra comentada, que nos despierta
remembranzas entrañables. Vamos a ella:
“La Escuela y la Patria”
Hacer el ejercicio de tratar de
recordar en qué momento de nuestra vida aflora ese extraño sentimiento que
denominamos “patriotismo” es realmente difícil, por no decir casi imposible.
Más, seguramente no será producto este sentimiento de un solo momento, sino más
bien la condición generada por innumerables acontecimientos a lo largo de
nuestra existencia que acumulativamente determinaron esa rara y particular
devoción por la tierra en la que nacimos, donde descansan los restos de
nuestros ancestros y donde han nacido nuestros hijos.
Los primeros recuerdos de la
palabra “patria” nos trasladan a la escuela y es sin duda al culto casi místico
del panteón de héroes del pasado lejano y de sus obras, que están llenas de
entrega desinteresada, de esfuerzos denodados y de sacrificios personales en
pos del bien común. Como los hechos son de antaño, es la búsqueda de nuestro
bien común, pero en pretérito.
El entender que lo dieron todo
por nosotros, aun antes de existir como personas físicas, nos pone en el lugar
de reconocer que somos parte de eso que fue definido, “nuestra patria” y que
luego existimos como tal por el sacrificio por ellos realizado, aunque nos
cueste tiempo descubrirlo.
Conocemos antes que los límites
de nuestra geografía maravillosa, plasmados en esos apergaminados mapas del Virreinato,
la Confederación o la Republica Argentina; la otra geografía, la del Cabildo, con
sus arcos y su torre; la de la “Casa de la Independencia”, con sus paredes
amarillas y aberturas verdes, que no lo son; la de la Cordillera, arañada por
el ciclópeo esfuerzo de un hombre, su tropa y un sueño y de las riberas de ese
río que vio ondear orgullosa la tela de nuestra Bandera. Todas imágenes
repetidas hasta el infinito en las aulas de nuestras escuelas antes aún de
saber leer su historia o de escribir sus nombres.
Todo eso pasaba en la escuela,
como esa a la que asistí en mi infancia; que no era distinta a aquella al pie
de la sierra o en la estepa o cercana a la selva que va dejando lugar al
yerbatal o en los barrios de la Ciudad que expulsó a los ingleses; con pocos o
muchos alumnos; con patio de tierra y galería de teja o con escalones que la
acercaban al cielo. Aparece el mismo
acto que se repite imperturbable: las banderas, el Himno, la escarapela, las palabras
pobladas de hechos, fechas y hombres y, después, la risa. Los rostros morenos y
los otros, de los hijos de los gringos que llegaron después, todos con sus
mejores ropitas, peinados el lacio a la cachetada, los ojos abiertos al pasado
que nos abraza uniéndonos para siempre.
Estos actos son el intento de
trasmitir corporizando las hazañas y los hombres, el hacer se vuelve protagonista
y desfilamos por patios y escenarios disfrazados según el calendario dicte: de
mazamorrera, de vendedor de empanadas, de Manuel Belgrano, San Martín o
Sarmiento; repartimos cintas ante un Cabildo de papel; traqueteamos ese viaje a
la ignota Tucumán en galeras de cartón y, antes, hasta llegábamos en barco
desde España; otras épocas. La escuela se convertía en teatro de la Historia a
la que concurrían todos, los más grandes y los jóvenes, los leídos y los
analfabetos, para asistir a la ceremonia mágica de recontar nuestro pasado,
entre las risas provocada por la impericia de los púberes actores y la ternura
de los más pequeños, que sabían arrancar más de una lágrima. Nuestra Historia
se escribe en esa pizarra prodigiosa, una y otra vez, en muestra mente y en
nuestros corazones extasiados ante el bronce de las estatuas ecuestres que se
repiten, de bustos y mármoles; de desfiles y clarines; de chaquetas gallardas y
doradas charreteras; de himnos y marchas … de actos sublimes y profundamente
humanos.
Seguramente otras impresiones
llegaran más tarde a nuestras vidas, dejándonos razones más comprensibles para
sentirnos argentinos, pero no tengo dudas que aquellas otras, las primeras, son
las que más han perdurado en mí. Imbricados en mi espíritu, todos los hechos
relatados, las hazañas realizadas, las virtudes destacadas, todo ese sacrificio
y esa entrega en pos de los demás, han venido a ser esa otra naturaleza en mi
vida que me hace parte de esta Patria; la que me hace igual al resto de mis
hermanos, hijos de este bendito país.”
Nota: el presente post es otra producción del “Programa Rosario Cuna de
la Bandera y ciudad de la Inclusión” (Secretaría de Gobierno, Municipalidad de
Rosario)
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