Jamás rendirse
Pintura pastel de autor anónimo donde se observa un marinero en
el
acto preciso de clavar la bandera recibida por Brown. Museo Histórico
Nacional (de Argentina)
Por Miguel Carrillo Bascary
Por su misma
naturaleza las banderas tienen una movilidad
propia, que se hace más evidente aún
cuando flamean al tope de un mástil. El izado y el arrío las dota de una
dinámica particular que caracteriza su empleo de conformidad a la sucesión infinita
entre los días y las noches.
Nada parecería más antinatural que “clavar”
una bandera al mástil; sin embargo, esto es literalmente factible. Más aún,
la Historia
certifica que la operación tiene un profundo significado teñido heroísmo y
decisión.
Para explicar lo
dicho tendremos que remontarnos a la Antigüedad, donde la navegación se impulsaba usando
mástiles de madera. La identificación de la embarcación se cumplía con banderas
colocadas en el punto extremo del palo mayor, adonde llegaban mediante el
empleo de una cuerda (driza), que también servía para arriarlas o
intercambiarlas, en caso necesario. El mismo procedimiento se usaba en el
mástil ubicado en el castillo de popa, donde la bandera adquiría enormes
dimensiones, lo que justificaba que tuviera el nombre específico de “pabellón”.
Durante los siglos
en los que se desarrolló la navegación a vela se generó un verdadero código sobre el uso de banderas en el mar.
Por ejemplo: cuando dos naves se encontraban en la inmensidad de los océanos
izaban sus respectivas banderas al par que se disparaba un cañonazo, para
identificarse mutuamente como aliados; enemigos o neutrales; esta operación se
conocía con el nombre de “afianzar la
bandera”. Lo propio ocurría al aproximarse a un puerto; donde la costumbre
demandaba también izar la enseña del estado ribereño como una forma de exponer
que el recién llegado se sometía a su autoridad y a sus leyes; observancia de
la que estaban eximidos los navíos de guerra de una nación amiga. El llamado “derecho de pabellón” establecía una
jerarquía entre las diversas naciones y naves a favor de aquellas que tenían
mayor poder naval; se manifestaba con salvas; recogida de velas y en rápidos arríos
parciales de banderas, seguidos de un nuevo izamiento al tope, a manera de
saludo o señal de sumisión. Cualquier falta daba lugar a represalias.
En particular, los
mercantes debían acercarse a los buques de guerra para permitir su registro,
para ello cargaban parcialmente su aparejo. Más tarde se simplificó este uso
determinando que el mercante arriara su pabellón; lo que retribuía haciendo lo
propio la embarcación de guerra, pero solo hasta la mitad del palo, para volver
a izarlo de inmediato.
Incluso era
usual, que como ardid de guerra, que
se izaran banderas de engaño. También se empleaban banderas de señales con diversos motivos: pedir piloto para entrar
a puerto; indicar que se llevaban enfermos de peste, el transporte de pólvora, correo oficial, la presencia de una alta dignidad, etc.
Muchos de estos usos inveterados persisten
en la actualidad a despecho del enorme desarrollo de las comunicaciones
electrónicas; en consecuencia, diversos tratados que regulan la navegación tienen
secciones donde se codifican las banderas con validez internacional.
Con lo dicho,
vamos a centrarnos en la cuestión que proponíamos. En una situación bélica o ante la agresión de otro navío, el capitán de la
embarcación que se hallaba en inferioridad de condiciones arriaba la bandera,
indicando su rendición y que su tripulación se confiaba a la misericordia del
atacante. Mientras la enseña ondeara al tope el agresor continuaba con el
cañoneo, que solo suspendía cuando era arriada.
Por ello, era una manifestación de supremo heroísmo
mandar “clavar la bandera”, con lo que se indicaba la decisión de luchar
hasta las últimas consecuencias. La orden tenía por primera destinataria a la
propia tripulación, que se veía comprometida con tan férrea resolución.
El procedimiento en concreto era el
siguiente. El marinero que recibía la orden trepaba hasta lo alto del mástil
provisto de martillo y clavos. Allí clavaba literalmente la bandera.
La historia naval documenta situaciones
donde se dio tan dramática orden; por ejemplo las que protagonizó el marino español
Cosme Damián Churruca y Elorza, que
mandaba el “San Juan Nepomuceno” en la batalla de Trafalgar (1805) o el capitán
chileno de la “Esmeralda”, Agustín Arturo
Prat Chacon, en Iquique (1879)
Esta última
acción fue recreada por el pintor Jorge Delano (1), que presentamos
seguidamente:
“Clavando
la bandera” – Jorge Delano
Por su parte, la historia nacional también es rica en
acontecimientos heroicos de su Armada, que por diversas razones nunca fue
poderosa. Descuella particularmente la figura del irlandés, Guillermo Brown, a
quien los argentinos llamamos “nuestro padre de la Patria en el mar”.
Almirante Don Guillermo Brown (1777 - 1857)
Son antológicos
sus desempeños cuando debió enfrentar en inferioridad de condiciones a las
armadas de España; Brasil, Inglaterra y Francia; de los que generalmente
resultó victorioso.
La alegoría implícita en la imagen del
inicio es todo un homenaje a Brown y a su tripulación, pues esa bandera es
la insignia de honor que confeccionó un grupo de damas porteñas admiradas el
valor desplegado durante el combate de “Los
Pozos”, cuyas alternativas pudieron verse desde la costa de la ciudad de
Bs. Aires. Este paraje utilizado como fondeadero se halla a unas 3 millas de la hoy Dársena
Norte. La acción bélica tuvo lugar el 11 de junio de 1826 y enfrentó a cuatro
buques argentinos, la fragata “25 de Mayo”, el bergantín “Congreso Nacional”,
las goletas “Sarandí” y “Pepa”, acompañados por siete cañoneras contra una
división naval brasileña compuesta por treinta y una naves de diverso tonelaje.
La flotilla argentina rechazó la agresión con todo éxito, pero con grandes
pérdidas. Días más se concretó un reconocimiento público a los defensores y
allí se le entregó a Brown la bandera de honor que vemos en la imagen que
encabeza este post.
Escudo
vectorizado de la reliquia
(Imagen
proporcionada por el Instituto Nacional Browniano, Argentina)
El escudo que cargaba esa bandera se conserva
dese 1901 en el Museo Histórico Nacional. Mide 44 cmts x 40. Cabe interpretar
que el paño se hallaba muy deteriorado, por lo que se recortó y solo se
preservó el emblema central.
El escudo,
tal como se exhibe en el Museo Histórico Nacional
Por esta razón
los estudiosos discuten sobre las características que debió tener la histórica
enseña. El testimonio pictórico de la imagen que abre este post tiene su propia
identidad, pero se considera que fue elaborado varias décadas más tarde que los
hechos. Otras referencias indican que podría haber tenido una forma más acorde
a las tradiciones marineras, como la que acompañamos:
(Dibujo de
Francisco Gregoric - 2)
En la
actualidad, el Reglamento de Ceremonial
Naval (R.G-1 921 “P”, Anexo 10) instituye otro diseño, levemente diferenciado
al que designa como “bandera
conmemorativa”
Bandera
conmemorativa de la Armada Argentina
Esta enseña se
basa en la bandera corneta que empleaban los navíos de guerra a comienzos del
siglo XIX cuya imagen reproducimos seguidamente.
(Dibujo de
Francisco Gregoric - 2)
Notas:
1.- Jorge (Coke) Délano Frederick (1895
– 1980); de multifacética personalidad: pintor; periodista, cineasta,
parasicólogo y caricaturista chileno.
2.- Imágenes publicadas en “Las
banderas de los argentinos: 200 años de historia”, de Juan M. Peña y José L.
Alonso. Edic. Aluar. Bs. Aires, 2009. 308 páginas.
Para saber más:
Sobre la pieza: puede consultarse:
- El
libro “La Bandera
de Los Pozos”, de Luis Eduardo Agüero.
Editado por la Escuela
Naval Militar. Mar del Plata, 1955. 129 páginas.
- El
opúsculo “La Bandera de Los Pozos”, de Humberto
Burzio, separata del “Boletín del Centro Naval”; vol. LXXII; Nº617; julio-
agosto 1954, Bs. Aires. 24 págs.
Sobre el combate aludido: