Rojo, había carne fresca; blanco, bebidas
Por Miguel Carrillo Bascary
Quienes vivimos en este siglo XXI tenemos muy afianzada la idea de que las banderas representan a estados, ciudades y un vario pinto conjunto de agrupaciones de humanos, pero en la historia, estos vexilos también han servido como señales empleadas para trasmitir un mensaje convencionalmente conocido.
Un ejemplo lo vemos en los banderines que solían usarse en las pulperías ubicadas en la
inmensidad de las llanuras pampeanas durante el siglo XIX, como señal para los
gauchos que la recorrían.
Según lo rescata de las tradiciones orales el literato
argentino Leopoldo Lugones, el rojo
indicaba la disponibilidad de carne y el blanco, la de bebidas, obviamente alcohólicas.
En su obra “El
Payador”, publicado en 1916, puede leerse:
“Para el
domingo, la pulpería aislada en la pampa como una barcaza en el mar, izaba en
la punta de un largo palo, que era igualmente vigía para observar a los indios
merodeadores, un guión, blanco si no
había más que bebida, rojo si también vendía carne. Los gauchos llegaban
con sus parejeros de carrera y sus gallos. Pronto disponían en el suelo
aplanado, canchas para la taba. Otros concertaban sobre el mostrador, partidas
de truco y de monte. Allá buscábanse los valientes de fama “para tantearse el
pulso” en duelos provocados por una trampa de juego, una pulla o un poético
lance de contrapunto. Este último incidente provenía de una institución y un
tipo que han sido la honra de nuestra campaña, al comportar su ejercicio el
culto apasionado de la poesía” (Pág.
58; tomo 1; https://www.letras.edu.ar/elpayador.pdf)
La referencia nos la ofrece el investigador Roberto Amigo, jefe de curadores del Museo
Nacional de Bellas Artes, quien tuvo a su cargo la muestra “Un viajero virreinal. Acuarelas inéditas de la sociedad rioplatense”
realizada en dicho repositorio entre noviembre de 2015 y enero del 2016. El catálogo
de viñetas realizadas entre fines del siglo XVIII y el XIX fue editado
posteriormente y en él se ilustra una acuarela
que el investigador describe con las siguientes palabras:
"El jinete de espaldas, de pie junto a su
caballo, lleva un poncho arribeño decorado con listas de colores; usa el
cabello largo y atado con una trenza, con un sombrero de ala ancha; botas de
potro y espuelas. Cuelgan de su montura tres chifles de cornamenta de buey
donde se almacena la bebida para las travesías; seguramente ha llegado para reabastecerse.
En la puerta de la pulpería aparece la figura de una mujer campesina, de escasa
representación en el conjunto, con abalorios al cuello, pañuelo en la cabeza;
camisa y pollera acampanada. Es, probablemente, la encargada del comercio, cuyo
propietario puede que haya sido el mismo que el de la chacra que se representa
en el fondo de la composición. Este rancho en el horizonte se menciona en el
texto como "el que llaman chacara".
A lo expuesto puedo agregar que el uso de gallardetes obedece a su
simplicidad de confección, obviamente, pero también a su función. Para que
fuera visible desde lejos un véxilo debe flamear y para esto nada mejor que un
jirón de tela, por su mejor aerodinamia y menor peso.
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