Preside este acto, la Bandera oficial de …
Serie: Ceremonial
Vexilológico
Por Miguel Carrillo Bascary
El
problema en cuestión
Quienes trabajamos
en materia de Ceremonial y Protocolo tenemos bien claro que la colocación de banderas en un estrado
o en cualquier otro ámbito donde se desarrollen eventos es una cuestión sumamente delicada.
Prueba de ello
es el interés que despierta la materia en congresos; cursos y artículos que se
publican. Lamentablemente vemos casi a diario errores que se deslizan en al curso
de las actividades mejor programadas. El protocolo oficial de las grandes
personalidades de estado no se encuentra exento de circunstancias
desafortunadas y las gaffes de sus
equipos circulan con particular crueldad por las redes sociales.
Aún a los ojos
profanos muchas de las irregularidades
que atañen a las banderas suelen ser advertidas; deslucen la actividad y a sus organizadores, principalmente.
Uno de los
errores de concepto más comunes radica en asignar
a las banderas una cualidad netamente ornamental; pareciera que fueran una
parte más del decorado donde se cumplirá la actividad.
Debe remarcarse: que las banderas son representaciones del estado, la entidad o la
autoridad que las define.
Dicho de otra
manera, las banderas “no acompañan el
evento”, en verdad son protagonistas
destacadas, precisamente porque el estado, la entidad o la autoridad con
las que se identifican protagonizan el evento; vale redundar.
También es
verdad que el colorido propio de las
enseñas y estandartes aportan lo
suyo para ambientar el ámbito de la realización; y lo hacen en grado sumo.
Al respecto podríamos
aportar una anécdota que seguramente
muchos expertos habrá experimentado en parecidos términos. En síntesis:
El
gerente de RR.PP. de una importante multinacional supervisaba el recinto donde
se iba a presentar un producto, mientras el personal del área lo acompañaba
expectante, esperanzados de que se viera el esfuerzo empeñado y al mismo
tiempo, temerosos de que el ejecutivo advirtiera algo fuera de lugar. En esta
circunstancia el pope manifestó: “Está
todo bien, pero …; no sé …; me falta
algo …; a ver ….” Los rostros de quienes lo acompañaban reflejaron la
preocupación del caso; en eso, tocado por un rayo de inspiración el directivo
exclamó; “¡Ya lo tengo! ¡Hay que poner algunas banderitas y queda
todo perfecto!”
El problema es
que en la visión especializada “las
banderitas” no son objetos de ambientación, sino que tienen un rol
fundamental en la actividad del Ceremonial, lo que es igual que decir que su
función es parte de la vida misma.
Si se repara en
las ceremonias que involucran a las banderas se encontrará que destacan en
varios momentos, particularmente: si está previsto su izamiento o arrío; en el
ingreso o retiro de un recinto o cuando específicamente el acto incluya un
cambio de abanderado y la toma de promesa a la enseña nacional.
A lo que podemos
sumar: si se concreta una ofrenda de honor al lábaro (corona; tributo floral o
condecoración) y en ocasión de las exequias a un héroe o personalidad pública.
También, más precisamente, en las ocasiones en que una entidad reciba en
donación un nuevo ejemplar.
Pero, si no
ocurre alguna de las circunstancias indicadas las referencias a las banderas faltan totalmente, aún en los guiones ceremoniales
más elaborados.
Trataremos de
explicar el fundamental error de
concepto que origina esta omisión. Tomamos como punto de partida a la
mismísima democracia, el sistema
político universal, pues aún las monarquías actuales están sujetas a los
condicionamientos propios del “estado de derecho”. En una democracia
encontraremos que sus diversos niveles estatales; autoridades e instituciones
oficiales y privadas se representan con banderas. Cada una tiene su función,
pero todas merecen similar respeto, cada una en correspondencia a los entes que
corporizan. Por lo que todas y cada una merecen consideración y respeto,
precisamente por que se trata de una democracia.
Un ejemplo lo esclarecerá. Cuando se concreta un
evento con la presencia de un jefe de estado el locutor oficial, detalla más o
detalle en manos, suele indicar:
“Preside este acto el Señor Presidente de la
Nación…; Don N. N.”
Con esta
expresión se indica fuera de toda duda, que el funcionario actúa “en representación” de su país lo que indica
que los honores que recibe tienen fundamento en el colectivo que esto implica.
En el ejemplo, el verdadero receptor de las consideraciones del Ceremonial es
el pueblo (titular de la soberanía) que ha dado mandato a ese presidente para
que lo gobierne durante un lapso determinado.
De manera
similar, corresponde que las banderas
(en particular las nacionales) reciban una consideración apropiada, justamente
porque representan al pueblo que es el
verdadero sujeto de los honores. Lo propio ocurre, con la modalizacion que
cada caso demanda, si se considera a las enseñas representativas de entidades
de menor jerarquía.
Volvamos al
ejemplo; en un acto cívico con
participación presidencial el
verdadero protagonista es el pueblo de la nación, representado por ese alto
funcionario; pero el caso no es tan lineal como lo tenemos asumido, pues en un
evento formal no puede faltar la bandera del estado, en esto hay coincidencia
absoluta. Más aún, todas las reglas indican que el mandatario “debe” estar acompañado de tal enseña para legitimar
y potenciar su intervención.
En consecuencia,
tenemos a dos protagonistas de primer
orden: la bandera y el funcionario; lo que nos lleva a afirmar que ambos tienen
que ser de mencionados en el guion oficial. Veremos de qué manera.
La
solución al problema
Por nuestra
parte postulamos que el locutor oficial
debería utilizar un texto similar al que sigue:
“Protagoniza este acto la Bandera Oficial de
la Nación en representación del pueblo argentino, corporizado en el Señor
Presidente de la Nación … [etc.; etc.]”
De esta manera se destaca adecuadamente el rol
institucional propio de la Enseña nacional; se reafirma la democracia y el
concepto de representación que inviste el primer mandatario. Esto es lo justo y
esto es lo que corresponde en puridad.
Claro que el enunciado mediatiza al presidente;
dicho de otra manera, da mas importancia a la bandera que al funcionario; pero,
reitero, en una democracia esto es lo que corresponde. Mal que le pueda pesar
al ego del citado y a sus corifeos. La institucionalidad, debe prevalecer; ante
todo.
Con la difusión
de esta fórmula en la percepción general se
tomará conciencia de que las banderas no son meros objetos ornamentales
sino que poseen un significado mucho más alto, significativo y honroso;
equivalente a la entidad a la que representan.
Pluralidad
de banderas
Para estos
supuestos la expresión a utilizar será
la que se ejemplifica:
“Protagoniza este acto la Bandera Oficial de
la nación en representación del pueblo argentino, corporizado en el Señor
Presidente de la Nación … [etc.; etc.] Acompañan, las enseñas nacionales de
Paraguay; Chile [etc.] en representación de sus respectivos pueblos, corporizados en la
presencia de los señores embajadores … [etc.; etc.]”
Como pauta de practicidad agregamos, que si
en el evento se han colocado numerosas banderas, es factible destacar a la
local y englobar a las restantes en una expresión como la que citamos a manera
de ejemplo:
“Protagoniza este acto la Bandera Oficial de
la Nación; la acompañan, las banderas oficiales de las naciones a las que
representan los participantes de este Congreso” o bien: “Protagoniza este acto la Bandera Oficial de
la Nación; la acompañan, las banderas oficiales de las naciones que integran [y se menciona la a la organización involucrada]”
Un
caso particular
Párrafo aparte merece
explicar cómo debería aludirse a la Bandera
argentina. Entiendo que en un acto formal la expresión correcta sería usar:
“Bandera
Oficial de la Nación”, de conformidad a la designación específica que
utiliza el Decreto Nº10.302 de 1944:
“Artículo
2° – La Bandera Oficial de la Nación
es la bandera con sol, aprobada por el "Congreso de Tucumán", reunido
en Buenos Aires el 25 de febrero de 1818. Se formará según lo resuelto por el
mismo Congreso el 20 de julio de 1816, con los colores "celeste y
blanco" con que el General Belgrano, creó el 27 de febrero de 1812, la
primera enseña patria.”
Así resulta también de la Ley Nº
23.208, cuyo texto dispone:
“Artículo
1° – Tienen
derecho a usar la Bandera Oficial de la
Nación, el Gobierno Federal, los Gobiernos Provinciales y del Territorio
Nacional de la Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, así como
también los particulares, debiéndosele rendir siempre el condigno respeto y
honor.”
Si el
organizador no fuera profesional podría tolerarse que la mencione como “Bandera argentina”; pero solo por vía de
disculpable desatención. La tendencia correcta debería encaminarse a
mencionarla tal como en Derecho corresponde.
Otros
casos
La mención a las banderas de otros países debería
cuidar que éstos sean aludidos usando su nombre oficial. Por caso, no es propio
hablar de “la bandera de España”,
sino de la “Bandera del Reino de España”.
Afortunadamente las herramientas informáticas disponibles permiten que
cualquier organizador atento pueda chequear lo pertinente, accediendo cómodamente
a las designaciones correctas.
Cuando
corresponda presentar la enseña de una
provincia, la expresión adecuada será: “la
bandera de la provincia de ….”; que resulta mucho más exacta que decir: “la bandera provincial de …”. Claro está
que será inadecuado utilizar el gentilicio (Ej.: “la bandera santafesina”)
Lo propio
ocurrirá con otros tipos de enseñas.
Conclusiones
- Consideramos que las reflexiones que compartimos
deben mover al estudio y eventual debate.
- En lo que sí tendríamos que coincidir es en jerarquizar la presencia de banderas
en las diversas circunstancias que marca el Ceremonial; no por simpatía a su
humilde condición natural, sino por
las representaciones que invisten en una sociedad democrática.