La bandera del estadio de Amberes, tal como hoy se puede
ver en el Museo Olímpico de Lausana
Por Miguel Carrillo Bascary
Desde 1997, cuando se aproxima la apertura de los
Juegos Olímpicos, se actualiza el relato sobre la sustracción de la bandera que
ondeó en el estadio de Amberes, en 1920.
Presentamos a los protagonistas
primarios
El estadounidense Hal Haig (“Harry”) Prieste (1896 – 2001), participó en el equipo de su país en las Olimpíadas de
Amberes; obtuvo medalla de bronce en salto desde plataforma (10 metros ) y compitió en
buceo, especialidad en que fue rápidamente eliminado
Su amigo, Duke Kahanamoku (1890 – 1968), norteamericano de
origen hawaiano, medalla de oro en natación (100 metros ) en Amberes y
múltiple medallista en otras ediciones de los Juegos. Con los años se
transformó en uno de los impulsores del surf y tuvo una destacada vida
deportiva.
Presea olímpica - Amberes 19120
El lugar y el momento
La acción transcurre en Bélgica, más precisamente en
la ciudad de Amberes (Antwerp), sede de séptimos Juegos Olímpicos de la Era
Moderna. En el verano europeo del año 1920.
En la oportunidad la inauguración había sumado un
acontecimiento destinado a incrementar la mística de los Juegos que con el tiempo
se denominó “la ceremonia de Amberes”, cuando la bandera olímpica se presentó
por primera vez, luego de ser aprobada en 1914.
Cuando ocurrió el hecho que comentaremos la noche
ocultaba el escenario de la ceremonial final. Los atletas habían ya competido.
Todo estaba consumado y recién en cuatro años más la ilusión volvería a brillar
sobre el sudor y el esfuerzo de los esforzados deportistas en busca de su
propia superación, pero también de la gloria y del reconocimiento mundial.
Puede observarse izada la gran bandera que luego sería sustraída
El hecho
Terminada la ceremonia la bandera olímpica permaneció
izada en el mástil del estadio de Amberes donde fuera elevada cuando comenzaron
los Juegos. Esta circunstancia absolutamente banal generó una de las historias
más sorprendentes del historial olímpico.
Cumplido su cometido y sin dudas plenos por el
desempeño logrado los espíritus de Harry y Duke debieron estar enfervorizados.
Un mutuo desafío hizo que Prieste se encaramara al mástil y que sustrajera la
enseña. Advertidos por la custodia que los persiguió vanamente, se perdieron
entre las sombras llevándose el “botín”.
Los años oscuros
Tras volver a su país los deportistas continuaron su
vida. Según lo explicó Harry, mucho más tarde, la bandera quedó en la misma
valija que usó para transportar sus atavíos en la Olimpíada. Allí, en esa
oscuridad del olvido permaneció la bandera por sesenta años. Como un simple
trasto.
Es cierto que Prieste le asignó un valor
significativo, pero también es una realidad que el significativo paño ni
siquiera mereció que fuera lucido en alguna oportunidad. Quizás Harry solo
pensó que fuera un vejo recuerdo de una picardía de juventud, más que un
testimonio del deporte mundial.
Confesión y entrega
En 1997 en un ocasional reportaje a Prieste sorprendió a su entrevistador confiándole que él
había sido el responsable de la sustracción y se comprometió reintegrarla al
Comité Olímpico, cosa que concretó en el año 2000 durante una emotiva
ceremonia, cuando Harry contaba ya ¡103 años de edad!
La ya histórica enseña, revestida del honor de haber
sido testigo de los lejanos Séptimos Juegos Olímpicos, se destinó al Museo del Olimpismo, en Lausana, Suiza.
Prieste entrega la bandera olímpica de 1920
Dos aclaraciones y una conclusión
Es este post queremos aportar algunos pensamientos que
nos sugieren la historia reseñada que deslinde adecuadamente aquellos hechos.
I. Desde la Vexilología se hace imperioso deslindar dos circunstancias:
En Amberes hubo sendas banderas que tuvieron significativo protagonismo:
1) La grande,
de izar, confeccionada en lanilla blanca, que se colocó en el mástil del
estadio principal. Está fue la que sustrajo Prieste. Entendemos con toda
probabilidad, que luego de terminados los Juegos este ejemplar no se habría conservado,
como tampoco ha ocurrido con la inmensa mayoría de los que se emplearon con
igual fin en las ocasiones siguientes.
2) La otra era la
verdadera bandera oficial de ceremonias del movimiento y está sí, debía
preservarse como testimonio de la continuidad del ideal y del esfuerzo del
olimpismo, para poder mostrarla en cada uno de los Juegos posteriores. Poseía
un tamaño que permitía que su portador la llevara en un asta de mano. Se
diferenciaba de la otra en los flecos que adornaban los tres lados del vuelo
del paño. Estos ornamentos se particularizaban por tener tramos sucesivos con los
cinco colores de los anillos. Por razones desconocidas esta enseña también
desapareció y para los siguientes Juegos fue necesario disponer otra, similar a
la que veremos en la ceremonia de apertura y cierre de la Olimpíadas de Río de
Janeiro.
En consecuencia, queda en claro que en Amberes se
perdieron dos banderas.
La bandera oficial del Olimpismo, llamada "de Amberes"
II. Como reza el dicho popular, los hechos protagonizados por Prieste nos
muestran, una vez más, que “Dios escribe
derecho con líneas torcidas”. La travesura de Harry a la larga permitió que
se preservara un objeto que hoy es una verdadera reliquia del pasado olímpico y
que de otra manera seguramente habría desaparecido.
Dos lecciones para nosotros y para
nuestra posteridad
Entendemos que los hechos descriptos nos dejan quedan dos
lecciones que deberíamos capitalizar:
Primera
enseñanza. Muchos objetos utilizados
en circunstancias memorables no son especialmente valorados en su momento y
desaparecen como trastos inútiles cuando los festejos se acallan; pero, en la
eventualidad de que alguno fuera conservado, con el transcurrir de los años
cobra un valor significativo y se transforma en una verdadero testimonio del
hecho memorable, una suerte de reliquia cívica digna de figurar en museos y
salones de honor.
Segunda
lección. Cabe reflexionar, que por
azares de la vida muchos objetos testimoniales quedan en manos de particulares.
La gran mayoría terminan perdiéndose definitivamente; con ocasión de alguna
mudanza o cuando por ley de la vida desaparecen quienes los preservaron y sus
sucesores no reconocen su valor. En otras, el objeto se inutiliza por la simple
acción de factores ambientales (polilla; humedad; etc.)
Compromisos que debemos asumir
Respecto a la primera observación: se impone tomar conciencia del valor de esos
testimonios de aparente menor cuantía, que con los años expresarán una porción
del significado de los hechos memorables. Consecuentemente se deberá documentar adecuadamente la relación
entre el hecho y el objeto, para que el vínculo expresado tenga un fundamento
suficiente y no se limite a la tradición oral.
Sobre lo anotado en segundo término: corresponde también
que los poseedores de estos objetos y también en sus eventuales sucesores, asuman
cabalmente su responsabilidad de
circunstanciales guardadores, preservándolos en condiciones que minimicen la acción de los años sobre su
materialidad. Asimismo se deberá motivar una generosidad tal que motive su oportuna entrega a la comunidad, corporizada
en algún museo; archivo o institución, para que las generaciones futuras puedan
vivenciar de alguna manera los hechos a los que remontan.
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