Costumbre olvidada
Por Miguel Carrillo
Bascary
Todavía hay quienes
recuerdan estos antiguos instrumentos de
percusión que desde la Edad Media y hasta la década de 1960 reemplazaban a
las campanas durante la Semana Santa.
Era una costumbre netamente española que por
derivación cultural se extendió a Hispanoamérica, también a Portugal y el Brasil. Las normas litúrgicas
posteriores al Concilio Vaticano II no las mencionan, de donde erróneamente se interpretó
que fueron prohibidas, hoy han caído totalmente en desuso, más allá de que en
algunos puntos se intente restablecer su empleo.
Producen un sonido a madera, crepitante, áspero, repetitivo, cuya modalización solo es posible si se disminuye la intensidad del estímulo mecánica. Para los oñidos no acostumbrados y para los niños en especial producen un impacto inocultable, perturbador.
Se considera que su
sonido representa los fenómenos naturales catastróficos con que la
Naturaleza se expresó inmediatamente después de fallecer Nuestro Señor Jesús en
el Calvario, como las que relatan los evangelistas Marcos (cap. 15, versículo
38), Lucas (cap. 23, 44 y 45) y Mateo (cap. 27, 51), tinieblas, temblores, rocas
que se quiebran, rasgado del velo del templo, apertura de tumbas y resurrección
de muertos. En otras ocasiones los monaguillos se apoderaban de matracas y tablillas para sus juegos.
A la fecha la mayoría de
estos dispositivos han desaparecido, están incompletas o fuera de servicio. Algunos se conservan como elementos de
museo o subsisten como curiosas piezas de colección como podrás verlas y
escuchar en https://www.youtube.com/watch?v=6qJnUjjYYbE
tal como lo documenta el artesano Francisco Marcos Fernández.
Los especialistas discuten
sobre el correcto empleo de los nombres
que se asignan a estos elementos: matracas, carracas y tablillas, pero el vulgo
los utiliza indistintamente.
Por tradición, durante la misa se empleaban en sustitución
de las campanillas que tocan los acólitos antes de la consagración, durante la
elevación y, antiguamente, también en la doxología. Asimismo, en los oficios de maitines y laudes,
desde el Miércoles Santo hasta el Viernes Santo, oportunidad en que al
ocultarse el cirio en el llamado “oficio de tinieblas” los fieles golpeaban los
bancos y se hacía todo el ruido posible, en lo que las matracas tenían singular
protagonismo. De esta manera se llegó a identificar el sonido de las matracas con los ceremoniales de Semana Santa.
El reemplazo de las campanas obedece a que se las concibe como elementos
festivos, por lo que se consideraba que no cuadraba hacerlas tañer en los
momentos de mayor recogimiento de la Semana de Pasión.
Un uso no litúrgico se les
daba durante los “pasos” de las hermandades de penitentes que tan comunes se
dan en la región. Con su sonido procuran acallar
las voces de la multitud para acompañar la reflexión. Para acentuar este
efecto los ejecutantes se organizan en grupos.
En algunos casos extremos,
pero bastante abundante durante el período se usaban grandes dispositivos llamados “de campanario” o “de sacristía” con
los que se convocaba a los fieles a la misa. Un ejemplo que podrás oír, a
partir del que pertenece a la catedral de Pamplona (https://www.pinterest.es/pin/439593613604289254/)
La Lingüística indica que el termino “matraca” proviene del árabe “mitraqa”.
Las matracas más simples consisten en una lengua de madera (excepcionalmente
de metal) que es golpeada por una rueda dentada, a la que se hace girar con un mando. Sobre
esta base, la creatividad de cada artesano introdujo innovaciones asombrosas. Los tamaños también varían, algunos se
accionan con manivelas, otros pueden llevarse caminando. Aún puede señalarse
las confeccionadas con mandíbulas de
burro o carnero. Cuando son de pequeño formato se emplean como cotillón en
las fiestas infantiles.
Una variante son las tabletas, formadas por tablillas,
que en la Antigüedad y en la Edad Media estaban obligados a usar los leprosos para anunciar su presencia y
que resultaban más económicas que los cencerros y campanillas.
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