San Martín, la tentación del poder total y la deuda
externa
Por Miguel
Carrillo Bascary
Pese a su actualidad, el tema no es nuevo para la historia de América. En cualquier medio de difusión pueden verse referencias constantes al problema de la abultada deuda externa y el condicionamiento que plantea al desarrollo socio económico del país. Su tratamiento divide a las opiniones en posturas antagónicas.
Por otra parte, en
torno a pocos puntos coinciden los pareceres en nuestra balcanizada Argentina
actual como en honrar la personalidad de don José de San Martín. A 200 años de
asumir el poder en el Perú que libertó, su conducta sigue inspirando nuestros
actos como nación,
El Protector
San Martín fue un
libertador, pudo asumir como un autócrata de fisonomía absorbentemente
paternal, tan típica de nuestra América, en quien sus seguidores se identifican
en forma mística, absorbiendo sus perfiles sin crítica, en un patético renunciamiento
al principal carácter de todo hombre o mujer, su libertad. En su vida el prócer
se opacó a sí mismo y permitió el libre desarrollo de los pueblos que juraron
seguirlo; cuando creyó cumplida la misión a lo trajo a su patria nativa,
desapareció de la escena política, como lo anhelaba su templanza.
En 1821 los Andes lo
vieron como “Protector del Perú”, contando con la suma de los poderes públicos que
le concedió ese pueblo hermano como herramienta necesaria para librarse del
yugo colonial, en la ciega confianza de que tamaña potencia no sería usada como
sustento de una dictadura.
Pudiendo hacerlo y sin que
nadie se lo reprochara, San Martín auto limitó sus poderes y sancionó el “Estatuto
Provisional” que regiría su mandato donde él mismo fijó la extensión de su
poder hasta la inexistencia de enemigos en el país y “hasta que el pueblo posea
nociones de autogobierno”. No era aún el momento de sancionar una constitución;
no habría sido posible en aquella hora en que destino del continente dependía
de los sables sostenidos por el espíritu criollo de la emancipación.
Dos naciones hermanas
Es necesario esforzarse
hoy para comprender aquel momento de 1821 en que San Martín dicto el Estatuto,
pero, a poco que descorramos el velo de las diferentes circunstancias
encontraremos en el presente paralelos asombrosos, y con ellos veremos el alto
grado de ejemplaridad que tuvo y tiene la conducta del Libertador.
Las Provincias Unidas del
Palta y el Perú revolucionario compartían realidades comunes, en definitiva,
eran ramas del mismo tronco ibérico; la idéntica opresión impuesta por las
ordenes metropolitanas en todo lo fundamental; la estratificación social
sustentando privilegio; el monopolio económico, detentado por una oligarquía comercial;
la producción local desquiciada; en completo aislamiento internacional; la
indiferencia de muchos por el destino conjunto; la empatía obnubilada por los
intereses de sector. A esto se sumaban: las propias contradicciones ideológicas
del grupo americano en el poder; la carencia de medios para sostener una lucha
prolongada; un pueblo en la miseria; una peligrosísima crisis del sistema educativo,
capaz de pervertir a mediano plazo el ejercicio de la libertad intelectual; el
manejo desvergonzado de la información y muchos otros factores coincidentes en
esas tristes realidades. En cuanto se reflexiona, muchas de las lacras que
atenazaban a las recién alumbradas naciones de América perviven hoy, bajo
diferentes máscaras y en distintos grados.
Existía si una diferencia
principal: el poder español en el Perú contaba con una mayor potencia que en la
región rioplatense. El rebullir interno demoró la organización argentina, las
tensiones de los primeros años eclosionaron en un aparente triunfo del “rojo punzó”
de 1835 que encarnó un autoritarismo centralista y porteño, encubierto dialécticamente,
que solo propugnó retener el poder para conservar los privilegios bonaerenses
despecho del compromiso que se contrajo con la firma del “Pacto Federal”, en
1831. Este férreo régimen fue derrotado en Caseros por la misma espada que más
tarde, en el “Acuerdo de San Nicolás” rescató límpido el justo ideario de la
federación y permitió que cuajara en la Constitución de 1853 que aun rige a la
Argentina.
Encerrado entre la selva
amazónica, los Andes centrales y la costa oceánica el proceso en el Perú fue
más drástico: la civilización andina truncada, vencida pero subsistente; el
relativo aislamiento las influencias europeas; la dolorosísima realidad de
grandes masas de esclavos; el latifundio agrario y las componendas de los
intereses mineros, entre otros hechos, explicarían las diferencias en el
transcurrir de dos naciones hermanas.
Ley constitucional y crisis
San Martín combatió el
privilegio de castas con el dogma de la igualdad republicana que testimonió en cada paso de su vida pública y privada. Con ello se granjeó la traición de muchos que en apariencia
decían seguir su camino. Una Lima conspiradora afloró ni bien descendió la
euforia de la liberación. Desde la Sierra, pronto al zarpazo, los restos del ejército
colonial acechaban las libertades populares prestas a reinstalar al amo
hispánico o a sus bien disimulados siervos.
En este marco San Martín enfrentó la tentación del poder omnímodo; pero en definitiva desoyó el canto de las sirenas susurrado por leales plumas y bayonetas; se resistió al sectarismo del algunos de los suyos; vomitó a los aduladores; fue impermeable a la avaricia y no traiciono su misión libertadora. Con visión de estadista asumió que el ejemplo debe darse “desde arriba” y el 8 de octubre de 1821 concedió al pueblo peruano el Estatuto que garantizó públicamente su propósito. Esta pieza jurídica, quizás no suficientemente recordada, consagra un ámbito de libertad para el Perú al mismo tiempo que condiciona el ejercicio de la autoridad del Protector. En su inestable y peligrosa posición, no cayó en el embrujo de sentir que “el fin justifica los medios”. Ante los peligrosísimos estertores del poder colonial San Martín creyó en la institucionalidad y rechazó la demagogia.
Cuando presentó a los
peruanos su “Estatuto” dijo San Martín:
“Al resumir en mí el mando supremo, mi
pensamiento ha sido dejar las bases sobre las que deben edificar los que sean llamados
al sublime destino de hacer felices a los pueblos. Me he encargado de toda
autoridad para responder de ella a la Nación entera (…) Antes de
exigir de los pueblos juramento de obediencia, yo voy a hacer a la faz de todos
el de observar y cumplir el estatuto que doy por garante de mis intenciones (…) Si después de liberar al Perú de sus
opresores puedo dejarlo en posesión de sus destinos, yo iré a buscar en la vida
privada mi última felicidad, y consagraré el resto de mis días a contemplar la
beneficencia del Hacedor del Universo”.
El Protector navegó entre las
acechantes aguas de la lucha armada y de la radicalización ideológica de una
sociedad convulsionada; confundida; en gran parte descreída. Es en estos mares revueltos
donde, en todas las épocas y bajo todas las banderas, los aventureros sin más patria que sus bolsillos obtienen
pingues ganancias; donde la moneda de pago siempre fue y será la misma; las
penurias del pueblo.
¿Qué dispuso el Estatuto?
En esta norma San Martin trascendió
su condición de militar, sin negarla, asumió la dimensión de estadista por el
bien común del pueblo peruano. Permitió la libertad de culto en privado; tomó
la función de arreglar el comercio y de reformar la administración pública; desterró
el privilegio y abogó; por establecer relaciones internacionales en interés del
país. Prometió sostener la moneda, base del desarrollo económico de toda
sociedad. Se rodeó de un Consejo de Estado pluralista; para que le asistiera en
sus actos de gobierno, no para que lo aplaudiera claudicante. Garantizó también
la libertad personal y la de imprenta, piedras angulares del sistema democrático
en ciernes.
Pero donde la conducta
sanmartiniana es un verdadero ejemplo en consonancia con la actualidad del tema que tratamos es en el
primer “artículo adicional” del Estatuto que dice:
“Animado el gobierno de un sentimiento de justicia y equidad, reconoce todas las deudas del gobierno español que no hayan sido contraídas para mantener la esclavitud del Perú y hostilizar a los demás pueblos independientes de América”.
El criterio sobre la deuda
Su visión de estadista
advirtió claramente a San Martin que la independencia no está solo en reverenciar
una bandera como propia y en expulsar los uniformes extraños del suelo patrio.
Radica también en la posibilidad de aplicar libremente los medios para satisfacer
las necesidades y aspiraciones del pueblo, conforme a sus objetivos e ideales.
El Perú de 1821 enfrentaba
una pesada hipoteca que le dejó el régimen colonial. La legitimidad de tal deuda
era, cuanto menos, sospechosa en muchos de sus rubros. Gravaba el futuro del Perú
como nación plenamente libre. San Martin lo tuvo presente y advirtió la trascendencia
del problema. También acá resistió la tentación demagógica que le habría
permitido aferrar los destinos del pueblo peruano en sus manos, inmensamente
altruista pero también peligrosamente humanas. Rechazó la soberbia de negar su
pago y de utilizar este medio para diseñar una nueva sociedad desde la
autocracia, tiñéndola de su personalismo e imponiendo sus designios al servicio
de un poder íntegramente a su medida.
La norma del “artículo adicional” hizo referencia explícita a los principios de “justicia y equidad” en las relaciones del gobierno para con sus acreedores, reconoció el deber de responder por lo prestado, pero también enunció en duros términos (que evidenciaron un ejercicio valiente e insobornable de la soberanía y por ende, no admitió condicionamientos desmedidos de tercos intereses) que no se reconocerían las obligaciones contraídas para “mantener la esclavitud del Perú y hostilizar a los demás pueblos de América”. Esto supuso un análisis particularizado sobre el origen de los créditos reclamados; un juicio que supera la aparente corrección formal de la deuda y avanza en deslindar el propósito y las formas que se tuvo al contraerla. Implicó también una evaluación serena, superadas las épocas convulsionadas en que las llamas de la usura pueden alimentarse con la necesidad del deudor a despacho de consumir el sacrificio de generaciones pasadas y de comprometer el futuro desarrollo.
Dejo al lector reflexionar sobre el evidente paralelismo con nuestra actualidad, en una síntesis donde las historias del Perú y de la Argentina se confunden y donde 1821 parece identificarse con este 2021. Destaco si, con toda la fuerza que su persona suscita, la dimensión enorme de un San Martín, militar, estadista preclaro de dos pueblos, reconocido “Padre de la Patria” por la Nación argentina y proclamado “Protector del Perú” por el pueblo de esa tierra liberada. A 170 años de su regreso a la Casa de nuestro Padre común, a cien años de aquél “Estatuto” San Martín brinda un ejemplo prístino de resistencia intima al ejercicio de un poder omnímodo y de una actitud ecuánime en un tema tan complejo como implica la deuda externa de las naciones, una realidad que hoy sigue afligiendo a dos de los pueblos que el prócer liberó.
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