Cuando la realidad se muestra con toda crudeza
La situación de la
economía nacional es mala, por no decir pésima, si nos atenemos a las palabras del
mismísimo Señor Presidente de la Nación y de la Señora Vicepresidenta. Ni qué
decir lo que opinan los 47.327.407 argentinos censados hace pocas semanas.
Dicho esto, como marco netamente referencial.
Con esperanzas de gestionar la crisis y de alcanzar
una necesaria mejora hace una semana, el Presidente nombró una nueva ministra de Economía, quien asumió en una austera y formal ceremonial, en el “Salón Blanco” de la “Casa Rosada”, sede del Poder
Ejecutivo nacional (Ciudad de Buenos Aires).
Allí, flanqueó al Presidente la Bandera nacional de ceremonia, imagen simbólica del pueblo argentino y emblema de la autoridad estatal.
Sobre el fondo lucía el hermosísimo hogar en mármol y bronce que ornamente el lugar, testimonio de una Argentina que a comienzos del siglo XX supo estar
entre las diez mayores economías del mundo. Sobre él se halla el busto de “La
República”, bajo cuya adusta mirada se ubicó el titular del Ejecutivo nacional
y quien debía asumir sus altas funciones. El recinto estaba colmado de
funcionarios e invitados especiales.
Abierto el acto se dio lectura al decreto de nombramiento. Luego, el
Presidente de la Nación tomó el juramento
de práctica a la ministra entrante y seguidamente se procedió a firmar el acta que así lo testimonia como corresponde en estos casos.
Hasta
allí era todo impecable: el
lugar, el ambiente, la parsimonia de los protagonistas y la sobriedad de las
palabras. No se notó ningún signo de euforia incontenida como a veces suele
escaparse a alguno de los presentes, tampoco hubo defectos en el planteamiento
del dispositivo ceremonial. A quien le interese podrá constatarlo mediante la cobertura oficial (Casa Rosada):
Pero entonces, un inoportuno primerísimo plano magnificó un “detalle”, que parece todo un símbolo del momento político y económico del país:
Primero en manos de la nueva ministra y luego en la
del Señor Presidente de la Nación, pudo verse una más que democrática lapicera plástica (roller), similar a las que ofrece cualquier quiosco
porteño por menos de $500 (u$s 2).
Lo mostrado no está
mal, por supuesto ... si fuera coherente con los gastos que se registran en otros ámbitos del ejercicio del poder. Soy un convencido que la austeridad de los actos de gobierno es una condición esencial en una verdadera república, pero
convengamos que el contraste fue
demasiado. Lo que proyectaron ambas imágenes expresaron con toda crudeza el dramático momento de un país aquejado por crisis confluyentes.
Quizás se esperaba ver una estilográfica lujosa, de esas a las que son tan afectos algunos funcionarios de todas las épocas. No ocurrió. Si se quiso trasmitir un mensaje con el uso de tan modesto implemento habría bastado una estilográfica clásica, evitando caer es un exceso rayano en la displicencia que habla mal de la investidura presidencial y de la consideración debida a la ministra que asumía.
La sorpresa fue mayúscula hasta el punto que varios de los
asistentes lo comentaron como un augurio
nefasto para el desarrollo de la gestión que se iniciaba.
¿Un sincericidio sobre la situación económica?¿Una evidencia de falta de presupuesto?¿Acaso un acto fallido buscando "esmerilar" a la autoridad?¿Sabotaje de oficina?. Todo pudo ser, ya que lamentablemente los argentinos estamos acostumbrados a lo inverosímil.
En conclusión, estimo que cuando se quiere mostrar una imagen institucional prolija que
caracterice una gestión o cuando se procura proyectarla con vistas al logro de proyectos exitosos, los
detalles deben cuidarse. ¡Al máximo!
¿No les parece?
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